Por los caminos del Inca. El proyecto Ukhupacha

khupacha quiere decir en quechua “el mundo de adentro” y es el nombre de un original proyecto que pone la espeleología al servicio de los arqueólogos y de otros científicos que necesitan investigar en lugares inaccesibles.

Ukhupacha comenzó con una pasión y, lo que a veces es lo mismo, con un sueño. En 1997 Salvador Guinot, un bombero de Castellón apasionado por la espeleología, decidió hacer junto a un grupo de compañeros el Camino Inca hasta Machu Picchu. Le sorprendió la cantidad de cuevas y lugares que había sin explorar porque los arqueólogos no podían acceder a ellos y se le ocurrió que sus técnicas espeleológicas podrían ayudar a resolver el problema. Su entusiasmo logró embarcar en el proyecto a la Universidad Jaime I de Castellón y al Instituto de Cultura de Perú. Doce años después, Ukhupacha, “el mundo de adentro”, de la oscuridad, ha sacado a la luz templos, tambos, puentes y enterramientos de ese Camino Inca y de los montes sagrados, los Apus, que rodean uno de los mayores enigmas de nuestro mundo, la ciudad de Machu Picchu.

POR LOS CAMINOS DEL INCA

Wiñay Wayna, que en quechua quiere decir “siempre joven”, “eterno”, es el último alto del Camino Inca antes de llegar a Machu Picchu. Es un lugar de purificación, de culto al agua, edificado sobre una empinada ladera desde la que se ve el Vilcanota, el río que alimenta el Valle Sagrado de los incas. Aquí se acampa para levantarse todavía en la oscuridad de la noche y llegar a tiempo de contemplar el amanecer desde Inti Punko, la Puerta del Sol, la más espectacular entrada a la enigmática ciudad perdida de los incas. Desde esa puerta, Machu Picchu corta el aliento. Es lo que Salvador Guinot sintió la primera vez que la vio y que se dejó envolver por su magia. También sintió una gran paz, la sensación de que se reencontraba con algo que ya conocía de antes y que los Apus, los dioses de la montaña, le estaban enredando en un sueño, tejido a lo largo del camino: ayudar con sus conocimientos de espeleología a los arqueólogos a desvelar los misterios de aquel mundo sobrecogedor.

El MontE ViEjo Cincelada a golpes entre los montes sagrados que marcan sus cuatro puntos cardinales y que la ocultaron de la codicia de los españoles, Machu Picchu fue durante casi cinco siglos un mito. Una leyenda todavía llena de enigmas. Incluso su verdadero nombre sigue siendo un secreto enterrado junto a los huesos de sus moradores. Machu Picchu, “el Monte Viejo”, es como la bautizó su descubridor, Hiram Bigham, porque así la llamaban los indígenas que, por un sol, un dólar de plata peruano, el 24 de Julio de 1911 le llevaron hasta las ruinas.

“Al bordear el promontorio”escribió en su diario de ese día el explorador y aventurero estadounidense -“nos encontramos con una visión inesperada, una enorme escalera de terrazas bellísimamente construidas en piedra. Había cientos de ellas. Los indígenas las habían rescatado de la selva para cultivarlas. El suelo, cuidadosamente preparado por los incas, todavía era capaz de producir ricas cosechas de maíz y patatas” (…) “Una sorpresa seguía a otra. Anduvimos por un camino hasta un claro, limpiado por los nativos, donde habían plantado una pequeña huerta y de pronto, nos encontramos ante las ruinas de dos de las más bellas e increíbles estructuras de la América antigua. El lugar me dejó sin respiración ¿Qué sitio podría ser? ¿Por qué nadie nos había hablado de el?”. Bingham creyó entonces haber encontrado la ciudad perdida de los incas, Vilcabamba, pero no lo era.

En la actualidad los investigadores piensan que Machu Picchu fue construida a mediados del siglo XV por el noveno emperador inca, Pachakutiq, como centro religioso, político y administrativo. Toda la ciudad giraba –gira todavíaen torno al Sol. Al director arqueológico de la Ciudadela, Fernando Astete, no deja de asombrarle, a pesar de los años que lleva investigándola, cómo fue planificada, en armonía con la naturaleza, para aprovechar lo mejor posible la luz y el calor solares. Poco podía imaginar este arqueólogo, empeñado en desvelar todos los secretos del lugar, que el día que Salvador Guinot se acercó a preguntarle cómo accedían a las cavidades y caminos que salpicaban las cimas de los Apus, tenía ante sí la llave que le abriría las puertas de las alturas de Machu Picchu.

UKHUPACHA, EL MUNDO DE ADENTRO

Pero ¿cómo llegaban los arqueólogos a esas alturas para explorar?. Esta es la pregunta que durante todo el Camino Inca había obsesionado a este bombero castellonense, amante de la espeleología. En 1997, después de haberse aventurado en picos y cavernas de Cuba, Argentina, Papúa y China, Salvador Guinot y un grupo de compañeros habían decidido aprovechar sus vacaciones de verano para llegar andando, como los antiguos incas, a Machu Picchu.

Esta es una ruta llena de asombros e interrogantes. ¿Cómo se construyó algo así? ¿Por qué? ¿Para qué? Las respuestas podrían estar en esas cavidades y cimas de las alturas. Cuando el director de Machu Picchu le contestó a Salvador que para un arqueólogo esos lugares eran inalcanzables porque muchos caminos habían desaparecido, se le ocurrió que sus técnicas espeleológicas podrían resolver el problema y que gracias a una cuerda, los investigadores podrían explorar sitios que hacía siglos que nadie pisaba. Así nació un sueño en el que este bombero logró embarcar a la Universidad Jaime I de Castellón, a la Agencia Española de Cooperación y al Instituto de Cultura de Perú. Y en julio de 2002 el sueño se transformó en un proyecto, Ukhupacha, que en quechua quiere decir “el mundo de adentro”, representado en la mitología inca por una serpiente gigante, la serpiente Amaru.

El doctor Astete fue uno de los primeros alumnos de la escuela de espeleo-arqueología que el proyecto Ukhupacha puso en marcha para transmitir los conocimientos de progresión vertical que ayudarían a los científicos y técnicos a ascender o descender paredes verticales y a cruzar abismos. Formar a los arqueólogos era tan importante como ayudarles a descubrir. Así las cuerdas se convirtieron en herramienta del conocimiento y el director de Machu Picchu pudo cumplir uno de sus anhelos: pasar al otro lado de uno de los puentes de acceso a la ciudadela, el Puente Inca, inaccesible por los continuos derrumbes, y explorar una de las rutas del ancestral y sagrado camino.

CAMINOS INCAS, RUTAS SAGRADAS

Cuenta Pedro Cieza de León en su Crónica de Perú, publicada en 1553, que una de las cosas que más le admiró de aquel reino fueron sus caminos “de qué manera se pudieron hazer tan grandes y sobervios y qué fuerças de honbres bastaron a lo poder hazer y con qué herramientas y estrumento pudieron allanar los montes y quebrantar las peñas para hazerlos tan anchos y buenos como están; porque me pareçe –reflexiona el conquistador-historiadorque si el Enperador quisiese mandar hazer otros camino real como el que va del Quito al Cuzco sale del Cuzco para yr a Chile, çiertamente creo con todo su poder para ello no fuese poderoso ni fuerças de hombres lo pudieran hazer, si no fuese con la horden tan grande que para ellos los Yngas mandaron que oviese…”

Más de treinta y cinco mil kilómetros se calcula que sumaba la red de caminos empedrados, cuidados y dotados de diferentes servicios, con la que los incas comunicaron su inmenso reino. De todos ellos, el Qhapaq ñan, “el camino del señor”, era la ruta principal. Tenía su centro en Cuzco y llegaba, atravesando cinco mil kilómetros de la cordillera andina, hasta la capital ecuatoriana, Quito, por el Norte, y a Santiago de Chile y Argentina por el Sur. Por ellos circulaban noticias, bienes y ejércitos con gran velocidad. Almacenes, estaciones de reposo (tambos, kanchas, chasquiwasis) y lugares con agua salpicaban los lindes de manera calculada para la marcha de un día. Una sobrecogedora obra de ingeniería en la que siempre se buscaba el trazo más directo, con empinadas escaleras para sortear las alturas y amplias calzadas, hasta de diceiseis metros de ancho, para transitar por las punas y llegar a los santuarios construidos en las cumbres. Y, “¿quién mejor que Ukhupacha y su sensibilidad hacia la dimensión vertical de los territorios?” –pensó la historiadora Guadalupe Martínez cuando el Instituto Nacional de Cultura de Perú le encargó coordinar el proyecto para la recuperación del Qhapaq ñan“Quién mejor que Ukhupacha para ayudar a comprender una obra que se cuelga y descuelga permanentemente por una de las geografías más extremas del Planeta?”.

De esta manera, el proyecto se embarcó en la exploración de esa red de caminos y a golpe de machete, debido a la densa vegetación selvática que los envolvía, ha conseguido descubrir escaleras, muros de contención, tambos, puentes… y eso que es un camino por el que apenas han empezado a andar.

COLGADOS DE UNA CUERDA, EN BUSCA DE OTROS CAMINOS

Cuan do en mayo de 2006 el equipo Ukhupa- cha accedió por primera vez al otro lado del Puente Inca, colgándose de una pared vertical y superando un abismo a cuatrocientos metros por encima del río Vilcanota, hacía quinientos años que nadie pisaba ese lugar. El director de Machu Picchu pudo confirmar entonces lo que hasta ese momento solo era una posibilidad: allí había otra ruta sagrada. Todavía no saben lo que encontrarán al final de ella.

Es tan solo el comienzo de su aventura. Este mismo verano les espera la enigmática Kuelap, la ciudad de las Nubes, origen de la cultura preincaica Chachapoyas, en el Norte de Peru. Allí los enterramientos, inaccesibles, permanecen intactos. Cómo y para qué se construyeron esas tumbas es, todavía hoy, un misterio sin resolver. La ciudadela de Choquequirao, comparable a Machu Picchu, será otro de sus próximos retos.

La pasión por el conocimiento y la espeleología ha reunido a bomberos, catedráticos y arqueólogos en este proyecto que no busca tesoros porque, dicen, el verdadero tesoro es lo que encuentras en ese antiguo camino. Ellos encontraron un sueño, hoy realidad.