Lucient Briet y los Pirineos

El 4 de marzo de 1891, un joven aficionado a la exploración, a la poesía y a la fotografía da su primera conferencia en la sede del Club Alpin Français –sección del sudoeste– en Burdeos. Es la primera vez que habla en público, se acaba de dar de alta el mismo año en el club, y a pesar de vivir a mil kilómetros de los Pirineos –en Charly sur Marne–, es invitado a pronunciar la conferencia anual del club, el “acontecimiento capital” del primer semestre según su presidente, con un título sugerente “Al Monte Perdido por Tucarroya” . Lucien Briet encandila los asistentes con un verbo fluido y con nada menos –para esa época– que cincuenta proyecciones de sus fotografías. Un año antes los habitantes de Gavarnie –pequeño pueblo del Pirineo central francés, al otro lado del Valle de Ordesa–, se habían sorprendido de la presencia de un turista, nunca antes visto por aquellos lugares, que recorría la montaña en todas direcciones fotografiando los paisajes, los picos y los valles.

No es de extrañar que Lucien Briet, en esas primeras incursiones por el Pirineo, quede fascinado por lo que se oculta al otro lado de la vertiente francesa: la brecha de Tucarroya –donde un año antes se había inaugurado un refugio de montaña– se abre como una ventana a la excepcional visión del macizo del Monte Perdido y de su cara norte, uno de los más importantes glaciares del Pirineo, en el que las paredes de hielo y los seracs abundaban hace más de cien años. Es muy posible que ese impacto de llegar a la frontera por ese camino, como ya lo hiciera Ramond de Carbonnieres, padre del Pirineísmo, cien años antes, incitase a nuestro personaje a adentrarse en España –cosa que apenas habían hecho otros exploradores franceses, únicamente los cazadores de cimas y de osos– y a convertirse en el gran divulgador del Pirineo aragonés y de la provincia de Huesca.

Un romántico en busca de inspiración
Lucien Briet nace en París el 1860, en una ciudad en plena reconversión urbanística, en la que la vieja urbe de calles estrechas, insuficientes, sucias, insalubres, aunque pintorescas, es sustituida por el París de avenidas y bulevares anchos, fachadas sin ruptura, alumbrado, aceras anchas, árboles, quioscos, el París más parecido al que conocen hoy los turistas. Huérfano de madre desde muy joven, su padre se vuelve a casar. Lucien no se lleva bien con su madrastra y es educado por una tía y por el dinero de ésta, que le permite estudiar algo parecido a la licenciatura de letras y vivir relativamente bien. Poco amigo del servicio militar, deserta de éste y se marcha una temporada a Bélgica. Vuelve a Francia y un Consejo de Guerra le condena a la Legión Extranjera con la que conoce el norte de áfrica. Los recursos de su tía le permiten no sólo estudiar sino, seguramente, trabajar muy poco y dedicarse, primero a la poesía, luego a la fotografía y, en lo que a nosotros nos interesa, a sus viajes por el Pirineo aragonés a partir, sobre todo, de 1903.

¿Qué lleva a Lucien Briet a visitar, por primera vez en 1889, los Pirineos? Por un lado, su inconformismo, su obstinación enciclopédica y su espíritu inquieto, pero por otro, seguramente, la búsqueda de inspiración a su poesía considerada como “laboriosos ejercicios de versificación”. Efectivamente, Briet fue un poeta, pero no debió de tener mucho éxito en su imitación de los románticos franceses. Y fue seguramente ese afán de imitación el que le llevó, como anteriormente habían hecho Víctor Hugo, Chateaubriand, George Sand, Alfred de Vigny, Flaubert, a lo largo de los años centrales el siglo XIX, a buscar inspiración en las montañas del sur. No encontró inspiración –no se conoce que siguiera escribiendo versos– pero sí unos paisajes, unos pueblos y unas gentes que le entusiasmaron. Todo ello, añadido a su afición a la fotografía, disciplina todavía en una fase inicial de desarrollo.
Sus viajes por la provincia de Huesca
Entre 1890 y 1902 Briet, que vivía en Charly sur Marne, Departamento de Aisne, viaja esporádicamente – en tres o cuatro ocasiones– a la zona de Gavarnie, pasando al lado español. Sus visitas son aisladas, asciende picos, conoce valles: Ordesa, Barrosa, el pueblo de Bielsa, Torla, el pico de La Munia. Esos viajes le permiten empezar a conocer las tierras españolas, todavía consideradas terrenos de aventuras, “tierras salvajes”. Durante el siglo XIX, “los Pirineos” –como se dice textualmente de la traducción francesa, “el Pirineo” en la costumbre española actual– eran destino turístico ya muy importante para los viajeros franceses, especialmente asociado al termalismo y a los inicios del montañismo –“pirineísmo” frente al término más común de alpinismo–. Miles de turistas y exploradores llegaban, en diligencia primero y en ferrocarril después –como Briet, en un viaje de 27 horas desde su localidad de residencia– hasta los establecimientos termales y pueblos turísticos. Numerosas guías de viajes, algunas completísimas, ilustran desde 1850 a los viajeros que van a los Pirineos. Pero sólo existen “unos Pirineos”, una vertiente: la francesa; la otra no existe, en muchos casos ni en referencia. Es mínima la bibliografía del siglo XIX que se refiere al Pirineo español. Es como si Europa terminase en la divisoria, como si un abismo desconocido esperase al otro lado al viajero incauto que tuviera el valor de traspasarla. Todo lo contrario que para los habitantes de ambos lados de la frontera, para quienes la relación comercial, cultural o familiar se remontaba a cientos de años; para quienes el intercambio de mercancías –incluido el contrabando–, o de pastos para el ganado era la forma de apoyarse mutuamente en la supervivencia diaria. Muchos apellidos con el mismo origen etimológico siguen siendo hoy en día habituales a ambos lados de la muga: Labordeta/Labourdette; Piedrafita/Pierrefitte; Barrau; Maisonave… Lucien Briet descubre España. Es el primer viajero, explorador o curioso que se adentra en la provincia de Huesca más allá de los dos o tres días de marcha a los que se atrevían otros. Briet descubre Aragón y queda completamente enganchado a esa tierra.
A partir de 1903, y durante nueve años consecutivos, hasta 1911, Briet desarrolla sus expediciones por la provincia de Huesca, expediciones que oscilan entre treinta y setenta días cada una de ellas. Expediciones metódicas, en las que nuestro personaje anota todo minuciosamente, realiza y refleja observaciones barométricas (¡302 en 1910!) y fotografía, en placas de vidrio de 18 x 24, los paisajes, las casas, los pueblos, las gentes y los barrancos como hasta entonces nadie había hecho.

A lo largo de esos años Briet viaja fundamentalmente por tres zonas de la provincia de Huesca: el Valle de Ordesa y la zona aledaña de Monte Perdido; toda la comarca del Sobrarbe –Aínsa, Boltaña, Bielsa, Tella– y dentro de esta comarca y junto a la actual del Somontano de Barbastro, Briet descubre la Sierra de Guara, los barrancos del Vero y de Mascún –hoy paraíso de los “barranquistas” que por miles y con gran deterioro del medio y peligro de sus vidas han colonizado los “oscuros”–. En 1903 va al Valle de Pineta y desciende hacia Aínsa por el desfiladero de Las Devotas, que describe en un artículo publicado en el Boletín de la Real Sociedad Geográfica en 1905, así como en una separata del mismo. Ese año llega a Escuaín y explora la garganta del mismo nombre –Briet era asimismo un espeleólogo de un cierto nivel–. En 1904, con base en Boltaña, recorre parte del Sobrarbe, a lo largo del río Ara y la Sierra de Guara. En 1905, verano caluroso, Briet apenas puede moverse y pasa quince días enfermo en Boltaña. El 1906 lo dedica a la Sierra de Guara, pasa por los Oscuros el Vero, llega a Alquézar, y a la vuelta a Francia, en octubre le sorprende el paso de Bujaruelo completamente nevado. Al año siguiente su periplo queda limitado por el mal tiempo y alguna enfermedad que le obliga a quedar varios días inactivo. Baja por la Sierra de Guara en su parte más occidental, llega a la Sierra de Gratal, más cerca de Huesca, pasa unos días en Apiés –sobre el que escribirá una publicación–, visita Huesca y Barbastro. El 1908 es recibido con honores en Boltaña –el Diario del Alto Aragón, periódico oscense hoy todavía existente, había publicado extractos de “A lo largo del Río Ara”– y empieza a ser considerado un “aragonés” especial. Ese año lo dedica asimismo a la Sierra de Guara, Castejón de Sobrarbe, Samitier, Abizanda, el Vero, barranco del Alcanadre, Rodellar. Un viaje del que se siente plenamente satisfecho: 142 fotografías y 217 observaciones barométricas. Varias publicaciones serán el resultado de ese viaje.

La Real Sociedad Geográfica encarga a Briet una monografía sobre el Valle de Ordesa. 1909 y 1911 serán las dos estancias más importantes de Briet en el Valle de Ordesa. Realiza más de 100 fotografías el primer año, probablemente otras tantas el segundo. Sería éste de 1911 el último viaje de Briet al Alto Aragón. El testamento de su tía, quien le había costeado sus exploraciones, establecía que debía casarse y tener descendientes para poder heredar. Briet pasa los diez años que le restan de vida –murió en 1921 con 61 años y en la más absoluta ruina– “en medio de sus manuscritos, su minerales, sus recuerdos, pero sobre todo, en medio de una excepcional colección de fotografías que debieron de disipar y reavivar por momentos sus nostalgias”. Efectivamente, la colección fotográfica de Briet es impresionante para la época: 1.600 fotografías, de ellas 900 del Alto Aragón, material que –junto a sus manuscritos– de milagro se conservan en el Musée Pyrénéen de Lourdes, gracias a la rapidez de su fundador, Luis Le Bondidier, que los “rescató” cuando estaban a punto de venderse a un trapero casi inmediatamente después de su muerte.

La Bibliografía de Lucien Briet
Lucien Briet dejó escritos numerosos trabajos de descripción de sus recorridos. El catálogo más importante de bibliografía sobre el Pirineo recoge 41 referencias bibliográficas de Lucien Briet, más de la mitad de ellas sobre el Alto Aragón, desde la referencia de su primera conferencia en el Club Alpin Français de Burdeos en 1891 hasta la penúltima edición de su libro más conocido en España, Bellezas del Alto Aragón, en 1977, reproducción original de la primera edición efectuada por la Diputación de Huesca en 1913, edición que no fue comercializada.

Pero de esas 41 referencias, muchas son fragmentos, separatas, capítulos o traducciones unas de otras. Su libro citado Bellezas del Alto Aragón, tres veces editado, contiene los artículos de Briet traducidos al español y publicados anteriormente en el Boletín de la Real Sociedad Geográfica: El Valle de Ordesa, A lo largo del río Ara, la garganta de Escoaín, el Paso de las Devotas, Viaje al Barranco de Mascún, Los Pirineos y la espeleología –Briet era también espeleólogo– y las observaciones barométricas de sus diferentes campañas. Esos capítulos, a su vez, fueron publicaciones inicialmente en francés. Briet colaboraba con numerosas revistas francesas especializadas y entre campaña y campaña –entre verano y verano– era invitado a pronunciar conferencias, acompañadas de sus proyecciones, en muchos lugares de la geografía francesa.

Los “descubrimientos” de Lucien Briet, cien años después
Briet fue llamado “El cantor de Ordesa”. En efecto, sus numerosos recorridos por el Valle, sus referencias en los textos, la monografía publicada en 1911, hacen que la designación del Valle de Ordesa como Parque Nacional en 1918 –el segundo de España, después de Covadonga– sea, en gran parte, debida al conocimiento del mismo gracias a nuestro personaje. Briet escribió “…el mayor interés del valle de Ordesa consiste en los términos con que recuerda, no por su extensión, pero sí por sus colores y por su estilo, la arquitectura babélica de los cañones más renombrados de América. Produce una sensación de sorpresa especial, que arrebata, que lo constituye en una maravilla aparte; con un sello propio e inconfundible, debido quizá a la variedad de acantilados, de anfiteatros, de cascadas, de praderas y de bosques que encierra en su espacio relativamente reducido. Han sido cantados sus encantos en todos los tonos, han sido magnificados, si así puede decirse; ni aun los viajeros que traían el ánimo cautivado con el recuerdo de los encantos del Colorado han dejado de entusiasmarse con el Cotatuero; no es merecedora de lamento, por tanto la falta de un camino practicable, que aleja el Valle de Ordesa del ‘vulgun pecus’, pero que ha servido para conservar la gracia inédita, la frescura sublime que las grandes escenas de la naturaleza ofrecen a los ojos de los bienaventurados mortales que las sorprenden.”

Hoy en día el ‘vulgun pecus’ llega con facilidad al Parque Nacional de Ordesa. En torno a 500.000 personas lo visitan anualmente, casi todas por la entrada tradicional de Torla, a pesar de que actualmente, con una extensión muy superior a la inicial, incluyendo el Valle de Pineta, de Añisclo, las zonas aledañas a Monte Perdido, son posibles y deseables otras entradas y accesos para distribuir a los visitantes de manera más racional. Y casi todas en verano –un sistema de transporte público desde unos aparcamientos de proximidad en Torla limita el acceso de coches particulares–. Pero el otoño y la primavera son deliciosos para el visitante exigente: recomendable para todos, con las precauciones necesarias si se quiere andar por la alta montaña; y en invierno, sólo para especialistas, la nieve cubre el valle a partir de los 1.300 metros.

Otros lugares que Briet recorrió en el Alto Aragón han evolucionado en un sentido totalmente contrario. La comarca del Sobrarbe, que posee una densidad de población de las más bajas –si no la más baja– de todo el Estado y de Europa, con 2,4 habitantes por kilómetro cuadrado. La provincia de Huesca, que sufrió como ninguna la despoblación del medio rural a partir de los procesos de industrialización de los años 60. Más de 200 pueblos abandonados en la provincia, fantasmas de su propio pasado, la mayoría en la comarca el Sobrarbe, en la Sierra de Guara, en la zona que recorrió Briet; algunos se fueron por la falta de trabajo, por la emigración a los núcleos industriales de las ciudades –Zaragoza, Barcelona, Huesca, Sabiñánigo, Monzón–; otros por el efecto de las grandes obras hidráulicas que inundan pueblos, inundan tierras que impiden la vida en los pueblos, o expropian la misma, olvidándose de desarrollar industrias locales que fijasen la población; otros por aspectos tan sorprendentes como “la concentración escolar”, que deja sin niños y sin escuela a los pueblos. Cuando Lucien Briet recorre estos pueblos, la comarca del Sobrarbe ya había iniciado un ligero descenso demográfico a partir de 1860, año en el que contaba con, aproximadamente, 25.000 habitantes, pero todavía se mantenía en una cifra cercana. En 1960, la comarca había perdido ya la mitad de su población de cien años antes. Pero entre 1960 y 1970 la comarca pierde un 40% de la población, y hasta ahora, el 60%, quedando con poco más de 6.000 habitantes distribuidos en 2.500 kilométros cuadrados: “Nos quedamos sin escuela, sin cura….¿qué habíamos de hacer aquí?”; “Aquí hubo cuatro familias que ya se fueron marchando antes del año sesenta, porque con la tierra que tenían no les daba para vivir. Pero después, cuando se llevaron la escuela, se fueron los críos y se fue la alegría del pueblo…y poco a poco, se fueron marchando todos”. Lavelilla, Asín de Broto, Jánovas, Lacort, en la cuenca del río Ara, y otros muchos pueblos de la Sierra de Guara, recorridos, descritos y fotografiados por Lucien Briet, son hoy pueblos fantasma, abandonados, algunos propiedad de la administración, otros de empresas hidroeléctricas, otros en manos de los promotores y especuladores inmobiliarios que han empezado a extender sus garras por el Sobrarbe, como ya lo hicieron –y con qué espantosos resultados– en el Valle del Aragón, en el Valle de Tena o en el Valle de Benasque. Un magnífico libro ya citado, Tras las huellas de Lucien Briet, de José Luis Acín, recorre y compara fotográficamente los lugares descritos y retratados por nuestro personaje 90 años antes. Cientos de fotografías tomadas exactamente desde los mismos lugares, con un intervalo de más de ocho décadas, y la descripción de los itinerarios, pueblos y paisajes refleja lo que ha sido el abandono de esa tierra.

Recorrer los caminos de Briet
Una invitación a recorrer los caminos que Don Luciano –como se le llamaba en el Alto Aragón– transitó acompañado de sus mulas y sus guías hace cien años, es una invitación a la reflexión y al conocimiento de un medio geográfico y humano que, aunque se ha transformado sensiblemente por la acción del hombre, mantiene todavía un carácter de exploración, aventura y soledad. Quizá las personas que uno se encuentre ya no sean los descendientes de los montañeses con los que Briet habló y fotografió; quizá los pueblos estén deshabitados, y no haya cura, escuela, oficina de correos ni guardia civil, y los caminos apenas se dibujen ocultos por la maleza. Pero la experiencia, en uno de los espacios más agrestes y solitarios de Europa, merece la pena. l

Fernando París