Luis Salvador, el archiduque errante

Por Javier Gómez-Navarro

Bibliografía: Boletín SGE Nº 15 – julio de 2003

Alrededor de ocho millones de turistas extranjeros visitan cada año las Islas Baleares y si incluimos a los españoles no andaremos muy lejos de los diez millones. Los más cultos y curiosos de esos viajeros se encuentran en muchos lugares de las islas con una figura enigmática que aparece citada en multitud de libros y está presente, sobre todo, en la costa Norte de Mallorca: el Archiduque Luis Salvador.

¿Quién era ese personaje? ¿Cuándo y dónde vivió? ¿Por qué su presencia en las Islas Baleares y específicamente en Mallorca es tan notoria? ¿Qué hacía en nuestro país? A esas preguntas intenta contestar este artículo.

Luis Salvador era hijo de Leopoldo II de Habsburgo, gran Duque de Toscana y de su segunda mujer Mª Antonieta Borbón y dos Sicilias, hija a su vez de Francisco II de Nápoles y de la Infanta Isabel de España, hija de Carlos IV. Era por lo tanto Archiduque de Austria y pariente directo de los reyes de España, como veremos más adelante.

El gran Ducado de Toscana había sido otorgado a Cosme de Médicis, en 1561, por el Papa y luego confirmado por el Emperador a Francisco, hermano y heredero de Cosme. La familia Médicis se extingue con Juan Gastón en 1737 y la Emperatriz Mª Teresa de Austria se casa en 1745 con Francisco, Duque de Lorena, y le nombra Gran Duque de Toscana, pasando a ser ese título una segundogenitura de la familia Habsburgo-Lorena. El Ducado de Toscana pertenecía al Príncipe Carlos de España, futuro Carlos III, pero como consecuencia de la Guerra de Sucesión de Polonia en 1735, el Ducado de Lorena fue cedido al pretendiente polaco Estanislao Lezcinski, el Ducado de Toscana a Francisco de Lorena y se reconocía al Príncipe Carlos como Rey de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia).

Estos líos familiares, todos son primos, sobrinos y tíos al mismo tiempo, se entienden mejor consultando un árbol genealógico:

Luis Salvador nace en el Palacio Pitti de Florencia el 4 de Agosto de 1847 y se le impusieron los nombres de Luis Salvador María José Juan Bautista Domingo Raniero Fernando Carlos Cenobio Antonio. Pasó su infancia en Florencia, junto a la rivera del Arno, pasando largos tiempos en los jardines del palacio, con una gran independencia apoyado por su madre. Su biógrafo Bartolomé Ferrá, relata: “Mi madre, alma superior –refiere el mismo– había pensado que convenía, para favorecer el desarrollo de mi individualidad, dejarme absolutamente abandonado a mi mismo. Rodeó mi infancia de ocho damas a quienes había expresamente recomendado que me dejaran hacer a mi antojo, cerrando los ojos ante todo lo que pudiera en mi sorprenderlas por estar fuera de las costumbres”. “Entre mis distracciones, las había muy singulares. Pasábame largas horas en la copa de un árbol, rodeado de mis monos, con quienes, al llegar el mediodía, compartía la comida que me hacía subir yo mismo en un cesto atado al extremo de un cordel. Al pie del árbol mi aya alzaba al cielo los brazos desesperadamente”.

“Desde muy niño empezaban a perfilarse el natural talento, las aficiones y la acusada individualidad de Luis Salvador. Inquieto siempre, jugaba poco con sus hermanos; complacíase más en cuidar sus pájaros enjaulados, en vagar con los palafreneros por las caballerizas, cuyos caballos conocía por su nombre uno por uno, o en corretear, contemplando los árboles y las flores de los jardines Bóboli o la grácil Venus de Juan de Bolonia perfilando su albor sobre macizos verdeantes”.

Esta independencia iba acompañada de otros momentos de gran rigor; La Corte del Gran Duque era austera y rígida y los hijos fueron educados en una estricta etiqueta. “A las cinco de la mañana los niños debían dar los ‘buenos días’ a sus padres siguiendo un puntilloso ritual. Los príncipes eran acompañados por sus mentores e institutrices hasta la antesala de la habitación de sus padres. Permanecían alineados, los príncipes a un lado y, las princesas a otro, colocándose detrás de cada uno un mentor o institutriz. En un completo silencio esperaban la llegada del ayudante de cámara que abría las puertas del salón y daba paso a los niños para el solemne saludo matinal. A las cinco en punto se abrían las puertas y los pequeños príncipes y princesas se acercaban ceremoniosamente a besar la mano de sus padres. Tras este austero y silencioso saludo, se servía un no menos austero y silencioso desayuno que incluía leche, café y pan con mantequilla. Terminado el desayuno los niños regresaban con el mismo orden a sus aposentos, donde daban comienzo las clases del día. A las diez se servía un segundo desayuno, en el que de nuevo se reunía toda la familia y su séquito.”

Su padre, Leopoldo II, había sido un buen gobernante, liberal y progresista, con unos asesores honrados, inteligentes y con gran visión económica y cultural, pero no tenía el carácter y el talento para enfrentar los grandes acontecimientos que sucedieron en Italia a partir de 1846 con la elección del liberal Pío IX como Papa. Leopoldo se enfrentó a los austriacos y tuvo que huir, para luego ser repuesto por los mismos austriacos.

Pero tras la derrota de los austriacos en Solferino, Leopoldo no se sintió con las fuerzas necesarias para ser un monarca constitucional y la situación se volvió tan amenazadora que el 27 de abril de 1859 la familia decidió abandonar Florencia. Garibaldi triunfaba y Víctor Manuel de Saboya, sobrino de Leopoldo y al que debía la vida, sería proclamado en 1861, primer Rey de Italia.

El abandono del Palacio Pitti fue un drama que marcó a Luis Salvador para siempre. Salían a las cuatro de la madrugada en tres carrozas protegidas por dragones, con una multitud expectante que impedía el paso de los carruajes. Los ciudadanos observaban los hechos con indiferencia, pero al pasar la carroza en que iba Luis Salvador, un grupo gritó: “¡qué feo es el príncipe, parece un mono!”. Y este recuerdo, entre lágrimas, le acompañó toda la vida.

La familia emigró a Bohemia, donde tenía sus propiedades, el Castillo de Brandais y el de Schlackenwerth donde residieron indistintamente. Luis Salvador continuó sus estudios en Múnich y en Praga, aprendiendo idiomas y ciencias naturales a las que su padre era muy aficionado. Hizo así mismo prácticas voluntarias en la Gobernación de Praga. El Archiduque además de las lenguas clásicas latín y griego llegó a dominar el alemán, el checo, el húngaro, el italiano, el francés, el inglés, el español y el árabe. Habló y escribió perfectamente el mallorquín y poseía también un gran talento para el dibujo lo que le permitió ser el editor total de los múltiples libros que más tarde publicaría.

En 1861, a los 14 años, Luis Salvador viajó por primera vez a Venecia y allí se reencontró con el Mediterráneo, que sería el gran amor de su larga vida errante. Sus orígenes toscanos y su pasión por el mar le harían volver siempre y convertirlo en su verdadero hogar.

En 1866 le ocurrió un acontecimiento clave. Se había prometido a su prima Matilde, hija del Archiduque Alberto, y, según se cuenta, ella estaba fumando, cosa prohibida en la época, cuando entró en la habitación una persona principal. Matilde se escondió el cigarrillo entre sus faldas, de tal modo que prendieron fuego y pereció quemada ante sus ojos. Se cuenta que Luis Salvador decidió entonces no casarse nunca.

En 1867 Luis Salvador, después de pasar varios meses preparando su veraneo en Dalmacia, la costa de los austriacos, vio truncado su viaje porque la situación política no lo aconsejaba. Consiguió permiso entonces para venir a España, a la que entró desde Biarritz por Irún, pasando luego a Zaragoza, Barcelona y Valencia y desde allí escribió a su madre la siguiente carta: “Los Españoles tienen dos tipos de combates de toros: uno con toros viejos en el que los picadores están a caballo y para los que se usan sólo expertos toreros, y dos que se hacen con toros jóvenes y en los que pueden tomar parte también personas que no son del oficio. Por ejemplo: un joven oficial quiere dar pruebas de su valor: mata un toro. Un esposo quiere enseñar a su esposa su valentía: mata un toro y se va… Las primeras se celebran sólo 3 o 4 veces al año, sólo con motivo de grandes fiestas. Las segundas son el teatro de los españoles. Fue una de éstas la que yo vi.”

Desde Valencia pasó a Ibiza y después de pasar allí unos días, se embarcó para Mallorca. En esta travesía conocería a uno de sus informadores y contacto de siempre en Mallorca, D. Francisco Manuel de los Herreros, Director del Instituto de Palma. El archiduque viajaba siempre bajo el nombre de Luis, Conde de Neudorf.

Luis Salvador recorrió la isla, sobre todo el oeste y la costa norte, llegando a Valldemosa, Deià y Sóller y cautivado por su belleza decidió quedarse una temporada y preparar un libro. Luego se dirigió a Menorca que también recorrió detenidamente pareciéndole la menos hermosa de las tres, pedregosa y con pocos árboles y casi todos inclinados por el viento.

En 1868 pasa al verano en Italia y llega a las islas Lípari, otra de sus obsesiones y sobre la que escribió también varios libros. En 1869 publica el primer tomo de su obra Die Balearen, dedicado a Ibiza. En el verano de 1871 Luis Salvador decide pasar el siguiente invierno en Mallorca y para ello alquila el palacio del Conde de Formiguera, al lado de la muralla de Palma y muy cerca de la Catedral. En este mismo verano decide construirse un barco que le permita viajar continuamente, el que sería el NIXE I. También en ese verano se publica el volumen segundo de Die Balearen.

El 4 de Noviembre de 1871 llegó a Palma, después de pasar por Alicante y Elche.

Palma era entonces una ciudad ochocentista, donde los barrios aristocráticos no habían sufrido ninguna reforma, con sus calles señoriales sombreadas por los aleros de sus casas y las calles y plazoletas populares destacaban por su arquitectura popular y por la actividad de sus artesanos, comerciantes y menestrales. El Archiduque recorrió pacientemente todos los barrios, tomando notas y haciendo dibujos para sus libros. La sociedad mallorquina era entonces enormemente conservadora de sus costumbres tradicionales, anquilosada en su clasismo estamental.

Decidió volver a Valldemosa y recorriendo sus alrededores llegó a Miramar, que se encontraba muy abandonada. Se le ocurrió entonces la posibilidad de comprar la posesión, pero la idea no tuvo continuidad, hasta meses después cuando, estando por casualidad en La Puebla, donde vivía el propietario y no teniendo nada que hacer por la lluvia se acercó a la casa del dueño y la compró.

Por entonces no había todavía turismo en Mallorca. Solo Chopin y Georges Sand habían pasado allí una temporada y habían sido expulsados por su heterodoxia. Georges Sand había publicado su famoso Invierno en Mallorca en el que enaltecía la belleza de los paisajes y el clima de la isla pero criticó con extrema dureza el conservadurismo y la cerrazón mental de los payeses mallorquines.

Miramar es a partir de entonces el refugio del Archiduque, situada en la costa de Tramontana, había sido monasterio cisterciense y en él Raimon Llull había fundado su colegio de lenguas orientales. Allí mismo se instaló la primera imprenta de Mallorca en 1480.

El archiduque fue comprando los predios colindantes con Miramar hasta constituir una propiedad importante que dominaba la costa norte entre Valldemosa y Deyá. En esa propiedad los árboles eran intocables. Primero compró Son Galceran, luego Son Gallard, Son Ferrendell y así hasta llegar a Son Marroig y La Foradada y La Estaca que llegaba al mar. Restauró Miramar, empezando por la capilla, mejoró las tierras e hizo un autentico jardín botánico de toda la flora de Mallorca. Decoró la casa como una casa de campo mallorquina, con austeridad y sin lujo y coleccionó cerámica para adornar los salones.

Desde la propiedad del archiduque se dominaba un paisaje maravilloso sobre el que se construyó un conjunto de miradores que permitiesen el reposo y la meditación. Diseñó caminos que facilitasen el acceso a los lugares más bonitos del parque y pensó que sería bueno darlos a conocer. Para ello abrió una hospedería en Miramar donde toda persona podría pasar un máximo de tres días.

Esa hospitalidad del Archiduque fue muy comentada socialmente y por allí pasaron desde amigos de la alta aristocracia europea (la princesa Estefanía, viuda del archiduque Rodolfo, heredero del trono imperial de Austria; el Gran Duque Wladimiro de Rusia, hermano del zar; el Duque de Orleans, la Infanta Isabel de España, etc) a conocidos escritores (Rubén Darío, Jacinto Verdaguer, etc) y los primeros turistas que a principios del siglo XX se instalaban en el recién inaugurado Gran Hotel de Palma y hacían sus excursiones en coches de caballo a Miramar.

Los que adquirieron mayor proximidad a Luis Salvador, pasaban temporadas allí y entre ellos se encontraba el escritor Gastón Vuiller que publicó su precioso libro Les Îles Oublieés, que, editado en francés y luego en inglés, significó una gran difusión de los atractivos mallorquines y el geólogo Martell, explorador de las cuevas del Drach, financiado por el Archiduque.

Rubén Darío escribió en su estancia en Mallorca lo siguiente:

Hay no lejos de aquí un archiduque austriaco
que las pomas de Ceres y las uvas de Baco
cultiva, en un retiro archiducal y egregio.
Hospeda como un monje -y el hospedaje es regio-.
Sobre las rocas se alza la mansión señorial
y la isla le brinda ambiente imperial.
Es un pariente de Jean Orth, es un átrida
que aquí ha encontrado el cierto secreto de su vida.
Es un cuerdo. Aplaudamos al príncipe discreto
que aprovecha a la orilla del mar ese secreto.
Catalina Homar

El amor más importante de la vida del Archiduque fue una payesa mallorquina llamada Catalina Homar. Joven, de cabellos negros y ondulados, recogidos en una trenza, piel blanca, ojos negros, labios carnosos en una cara ovalada. De belleza y elegancia un poco basta pero siempre risueña, con una gran alegría vital y llena de energía. Hija de un carpintero de pueblo se instaló en la casa de La Estaca junto al mar como mayorala y allí en una humilde habitación pasaba el Archiduque sus noches.

A partir de entonces la gente humilde del contorno encontró en Catalina siempre una ayuda y un apoyo en sus necesidades. El Archiduque encontró en Catalina una compañía discreta y sencilla que llenaba su vida. Luis Salvador, años después, publicó un pequeño libro titulado: Catalina Homar, por el Archiduque Luis Salvador en que relata con cariño, pero sin romanticismo las aficiones, los sentimientos y la vida de Catalina. Pero en un párrafo del libro y refiriéndose a la Emperatriz Isabel de Austria (Sissi), Luis Salvador escribe: “La Emperatriz durante su última visita a Mallorca, vino a la Estaca. Su esbelta figura sorprendió a Catalina; no fue su elevada posición, fue más bien su dulce sonrisa la que impresionó a cuantos la vieron. Las dos mujeres hablaron juntas cual si se hubiesen conocido de toda la vida, porque en las dos el sentimiento humano era paralelamente vivo. El sol iba a su zenit, brillaba el mar cual si fuese de oro, circundando con una aureola a las dos. Era como una transfiguración.”

La humanidad del Archiduque

Luis Salvador fue siempre un personaje muy peculiar. Le gustó vivir sin distancias y procurando sentirse entre iguales con el séquito que siempre le acompañaba, que por otro lado, eran todos empleados suyos. No quiso nunca rodearse de personas con especial cultura y preparación que le pudiesen hacer sentirse controlado, vigilado o juzgado. Su persona de mayor confianza y proximidad, su llamado secretario, y al que dejó a su muerte como heredero universal, Antonio Vivas, era una persona modesta y de formación muy escasa.

Su vestimenta llamaba la atención por su austeridad y su suciedad, llevaba siempre la misma ropa y gorra, habitualmente llenas de manchas, lo que causaba mucho desconcierto a quienes le visitaban, pues le solían confundir con sus criados.

Se cuentan múltiples anécdotas sobre esas confusiones y entre las más populares destaca la siguiente: subía una vez el Archiduque a pie hacía Valldemosa por el desfiladero que le antecede y se encontró con lo que era muy corriente en los carros cargados de la época y que el esfuerzo era superior a la capacidad de las caballerías y se caían, no pudiéndose levantar sin ayuda. En esta ocasión el carretero solo no podía con el caballo y le pidió ayuda. Luis Salvador solícito se remangó y le prestó la ayuda necesaria, de forma que el carro pudo continuar su camino. El carretero entonces agradecido le dio unas monedas de propina para tomarse una copa. Se cuenta que el Archiduque enmarcó esas monedas y las colgó en su casa y relataba siempre que era el único dinero que había ganado en su vida.

Junto a estos aspectos un poco loquinarios, tenía grandes virtudes. Era culto, un verdadero erudito en ciencias naturales, folklore, costumbres populares y en general lo que podemos llamar etnografía. Era enormemente trabajador y muy generoso, lo que le hacía tener siempre problemas económicos, a pesar de la importante asignación económica que recibía como miembro de la familia imperial y la herencia de sus padres.

Tenía una verdadera obsesión por acumular conocimientos y convertirlos en publicaciones que hacía con una gran calidad y solo para regalar a los amigos y visitantes importantes. Su bibliografía es importantísima sobre diferentes lugares del mundo, especialmente del Mediterráneo. Su obra mas monumental y enciclopédica es la que dedicó a las islas Baleares. Escrita en alemán y publicada en nueve volúmenes en Leipzig entre 1869 y 1891, en un formato de gran folio y repleta de grabados, realizados por él mismo y preciosas litografías en color es un verdadero tratado de la naturaleza, los paisajes, los monumentos y las costumbres de los ciudadanos de Baleares. Dedicó dos volúmenes a las Pitiusas, dos a Menorca y cinco a Mallorca y es sin la menor duda la publicación más importante que nunca se ha hecho sobre el Archipiélago. Unos años después publicó en Praga unas separatas de lo que había escrito sobre la ciudad de Palma y sobre Menorca, eran los volúmenes exactos de la obra completa sin las litografías en color.

Además de esta obra fantástica sobre Baleares, publicó libros sobre Venecia, Túnez, Chipre, Las islas Lípari, Dalmacia, el Golfo de Corinto, Abazia, Egipto y Siria, las islas Jónicas (sobre todo Itaca y Paxos), etc… también escribió sobre la ciudad de Los Ángeles como consecuencia de una vuelta al mundo que realizó.

Sobre temas españoles hizo dos preciosos libros sobre islas casi desconocidas, uno sobre Alborán y otro sobre las Columbretes. También publicó pequeñas obras, como la citada sobre Catalina Homar, otra sobre la visita a Miramar, para que fuera obsequiado a los turistas, el último sobre Atalayas y torres vigía en Mallorca, entre muchos más.

Pudiera deducirse de la lectura de este artículo que el Archiduque se afincó definitivamente en sus propiedades mallorquinas a las que tanto dinero y tiempo dedicó, pero no fue así. Luis Salvador nunca encontró sus raíces en ningún lugar y se pasó la vida de sitio en sitio errando como si sufriese una auténtica maldición. Cuando parecía que se había atado a alguien o a algo, desaparecía sin tiempos ni referencias. En su barco el Nixe I y después del naufragio que sufrió, en el Nixe II, necesitaba ir continuamente de un lugar para otro. En cada sitio recogía información, estudiaba la región, fundamentalmente islas, publicaba un libro y se iba.

Incluso en sus relaciones personales le pasó lo mismo. Catalina Homar, que le acompañó en algunos viajes, se quedó en otros casos en la Estaca sola por largos períodos de tiempo. Y fue en una de esas largas desapariciones del Archiduque, de más de seis años, que enfermó y murió. Durante la larga enfermedad su mayor tristeza fue el sentimiento de abandono y soledad por parte de Luis Salvador. Él mismo cuenta: “yo he sido siempre nómada –continúa diciendo el Archiduque a Gaston Vuillier–, sin residencia fija; corro los mares. Impulsado en un principio por mis aficiones, circunstancias particulares han desarrollado después en mi este humor vagabundo que rehace vivir, por decirlo así, fuera de la humanidad”.

Su biógrafo Bartolomé Ferrá dice:

Las circunstancias particulares a que alude diríase que se refieren a la tragedia de su juventud que segó sus ilusiones amorosas y lo lanzó a navegar, huyendo de su medio familiar y cortesano, a vivir fuera de la humanidad como un desarraigado, en compañía de gentes mercenarias y abigarradas.

“El mar, desde hace tiempo, se ha vuelto una necesidad en mi vida. Mi primer pensamiento después de mis naufragios ha sido siempre tomar otro barco para lanzarme de nuevo al espacio y huir hacia lo desconocido…”, escribía Luis Salvador.

Todos los puertos del Adriático, de las islas italianas y griegas, de las costas norteafricanas, vieron fondear en sus aguas el Nixe, navegando bajo el pabellón austriaco, con un mono por mascota y llevando a bordo la tripulación y el pasaje más abigarrado y pintoresco que pueda imaginarse. Aquel yate tenía algo de arca de Noé: los papagayos, cabras, monos, patos, tortugas.. encontraban en él asilo. Notoria variedad de nacionalidad y estamento ofrecía también el cuadro de las personas que rodeaban al Príncipe: austriacos, griegos, franceses, italianos, turcos, ingleses, mallorquines y mallorquinas con la trenza a la espalda, una condesa veneciana y la mora Carina, que, vestida de colores chillones y haciendo resonar sus múltiples brazaletes, cantaba canciones llenas de melancolía o suplicaba desesperadamente, al apoderarse de ella una ráfaga de nostalgia, que la desembarcaran en suelo africano.

Cuando el país le interesaba, y particularmente si lo elegía como tema de alguno de sus libros, permanecía el Nixe indefinidamente anclado en aquellas aguas. En las primeras horas de la mañana S. A. lo abandonaba y se dirigía a la iglesia a oír misa, pasando después en tierra algunas horas o bien el día entero; pero al llegar la noche regresaba siempre a su yate, corriendo a veces, en noches tempestuosas, verdaderos riesgos por satisfacer su deseo de descansar a bordo. Aquellas largas permanencias en los puertos aburrían a la tripulación y a los acompañantes, desocupados y recluidos casi siempre a bordo por expreso mandato del Príncipe.

El final

El archiduque padeció un proceso progresivo de abandono que hicieron que se convirtiese en un gordo enfermizo, sucio y sin cuidados y que su salud fuese deteriorándose progresivamente.

En 1914 al comenzar la Guerra europea, tras el atentado de Sarajevo que terminó con la vida del heredero Imperial Francisco Fernando, fue reclamada su vuelta a Austria por el Emperador. Se instala entonces en su castillo de Brandais en Bohemia, enfermo y preocupado por la guerra sufre un proceso muy rápido de deterioro con úlceras en las piernas y las manos tan hinchadas que apenas puede escribir.

El 12 de octubre de 1915 expira en ese castillo frío y húmedo, que nunca quiso y lejos de su Mediterráneo adorado. Había expresado verbalmente que no quería ser enterrado en la cripta de sus antepasados sino en el Sahara y ser cubierto por la arena del desierto, pero en su testamento no figuraba nada escrito.

Unos días después de la muerte el Emperador dio orden de que llevasen su féretro a Viena y ser enterrado en la cripta de la iglesia de los Capuchinos de Viena junto a su familia.

El príncipe, que huyó durante toda su vida de las ataduras y protocolo de la Corte, fue enterrado con el impresionante ceremonial de la tradición hispano-borgoñona y en el que se daban los tres aldabonazos en la puerta de la cripta y el padre guardián desde su interior preguntaba: “¿Quién es?” El intendente mayor del Palacio contestaba: “Luis Salvador, Archiduque de Austria, pide licencia para entrar” y preguntaba al guardián: “¿Reconocéis los restos del difunto Luis Salvador?” y el guardián finalmente decía: “Los reconozco y de hoy en adelante velaremos piadosamente por ellos”.

Y al final de su vida el Archiduque errante encontró sus raíces junto al Emperador Francisco José, la Emperatriz Isabel, los herederos Rodolfo y Francisco Fernando y toda su augusta familia.