Los Españoles en Camboya y Siam Blas Ruiz y Diego Belloso (1582-1594)

Cesáreo Fernández Duro

La península de Indochina está conformada por varios reinos a lo largo de los tiempos (Siam, Camboya, Birmania y Laos), que han sido los más estables y los que han perdurado hasta el presente. Pero también existieron los reinos de Lau Na, de Lawack y otros más, que desaparecieron antes de terminar el siglo XVI. A finales de este siglo XVI, el de la gran expansión ultramarina española, unos soldados españoles y portugueses vivieron una gran aventura en Camboya y Siam que generó dos expediciones desde Filipinas y estuvo a punto de culminar con la conquista del reino de Camboya por España.

Esta historia, todavía casi desconocida, fue publicada por primera vez por Cesáreo Fernández Duro en el número 35 del Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid (S.G.M), en el segundo semestre de 1893. Con la autorización de la Real Sociedad Geográfica, sucesora de la S.G.M., reproducimos este interesante artículo que resume los avatares de un grupo de españoles y portugueses por tierras de Indochina.

ESPAÑOLES EN CAMBOJA Y SIAM. CORRIENDO EL SIGLO XVI

En estos momentos en que la curiosidad pública recoge toda especie de noticias de Siam para juzgar las del conflicto con Francia, poco tiempo há conjurado, no parecerán ociosas aunque añejas sean, las de ciertos españoles que por su cuenta y riesgo influyeron en aquellos países al final del reinado de Felipe II, subiendo, como ahora los franceses, por el río Mekong.

Blas Ruíz de Hernán González es nombre oscuro que sólo por incidencia se encuentra en alguna crónica particular de las Islas Filipinas. Lo llevó un hombre valeroso cuyo nacimiento y naturaleza se desconocen; cuyos hechos se ignoran también, y sin embargo fueron tales, que brillara entre los héroes si la suerte le hubiera deparado época distinta, y teatro menos lejano que el de sus proezas. Dotado de ambición tan grande como su arrojo; de espíritu aventurero; de inteligencia superior; de noble patriotismo, contando por toda ayuda con la de sus manos , corrió los reinos orientales de Siam, Camboja y Tonquin; sostuvo guerras, conquistó provincias, dispuso á su antojo de los Príncipes indígenas, concibiendo el proyecto de someterlos al de España. Sin tanto esfuerzo pasaron á la posteridad soldados conocidos de Ercilla y de Camoens; Blas Ruíz no tuvo cantor ni cronista, salvo algún fraile de las misiones de Asia que consignó su memoria en los anales privados del convento. Es de suponer que fue como tantos otros á las Molucas ó Filipinas desde Nueva España, en busca de la fortuna. Tal vez la persiguió primero por las Indias occidentales, adquiriendo los conocimientos y la experiencia marinera que más tarde habían de serle de tanta utilidad. Sea como quiera, se halla primera noticia suya el año de 1595 como presente en Chordemuco, capital de Camboja, al lado del rey Prauncar Langara, en guerra á la sazón con su vecino el de Siam. Este se presentó de improviso con numeroso ejército; invadió el país, y en poco tiempo lo señoreó, tomando la casa y tesoros de Prauncar, que se consideró dichoso escapando con la familia al reino de Laos. Los extranjeros de su corte, á saber: el castellano Blas Ruíz y los portugueses Diego Belloso, Pantaleón Carnero y Antonio Machado, cayeron prisioneros, y elegido Belloso para acompañar por tierra á los vencedores en el regreso á Siam, los otros tres fueron embarcados en un junco de guerra tripulado por chinos y siameses, con destino á la ciudad de Odia, adonde iba lo más rico del botín cogido.

Conociendo la rapacidad de los chinos les insinuó Ruíz el buen negocio que podrían hacer alzándose con el buque y llevándolo á cualquier puerto del imperio celeste; insistió secretamente en la tentación dando traza y seguridad del resultado si á él y á sus dos compañeros soltaban las prisiones; en una palabra, fueron atacados de noche y por sorpresa los siameses, sucumbiendo los más, y como al distribuir la presa estuvieran advertidos los chinos de que tanto mayor sería la parte cuantos menos se la repartieran, vinieron á las manos unos con otros con tanta saña, que muertos los más, llegaron á hacerse dueños de la embarcación los tres españoles, como desde un principio habían pensado, y alcanzando sin otro accidente el puerto de Manila, al mando de Blas Ruíz, les fue adjudicada por buena la presa.

El rey de Siam juzgó por la tardanza del junco que algo siniestro debía de haberle ocurrido, y como la riqueza que llevaba valía la pena de tomar informes de su suerte, envió á reconocer la costa, buscando al efecto persona conocedora de los mares inmediatos. Esta ocasión aprovechó el prisionero Diego Belloso haciendo valer su pericia marinera, indicando que en Manila sería fácil conocer el paradero de la embarcación, y ofreciendo su valimiento en provecho del rey, pues que de paso se comprometía á establecer relaciones de amistad y comercio con los españoles y proporcionar á la corte curiosidades de Europa, allí muy estimadas.

La proposición pareció muy bien al rey, no habiendo en ella nada que no fuera aceptable si con el mensajero iba un mandarín de confianza que vigilara su proceder. Dispuso, por consecuencia, otra nave en que se embarcaron dos elefantes, como presente destinado al gobernador de las islas Filipinas, mucho marfil y otros efectos ricos del país para cambio de los de Europa, y el mencionado mandarín con instrucciones privadas. Por desgracia obligaron al junco los malos tiempos á tocar en Malaca, donde se sabía lo ocurrido al primero, así que el jefe siamés no se mostró deseoso de continuar el viaje. Al contrario, no obstante las excitaciones y protestas de Belloso, empezó á desembarcar los efectos, con intención de venderlos y dar vuelta inmediata a Siam, lo que hubiera hecho á no amanecer muerto en la cama, habiendose acostado bueno y sano. Belloso, dueño desde el momento del bajel, reembarcó las mercancias y llegó á Manila felizmente.

Por estas circunstancias volvieron á encontrarse Blas Ruíz y Diego Belloso, compañeros y émulos toda su vida. De acuerdo para inclinar el ánimo del gobernador accidental D. Luis Dasmariñas á disponer una expedición que favoreciera en Camboja al rey destronado Langara, pintando muy fácil la restauración, de que no podría esperarse menos de un buen puerto de escala, cuya posesión serviría de base de operaciones á la conveniencia de España en lo futuro, acudieron á la influencia de la orden de Santo Domingo, consiguiendo, en efecto, por su medio, el armamento de una escuadrilla, contra la opinión de las personas sensatas de la capital, inclusos los capitanes de guerra y la Audiencia.

Estuvo á punto la expedición á principios del año de 1596, componiéndola tres buques: uno de mediano porte, al mando del capitán y sargento mayor D. Juan Juarez Gallinato, jefe superior, y dos menores mandados por Ruíz y Belloso, llevando entre todos 120 españoles, algunos japoneses cristianos y pocos indios filipinos.

Separados los bajeles en un temporal, el de Gallinato, en que iba la mayor parte de los españoles, arribó al estrecho de Singapore, donde se detuvo muchos días: el de Blas Ruíz primero, después el de Belloso, alcanzaron con muchos trabajos la costa de Camboja y subieron por el río Mecon ó Mekong hasta la ciudad de Chordemuco. Allí supieron que los mandarines, alzados contra los invasores siameses, los habían arrojado del país y estaban bajo la férula de uno de ellos, hábil para hacerse proclamar rey sin consentimiento de los otros.

No podían soñar coyuntura mejor los expedicionarios, hallando el reino dividido en tantas facciones como mandarines pospuestos tenía, en guerra interior y exterior á la vez, revuelto y enconado. Empezando por anunciar á Anacaparan (que así se llamaba el rey intruso), la próxima llegada de Gallinato con fuerzas formidables, procuraron con ahinco unir contra él á los descontentos, á reserva del mejor derecho de cada cual á suplantarle, propósitos que no se ocultaron al astuto usurpador, por más que contemporizara por de pronto con los extranjeros, temiendo que interceptaran seis buques chinos que tenía en el río con valioso cargamento, aunque á precaución había reforzado su guarda y marchado á la ciudad de Sistor, distante 27 millas del puerto.

Sea porque los chinos se insolentaran, como los españoles dijeron, ó porque estos no sufrieran con paciencia la inacción, no tardaron en hacer una sonada, tomando al abordaje los seis bajeles chinos, con muerte de mucha gente, alborotando á toda la población de la misma naturaleza, que era muy numerosa, y en la que principalmente se apoyaba Anacaparan. Arrepintiéndose, por consiguiente, de una victoria que les colocaba en situación gravísima á no llegar de seguida Gallinato ó encontrar medio de apaciguar la cólera del rey.

Blas Ruíz y Diego Belloso, en consulta con el dominico Fray Alonso Jiménez, decidieron como lo más prudente subir los tres por el río, con escolta de 50 hombres; pedir audiencia á Anacaparan y darle cumplida satisfacción de la refriega, ocurrida por agresión de los chinos, mas apenas desembarcaron de los botes, los rodeó la multitud armada, negándose sus jefes á escuchar razones y amenazándoles con la muerte si inmediatamente no devolvían los buques chinos con el contenido.

Desesperada fuera la situación de aquel puñado de hombres á no ser los caudillos de los que aman el peligro. Lejos de desmayar se mantuvieron en actitud espectante mientras duró el día: en la obscuridad buscaron sitio á propósito para atravesar un brazo del río que los separaba de la ciudad: entraron sin ser esperados ni sentidos; pusieron fuego al palacio y á los almacenes; sembraron el espanto entre los pobladores, haciendo una matanza horrible, que duró hasta muy entrado el día siguiente y en la que pereció el mismo rey; mas no por el éxito de tan audaz empresa se hicieron la ilusión de volver sin riesgo á las embarcaciones, al emprender la retirada con mucho orden y cuidado. Por rápida que fuera su marcha, cansados como estaban y faltos de conocimiento del terreno, dieron tiempo á que el enemigo se reuniera y los atacara por la espalda, si bien fue para sufrir nueva derrota, con no escasa pérdida. Los españoles, maravilloso parece, no tuvieron un solo muerto y volvieron á sus buques á Chordemuco.

Llegó en esto Gallinato, colmando de alegría su vista á los vencedores. Contáronle lo ocurrido explicando el cambio que en la situación del país iba á producir la muerte del usurpador, toda vez que, animados los mandarines, levantarían la bandera de Langara, el rey legítimo, y en efecto, muchos cambojanos de suposición vinieron á visitar la escuadra, refiriendo pormenores de la muerte de Anacaparan y confirmando el juicio de Ruíz y Belloso. No obstante, Gallinato no quiso dar crédito á nada de lo que se decía, ni menos seguir el consejo de empezar la campaña; al contrario, censuró agriamente el proceder de sus subordinados por no haber esperado su llegada; tomó para sí, como en castigo, todo el botín que se había hecho á los chinos y cambojanos, y sin más, dispuso dar la vela para Manila.

Por más que la determinación echara por tierra los planes de nuestros dos aventureros, no admitiendo réplica, ni siendo Gallinato hombre que admitiera reflexiones , no se desanimaron ni desistieron, pensando si algún rodeo les conduciría al fin cuyo camino directo se cerraba, y con idea de ir por tierra á Laos, donde residía el rey destronado de Camboja, propusieron al jefe de la escuadrilla, porque no fuera del todo estéril la expedición, hacer escala en la costa de Cochinchina para reclamar la galera en que fue asesinado el gobernador anterior de Filipinas Gómez Pérez Dasmariñas, refugiada en aquel reino, ó por lo menos el estandarte y la artillería.

Accedió Gallinato, no hallando pretexto con que negarse á tan razonable demanda, si bien pensando utilizar en su provecho la terquedad de sus subordinados, porque el viaje al interior, que autorizó también, le desembarazaba de dos personas cuyo testimonio, al regresar á Manila, podría dar á su alejamiento de Camboja aspecto muy distinto del que se proponía pintar.

Poco importa á la presente relación lo acaecido á la escuadrilla después de dejarla los dos camaradas: baste saber que no sólo no consiguió los efectos reclamados, que guardaba el rey de Cochinchina, sino que fue sorprendida por fuerzas muy superiores del país y hubo de retirarse defendiéndose bizarramente.

Blas Ruíz y Diego Belloso, obtenido permiso y auxilio del rey de Sinna para atravesar sus Estados, emprendieron solos el viaje, llegando sin obstáculo á la ciudad de Alanchan, capital de Laos, cuyo soberano los recibió muy bien, pero con tristes nuevas. Prauncar Langara y sus dos hijos mayores habían fallecido, quedando de su familia el joven Prauncar, bajo la tutela de su abuela, madrastra y tías, que formaban Consejo de Regencia. Lo que hablaron para persuadir á las mujeres á marchar sin dilación, no es decible, estrellándose su persuasivo razonamiento en el recelo de las mujeres, que estimaban más seguro el refugio de Laos que la perspectiva de una campaña empezada con ejército compuesto de dos hombres, hasta que la llegada del mandarín Acuña Chu con 10 paraos bien artillados y la seguridad que daba de estar el reino más dividido desde la muerte de Anacaparan, resistiendo a Chupinanon, su hijo, que pretendía sucederle, reforzó los argumentos de los españoles, acabando su energía por vencer a la vacilación. Belloso y Ruíz emprendieron por fin el viaje á Camboja con la familia real, siendo recibidos con entusiasmo por sus partidarios, crecientes de día en día al atravesar las provincias, y que á poco atrajeron á Lacasamana y Cancona, jefes malayos musulmanes, árbitros de no escasa fuerza de artillería y elefantes.

Nombrados caudillos y directores de la guerra los dos iberos, la empezaron con estos elementos, procediendo con tacto político tan acertado como grande energía y desusada actividad en aquellas regiones. Dijérase que tenían sujeta á la fortuna y aliada á la victoria, observando de qué modo debelaban uno tras otro á los pretendientes y sometían las provincias rebeladas. En breve espacio de tiempo acabaron con la resistencia haciendo aclamar al rey legítimo Prauncar.

La regencia mujeril significó agradecimiento á los restauradores nombrándoles Grandes Chofas, dando á cada cual una provincia en feudo, con otras mercedes y distinciones honoríficas, aunque no tantas como se les había ofrecido en el asilo de Laos, ya porque en Camboja, como en otras partes, exista diferencia entre el dicho y el hecho, ya porque Asia no sea excepcional en el domicilio de las pasiones que por acá llamamos envidia y celos. Los jefes malayos, singularmente Lacasamana, no veían de buen talante la influencia de extranjeros de otra raza. Mientras duró la guerra guardaron encerrado su despecho, mas cuando el reino estuvo sosegado, dejaron conocer su mala voluntad, suscitándoles dificultades de toda especie, aun en la misma corte, ganando el corazón de la madrastra de Praucar.

Así las cosas, instigó Blas Ruíz al rey á sellar una carta dirigida al gobernador de Filipinas pidiendo el envío de misioneros, con promesa de completa seguridad para sus personas y las de los cristianos cambojanos. Con ella fué otra de aquel capitán fechada á 20 de Julio de 1598, relatando extensamente los sucesos del reino; guerras, conspiraciones, ejecuciones y asesinatos; tratando de la producción natural del suelo y refiriendo por último la rivalidad ambiciosa de los mandarines. A ser otro el proceder de Gallinato, estimaba que á tal fecha pertenecería á España, sino todo, lo más del reino, estando gobernadas por castellanos las provincias y teniendo en los puntos estratégicos castillos y fortalezas, al paso que la situación presente era difícil y exigía el envío de una expedición si no quería perderse todo lo adelantado.

Los asuntos iban efectivamente de mal en peor; un fraile que accidentalmente llegó con catorce españoles, aumentó por de pronto el prestigio de Ruíz, sin contrarrestar el de los malayos, que aprovechaban la proximidad de su país para engrosar continuamente las filas de sus servidores. Además alcanzaron del rey de Laos un ejército auxiliar de 5 ó 6.000 hombres y los jefes quisieron también intervenir el gobierno: la misma pretensión abrigaban ciertos japoneses, apoyados en los buques de guerra con que servían, y por remate armónico, habiendo llegado uno portugués que dejó en tierra cierto número de tripulación, se cansó Belloso del papel secundario que había hecho hasta entonces, queriendo anteponerse á Ruíz en el mando.

El rey, de carácter débil y tímido, se había abandonado sin reserva al vicio de la embriaguez desde que se vió en el trono, entregándose en manos de las mujeres, que celosas del español, tejían una madeja de intrigas de que con dificultad conseguía desenredarse. Se concibe que semejante conducta no fuera la más á propósito para sujetar los espíritus turbulentos y mal avenidos que rodeaban a la corte. Más de una vez vinieron los mandarines á las manos casi en presencia del desprestigiado soberano, alentándose al postre la insurrección vencida y volviendo á rebelarse á la vez varias provincias.

Blas Ruíz se alío con los japoneses en sostén de los intereses mutuos: pocos eran en número; no obstante, en las revueltas ó batallas formales en que tomaban parte, cuando el rey en sus apuros los solicitaba, el triunfo era seguro, manteniendo el prestigio y reputación del capitán, pero creciendo también en sin límites el odio de los demás partidos.

En ocasión de una de las marchas, no habiendo quedado en el cuartel más que los enfermos y heridos, lo atacaron las tropas de Laos y mataron al fraile con algunos otros españoles y japoneses. La venganza fué terrible: á falta de justicia del rey se la hicieron por si mismos: el malayo Ocuña Chu, que se había elevado á la primera dignidad y era quien con mayor empeño procuraba deshacerse de Ruíz; Cancona y otros de los principales mandarines fueron sucesivamente muertos, encerrándose tras esto en su cuartel sin querer continuar la guerra contra los rebeldes, que se envalentonaron y ganando una batalla famosa vinieron con el pretendiente Chupinanon á las puertas de la capital. Entonces fueron los ruegos, las promesas del rey, las lágrimas de las mujeres, tan altivas poco antes, no escatimadas para desenojar al ofendido: entonces pareció poco cuanto la corte poseía para atraer al hombre de hierro, al español, única esperanza en la fatal extremidad, y entonces Ruíz se hizo valer retardando la acción porque fuera más señalada, como lo fue, con la destrucción del indisciplinado ejército rebelde y el considerable botín que produjo.

En Manila hicieron escaso efecto las excitaciones de nuestro capitán; harto tenían que hacer por allí con los moros y los piratas, y no era terreno lo que hacía falta, al decir de los hombres de arraigo: además había pintado Gallinato las cosas á su modo, dando fuerza á los argumentos de los enemigos de aventuras. Con todo, Fray Alonso Jiménez, que como es dicho estuvo en la anterior expedición, tomó á su cargo la cruzada, abogando por otro armamento, y ya que no pudiera obtenerlo del Gobierno, estimuló á D. Luis Dasmariñas, que acababa de dejarlo, á acometer la empresa por su cuenta y riesgo, en servicio de Dios y de la patria. Pretexto para entrar en armas en el país no había de faltar: no falta nunca al más fuerte. Íbase á consolidar el trono de Prauncar con el favor de la Justicia y el Derecho; después, con su permiso, se pasaría al inmediato estado de Champan, de que podía tomarse posesión sin dificultad, toda vez que estaba usurpado y su reyezuelo insultaba á la cristiandad con una fortaleza en la costa, nido de embarcaciones que, sin distinguir de banderas, desbalijaban á las europeas empleadas en el comercio de China y Japón, cometiendo asesinatos y otros crímenes en la impunidad. Con estos antecedentes informaron los teólogos y jurisconsultos que la guerra y conquista de aquel país, cuya situación con respecto á los intereses de España, no era de menos importancia que la de Camboja, estaban justificadas. No faltan ejemplos en crédito de que por igual criterio se juzga en el presente siglo de las luces. D. Luis Dasmariñas obtuvo, por tanto, autorización de levantar gente voluntaria y emprender con su bolsillo las operaciones que tuviera por buenas: armó dos buques medianos y una galeota, embarcando 200 hombres, con abundancia de bastimentos, y se hizo á la mar el mismo año de 1598.

No cumple á mi objeto relatar las vicisitudes y desastres de los bajeles en su navegación borrascosa.

Únicamente la galeota mandada por el alférez Luis Ortiz, y llevando 25 españoles, llegó á Chordemuco, después de aguantar el temporal en las costas de Cagayan. Así y todo, pareció á Ruíz muy considerable el refuerzo que le llegaba, aunque con él no sumara su ejercito 100 hombres, y exacerbó á los enemigos, por cuanto anunciaba la próxima aparición de los otros dos buques. Dos meses después llegó, en efecto, una fragata despachada posteriormente con pertrechos y municiones destinada á los de Dasmariñas, conduciendo al capitán Juan Mendoza Gamboa y al dominico Fr. Juan Maldonado, hombre de mucha ilustración y amigo del jefe, pero los dos esperados naufragaron en China, según noticias aportadas por embarcaciones del país, que hubieran desanimado á los expedicionarios á no estar allí Blas Ruíz, ya reconciliado con Belloso y unidos á la tropa sus portugueses, asegurándole que nunca había dispuesto de fuerzas tan considerables, más que suficientes para tratar de igual á igual al rey.

Á éste presentó carta credencial del gobernador de Manila que no le costó mucho trabajo forjar á su gusto, añadiendo de propia parte ser llegado el tiempo de recibir la remuneración ofrecida á sus servicios, y fijándola en la concesión de ciertos terrenos donde construir una fortaleza. Irritó á lo sumo la osadía de la petición, ó imposición mejor dicho, á las mujeres del Consejo, y no menos al mahometano Ocuña Lacasamana. El rey, no sabiendo qué hacer, prometió de nuevo la demanda, dilatando la ejecución y convocando á conferencias interminables, sistema de la diplomacia oriental que obligaba á los jefes españoles á separarse del campo atrincherado á orillas del río. En su ausencia hubo más de una riña con los malayos, que de intento iban á provocarlos: empezaban por un individuo, pero solían hacerse generales, resultando muertos y heridos de cada parte y dando motivo después á nuevas estipulaciones y arreglos, consumo inútil de tiempo y preparación del complot que se fraguaba.

El alférez Luis de Villafañe, que solía mandar el campo mientras se hallaban en la ciudad Belloso y Ruíz, se exaltó en una de las riñas, en que fue gravemente herido su compañero Luis Ortiz, al extremo de olvidar las instrucciones recibidas y aun los consejos de la prudencia, sin los que entró á degüello y sacamano con los malayos. En vano Ruíz y Fray Juan Maldonado acudieron á remediar el conflicto; la ira de Lacasamana se sobrepuso al temor, y el mismo rey no consiguió hacerse oir. Las mujeres levantaron al pueblo en masa, lanzándolo sobre los extranjeros, y como no estuvieran reunidos ni con prevención del peligro, españoles, portugueses y japoneses fueron acorralados por la muchedumbre, y aunque la defensa fuera como es de suponer en tan aguerridos soldados, allí quedaron todos, á excepción de Juan de Mendoza, bien afortunado en dar la vela precipitadamente en el último trance y en escapar de los paraos que le persiguieron largo espacio.

Blas Ruíz de Hernán González y Diego Belloso terminaron juntos la serie de sobrehumanos hechos de su carrera: sucumbieron como habían vivido, haciendo prodigios de valor y teniendo enfrente miles de enemigos. Con ellos concluyó por entonces la ingerencia de España en aquellas regiones de Asia, si á España es de adjudicar la obra privativa y espontánea de estos sus hijos; y como si fueran sostén del reino de Camboja, con ellos cayó en la más espantosa anarquía y fraccionamiento, asesinado el rey por los que habían de disputarse sus despojos, que al fin tuvieron la misma desdichada suerte.