Expediciones españolas. Un sueño efímero

Para no confundir ciencia con aventura, paralelamente a la creación de la Sociedad Geográfica de Madrid se creó la sucursal española de la mencionada Asociación Internacional para la Exploración y Civilización del África Central, dirigida por un grupo selecto de personas, entre los que se encontraban igualmente miembros de la realeza, nobles y acaudalados burgueses. Esta Asociación, de efímera existencia, apoyó los reconocimientos internacionales llevados a cabo por la matriz internacional, pero no dudó en plantear sus propias expediciones que, siguiendo el consejo de la Sociedad Geográfica, se dirigieron a dos puntos concretos del continente africano: el norte-noroeste de Marruecos y el mar Rojo.

Así, entre 1876 y 1886 la Sociedad emprendió cuatro expediciones de reconocimiento y ocupación, más una quinta de carácter eminentemente naturalista, a lugares distantes de África, concretando así los puntos de intereses posibles de España por el vecino continente. Todas ellas estuvieron impregnadas de una cierta fatalidad; fatalidad que acompañaría al africanismo español hasta el final de su aventura colonial.

EN BUSCA DE SANTA CRUZ DE MAR PEQUEÑA

La primera de las expediciones emprendidas por la Asociación Española para la Exploración del África, filial de la Internacional, y bajo la tutela de la Sociedad Geográfica de Madrid, como ya quedó indicado, fue la realizada en busca de Santa Cruz de Mar Pequeña, enclave situado en la costa occidental sahariana, al sur de Marruecos y no muy lejos de las islas Canarias. Se pretendía, con su localización, tomar posesión efectiva de este enclave, incluido en el tratado posterior a la denominada guerra de África de 1859 y que había sido utilizado por los pescadores canarios desde los Reyes Católicos. Pero de su situación real sólo se tenía noticias por vagos escritos de la época.

Esta indefinición para su localización motivó que una comisión hispano-marroquí recorriera en 1878 la costa en el vapor de guerra Blasco de Garay. La expedición, capitaneada por Cesáreo Fernández Duro uno de los fundadores de la Sociedad Geográfica y uno de sus más convencidos africanistas, decidió que, a falta de restos de la fortaleza, fuese la rada de Ifni la ocupada, por ser la mejor embocadura litoral, y por sus ventajas en la penetración hacia el interior. La Sociedad quiso asegurar el éxito de su primera iniciativa exploradora enviando, con suma discreción, a un explorador que hiciese el viaje por el litoral continental, recopilando noticias para dicho fin, para lo cual contactó con la única persona de la que se tenía noticias de que había visitado previamente aquellos parajes: el explorador Joaquín Gatell.
Gatell había recorrido Argelia en 1859 y tras la guerra con Marruecos hizo el trayecto de Tánger a Fez fingiéndose un soldado renegado, por lo que pudo integrarse en el ejército del Sultán. Allí alcanzaría el grado de capitán y más tarde el de comandante de artillería de la Guardia Real. Enterado el Ministerio de Estado español, le propuso en 1864 una misión secreta, que se vio inicialmente obstaculizada por la imposibilidad de dejar el ejército marroquí.

Gatell decidió entonces huir atravesando el Atlas, internándose en los terrenos del Sus, donde ya se diluía la autoridad del Sultán. Allí, contando con la amistad de los jeques locales, se dedicó a explorar el territorio del litoral desde el Oued Dráa hasta Cabo Juby, dándose a conocer como un Xerif, o descendiente del profeta, al que denominaron el Caid Ismail. Descubierto su origen cristiano, tuvo que huir regresando a España en 1865. De sus exploraciones dejaría en el Ministerio de Estado una memoria con los itinerarios realizados, en la que ya indicaba su opinión desfavorable a la ocupación de Santa Cruz de Mar Pequeña. No obstante, una parte del viaje, los recorridos por el Sus y el Tezna, serían publicados en breves reseñas en el “Bulletin de la Société de Géographie de Paris”.

Pero los documentos entregados al Ministerio se extraviaron misteriosamente, dejando como único recuerdo un índice de contenidos. Teniendo noticias la Sociedad Geográfica de dicho índice, comenzó la búsqueda del viajero, logrando que regresara a Madrid, con la intención de que, en vista de sus borradores, apuntes y recuerdos, redactase de nuevo y con mayores detalles la reseña y el itinerario del viaje. Se le ofreció, igualmente, secundar con un reconocimiento interior la exploración marítima en busca de Santa Cruz de Mar Pequeña, para lo que partiría poco después de que lo hiciese aquella. Gatell tuvo que vencer nuevamente grandes dificultades, viajando desde Mogador (Essauira) hasta Agadir y Tarudant, hasta llegar a los orígenes del río Sus, si bien con la desgracia de ser apresado por las autoridades de Marruecos y conducido otra vez a Mogador. Las autoridades españolas, contradiciendo los acuerdos pactados tiempo atrás con el Sultán, pusieron en movimiento todos los resortes diplomáticos a su alcance para lograr poner en libertad a Gatell ante los temores de un fatal desenlace. Finalmente, en libertad y nuevamente en Cádiz, tras organizar sus apuntes y restablecer su maltrecha salud, Gatell se propuso cumplir de nuevo el encargo variando el recorrido, pero la muerte le sorprendería a las puertas del Estrecho. Su desaparición y las eruditas e interminables discusiones sobre la veracidad del emplazamiento en la rada de Ifni elegido por la Comisión de Exploración, trajo consigo la paralización de la ocupación efectiva del lugar hasta bien entrado el presente siglo.

UN ENCLAVE PORTUARIO EN LA COSTA DE ABISINIA

En la segunda expedición también se tuvieron en cuenta antiguas pretensiones españolas en el norte de África. Esta vez en la costa este africana, en el macizo de Abisinia, junto al mar Rojo, donde un vacío de ocupación europea, una organización particular entorno a un rey de reyes o “negus negesti”, su situación de islote hamítico en medio de otros pueblos y el ser un reducto del cristianismo coptonestoriano en medio de un mundo musulmán y animista, posibilitaba en aquellos momentos la instalación de un enclave para el aprovisionamiento naviero y, llegado el caso, un protectorado. La viabilidad del enclave había sido igualmente recomendada al Gobierno, tras la apertura del Canal de Suez en 1868, por otro de los fundadores de la Sociedad, el arabista e ingeniero Eduardo Saavedra.

Para esta empresa, la Sociedad contaría con el ofrecimiento de Juan Víctor Abargues de Sostén, otro de los viajeros españoles del momento del que apenas se conocen más que algunos detalles de su biografía, como su nacimiento en 1845, y que pasó su juventud en el África Central y posteriormente en Egipto, desde donde propuso la empresa que le sería encomendada por la Sociedad. Abargues de Sostén partiría para Abisinia en 1880, compatibilizando la misión de adquirir un enclave portuario en la zona con la exploración de los territorios del interior, desconocidos por aquel entonces. Su viaje fue ciertamente épico, recorriendo zonas donde ningún europeo había puesto nunca el pie, auxiliando a otros viajeros europeos que recorrían terrenos más al sur, e incluso halló el lugar en que se encontraba la tumba del hijo de Vasco de Gama. Su vida corrió igualmente peligro en algunas ocasiones, teniendo que abandonar en una huida gran parte del material, incluido el fotográfico. No obstante, pese a las buenas relaciones que logró mantener con el Negus, no conseguiría su principal objetivo. La necesidad que tenía España de disponer de un enclave portuario en aquella región le llevaría, años después, a una negociación sumamente desventajosa con Italia.

A LA SOCIEDAD GEOGRÁFICA TOCA PONERSE A LA CABEZA DEL PUEBLO ESPAÑOL.

Una nueva expedición que habría de comenzar en el golfo de la Guinea Ecuatorial para alcanzar el río Congo por medio del Ogoué, ya no pudo realizarse. Muy poco se había conseguido y la Asociación para la exploración del África comenzó a languidecer en sus iniciativas. Coello se hacía cargo en 1882 de la situación con estas amargas palabras: “El país recibió con indiferencia la creación de un centro tan interesante: muchas personas importantes que habían solicitado con afán el ser invitadas a la reunión que se dignó presidir S. M. el Rey en su palacio, se retrajeron desde el momento que fue preciso contribuir con algún sacrificio pecuniario. Muy pocos fueron los que pagaron las primeras cuotas y aparte de las correspondientes a la Familia Real, al citado Marqués de Urquijo, el de Monistrol y el Duque de Bailén y algún otro, las demás fueron pocas e insignificantes. Así los esfuerzos y desembolsos que han hecho unos, como nuestro dignísimo consocio el Sr. Gayangos y el que ahora habla para representar a su costa a la Asociación en la conferencia de Bruselas, y los trabajos de otros varios, han resultado casi perdidos y hoy cargan con responsabilidades ajenas teniendo que contestar a ataques inmerecidos”.

Todo parecía estar acabado cuando irrumpió en la marcha de la Sociedad un joven africanista, gran admirador de Gatell, al que había querido acompañar en sus incursiones africanas. Pero Joaquín Costa tenía algo más que sueños, contaba con un vasto programa, con un complejo ideario regeneracionista a la altura de su gran capacidad intelectual y de su incesante dedicación al trabajo. Aunque autodidacta y polifacético, su origen campesino y las personas de las que se rodeo, básicamente del círculo institucionista, le hicieron tomar plena conciencia de la situación en la que se encontraba el país. Entró en la Sociedad en 1882 dispuesto a cambiarlo todo. Con estas palabras, recogidas en el Boletín, se dirigiría a la corporación: “La Sociedad Geográfica debe dar por terminado ya, con los siete años que lleva de existencia, su periodo de iniciación y de propaganda teórica, y entrar en un nuevo periodo de vida menos especulativo y más en armonía con las exigencias de la opinión, ya despierta, por fortuna, para los problemas de exploración y de colonización del vecino continente. A la Sociedad Geográfica toca ponerse a la cabeza del pueblo español, prestarle su brazo y su inteligencia, y suplir la falta de iniciativa de las asociaciones mercantiles y de los poderes oficiales”.

Desde ese momento la Sociedad se dedicó con preferencia a las cuestiones africanas. Pero la empresa volvería a fracasar si se mantenía en la esfera restringida de la corporación geográfica. Había, pues, que interesar a otros estamentos y clases sociales para poder llevar a cabo una amplia política geográfica. Si la aventura en la consecución de nuevos territorios no suscitaba interés, quizá el miedo a perder lo que se tenía “despertaría” al país. La palabra era el vehículo. Palabras llenas de evocaciones a los errores y aciertos de la historia, a las cualidades de los españoles, a un incierto porvenir. Analogías que equiparaban a la sociedad con un cuerpo, en un estado crítico, enfermo, postrado o dormido, sin pulso vital, con los ojos vendados impidiéndole ver su futuro.

CONQUISTANDO ADHESIONES

Para mover a las Asociaciones mercantiles y al mundo de las finanzas les fue enviada una extensa “Circular” en los siguientes términos: “Los tropiezos que en los últimos años ha sufrido la política colonial de España -enumerados uno a uno, desde la pérdida de Borneo hasta el eclipse de la diplomacia en el Mar Rojo.- la rapidez con que la raza sajona se dilata por el planeta, ocupando a toda prisa o preparando la ocupación inmediata de los últimos territorios que todavía quedan libres en África, en Asia y en Oceanía, y comprometiendo el porvenir, y hasta la existencia de la raza española. han hecho pensar a la Sociedad Geográfica si no sería preciso, y aún urgente, celebrar una reunión de todas las asociaciones que representan las fuerzas vivas de la nación.”. El resultado fue la celebración en 1883 de un Congreso de Geografía Comercial donde se establecerían las bases de la política colonial y comercial que más convenía al país.

Para ganarse el concurso de las clases más cultas, se convocaría un gran mitin en Madrid donde Costa expuso, junto a Coello y otros oradores, el interés que en España despertaba el vecino continente, especialmente Marruecos, mostrando las consecuencias de que otra nación ocupase el norte de África: “El menor ataque -se dirá- a la independencia de Marruecos es un ataque hecho a nuestra nación”. El plan era aproximarse a Marruecos “pero no con las armas, no para convertir a sus habitantes en siervos o vasallos descontentos, sino por medio de la civilización, para hacer de ellos ciudadanos dignos de una nación grande”.

Finalmente, se buscó el apoyo decidido hasta de las clases menos favorecidas, moviendo los institutos más irreflexivos con ocasión de un incidente territorial con Alemania en las islas Carolinas, que perteneciendo a España estaban siendo utilizadas por comerciantes alemanes. La defensa encendida de los derechos de España en la prensa y la convocatoria de manifestaciones en las principales ciudades españolas, se saldaron con una petición popular de confrontación contra Bismarck, y una gran suscripción para la compra de barcos de guerra en cada una de las regiones.

Evidentemente, el conflicto no tuvo lugar, pero sí se creó el clima adecuado para la fundación de una nueva y más activa Asociación de Africanistas y Colonistas asociada a la Sociedad Geográfica de Madrid. Con el corpus doctrinal de la política colonial y comercial que convenía seguir al país y la opinión a favor, sólo restaba presionar al Gobierno para que adoptase una actitud más activa en estas cuestiones, abandonando la política de “recogimiento” seguida por Cánovas del Castillo. Una nueva circular, enviada a más de un centenar de personas y corporaciones españolas sería esta vez el sistema elegido pidiéndoles que consignasen, en un mensaje dirigido a las Cortes, sus aspiraciones en estas cuestiones y solicitando recursos económicos para la realización de una expedición al África central. Se consiguió así una nueva suscripción pecuniaria y posteriormente de las Cortes una partida de dinero con cargo al “fondo de gastos patrióticos”, lo que posibilitaría a la nueva Asociación Colonial emprender dos viajes de exploración. Uno al Golfo de Guinea con objeto de tomar posesión de una extensa franja de territorio hacia el norte y al interior de los ríos Muni y San Benito, encargando su realización a Manuel Iradier y Amado Ossorio. El otro al Sáhara, con objeto de ocupar los territorios comprendidos entre Cabo Bojador y Cabo Blanco, para acceder desde allí a las pesquerías atlánticas y por el interior a la ruta a través del desierto que comunicaba con Tombuctú, expedición encargada a Emilio Bonelli.

AL INTERIOR DE LOS RÍOS MUNI Y SAN BENITO

Manuel de Iradier era ya conocido porque siendo aún muy joven había fundado, con un grupo de amigos, una Sociedad Geográfica en Vitoria a la que dio el nombre de La Exploradora, con la que soñó y planificó una y mil veces convertirse en el Stanley español. Un buen día se presentó delante de su joven esposa y le comunicó que había llegado el momento y que en nombre de La Exploradora partiría sólo y de inmediato hacia el río Muni, para desde allí abrirse camino hacia el centro del continente africano; tal y como le había recomendado el propio Stanley mientras cubría como periodista el frente de Vitoria en la guerra carlista. Su esposa sólo aceptó su marcha tras ser incluida ella y su hermana en la expedición. Sin más preámbulos se encaminaron al país del Muni persiguiendo un romántico proyecto que duraría dos años y que se desharía, entre otras cosas, ante la comprobación de que el río el Muni no era otro de los grandes ríos africanos como su gran embocadura parecía anunciar, sino una amplia ría con escaso curso superior navegable. Las enfermedades, y especialmente la malaria, transformarían la realidad de nuevo en un sueño, pero ahora en forma de terrible pesadilla, que acabaría minando la salud de los tres y con la vida de la hija que les nació en la isla de Elobey.

Iradier era, pues, la persona más adecuada para emprender la nueva expedición, aunque sería acompañado esta vez por Amado Ossorio, un joven médico que había cedido su pequeña fortuna y se había ofrecido como médico a la Sociedad tras un revés del destino. Junto a ellos iría un notario encargado de certificar los convenios de sumisión a España de las tribus que encontrasen en su trayecto, para así documentar los derechos de posesión adquiridos ante otras naciones. Pero desde que salieron del puerto de Barcelona hasta su llegada al Ecuador africano pasaron dos meses, en los cuales los alemanes e ingleses habían ocupado la costa desde las bocas del Níger a la costa Malabar. Ciertamente llegaron al mismo tiempo que una expedición francesa que estaba tomando actas de sumisión en la zona en la que ya España poseía territorios. Toda una carrera de despropósitos que culminaron con una recaída muy grave en la enfermedad contraída por Iradier que tuvo que regresar a la Península, realizando los restantes recorridos Amado Ossorio que permanecería en la región durante dos años más. En definitiva, los expedicionarios apenas pudieron anexionarse muchas más tierras de las que ya poseía España, y lo que fue casi peor, las conclusiones continuadas por Iradier sobre las características óseas y sanguíneas de los africanos, provocaron una agria y en ocasiones pública polémica entre la Sociedad y el viajero.

A TRAVÉS DEL DESIERTO HACIA TOMBUCTÚ

En el Sáhara occidental, el Gobierno de Cánovas se había negado reiteradamente a declarar la soberanía española. Por ello la Sociedad enviaría a aquella zona a Emilio Bonelli con objeto de conseguir contratos comerciales con las tribus del Sáhara occidental; documentos que fueron presentados al Gobierno, con los que éste declararía el protectorado español sobre la zona ante las potencias extranjeras. Sucesivos viajes por aquellos parajes para extender los acuerdos comerciales dieron pie a Bonelli a publicar, al igual que lo hiciera Iradier, un libro sobre la región que mereció también una respuesta airada de Costa: “¿Que necesidad tenía de exhibir tan ostentosamente su falta de estudios, y de poner al extranjero en el caso de que se forme de nuestros escasos geógrafos y naturalistas un concepto equívoco y mortificante para el amor propio nacional?”

En parte para remediar el desaguisado, la Sociedad enviaría en 1886 una nueva expedición a la zona, pero esta vez con un carácter eminentemente científico, encargando su realización al ingeniero militar Julio Cervera y al geólogo y profesor de la Institución Libre de Enseñanza Francisco Quiroga, acompañados por el arabista y antiguo cónsul español en África Felipe Rizzo, como intérprete, y de dos tiradores del Riff. La expedición atravesó oblicuamente el trópico de Cáncer hasta alcanzar, tras 426 kilómetros, la depresión granítica del Iyil y del Adrar, la primera con su fondo de capas de sal de la que se surten los nómadas del desierto en su comercio con Tombuctú, y la segunda rellena de arenas en las que se conserva la humedad de las ocasionales lluvias manteniendo extensos palmerales, lo que convertía estos enclaves en los más valiosos de esta parte del Sáhara, motivo por el cual estas zonas pasaron a formar parte de las posesiones francesas tras el tratado de 1912, dando lugar a una inusual curva entre las líneas meridianas que enmarcan la frontera del Sáhara Occidental. Esta fue, sin duda, la expedición más interesante desde el punto de vista geográfico. Su ejemplo impulsaría otras nuevas, al tiempo que revitalizaría la vertiente práctica de los estudios naturalistas en España.

José Antonio Rodríguez Esteban