6 de Julio al 11 de Julio del 2008

La entrada caminando en San Cristóbal se siente por los miembros de la expedición con un sentimiento romántico como el que se asocia con lugares desconocidos pero familiares. Aquí todos nos sentimos cerca de casa: sus calles nos son familiares y sus gentes nos recuerdan el mestizaje colonial que dio a esta ciudad una diferencia notable con el resto de las ciudades mejicanas. El 28 de marzo de 1528, el capitán Diego de Mazariegos y sus hombres acompañados por indios de la zona entraron al Valle de Jovel con la intención de refundar Villa Real.

Un mes antes habían caído en la cuenta de que la ciudad que habían planeado tras cruzar la selva de Chiapas, la actual Chiapa de Corzo, estaba sujeta a grandes inundaciones y sus condiciones climatológicas no eran las mejores. En el Acta Fundacional de Villa Real se recoge cómo Diego de Mazariegos repartió las tierras a sus hombres más fieles y trazó las calles principales, la situación de la iglesia y el ayuntamiento, con un parecido asombroso al mapa de su ciudad natal. Mazariegos determinó que el antiguo Chiapa de Corzo sería el Ciudad Real de los indios y el actual San Cristóbal de las Casas sería el Ciudad Real de los españoles, de tal manera que los pueblos indígenas que ayudaron a Mazariegos se instalaron en este nuevo Ciudad Real y los grupos indígenas que lucharon contra él se instalaron en Chiapa de Corzo.

Tras muchos días de esterilla, saco de dormir, tormentas y mosquitos en abundancia, por fin pudimos dormir en camas y ducharnos sin utilizar el agua de la lluvia. Después de descansar en una cama, curiosamente varios miembros de la expedición se han sentido afectados por el mal del viajero, una continua visita al baño no precisamente para ducharse. Menos mal que nos ha sucedido aquí y no en la selva a la que partiremos la próxima madrugada. Imaginamos que Mazariegos y sus hombres pasarían por situaciones similares e incluso peores, debido al cambio de alimentación y a la mala calidad del agua.

San Cristóbal está rodeado por diversos pueblos indígenas que viven de manera cercana a la que encontraron los españoles. Entre estos pueblos están San Juan de Chamula y Zinacatán. Los Chamulas mezclaron la religión católica con las creencias prehispánicas,  y aún hoy mantienen prácticas y ritos ancestrales y chocantes para pedir, por ejemplo, la sanación de un enfermo. En tiempos de Mazariegos, los Chamulas se escondieron en los cerros evitando su conquista y evangelización y posteriormente se sublevaron contra los diversos gobiernos de la capital Ciudad Real en 1712, 1868 y 1994.

Zinacantán por su parte fue un mercado principal de intercambio comercial entre aztecas y mayas, posiblemente siendo de esta zona las llamativas y valiosas plumas de Quetzal que adornaban el penacho que Moctezuma regaló a Hernán Cortés. Zinacantán es un pueblo aseado, ordenado, y trabajador, y al parecer fueron aliados incondicionales de los españoles en Chiapas durante el periodo de conquista.

Al día siguiente, volvemos a la naturaleza ya repuestos y bien dormidos, aunque todavía acompañados del espíritu de Moctezuma. La reserva Chapul es nuestra introducción a la reserva de la biosfera Montes Azules dentro de la Selva Lacandona. Allí nos recibieron Patty Robles de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas y Julia Carabias de Natura Mexicana. Ambas nos explicaron las características de la zona y nos plantearon la posibilidad de hacer un poco de historia recorriendo el Río Lacantum.

Aceptamos a pesar de no tenerlo programado, incluso sabiendo que nos llevaría prácticamente dos jornadas y a pesar de la crecida impresionante del río producida por las intensas lluvias de estos últimos días que había elevado su nivel 4 metros y arrastraba todo lo que encontraba a lo largo de su caudaloso cauce, principalmente troncos, el mayor peligro para las lanchas. Estas dificultades volvieron a recordarnos las penurias que los españoles de aquella época vivieron y entendemos cómo hubo tantas bajas en su periplo chiapaneco.

Después de aproximadamente 6 horas navegando y asombrados con la fauna y flora local, entre la que destacan guacamayas, monos zaraguatos (aulladores) y cocodrilos, observamos a orillas del río cómo los indígenas han distribuido las  tierras entre familias y pudimos apreciar cómo la tala maderera ha provocado una importante deforestación. En mitad de la selva descubrimos las ruinas de la ciudad perdida de Yaxchilán (“templo entre selvas” y “ciudad junto al río”). Allí se pueden apreciar dos metrópolis y una plaza mayor.

Culminada  con éxito nuestra travesía por el río Lacantum, instalamos nuestro campamento en unas cabañas cercanas al río, llenas de cucarachas, mosquitos, tarántulas, y sintiendo la presencia cercana de  zaraguatos y jaguares

Nuestro descanso fue escaso, por decirlo de alguna manera, ya que entre la mosquitera, el calor, la humedad y nuestros amigos los mosquitos, junto con sus compañeros de selva, la noche resulto muy larga.

Por la mañana partimos en dirección a unas ruinas mayas llamadas Bonampak a menos de 50 Km. de Yaxchilán, cuyo significado es “ciudad de frescos”, lugar donde se conservan las  únicas imágenes pictóricas de la convivencia social maya.

Después de acampar dentro de la Reserva Natural de Palenque, sintiéndonos unos privilegiados por disfrutar de un entorno cuya historia se ha convertido en estandarte e imagen de México, conducidos por dos guardas muy amigables nos adentramos en la selva que rodea a estas ruinas, entre espesa vegetación y senderos que sólo ellos conocen, en busca del “templo Maya olvidado”. Sintiéndonos como pioneros en estas tierras a donde no llega el turismo y las visitas son escasas, descubrimos lugares que pocos ojos han observado; en cada montículo tupido de vegetación se adivinaban construcciones y templos mayas, hasta las ruinas de Pakal II, un majestuoso palacio rodeado de selva que enamora y asusta por sus ruidos. A su lado descubrimos una maravilla de la naturaleza en forma de cascadas y arroyos que los mayas recondujeron para utilizar sus aguas dentro de la ciudad.

Nuestra ruta sigue. Cansados y machacados por los mosquitos, asombrados y llenos de emoción por el recorrido que tanto habíamos imaginado a partir de las escasas referencias de Mazariegos, continuamos nuestra aventura.