9 de mayo de 2004

El día 9 por la noche decidimos que convendría explorar con cierto detalle la parte superior de la almohada o domo glaciar a la que habíamos llegado ese día. Pensamos también que quizá dos de nuestros sherpas, más descansados, podrían efectuar esa exploración.

Se trata de ver  cómo vamos a trazar la ruta para alcanzar la última parte de la arista, lo que nos daría, casi automáticamente, el acceso al gran y elevado “plateau” glaciar sobre el que destaca la cima del Dome Kang.

Finalmente son nuestros tres sherpas los que el día 10 llevan a cabo esa exploración y vuelven al Campamento II anunciándonos que se han encontrado a unos 6.750 metros con un muro desplomado de hielo que no han podido superar. Nos dicen también que si pudiésemos superar ese obstáculo es probable que, no sin cierta dificultad, tuviésemos resuelto el acceso al “plateau”.

Tras una noche de ventisca y dado que llevábamos casi una semana en el Campamento II, con todos los efectos psíquicos y físicos que de esa larga estancia se derivan, decidimos tomarnos unos días de descanso en el Campamento Base antes de lanzar un último intento a nuestro objetivo.

El día 11, sherpas y miembros de la expedición bajamos directamente del Campamento II al Campamento Base. Los más de 12 kilómetros de distancia y 1.100 metros de desnivel por el áspero y complejo terreno que empieza a sernos familiar, nos obliga a siete esforzadas horas de marcha.

 Explorando la cara norte de la arista sobre la almohada a unos 6.600 metros.

Hoy día 12 comenzamos nuestro breve período de recuperación, que calculamos en unos tres días. Dedicamos nuestro tiempo en la alimentación y aseo, mientras intentamos resolver los problemas con las comunicaciones: en nuestra ausencia “se ha estropeado” el trasformador de corriente con lo que tenemos importantes dificultades para recargar las baterías de nuestros equipos electrónicos. Por otro lado, dada las grandes distancias y los obstáculos orográficos entre los Campamentos las comunicaciones por radio son casi imposibles por lo que dependemos para comunicarnos de otros recursos tan dispares como las notas de papel o el teléfono satélite.