Domingo y Lunes, 10 y 11 de Enero de 2010 (Días de espera en Patriot Hills)

Los días en Patriot Hills son mezcla entre el sabor de la victoria, ya conseguida; y las ganas de volver a la civilización a degustar las comodidades de la vida diaria, como una ducha reparadora, dormir en una buena cama al abrigo de las tempestades, comer en un buen restaurante; y tantas cosas que uno no piensa en su vida normal, pero que a miles de kilómetros, en medio del desierto helado antártico, se echan de menos.

Supuestamente el Domingo 10 de Enero sería el día de nuestro regreso a Punta Arenas, con el avión ruso Ilyushin. Sin embargo, en la Antártida nada se da por hecho, las inclemencias meteorológicas están a la orden del día, y la paciencia debe formar parte de la mochila de los aventureros. Así que, el día 10 los hados no nos resultaron propicios. El Dios Eolo decidió levantarse de su dormilona y se puso a soplar de manera endiablada, barriendo con sus vientos el campamento. Por tanto, como la fuerza del viento era importante, se canceló el vuelo del Ilyushin para mejores momentos. Aún no sabemos si para el día 11 o cualquier otro día. La incertidumbre de la salida es así de caprichosa con nosotros. Vivimos en una alerta continua.

Nos levantamos justo a las 8 de la mañana, que es cuando sirven el desayuno en la tienda comedor. Allí, en la comodidad de la tienda compartimos un rato entre los compañeros del resto de expediciones, para acto seguido volver de nuevo al amparo de nuestra tienda. A falta de mayor distracción Pablo cae rendido ante el abrazo de Morfeo, mientras Juan aprovecha para leer el primer libro de la famosa saga Millenium, que ha podido encontrar en la librería de Patriot Hills. Las horas pasan y a las 13:00 volvemos de nuevo a la tienda comedor, donde disfrutamos del buen menú que nos preparan los cocineros de la base.

Cuando pensábamos en pasar una tarde más bien anodina, sin mucho que hacer, uno de los guías del campamento (Darren) nos propone hacer una ruta en esquís hasta un avión que se estrelló hace años en medio de la llanura antártica, a unos 9 Km de Patriot Hills. Al principio nos da un poco de pereza, mas teniendo en cuenta la fuerza del viento que soplaba en ese instante, pero como no sabemos estarnos quietos, decidimos emprender la ruta. Iremos junto con los checos Pavel y Rudy, además del guía Darren. Pablo ya está acostumbrado a esquiar, pero Juan será la primera vez que haga una ruta en esquís. ¡Todo un nuevo reto!

Nos equipamos adecuadamente ante el fuerte viento, con comida, bebida y con muchas ganas, y bajo el archipresente sol antártico iniciamos la marcha. Las sensaciones son increíbles, con la vastedad de la blanca llanura rodeándonos. Avanzábamos rumbo hacia el infinito, sin puntos de referencia, sólo divisando el blanco eterno de la nieve que se funde con el horizonte junto al cielo azul. A nuestras espaldas, el fuerte viento nos empujaba furiosamente, y aprovechábamos su fuerza para hacer más cómoda la marcha. Cada uno progresábamos a nuestro ritmo, a veces en grupo, otras en solitario. Los pensamientos se agolpaban en nuestras inquietas mentes. Podíamos imaginarnos las grandes aventuras, tanto antiguas, como modernas, donde grandes personajes han luchado por alcanzar el polo sur. La perseverancia, empuje, y fortaleza mental que implica semejante reto hace mella en nosotros. Quizás algún día el reto de alcanzar el polo sur sea una nueva aventura que se haga realidad. De momento el soplo helado de la Antártida se ha metido en nuestros cuerpos, el gusanillo de nuevas vivencias se ha plantado en nuestros corazones y algún día habrá que darle rienda suelta.

Avanzamos, metro a metro, deslizándoos sobre los esquís, hasta que por fin alcanzamos el objetivo de la marcha. A unos 9 Km de Patriot Hills, en medio del desierto helado, enterrado casi completamente, emerge la cola trasera de un avión DC6, que se estrelló hace unos años en semejante y desolado lugar. Esperábamos ver más restos, pero el paso del tiempo junto con la nieve azotada por el viento han acabado de enterrar casi completamente el avión.

Nos conformamos con lo que hay. La excusa del avión nos ha servido para adentrarnos durante un tiempo en la inmensidad blanca y sentir la vastedad de este continente y las muchas maravillas que alberga. A pesar de que uno diría que el terreno no alberga nada, ni plantas ni animales, que todo es blanco y llano. Sin embargo, al contrario, en eso radica su belleza, su magnetismo, su fuerza. Te atrapa sin saber cómo y admiras su brutal y salvaje paisaje.

Ahora nos quedaban 9 Km de vuelta con el viento dándonos de cara. Darren nos comenta que llamará a la moto de nieve y volvemos al campamento por medios mecánicos. Aceptamos de lo más gustoso, retomando los primeros kilómetros en esquís, hasta la llegada de la moto que nos transporta a Patriot Hills, surfeando entre la llanura antártica.

Llegamos sobre las 19:00. Aprovechamos para cenar inmediatamente en la tienda comedor. Pasamos el resto de la tarde entre amigos, charlando, escribiendo crónicas, leyendo, etc. Finalmente, volvemos a nuestra humilde morada en la tienda “oruga” donde caímos rendidos, esperando poder volar mañana de regreso.

El día 11 de Enero la rutina se vuelve a imponer al igual que los días pasados. Estamos pendientes del tiempo y nos comunican que hoy, la fuerza del viento impedirá que el Ilyushin pueda volar. Se oyen rumores que mañana tendríamos alguna posibilidad, pero después se acerca una tormenta que impedirá durante 3 o 4 días salir de aquí. Con las ganas que tenemos de volver, no nos imaginamos que será pasar una semana más en estos lares. ¡Nos aferramos a las posibilidades que tenemos! ¡Quizás esta noche, o mañana por la mañana!

El día pasa con relativa calma. Damos alguna vuelta por el campamento, comemos, volvemos a las tiendas, etc. La rutina empieza a hacer mella y estamos con la mente puesta en Punta Arenas. A las 19:00 la cena nos congrega a los expedicionarios en la tienda comedor. Alguna gente de la agencia ALE nos comenta que quizás haya alguna opción de volar esta noche, pero nada es oficial. Finalmente, sobre las 21:00 nos comunican que el Ilyushin volará hoy. ¡No cabemos en nuestro gozo!! El avión de carga ruso saldrá a las 22:00 de Punta Arenas y se estima que aterrice en el hielo de Patriot Hills sobre las 2:15 de la mañana.

Es contradictorio. Por un lado nos alegramos porque volveremos a la civilización, pero por otro lado sentimos un poco de pena. Serán nuestros últimos instantes en un continente mágico, que nos ha cautivado y cuyo aliento lo hemos captado con fuerza. Hacemos el equipaje, metiendo en el petate la mayoría de nuestro material, y dejando algunas cosas en la mochila. Aprovechamos las últimas horas para caminar por los alrededores. Nos acercamos hasta la pista de hielo, caminando con cuidado para no resbalar, como un ritual de despedida de este entorno tan fascinante. Volvemos al campamento, donde las horas pasan rápidas. Sobre las 2:00 vemos por fin el Ilyushin surcando el cielo, como un punto solitario que se va acercando. Desde la lejanía, pues nos impiden acercarnos más por seguridad, vemos como posa sus enormes ruedas en el reluciente hielo sin apenas esfuerzo. El piloto, un verdadero fuera de serie, tiene dominada la situación. El ruido es ensordecedor y vibran todos los alrededores. Por fin, el avión se detiene, gira y regresa al inicio de la pista donde se para definitivamente. Cual hormiguitas, salen de su panza, unos nuevos expedicionarios, que pisan por primera vez suelo antártico. Nos recuerdan a nosotros unos 14 días antes.

Pasan unas horas entre que cargan y descargan el avión. Nos dan vía libre y nos vamos acercando al metálico monstruo. Últimas fotos y vídeo, últimos momentos entre hielo antártico, hasta que subimos la escalera y las fauces del “bicho” nos tragan irremediablemente. Los motores rugen y sin apenas enterarnos estamos sobrevolando la Antártida. Volvemos a la civilización, dejando atrás unos nuevos sueños cumplidos, bellos, que ya forman parte del recuerdo, de nuevas aventuras que sobrepasamos, complicadas situaciones vividas, e increíbles momentos de esfuerzo compensado. Como la vida misma, hemos nacido, crecido y madurado en la Antártida. Un Continente que como una madre nos acogió en su seno, y sobre el que fuimos felices.

Juan y Pablo, preparados para la vuelta a la civilización.