Ferrocarril. El fin de las fronteras

Porfavor, oiga, ¿me da un billete de tren directo desde Londres a Rabat? No, no es una pregunta formulada por un pobre ignorante que necesita frecuentar la Sociedad Geográfica o pasarse una larga sesión cartográfica en la biblioteca de la Fundación de Ferrocarriles. Es simplemente una petición que cualquiera podrá realizar a finales del siglo que viene, cuando cuajen proyectos que hoy son factibles técnicamente y para los que se lleva tiempo trabajando, pero con unos problemas de financiación que sólo el tiempo podrá resolver.

Porque en el siglo XXI, una Unión Europea ya consolidada habrá visto cómo se construyen los 13 grandes proyectos ferroviarios aprobados por los jefes de Estado en la cumbre de Corfú (junio de 1994), con el fin de construir grandes redes transeuropeas y conexiones internacionales en alta velocidad. Ya estarán operativas, por tanto, las conexiones en alta velocidad entre Madrid y la frontera francesa a través de Barcelona y de Vitoria, consideradas de alta prioridad en estos momentos.

Estas nuevas y modernas conexiones se extenderán por toda Europa y, cuando se pueda hacer la preguntita de arriba, serán veteranas algunas infraestructuras como el Tren de Alta Velocidad PBKAL (París, Bruselas, Colonia-Amsterdam y Londres) o las que unirán con los principales países del Este, mientras el Túnel del Canal de la Mancha se aprestará a celebrar su primer centenario.

Por el sur, el ferrocarril del futuro también conducirá hasta Marruecos. De hecho, ya han finalizado los estudios técnicos para construir el túnel ferroviario bajo el Estrecho de Gibraltar (de 38,7 kilómetros de boca a boca, 27,7 de ellos bajo el mar), de modo que se prevé su inauguración para el año 2010, siempre y cuando se despejen los problemas económicos asociados a tan magna obra. Década más, década menos, esta obra permitirá llegar algún día del próximo siglo desde Londres hasta áfrica sin bajarse del tren: lo nunca visto y también lo nunca oído (“¿me da un billete de tren desde Londres a Rabat?”).

Otro tipo de fronteras también quedarán rebasadas, porque los obstáculos tecnológicos que ahora convierten el tránsito entre determinados países en un calvario por las diferentes normas y sistemas impuestos serán cosa del pasado. La interoperabilidad será una realidad, porque ya se trabaja para que sea así y conseguir que cada material móvil, cada infraestructura, cada señalización o electrificación sea compatible en todos los países europeos. Con el fin de los obstáculos técnicos entre fronteras, serán una realidad más palpable redes muy eficaces de transporte combinado.

Se podrá alegar ante esta avalancha tecnológica que el mundo avanza hacia una uniformidad que romperá el encanto del viaje. ¿Qué pasará con ese ferrocarril evocador de grandes aventuras y pasiones exóticas? ¿Qué libros narrarán ese contraste entre mundos perdidos? ¿Quién tomará el tren en busca de gentes soñadas, de nuevos paisajes interiores reflejados en otras pupilas? ¿Seguirá contribuyendo durante el siglo XXI este medio de transporte al conocimiento geográfico y a la creación de un nuevo mundo moderno? ¿Continuarán siendo las estaciones de ferrocarril “nuestras puertas hacia lo glorioso y lo desconocido”, como escribía E.M. Forster?

Es probable que sí. El futuro siglo se plantea con muchas incógnitas, pero a la hora de asomarnos al día de mañana no plantea dudas el hecho de que el ferrocarril será un medio de transporte vital para los ciudadanos de todo el mundo. Por un lado, las personas se moverán cada vez más; la distancia media recorrida diariamente por un ciudadano europeo ha pasado de 16,5 a 31,5 kilómetros entre los años 1970 y 1993, y de hecho los ciudadanos incrementan sus desplazamientos en función del avance de sus sociedades; por otro lado, las excepcionales ventajas medioambientales y de seguridad del ferrocarril ganarán peso en las decisiones políticas, que potenciarán el transporte de mercancías por ferrocarril en detrimento de otros modos. Esta no es tampoco una hipótesis de futuro: está pasando en varios países europeos con normas contundentes que reflejan una clara tendencia y las ecotasas son un debate más del presente que del porvenir.

El futuro del ferrocarril, en fin, será fruto de los avances de las nuevas tecnologías en campos tan diversos como las telecomunicaciones, la informática, la electrónica o los superconductores. Es un mañana tan milagroso y palpable que los investigadores incluyen entre sus estudios cuáles son las respuestas fisiológicas de los pasajeros ante velocidades de vértigo, exactamente igual que ocurrió cuando nacieron los ferrocarriles pioneros.

Hemos hablado hasta aquí del futuro. Y ha sido así, aunque suene contradictorio, porque celebramos ahora los primeros 150 años de ferrocarril en nuestro país, un hito histórico que se conmemorará con múltiples actividades a lo largo de 1998. El 20 de octubre de 1848 acabó la construcción del ferrocarril Barcelona-Mataró. Ocho días más tarde se inauguró el nuevo servicio y en ese mismo instante quedó abierto un período crucial para nuestra historia: España se subía al poderoso tren de la modernización política y económica generada por unos nuevos ingenios que cambiarían el mundo en poco tiempo, impulsando una revolución industrial y cultural que nos ha arrastrado hasta el presente.

Se cumple ahora el sesquicentenario de aquel acontecimiento y, en definitiva, de la gran explosión que experimentó este revolucionario modo de transporte, especialmente intensa a partir de los años 50 del siglo pasado. Cientos de kilómetros de vía sembraron en Europa el éxito del ferrocarril y un par de décadas más tarde ocurrió el mismo fenómeno en América; de hecho, Estados Unidos es un país que fue en buena medida inventado por el ferrocarril. Ya en la Primera Guerra Mundial se produjo su extensión al resto del mundo y alcanzó la dimensión global que hoy mantiene y acentúa.
Ahora aquel prodigioso invento prosigue su marcha, y ese ferrocarril que saltaba fronteras (las físicas, las tecnológicas, las humanas…) se dirige hacia el nuevo milenio dispuesto a acabar con ellas.

Carmen Ayacart