El Papiro de Artemidoro, el primer mapa de España

Antes de adentrarnos en el mundo de la cartografía griega y de la historia del Papiro de Artemidoro, hay que hacer una breve referencia a los antecedentes de representaciones de la Tierra en otras culturas, de las que quizá pudieran también haber tomado los griegos sus datos.

Las primeras representaciones del mundo

Empezaremos por Egipto. Que los conocimientos matemáticos de los egipcios eran muy antiguos y muy desarrollados está fuera de duda. Su capacidad de planificar grandes obras, como las pirámides, sería una prueba más que suficiente del desarrollo, teórico y práctico, de una matemática y una geometría. Es posible que parte de esos conocimientos los pusieran también al servicio de la representación del territorio aunque los restos conservados no son demasiado abundantes ni significativos. El documento más importante en este sentido es el llamado “Papiro de la Mina de Oro”, que se conserva en el Museo Egipcio de Turín: se trata de la representación de una parte del distrito minero egipcio de Wadi Hammamat que abarca unos 15 km.; se dataría hacia el 1150 a.C. El mapa ha sido considerado como la primera carta topográfica conocida e, incluso, como la primera geológica por los datos de esta índole que contiene y se han podido identificar sobre el terreno buena parte de los elementos que figuran en dicho mapa. Aparecen representadas casas, templos, monumentos, estanques, etc., usa distintas claves de color y contiene diversas anotaciones en hierático. Su objetivo parece haber sido conmemorar la expedición que Ramsés IV dirigió hacia esa región en busca de piedra y algunos autores han sugerido que más que de un mapa se trataría de la representación de un itinerario, puesto que las vías de comunicación tienen prioridad sobre el resto de la información contenida en el documento.

Además de mapas de este detalle, los egipcios también dibujaron plantas de tumbas y otras edificios, a los que en sentido estricto no se les puede considerar mapas.

También en Mesopotamia el dibujo de plantas y planos de edificios es bien conocido desde tiempos antiguos, así como lo que parecen ser planos (generales o parciales) de ciudades; entre estos últimos, destaca uno que representa a la ciudad de Nippur, y que se dataría hacia el 1500 a.C. Está inciso sobre una tablilla de arcilla, como suele ser habitual en Mesopotamia.

Además, ya desde el tercer milenio tenemos listas de nombres, muchos de los cuales corresponden a diferentes itinerarios, aunque sin representación cartográfica de los mismos. Entre todos estos materiales destaca de forma especial una tablilla, conservada en el Museo Británico, a la que se la suele llamar “el mapa babilonio del mundo”, y que se data hacia el 600 a.C. Representa una vista desde lo alto del mundo, mostrando dos círculos concéntricos, el interior el área continental de la superficie de la tierra, y en su centro Babilonia; el círculo exterior representa el océano que circunda la tierra (llamado “río amargo”) y del mismo surgen siete u ocho proyecciones triangulares, que representan sendas regiones transoceánicas y que son llamadas “regiones” o “regiones insulares”, aunque parece que con la connotación de territorios lejanos y poco precisos. En el círculo central, aparecen diversos sectores acompañados de texto que, además de Babilonia, atravesada por el Éufrates, presentan países como Urartu y Asiria, y ciudades como Susa, Der, Bit Yakin y Habban. Hay también alguna indicación topográfica. Sendos textos, en la cara en la que aparece el mapa y en el reverso de la tablilla, dan informaciones referidas sobre todo a los lugares distantes. Es bastante probable que en el mapa se mezcle la concepción que la cultura mesopotámica tenía del mundo habitado con ideas de tipo cosmogónico, tendentes a ubicar dicho mundo dentro de un contexto más divino y trascendente.

Este mapa es un unicum en todo el mundo mesopotámico y, quizá más que las representaciones egipcias, un auténtico precedente de las primeras concepciones cartográficas griegas a las que vamos a pasar a continuación. Sin embargo, y como ellas, no pretende ser una representación fiel del mundo físico sino más bien una imagen ideologizada del mismo.

El mundo según tales de mileto

No cabe ninguna duda de que el iniciador del pensamiento racional en el mundo griego fue Tales de Mileto, que habría vivido entre, aproximadamente, el 611 y el 545 a.C. Gran viajero, estuvo en Egipto donde aprendió la geometría, cuyo estudio introdujo en Grecia. Es bastante probable que también estuviese en Babilonia y quizá gracias a los conocimientos allí adquiridos pudo predecir un eclipse de sol que tuvo lugar en el año 585 a.C. No consta que Tales realizase ningún trabajo cartográfico pero, en cierto modo, en su nueva visión racional sobre el mundo es algo que casi resultaba necesario en parte por la importancia que tuvo la geometría en su formación y en parte porque su concepción de la tierra, tal vez deudora de la existente en Oriente, permitía dar el paso que suponía representarla.

Tales consideraba al agua el principio de todo y tenía la idea, según asegura Aristóteles, de que la tierra flotaba sobre el agua, sobre el Océano. Más allá de la forma que tuviera la misma, un círculo plano o una esfera, quedaba claro el carácter limitado de su extensión y, por consiguiente, la posibilidad de abarcarla, al menos desde el punto de vista intelectual. Además de sus viajes, Tales vivía en una ciudad, Mileto y en un territorio, Jonia, cuyos habitantes habían emprendido desde una o dos generaciones antes, viajes por mar que les habían conducido hasta los extremos más septentrionales del mundo conocido y hasta las propias aguas del Atlántico. Estos viajes, y los contactos establecidos con los distintos territorios visitados y con otros viajeros extraordinarios, como eran los fenicios, habían permitido ir conociendo, en un plano práctico, la extensión de toda la cuenca mediterránea y parte de los territorios ribereños. Esos viajes, sin embargo, no habían requerido de mapas sino de conocimientos prácticos, transmitidos oralmente por marinos y pilotos, algunos de los cuales acabaron siendo puestos por escrito en forma de “periplos”.

Es interesante tener esto en cuenta porque un rasgo de la primitiva cartografía griega, que surgirá con Anaximandro, será su carácter teórico y, sobre todo, ideológico, pero no el práctico. Los mapas nunca desempeñarán en el mundo griego (y, tampoco en el romano) el papel que tienen en nuestro mundo a partir de la Baja Edad Media y del Renacimiento. Para los griegos, marinos que recorren las rutas del mar, o viajeros o militares que circulan por rutas terrestres, el mapa no tendrá utilidad práctica ninguna.

Sin embargo, la posibilidad de representar la tierra, de dibujarla, era un reto para los primeros filósofos del s. VI a.C. que creían que todo el mundo material obedecía a leyes físicas y, por lo tanto, aprehensibles por el conocimiento humano. Este paso de intentar “dibujar la tierra” (geographein) lo dio un discípulo de Tales, el también milesio Anaximandro (610-547 a.C.), quizá como parte de su teoría cosmológica, en la que sus observaciones le llevaron a introducir un claro componente evolucionista.

Los primeros “dibujos de La tierra”

Para Anaximandro, la tierra tenía la forma de un cilindro, cuya superficie plana superior constituía el mundo conocido; al ser un espacio acotado, rodeado por el Océano, era posible dibujar su forma sobre una superficie, del mismo modo que el resto de las cosas perceptibles, y a esa tarea se dedicó. Aunque ese primer mapa no se ha conservado, los autores posteriores le consideraron como el primero en dibujar el mundo habitado sobre un plano; no es improbable que los modelos gráficos que por esos mismos años se estaban realizando en Babilonia puedan haberle servido de inspiración porque sabemos que en su mapa el mundo era representado redondo, con Grecia en el centro y, en el centro de ella, Delfos y todo él rodeado por el Océano que circundaba la tierra habitada.

El historiador Heródoto, que escribe varios decenios después, asegura que se reía de esos mapas antiguos que representaban al Océano como un círculo alrededor de la tierra como si hubiese sido trazado a compás y donde no se había respetado la distinta proporción de Europa y de Asia, aunque él pensaba que la primera era mucho más grande. En cualquier caso, la concepción de Heródoto aun cuando era distinta tampoco se basaba por completo en datos empíricos, aunque sí consideraba que el tamaño de la tierra era mayor en sentido este-oeste que norte-sur, por lo que la idea de un mundo circular era errónea; además aseguraba que no había datos para afirmar que el Océano circundaba toda la tierra. No obstante, Heródoto no plasmó en un mapa sus ideas.

De cualquier modo, Anaximandro no trató de hacer un mapa que pudiese ser utilizado con fines prácticos sino que, por el contrario, su objetivo tenía más de teórico; representar la forma de la tierra era la consecuencia última del pensamiento filosófico que estaba surgiendo en Jonia. Los viajeros disponían de otros instrumentos, como se dijo antes, y no tenían necesidad de mapas.

El ya mencionado Heródoto nos presenta, casi como una anécdota, el choque de ambas mentalidades cuando Aristágoras, que había sido tirano de Mileto y luego su gobernador, pidió ayuda al rey espartano Cleómenes para luchar contra los persas. Aristágoras se dirige a Esparta provisto de lo que para él debía de ser una de las últimas novedades científicas de sus conciudadanos y que se describe como “una placa de bronce en la que se había grabado todo el circuito de la tierra y el mar y todos los ríos”. Puede tratarse del mapa de Anaximandro, quizá con alguna modificación introducida por otro sabio milesio, Hecateo. Sobre ese mapa, Aristágoras le iba señalando al rey espartano la ubicación de los pueblos de Asia, cuyos nombres, y quizá sus límites, parecen haber figurado en el mismo. Cleómenes, que parece haber entendido poco de la explicación, le hace al milesio la pregunta clave: “¿Cuántos días de camino hay desde el Egeo hasta Susa?”. La respuesta de Aristágoras, tres meses, provoca al punto el rechazo espartano para quien, sin duda, esas distancias resultaban inasumibles. Las dos concepciones, pues, entran en conflicto; los jonios consideran que al describir y dibujar la tierra han dado un paso para su posesión y su control (siquiera intelectual); para el rey espartano, más práctico (o con una mentalidad no cartográfica), el dibujo no significa nada en sí mismo y pregunta tan sólo por el tiempo necesario para llegar hasta la corte del rey persa. En cierto modo, estas dos percepciones antagónicas van a caracterizar, de aquí en adelante, a la mentalidad griega. Mientras que la utilidad de la geografía va a ser evidente, al utilizar datos empíricos e insertarlos en un contexto coherente, la cartografía va a ser sobre todo un juego intelectual con poca utilidad práctica.

Apenas sabemos de otros autores que hicieran mapas; quizá Demócrito (460- 370 a.C.) dibujó uno, más oblongo que circular y en las obras de Platón hay datos que nos indican que los mapas son ya algo conocido; también en los Pájaros de Aristófanes hay referencias a mapas, pero en esta comedia se juega de nuevo con las dificultades de la gente corriente para entender las diferencias que hay entre el mundo real y lo que no es más que una representación teórica (y convencional) del mismo.

Durante el periodo clásico Eudoxo (408-355 a.C.) profundizó en los estudios astronómicos y la cartografía de la esfera celeste así como en la aplicación de la geometría a la cartografía terrestre y en el estudio de las latitudes; el historiador Éforo (405-330 a.C.) también parece haber incluido un mapa de la tierra en su obra sólo conocido por el uso que de él hace el escritor del s. VI d.C. Cosmas Indicopleustes. Éforo parece haber acabado de desarrollar la idea de Eudoxo, y de autores anteriores, acerca del mayor tamaño de la tierra (el doble) en el sentido de la longitud que en el de la latitud.

Los mapas helenísticos

El periodo helenístico aprovecha los resultados de las campañas de Alejandro Magno, que abren al conocimiento griego grandes extensiones de Asia así como los trabajos empíricos de otros exploradores que como Piteas de Masalia consiguen llegar hasta latitudes próximas al Círculo Polar Ártico. La afluencia de nuevos datos y la aplicación de la astronomía, la geometría y las matemáticas dará un nuevo impulso a la cartografía en esta época. Poco tiempo después de estas empresas Dicearco de Mesina (370-285 a.C.) introduce un paralelo (diafragma) y un meridiano para lograr así agrupar en sectores las diversas tierras.

Rodas era el punto en que ambas líneas se cruzaban y el Estrecho de Gibraltar se encontraba en ese mismo paralelo que atravesaba Rodas. Más adelante, Timóstenes de Rodas introduce la rosa de los vientos para ubicar pueblos remotos con mucha mayor precisión, siendo también el punto central Rodas.

Pero, sin lugar a dudas, el gran reformador de la cartografía griega fue Eratóstenes de Cirene (275-194 a.C.). Desarrollando buena parte de sus estudios en la Biblioteca de Alejandría, de la que fue director, no sólo pudo conocer las obras de sus predecesores sino que además pudo beneficiarse de la centralidad y la importancia política y cultural de la capital del Egipto tolemaico. Además de conseguir una medición de la circunferencia de la tierra bastante aproximada a la realidad, y una vez fijada la latitud de cada punto, pudo fijar el tamaño del paralelo que pasaba por cada uno ellos y convertirlo en distancias, algo relativamente fácil una vez que se conocía el tamaño de la esfera terrestre.

Además, la aplicación de las matemáticas y la geometría, así como los avances de sus predecesores, le permitió a Eratóstenes establecer un amplio sistema de meridianos, el origen de los cuales se fijaba en el que atravesaba Rodas, Alejandría y Meroe. La extensión de la tierra habitada, desde la India a Iberia, siguiendo el paralelo de Atenas, la fijó en 78.000 estadios. Para ubicar dentro de ese esquema cada país usó figuras geométricas (sphragides) a cuya forma se aproximaba cada uno para poder dar sus medidas (bien a través de los lados, bien a través de las diagonales).

Aunque no exento de críticas, el mapa de Eratóstenes seguía siendo una construcción teórica, basado en datos empíricos, pero de poco uso real más allá del posible carácter propagandístico que pudiera tener y de lo que pudiera demostrar de su autor o del soberano, Tolomeo III, para quien trabajaba. Pero, a pesar de ello, los griegos se habían acercado, más que ningún otro pueblo antes, a una representación figurada del mundo habitado y, cada vez más, las descripciones puramente geográficas estaban respaldadas por concepciones cartográficas, aunque eso no quiere decir que el geógrafo tuviese que ser también cartógrafo.

El papiro de Artemidoro

La progresiva entrada de Roma en la esfera política helenística produjo, en el campo que aquí nos interesa, una consecuencia de interés, como fue que por vez primera buena parte del mundo conocido fue unificada por un solo estado que, además, consiguió imponer una paz duradera. Los romanos no parecen haber tenido un especial interés por la geografía o la cartografía pero permitieron que los griegos siguieran dedicándose a estas tareas, y su labor se vio favorecida por la paz romana o, antes de que la misma se instalase, por el avance de sus ejércitos. Del mismo modo que las campañas de Alejandro en Asia habían permitido el avance de los conocimientos empíricos sobre esos países, la conquista romana del Occidente favoreció también el conocimiento de territorios que antes eran casi por completo desconocidos. Así, autores como Polibio, Crates de Malos o Hiparco aprovecharon las nuevas oportunidades para corregir errores del pasado y hacer sus propias propuestas cartográficas.

Es en este contexto en el que habría que integrar, como resultado de descubrimientos recientes, el “Papiro de Artemidoro”. Este documento, las circunstancias de cuyo hallazgo y restauración distan de ser claras, se presenta en la actualidad como un papiro de 2,57 m. de longitud y 32,5 cm. de altura, en tres grandes fragmentos, resultado de unir más de cincuenta piezas de papiro. Su hallazgo, restauración y contenido han recibido una gran cobertura mediática, en especial en Italia, pero también en otros países. Además de otros contenidos, poco relevantes para lo que aquí nos ocupa, el papiro contendría una introducción y el inicio del segundo libro de la geografía de Artemidoro, así como un mapa, incompleto.

Artemidoro de Éfeso, nacido hacia mediados del s. II a.C., es uno de los grandes geógrafos del helenismo avanzado. Personaje importante en su ciudad, fue embajador de la misma ante Roma, obteniendo la devolución a Éfeso y a su santuario de Ártemis de antiguos derechos que le habían arrebatado los republicanos, lo que le valió que la ciudad le dedicase una estatua de oro. Gran viajero, recorrió la mayor parte del Mediterráneo, estuvo en la Península Ibérica y llegó hasta la región del Cabo de San Vicente y, tal vez, incluso más allá. Su obra, en once libros, no nos ha llegado completa, aunque fue bastante utilizada por Estrabón y fue objeto de un resumen amplio por Marciano de Heraclea ya en época tardía.

Acerca del Papiro de Artemidoro ha surgido en los últimos tiempos una amplia polémica centrada en el tema de su autenticidad: mientras que la mayor parte de los especialistas consideran todo el documento auténtico, un grupo de ellos, lo consideran una falsificación del siglo XIX. El debate continúa con tonos encendidos y mientras que hay partes del papiro, por ejemplo, el proemio, que resultan, cuanto menos, sospechosas, sobre otras es más difícil pronunciarse aunque aquí aceptaremos, mientras no haya datos nuevos, su autenticidad. Entre estas partes auténticas parece estar la principal novedad que presenta este papiro, su mapa que sería así el mapa griego más antiguo conocido, aunque también presenta problemas, y no pocos, como veremos.

La interpretación del papiro

El tamaño del mapa es de unos 85 cm. de anchura, siendo su altura la misma que la del papiro. Está claro que el mal estado del soporte en algunas zonas ha impedido que haya llegado completo; su tamaño máximo antes de ese deterioro debía de oscilar entre los 99 y los 113 cm. Sin embargo, se trata de un mapa incompleto, puesto que sólo contiene líneas y dibujos, no textos ni colores, sin duda ninguna porque no llegó a ser concluido. Las diferentes líneas que, sin orden aparente, cruzan el mapa han sido interpretadas por los estudiosos del papiro. Así, y tras barajar distintas posibilidades, han reconocido dos grandes ríos que recorren el mapa en toda su anchura, uno más arriba y otro más abajo (tampoco se ha terminado de decidir si el mapa está o no orientado hacia el norte aunque desde Eratóstenes esto era lo habitual). El de la parte superior se bifurca en su parte izquierda en dos brazos que rodean lo que puede ser una isla o una península o un afluente de un río principal. Otra serie de líneas se han interpretado como vías o caminos de las que habría unas veintiséis. Estas rutas no siguen trazados rectos sino, por el contrario, sinuosos y aunque algunas siguen una dirección general de derecha a izquierda, otras cortan las anteriores y van de arriba abajo, mostrando así una red viaria bastante articulada.

El mapa presenta también toda una serie de símbolos, algunos de interpretación más fácil que otros. Los más abundantes son pequeños cuadrados que pueden representar desde mansiones o puntos de reposo a lo largo de las rutas hasta establecimientos rurales o villae. Además de estos cuadros en el mapa aparecen otros dibujos, catorce en total, que parecen representar diversos motivos. Así, nos encontramos con la imagen de una localidad situada entre montañas, zonas montañosas cubiertas de bosques, ciudades amuralladas de diversos tipos, ciudades o asentamientos sin amurallar y monumentos de diverso tipo, uno de ellos en apariencia bastante imponente, alto y rematado por frontones. A veces, y a pesar del pequeño tamaño de las imágenes, hay algunos detalles, como la representación de puertas o ventanas en las murallas así como de tejados en las viviendas; hay ciudades de aspecto más regular, cuadrado, y otras que pueden ser más grandes y dispersas.

Un problema aún no resuelto es saber a qué parte del mundo conocido se refiere el mapa; el hecho de que aparezca inserto dentro del libro dedicado a Iberia ha hecho sugerir a los comentaristas que el mismo puede representar una parte de ella; no obstante, aunque se han avanzado bastantes interpretaciones ninguna de ellas es definitiva dada la ausencia de referencias precisas en el dibujo aunque los editores del papiro parecen inclinarse por considerarlo una representación de la Hispania Citerior.

En cualquier caso no se trataba de un mapa viario, como será la posterior tabula Peutingeriana ni tampoco del tipo de mapa que creará Claudio Tolomeo sino tal vez de algo intermedio entre el mapa del mundo conocido de Eratóstenes y los mapas que se habían popularizando en época helenística de zonas y territorios más concretos, aunque sometido a las limitaciones físicas del rollo de papiro en el que está realizado, lo que acentuaría las deformaciones necesarias para inscribir en ese espacio la imagen de un territorio. En todo caso, lo que conocemos del mapa de Artemidoro indica que debía de contener bastantes detalles y que sería un complemento espléndido a su obra geográfica. Es también objeto de discusión si el diseño del mapa pudo corresponder al propio Artemidoro o, por el contrario, a algún cartógrafo que, con los datos del autor, pudo trazar el mapa. Sí puede haber ocurrido también que en el momento en el que se realiza el ejemplar que poseemos (s. I d.C.) el cartógrafo no se haya limitado a copiar el mapa presente en la edición de la obra de Artemidoro empleada para hacer la copia, sino que lo habría actualizado para adaptarlo a los conocimientos del momento.

Por la época en la que se produjo y se copió o modificó el mapa (entre fines del s. II a.C. y primeros decenios del s. I d.C.) nos muestra, a pesar de su estado incompleto, la popularización de una cartografía descriptiva, que presentaba datos de un territorio dado, favorecidos por el control político que ejercía Roma, pero sin las preocupaciones de una representación exacta de las partes de la tierra ni de la ubicación correcta de los lugares dentro de ella; nuestro mapa parece hallarse lejos de las preocupaciones matemáticas que había manifestado Eratóstenes y que siglos después desarrollaría Tolomeo. Se trata, más bien, de un refuerzo visual del texto geográfico en el que la representación de los lugares junto con algunos elementos topográficos (ríos, caminos, montañas, monumentos, etc.) servía para ilustrar el país al lector. Estamos lejos de la cartografía científica, pero también de los mapas viarios que Roma empleará con gran profusión y su novedad hace que aún subsistan muchas dudas sobre este, por el momento, único documento cartográfico conservado del mundo grecorromano.