Juan de Cuellar: Filipinas (1786)

Marga Martínez

Bibliografía: “La expedición de Juan de Cuellar a Filipinas”
Real Jardín Botánico. 1997

En el siglo XVIII, el interés por la botánica y por el aprovechamiento comercial de las nuevas especies descubiertas en las remotas colonias del Pacífico, motivó importantes expediciones por todo el planeta. En España, Juan de Cuéllar y sus trabajos en Filipinas, es uno de los exponentes de estos viajes. Su expedición, sin embargo, estuvo marcada por el continuo desencuentro entre el desarrollo científico y el de la economía colonial dependiente del comercio de galeón.

El Paso del Noroeste y la Terra Australis eran dos de los grandes enigmas geográficos del siglo XVIII, una época que se caracterizó por la competencia colonizadora entre las potencias europeas y la necesidad de fijar las coordenadas de las nuevas islas que aparecían en el océano. Esta necesidad venía animada por la rivalidad entre reyes europeos, que en sus expediciones buscaban nuevos mercados y nuevas rutas que fuesen seguras para la expansión colonial. Esto ayudó a la creación de una cartografía moderna y a la investigación científica de nuevas especies. El proceso ilustrado va unido a figuras de grandes marinos como Cook, Vancouver, La Pérouse, Bering o Malaspina en España, cuya expedición es comparable a las todopoderosas de Francia e Inglaterra.

En España, la muerte de Carlos II supuso la llegada de los borbones y con ello la apertura a las nuevas ideas de la Ilustración. El cambio dinástico español en el siglo XVIII trajo consigo la introducción del modelo francés de Estado en el que aparecía una nueva manera de entender el conocimiento científico y la educación profesional, a favor de las ciencias positivas. El conocimiento científico se convirtió en la herramienta empleada por los ilustrados españoles en la reforma del Estado, pero también en poder, en un camino para la promoción y ascenso social. El rey se apoyaba en esta nueva clase, en la burguesía, para centralizar el poder a cambio de reformas económicas en detrimento de nobleza y clero y a favor de la burguesía que accede a altos cargos en España y América.

La Corona facilitó la entrada de nuevas disciplinas en España, mediante la reforma ilustrada, es decir, centralización, militarización, creación de instituciones de nuevo cuño, etc, aunque realmente se trataba más de una actitud política que científica: importaba más el uso de la ciencia que ésta en si misma.

En lo que se refiere a las relaciones comerciales con las colonias, había posturas encontradas entre quienes seguían defendiendo el tráfico de metales preciosos frente a las nuevas ideas de quienes sostenían que la riqueza de las naciones se basa en la agricultura, industria y comercio. Defensores de esta nueva visión fueron los economistas Jerónimo de Ustárriz, Bernardo de Ulloa y José del Campillo y su “Nuevo sistema de Gobierno Económico para la América”. Fue Pedro Rodríguez Campomanes quien se ocupó de regular el comercio mediante el control de puertos y mercancías. Estas dos posturas siguieron enfrentándose en la España del XVIII, cuya situación se agravó tras la firma del Tratado de París en 1763, por el que se reconocía, en la práctica, la superioridad inglesa en las rutas oceánicas.

Estas medidas liberalizadoras que se aplicaron en las colonias americanas tuvieron, sin embargo, un desarrollo mucho más lento en Filipinas, donde había muy pocos españoles, y casi todos concentrados en Manila, que subsistían básicamente del comercio del galeón que les unía a España y a América. Es en la segunda mitad del siglo XVIII cuando aparece una serie de proyectos que buscaban la producción agrícola de artículos como las especias. Son de destacar los cultivos de canela en la plantación de Calavang, propiedad de Francisco Xavier Salgado, y las esperanzas puestas por España en poder competir y desbancar a la canela de Ceilán y Molucas que cultivaban los holandeses. Sin embargo, la canela filipina nunca logró alcanzar la calidad de la que comerciaban los holandeses.

En 1765, el fiscal de la audiencia de Manila, Francisco Leandro de Viana, publicó el tratado “Demostración del mísero deplorable estado de las islas Filipinas” con el objetivo de lograr que las islas dejasen de ser gravosas y se convirtiesen en fuente de riqueza. Para ello planteba la creación de una compañía de comercio, de capital español, y que realizase sus viajes por el Cabo de Buena Esperanza, lo que reducía a la mitad la duración del viaje, ya que desde el Tratado de Límites en 1750, las cosas cambiaron para España, que, hasta entonces, había tenido vedado el paso por esa vía.

LA REAL COMPAÑÍA DE FILIPINAS

En el siglo XVIII el comercio del archipiélago filipino estaba limitado a simple intermediario entre los mercados asiáticos y el Nuevo Mundo a través de la nao de Acapulco. Sin embargo, en 1781 nace la Sociedad Económica de Amigos del País de Manila, promovida por el gobernador general de Filipinas, José Vasco y Vargas y dirigida en su inicio por Ciriaco González de Carvajal y hasta el momento de su desaparición por Francisco Javier Moreno. Es entonces cuando se fijan por vez primera los objetivos de potenciación de la agricultura, industria y comercio filipino. En las actas de la Sociedad se exigía a sus miembros dar cuenta exacta de los progresos conseguidos en cada comisión, como las referentes a la cría de gusanos de seda, el comercio, el añil… y para incentivar el estudio se adjudicaban premios a las mejores producciones.

Los estudios que sobre la historia natural de Filipinas había hasta el momento eran los realizados por las primeras expediciones, como los de Antonio Pigaffeta de 1521 que participó en el viaje de Fernando Magallanes. Y aunque estos estudios se vieron continuados por religiosos hasta finales del siglo XVIII, en la Sociedad Económica de Amigos del País de Manila eran conscientes de que los recursos naturales de las islas eran tan abundantes como desconocidos, por lo que planteaban la necesidad de contar con personal cualificado que pudiera identificar y determinar la utilidad del medio natural. Lamentablemente nunca se contó con un respaldo institucional adecuado, por lo que la Sociedad Económica, a pesar de sus esperanzadores proyectos, no tuvo grandes resultados. Nos encontramos en un momento en el que preocupaba más el reparto de los fondos de la nao que el conseguir los objetivos planteados por la Sociedad, por lo que sus miembros pronto dejaron de acudir a las Juntas. El monopolio de la nao favorecía la especulación y el poder latifundista de tal modo que las diferencias sociales cada vez eran más grandes y la corrupción una práctica institucionalizada. Así pues, los estudios sobre la Historia Natural iniciados por la Sociedad se vieron tristemente frustrados

En 1785 nace una nueva iniciativa, la Real Compañía de Filipinas, cuyo objetivo vuelve a ser el de enlazar el comercio asiático con el americano. Se buscaba obtener de las islas productos como cauris, arroz, azúcar, tabaco, cera y maderas preciosas con los que poder comerciar. Como compensación se buscaría fomentar el cultivo de azúcar y especias así como dar anticipos a agricultores, fabricantes y comerciantes y establecer la construcción de buques y maquinaria avanzada para la industria textil algodonera. Desde el momento de su fundación se acordó nombrar a Juan de Cuéllar como Botánico Real para dirigir y fomentar los cultivos de plantas de rendimiento económico. La Compañía se centró en las plantaciones de morera, para incrementar la producción de seda y desbancar la hegemonía china en el comercio de la seda. También se buscó la mejora de la canela filipina, intentando eliminar la mucosidad que degradaba su valor ante las excelencias de la canela de Ceilán cultivada por los holandeses.

La Real Compañía de Filipinas llegó incluso a registrar entre sus medidas la de dedicar el cuatro por ciento de sus ganancias a la mejora de las producciones isleñas, sin embargo, de nuevo la competencia con la nao, las distintas guerras y cambios monárquicos en España con el consiguiente abandono institucional, llevaron este segundo intento de desarrollo colonial al fracaso. No obstante hay que reconocer el logro de Juan de Cuéllar de dar a conocer en la península la historia natural de las Filipinas.

JUAN DE CUÉLLAR Y SU TRAYECTORIA EN ESPAÑA

La antropóloga Mª Belén Bañas Llanos, estudiosa de la figura de Cuéllar, sitúa el origen de Juan José Ruperto de Cuéllar y Villanueba en el Real Sitio de Aranjuez, vinculado a una familia dedicada al cuidado y cultivo de los jardines reales hasta principios del siglo XVIII. El futuro botánico dio sus primeros pasos en la botica que sus padres regentaban en Aranjuez, pero lamentablemente su padre murió al poco tiempo y su madre contrajo segundas nupcias con Manuel Ordóñez, a quien el rey había nombrado regente de la botica. Poco más se conoce de la infancia y juventud de Juan de Cuéllar, quien, al morir su madre en 1760, se traslada a Madrid tras vender unos olivares que le habían correspondido en herencia y cobrar la parte económica que le correspondía compartir con sus dos hermanos menores, a cargo del tutor Manuel Ordóñez.

En el mes de diciembre de 1760 adquiere una botica en la calle de Atocha de Madrid y solicita su ingreso en el Real Colegio de Boticarios donde fue admitido con el número cien, el día 12 de diciembre. Dos años más tarde contrae matrimonio con una madrileña del barrio de Maravillas, María Rafaela Álvarez, que contaba con una dote que doblaba la del boticario. Su vida transcurría entre su botica y la asistencia a las juntas generales celebradas una vez al mes en el Real Colegio de Boticarios de la calle del Barquillo, donde se refugió tras la muerte de su esposa en 1769, y donde desempeñó cargos de responsabilidad, como secretario primero en dos ocasiones, procurador general, fiscal y secretario segundo. Su carrera profesional ganaba en prestigio cuando en 1781 Casimiro Gómez Ortega, primer catedrático del Real Jardín Botánico, es elegido director del Real Colegio de Boticarios y como secretario primero es elegido Cuéllar, que finalmente tiene que abandonar el Real Colegio ya que su botica no producía beneficios, y le conducía a la ruina.

De 1783 a 1784 Juan de Cuéllar asiste a las clases que se impartían en el Real Jardín Botánico donde los boticarios podían adquirir una formación científica y exigir los títulos expedidos por el Real Protomedicato. Tras su formación, el 17 de diciembre de 1784 envía una carta a Cristóbal Nieto de Piña, vicepresidente de la Real Sociedad Médica de Sevilla, en la que le comunica que está realizando un herbario por encargo según el sistema de Linneo; de este modo pedía la recomendación de Nieto de Piña para la plaza de botánico que estaba vacante en Sevilla y que también fue solicitada por Pedro Abat de Barcelona. La Real Sociedad Médica de Sevilla, con fecha de 2 de mayo de 1785, y tras los trámites realizados con la Sociedad de Barcelona y el Real Jardín de Madrid para encontrar a la persona más adecuada, procede al nombramiento de Juan de Cuéllar; sin embargo la toma de posesión de la cátedra tuvo que aplazarse porque en esa fecha fue designado como Real Comisionado en Cádiz.

El 21 de febrero de 1785 arribaba en el puerto de Cádiz el navío “El Peruano” que había llevado “La expedición al Virreinato de Perú” realizada en Perú y Chile por Hipólito Ruiz y José Pavón y que tenía como comisionado francés a Joseph Dombey. La misión que se encomendó a Cuéllar consistía en un registro fronterizo, en la separación del material que el francés traía duplicado para entregarlo en la Casa de la Contratación de Cádiz. Nada más llegar, Cuéllar mostró su diligencia al contactar al día siguiente, con Dombey, que ya llevaba cuatro meses en Cádiz y había estado maniobrando para no abrir en España los cajones que traía, sino en Francia. Estuvieron trabajando durante algo más de dos meses aprovechando todas las horas de luz del día, ya que además el francés no facilitó el trabajo puesto que ante la petición de Cuéllar de los diarios y de los índices de la mercancía que traía para realizar la separación, Dombey contestó que le era imposible puesto que al arribar a puerto lo remitió a Francia y de este modo, dar cuenta de su llegada.

El 17 de agosto de 1785 el trabajo de Cuéllar finalizó con resultado muy satisfactorio dejando los cajones resultantes de la separación, bien numerados, cerrados y clavados en la Casa de la Contratación. Dice Mª Belén Bañas en su obra sobre Cuéllar que tal vez por esta eficacia científica “Ruiz y Pavón le dedicaron el género “Cuellaria” en su Flora Peruviana et Chilensis, tomo I, página 59”.

BOTÁNICO REAL “SIN SUELDO” DE LA REAL COMPAÑÍA DE FILIPINAS

A primeros de enero de 1786 el “Águila Imperial” zarpaba del puerto de Cádiz siguiendo la vía del cabo de Buena Esperanza y con destino al manileño puerto de Cavite. En él viajaba el naturalista de la Real Compañía de Filipinas, Juan de Cuéllar, con su segunda mujer, María Borbón, y con el objetivo de fomentar el progreso económico de Filipinas. El 9 de agosto de 1786, y tras ocho meses de navegación, llegaron a su destino.

Cuéllar había abandonado su cátedra de Sevilla al ser propuesto como botánico para la Compañía de Filipinas y realizar una comisión en la que pedía el mismo nivel científico que el de “La expedición al Virreinato de Perú”, para lo que solicitó el título de “botánico real” que el rey concedió, pero con la particularidad de nombrarle “botánico real sin sueldo”.

A su llegada a Filipinas, Juan de Cuéllar se encuentra con la hostilidad de los lugareños puesto que, como ya hemos dicho, su mayor interés residía en el tráfico de galeón con Acapulco y desconfiaban de las actuaciones de la Compañía de Filipinas que pretendía el fin del monopolio del comercio de galeón y un desarrollo económico de las islas para que no fuesen gravosas a España. Sus primeras actuaciones giraron en torno al estudio de la situación en ese momento y del trabajo con los cultivos con los que ya se había ensayado. Preocupado por el entendimiento con los naturales de Filipinas, entre sus primeras adquisiciones destacan dos vocabularios, uno de lengua tagala y otro de visaya, así como de un volumen con preguntas en tagalo.

En su primera peregrinación a la provincia de la Laguna de Bay, entre noviembre y diciembre de 1786, y a pesar del terreno impracticable por las abundantes lluvias, se mostró impresionado ante la exuberante vegetación y pidió que facilitasen terrenos a los nativos para fomentar el comercio interior, lo que redundaría en beneficio no sólo de las islas, sino de la propia Compañía. España compraría los productos de los naturales y fomentaría la prosperidad en las islas; pero su solicitud nunca obtuvo respuesta.

A principios de 1787 inició una expedición para el reconocimiento de los montes de la Laguna de Bay, al Sur de Manila, pero los ladrones cometían todo tipo de atropellos y decidió ir a la provincia de Batán, donde se encontró que también allí habían matado a trece españoles, así que de nuevo cambió su destino hacia la Pampanga, cercana a la capital, pero las mismas amenazas abortaron la expedición. Finalmente decidió trabajar en los alrededores de la capital.

A causa de un reumatismo provocado por su falta de aclimatación a las lluvias, estuvo tres meses en cama, pero ante la salida de la fragata “Astrea” el 29 de noviembre de 1787, comandada por Alejandro Malaspina, hace un envío de varios cajones con resinas, semillas y producciones naturales de las islas. Poco después, en enero de 1788 hace otro envío, esta vez a cargo de su ayudante Martín Eguiluz. El trabajo de Cuéllar era intenso y además organizó un laboratorio de química y un estudio para que trabajaran los dibujantes, estudios de los que obtenía notables resultados.

Tras dos años en Filipinas, en agosto de 1788 pide un aumento de sueldo para poder mantenerse con decencia en Filipinas. El Gobierno pretendía que Cuéllar cumpliera las comisiones encomendadas a cargo de la Compañía, pero los objetivos de ésta no eran los mismos, así que a pesar de que la Corte estaba muy satisfecha con el trabajo que Cuéllar venía realizando, así como con las láminas de plantas y animales, la Real Compañía de Filipinas respondió a su solicitud diciendo que no se habían obtenido resultados ni utilidad en sus labores por lo que no se planteaba una compensación económica. No debió ser un buen momento para Cuéllar, puesto que ese mismo año fallece su segunda esposa, María Borbón, y en sus cartas queda patente su deseo de volver a España.

Por una Real Orden, y con representantes del gobernador y de la Real Compañía, Cuéllar emprende viaje hacia la hacienda de Calavang, propiedad de Francisco Xavier Salgado, en la provincia de la Laguna de Bay. Se había encargado un corte de canela porque en Madrid se especulaba que un anterior envío de canela, realizado por Salgado podría no pertenecer a su hacienda, sino que podría proceder de Ceilán. Así que tuvieron mucho cuidado en embalar canela cultivada por medio de incisiones o sangrías y otras muestras cultivadas sin haberles practicado incisiones. También se incluyeron envíos de nuez moscada y café.

En España surgían expectativas que hacían pensar que con el trabajo del naturalista en la mejora y perfeccionamiento del cultivo de la canela, podrían competir con la que los holandeses obtenían en Ceilán y Batavia. Los trabajos iban encaminados a quitar la “mordacidad, astringencia y viscosidad” de la canela filipina. Cuando, el 2 de agosto de 1789, estas muestras llegaron a España obtuvieron tan buenas impresiones que consideraron era la mejor canela que se había enviado desde Filipinas y con una calidad muy parecida a la de Ceilán. Sin embargo, desde la Real Botica indicaron que tenía mucha sustancia mucilaginosa que habían de eliminar transplantando los árboles y mediante la práctica de incisiones.

Cuéllar, que ignoraba la repercusión de su primer envío de canela, continuaba con su tarea investigadora en torno a la flora natural de las islas. De este modo inició viaje con su dibujante hacia la provincia de Batán, tras el fracaso del primer intento. Impresionado por la riqueza de la vegetación y minerales, recogía muestras y anotaba las aplicaciones y utilidades que les daban los nativos.

Como consecuencia del éxito del primer envío de canela, a petición real, se solicitó un segundo envío y se ordenó fomentar el cultivo de la canela filipina. Así, se procedió a realizar un nuevo corte en los canelos de Salgado y cuando los representantes del gobernador y de la Real Compañía vieron los progresos y cambios que la hacienda de Calavang había sufrido debido al trabajo y estudio de Cuéllar, quedaron impresionados: en la hacienda también se cultivaba nuez moscada, café y otros frutos. Sin embargo, este envío no obtuvo la aprobación del primero y la Real Botica dictaminó que la especie no había recibido ninguna mejora en el cultivo que se le había procurado y carecía de los aceites y aromas característicos. Quedaba patente el fracaso del método empleado de sangrías y cortes en los canelos, que, por otra parte, era lo que la Real Botica había recomendado. No obstante y a pesar de estos resultados, Carlos IV mantuvo la orden de mantener el fomento del cultivo de la canela para poder mejorar su calidad.

ANHELOS DE UNA GRAN EXPEDICIÓN

Tras cuatro años en Filipinas y dos comisiones a sus espaldas, Cuéllar volvió a intentar conseguir remuneración por sus trabajos, aunque de modo más modesto puesto que en esta ocasión solicitó la mitad del sueldo de un botánico real. Los procedimientos en Madrid fueron los mismos que con su anterior petición: tras consultar con el Real Jardín, se traslada la petición a la Real Compañía de Filipinas que resuelve la situación diciendo que de los trabajos de Cuéllar, no se había conseguido ni siquiera lo que habían invertido. Y tras comunicar que, sin pretender rebajar el mérito científico de sus trabajos, no se concedía la retribución y se le instaba a tomar mayor interés en los asuntos de la Real Compañía.

Ante este panorama, Cuéllar se dirigió a la corte, a través de Floridablanca y Porlier, para que le encomendasen a una expedición de la altura de la del Virreinato de Perú.

Precisamente el 24 de marzo de 1792 llegan a Manila las corbetas “Descubierta” y “Atrevida” comandadas por Alejandro Malaspina ante quien Cuéllar no dudó en poner a su disposición todos los conocimientos que había ido consiguiendo en las islas, sobretodo lo referente a la historia natural. El 11 de abril Cuéllar salió con Antonio Pineda, botánico de la expedición y un dibujante, hacia la Laguna de Bay y la plantación de Calavang donde les mostró las plantas y canelos que allí cultivaba. Juan de Cuéllar volvió a Manila a la espera de reunirse de nuevo con los botánicos de la expedición y poder contrastar sus impresiones. Cuéllar estaba muy interesado, en que coincidieran con él en su interés de hacer excursiones botánicas por las islas y que así lo comunicaran a la península.

Pero la mala suerte parecía perseguirle puesto que en julio llegaba la noticia del fallecimiento de Antonio Pineda en Badoc, en la provincia de Illocos. Malaspina hizo construir en su honor una pirámide de piedra para colocar en el jardín de Malate.

El 11 de septiembre de 1792 Cuéllar remitió a Malaspina una serie de documentos para que los incluyera en sus informes. Poco después los botánicos de la expedición, Née y Haenke, fueron a la plantación de Calavang para observar las plantas de canela, café y otras especies; visitaron fuentes termales, el volcán Taal y recolectaron plantas para los herbarios de Cuéllar, quien seguía ofreciendo sus servicios para continuar informando sobre la historia natural de Filipinas cuando la expedición llegase a España.

Cuéllar estaba esperanzado en que los botánicos de la expedición de Malaspina recomendasen el fomento de la explotación de los cultivos de las islas, pero con el tiempo las cosas no fueron mejorando. La plantación de canela de la hacienda de Calavang necesitaba ayuda económica, Salgado, ya viejo, había invertido todo su dinero y los 600.000 ejemplares de canelo que había en la plantación necesitaban los cuidados necesarios para que pudiesen abastecer las necesidades previstas.

Ironías de la vida o casualidades de una realidad contradictoria, lo cierto es que mientras en Filipinas, Cuéllar no obtiene la respuesta deseada de la península para sus estudios y peticiones, en España se publica la “Descripción del árbol que produce la canela de Filipinas” de don Juan de Cuéllar.

Siete años después de la llegada del botánico a Filipinas y por Real Orden de 19 de junio de 1793, se aprobó la supresión de la Junta de Gobierno de la Real Compañía de Filipinas, dejando a cargo de la de Madrid su organización. Así pues, el 14 de marzo de 1794 el secretario de la Real Compañía de Filipinas en Madrid, envía la destitución, que Cuéllar recibe en junio de 1795. Se ofrecía a los empleados la posibilidad de volver a España o bien quedarse en Filipinas con un sueldo de 500 ducados que Cuéllar consideraba insuficiente para vivir con decencia. El botánico no quería abandonar Filipinas porque tal y como había recomendado el rey, había que favorecer las empresas útiles y, entre otras cosas, porque se había casado por tercera vez, en esta ocasión con una filipina de origen español, Gertrudis Blanco Bermúdez.

Tras su destitución fue nombrado comisionado para el alumbrado público en Manila y, más tarde, superintendente de las fábricas de tejidos de la provincia de Ilocos, un territorio del que fue nombrado “Alcalde Mayor”. Juan de Cuéllar permaneció en Filipinas hasta su muerte, a finales de 1801, a los 62 años, aproximadamente, y sin descendencia, quince años después de su llegada a las islas.

EL JARDÍN BOTÁNICO DE MANILA, UN SUEÑO INCUMPLIDO

El objetivo de Juan de Cuéllar desde que llegó a Filipinas y como buen botánico, era el de poder sembrar, criar y estudiar las plantas de las islas, así como descubrir nuevas especies y conocer su utilidad. Soñaba con la construcción de un Jardín Botánico a imagen de los de Europa y de los que se estaban empezando a construir en las colonias americanas.

Cuéllar había comprobado que las expediciones al interior de las islas eran complicadas porque sus regiones estaban dominadas por malhechores y pueblos que no permitían su acceso, como experimentó con sus tres expediciones frustradas a Laguna de Bay, Batán y Pampanga.

Otro de sus objetivos con la construcción del Jardín Botánico era que los naturales de las islas se aficionaran a observar y aprendieran las ventajas que la ciencia podría proporcionar a sus cultivos.

Entre las numerosas peticiones a España se encontraba la de la fundación del Jardín. Una vez más la Corona delegaba en la Real Compañía de Filipinas, en principio la más interesada en obtener resultados, pero que en la práctica sólo buscaba fines comerciales.

No se puede decir que supieran encontrar un desarrollo paralelo entre la divulgación de la investigación científica y la economía colonial. Unos intereses radicalmente dispares impidieron que cuajasen iniciativas como el anhelado Jardín Botánico. Aunque la Real Compañía compró los terrenos de Malate, en las afueras de Manila, los terrenos de una capellanía y que Cuéllar se hizo cargo de la hacienda de Calavang, además de adquirir, a cuenta de la Real Compañía otros terrenos en Tiaong, el botánico no obtuvo respuesta para su Jardín Botánico. Cansado de esperar, vio cómo estos terrenos se convertían en plantaciones comerciales, que nada tenían que ver con un centro de investigación.