Estambul: Historia de una fascinación

En el pasado, Estambul, la antigua Constantinopla, cautivó a viajeros, escritores y artistas. Patricia Almarcegui nos traza un interesante recorrido por algunos de estos nombres, entre los que destacan el pintor francés Dominique Ingres y la viajera lady Mary Montagu, esposa del embajador británico ante la Sublime Puerta en 1716, y la primera occidental en visitar las habitaciones secretas de los harenes imperiales otomanos.

Durante siglos, Estambul ha fascinado a Oriente y a Occidente. Tanto pintores como escritores y fotógrafos de uno y otro punto cardinal han hecho de esta ciudad el objeto de sus representaciones. El análisis de estas representaciones, reales o no, permite conocer los deseos que proyectaron en la ciudad y, con ello, conocer también las carencias y faltas que imaginaron para sus propios países. Fascinar o fascinarse se define en el diccionario como una atracción irresistible hacia algo, un engaño o alucinación y una vinculación a algo irracional. Y Estambul, el destino preferido durante seis siglos por la curiosidad de los viajeros, es la imagen más fehaciente de esa atracción y de cómo Oriente y Occidente nunca han estado separados, a pesar de que la historia los haya dividido. El objeto de estas páginas es trazar un breve itinerario de dicha fascinación con los nombres más importantes que la conformaron y describir dos de los casos más fascinantes de los intercambios entre Oriente y Occidente, uno de los cuales ha dado lugar al origen de mi novela, El pintor y la viajera (Ediciones B, 2011).

LA “TURQUERIE” DE MODA EN EUROPA

Dos hechos históricos consolidaron la atracción europea por Turquía y Estambul, llamada “turquerie”. En primer lugar, la conquista de los otomanos de Constantinopla, capital del Imperio romano de Oriente, a partir de entonces llamada Estambul y, en segundo, el Sitio de Viena, llevado a cabo por el mismo Imperio en 1683. La proximidad geográfica de una civilización, la islámica; la admiración política de Occidente por un Imperio que llegó a tomar Siria, Egipto, Túnez, Argelia, Grecia y parte de Polonia, Hungría, Bosnia, Serbia y Valaquia; la necesidad de establecer relaciones comerciales con él y, en definitiva, una convivencia en el mismo espacio con los turcos otomanos, organizaron unas representaciones o formas culturales que muestran las inquietudes y deseos europeos.
Fue sobre todo entre el mandato del sultán Solimán (1520-1560), que impulsó de manera determinante la cultura del Imperio, y la alianza turco francesa del XVII, cuando se produjeron los intercambios más florecientes entre Europa y Turquía. Diplomáticos, artistas, comerciantes, sedas y tulipanes viajaron entre ambas geografías y, como consecuencia, surgió una serie de libros que se convirtieron en la fuente principal de las posteriores representaciones de Oriente.
Los más importantes son obra de los viajeros, describen las costumbres turcas e incluyen hermosos y representativos grabados. Sus títulos son: de Pieter Coecke van Aelsts, Les Moeurs et fachons de faire de Turcz (1553); de Nicolas de Nicolay, Navigations, peregrinations et voyages, faits en la Turquie (1567); de Melchior Lorich, Wolgerissene und Geschnittene Figuren zu Ross und Fuss sampt schönen Turkischen Gebäuden (1579); de Maler Cornelis de Bruyn, Reizen door de vermaadste Deelen van Klein Asia (1698). Este interés viajero y literario por Turquía corrió paralelo al filosófico con autores harto conocidos que la hicieron objeto de sus investigaciones, como Voltaire, Montesquieu, Boulainvilliers y Bodin.
Como resultado de las relaciones diplomáticas con Europa, en 1611, Francia mandó al pintor Simón Vouet (1590-1649) para que retratara al sultán Osmán II. En 1721, los turcos enviaron a una cohorte de pintores a Francia, lo que definitivamente inundó las cortes, fiestas, músicas y salones europeos de la moda por lo turco. Poco después, movido por este entusiasmo, aparecerá el exotismo y otras modas orientales, como la chinoiserie, mucho más lejana y totalmente fuera del contexto islámico, aunque mostrando una fascinación semejante. Mientras esta última derivó en la reproducción de elementos procedentes de la China en motivos decorativos, la moda turca llevó a los europeos a vestirse y retratarse como los turcos, en una voluntad que denota la predilección por trasformar la propia identidad y que, al contrario que las reinterpretaciones decorativas de la chinoiserie, pondrá en evidencia la proximidad de Europa con Turquía.
Los textos y grabados de los viajeros a Turquía fueron la fuente más importante de las posteriores representaciones de Oriente de los pintores y, más adelante, para los estudios antropológicos y arqueológicos. Muy pocos pintores de tema oriental u orientalistas se desplazaron a Turquía; por esa razón usaban los textos de los viajeros para inspirarse y documentarse. Probablemente, el libro de viaje más relevante para hacerlo fue el Recueil des cents Estampes représentant différentes Nations du Levant tirées sur les Tableaux peints d’après Nature en 1707 et 1708 par les Ordres de M. de Ferriol Ambassadeur du Roi à la Porte. Et gravées en 1712 et 1713 par les soins de MR. Le Hay (1714), con la segunda parte publicada en 1715 de Explications de cent Estampes avec de nouvelles Estampes de Cérémonie Turques qui ont aussi leurs Explications.

LOS VIAJEROS, FUENTE DE INSPIRACIÓN DE LOS ARTISTAS

Una gran parte de los artistas europeos usaron el Recueil como fuente de su pintura. La primera influencia fue la obra del pintor Jean Baptiste Pater (1685- 1736), quien introdujo motivos turcos de vestidos y objetos en las escenas de las fiestas galantes. Poco después, el pintor Carle VanLoo (1705-1765) incluyó sultanes y pachás en interiores europeos, rodeados de lujo, que pintó al estilo de El Veronés. En Italia, fueron los hermanos Francesco y Antonio Guardi los principales herederos del Recueil. El mariscal Schulenburg, destacado coleccionista de arte holandés, encargó un conjunto de 43 quadri turchi para decorar el salón oriental de su residencia de Verona. De nuevo, a excepción de algún que otro objeto oriental inserto en las escenas, los cuadros presentaban únicamente los interiores y vestidos europeos. Hacia 1733, el Portrait turc (procedente del Portrait déguisé) se puso de moda. La aristocracia inglesa y francesa
principalmente se retrató vestida “a la turca”. La Marquesa de Pompadour fue pintada por Van Loo en 1750 transfigurada en una sultana lectora. En 1760, Johann Christian von Mannlich retrataba al monarca Maximiliano I ves tido “a la turca”. Y Jacques André-Joseph Aved dibujó a la Marquesa de Saint-Maure como una sultana en su jardín del serrallo en 1743.
Uno de los casos más fascinantes de intercambio cultural y de conocimiento entre Oriente y Occidente es el retrato que hace Bellini del sultán Mehmet II. Tras la conquista de Estambul por los otomanos en 1453, Mehmet II se proclamó sultán. Su ambición conquistadora se modeló a imagen de Alejandro Magno, la historia de otra fascinación. En 1480, el sultán pedía a la Serenísima República de Venecia que le enviara un pintor a su corte pues le atraía sobremanera la pintura veneciana. Gentile Bellini fue enviado para retratar a Mehmet II. El retrato presenta de forma magistral la magnificencia y el poder del personaje que hace tambalear a los estados europeos al situarse en su mismo espacio y, por lo tanto, a su misma altura. El cuadro enmarca a Mehmet II en, posiblemente, el pórtico de la iglesia de San Zaccaria de Venecia, una inserción arquitectónica que le dota de autoridad. Al mismo tiempo, esta perspectiva le distancia del espectador, un efecto que aumenta al situar un parapeto en la parte delantera del retrato que se interpone entre el observador y el sultán. A la izquierda y en latín, la frase, Victor orbis, conquistador del mundo, y en la parte superior las tres coronas que simbolizan los tres grandes imperios de Mehmet II: Grecia, Trebisonda y Asia. Como es frecuente, pocos elementos designan a primera vista el origen otomano del sultán. Solo uno, en medio, con la luz que siempre desprende el blanco, un inmenso turbante casi desproporcionado. El motivo, cuya
representación proviene de los intercambios de embajadas y comerciantes de Venecia con Damasco, se convierte en uno de los elementos recurrentes en la pintura holandesa de  costumbres y bíblica del XVII. En el retrato sobresale el rojo veneciano que excita la retina y, de nuevo, da un mayor empaque a la representación. El encuentro entre el sultán y Bellini es posiblemente el tema principal, aunque velado, de la novela Me llamo rojo de Orham Pamuk. Oponiendo la pintura veneciana a la de los miniaturistas otomanos (que nunca deben mostrar el alma o las huellas del artista), uno de ellos representa a escondidas la maniera en su obra, lo que da lugar a una trama rodeada de los estereotipos que Pamuk conoce tan bien de la dialéctica Oriente y Occidente. Y solo a partir del rojo del retrato del sultán puede escribir un extraño y ajeno capítulo en el que el color habla en primera persona y da lugar al título del libro. Un retrato por el que, finalmente, Mehmet II no muestra, una vez terminado, demasiado interés y corre por los bazares de Estambul hasta que es comprado por un comerciante veneciano. La historia de una fascinación que muestra cómo algunos casos permiten leer e interpretar la historia de otra forma.

INGRES y LADY MONTAGU

Otro de los intercambios más sorprendentes entre Oriente y Occidente es el del pintor Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867) y la viajera Lady Wortley Montagu (1689-1762). Las cartas de ella a Turquía fueron la fuente principal de uno de los cuadros más famosos del pintor el Baño turco, al que dedicó dieciséis años de su vida. De Lady Mary Pierrepoint o Lady Mary Wortley Montagu, tras su matrimonio con el embajador británico, Edward Wortley Montagu, ante la Sublime Puerta de la corte otomana, se publicaron en 1763, Letters of the Right Honourable Lady Mary Wortley Montagu. entre 1714 y 1716. Francesa de las Letters descripción del haman la viajera se convirtió en el corte Montagu
Un libro que recogía las cartas y una parte de los diarios escritos durante su estancia en Estambul Ingres tenía en su biblioteca la edición fran de 1805 y, a partir de ellas, elaboró de forma visual un hecho literario y llevó a cabo un ejercicio de doble reescritura con el que textualizó doblemente la representación de Oriente, pues la descripción del haman o un baño turco de la viajera se convirtió en el baño turco de Ingres. A pesar de que ya se había estudiado la influencia de dicha descripción en el cuadro, nada se sabía de otras influencias de la viajera en su producción pictórica. El siguiente estudio pone en evidencia la importancia capital de las Letters en la obra del pintor.
En las Letters destacaban dos hechos definitivos: la narración de un viaje temprano a Oriente hecho por una mujer y el primer testimonio en Occidente de una persona que entraba en el espacio prohibido de un harén y un baño turco. Lady Montagu recorrió entre agosto de 1716 y octubre de 1718, Rotterdam, Viena, Praga, Leipzig, Hannover, Sofía, Edirne, Estambul, Génova, Turín, Lyon y París. Fruto de este viaje fueron las cartas que envió, principalmente, a Lady Mar, su hermana; al pensador y escritor ilustrado, Alexander Pope; al Abad Antonio Conti y a sus amistades londinenses.
Ingres descubrió rápidamente una de las grandes cualidades de las Letters, la condición de pintoresco de las descripciones, es decir, la posibilidad que tenían de ser pintadas. La literatura de viajes ilustrada se caracterizó por aplicar un determinado acercamiento estético fruto de la aplicación de los sentidos y el espíritu crítico de la época, lo que dio lugar a un lenguaje detallado y preciso que permitió describir lo visto de la forma más natural posible. Y esta precisión ayudó a conformar la voluntad pintoresca de las descripciones; cuanto más minuciosas eran mejor se podían pintar.

LAS CARTAS COMO INSPIRACIÓN ARTÍSTICA

Cuatro pruebas quedan al menos de la influencia que tuvieron las Letters en la obra de Ingres. En 1819, incluyó en su Cahier nº 9 o diario pasajes enteros de las mismas. La primera muestra es una reescritura casi exacta de la carta XXVII. Ingres copió fragmentos literales y aprovechó para introducir en ellos los comentarios que le sugerían. Un estudio de estos últimos permite seguir el proceso de creación del Baño turco. Paso a reproducir aquí las páginas de su diario y pongo en cursiva las líneas que copia de las cartas de Lady Montagu.

“Se entra en un vestíbulo pavimentado de mármol en el que las baldosas forman el mosaico más bello. De allí se pasa a una habitación rodeada de sofás, en los que se puede reposar antes de pasar al baño después de desnudarse en este cuarto, se entra en la sala del baño que tiene seis columnas de jaspe que sostienen una cúpula de vidrio. En ellas, hay nácar incrustado y perlas que producen reflejos en las bañistas y producen en sus pieles un bello resplandor.
La bañista que está en medio tiene la forma de una concha y se encuentra sobre una especie de trono de coral con conchas y perlas extrañas. Este trono le sirve para esconder los tubos por donde sale agua caliente y fría. En uno de los lados de esta sala, hay un cuarto donde hierven plantas aromáticas en grandes calderas, de allí salen canales que distribuyen vapor, los cuales,
al mismo tiempo que irradian un dulce calor, provocan un olor agradable.
Enfrente de esta habitación, hay otra con alfombras espléndidas. Debajo de un palio lleno de piedras preciosas, se ve un lecho formado por el más tierno colchón. En torno a este lecho, se queman en cazuelas de oro, los aromas más suaves de Oriente. La mayor parte de las mujeres dedicadas a estos quehaceres se ocupan en atender a la Sultana a la salida del baño para secar su bello cuerpo y frotarlo con las mejores esencias. Y esto le llevará enseguida a un voluptuoso descanso”.

Más adelante, reproduce casi literalmente otro párrafo de la misma carta. Y le añade un título que no consta en las Letters: “Baño de mujeres en Adrianópolis”:

“Había unas doscientas mujeres (yo estaba en traje de viaje); los primeros sofás se hallaban cubiertos de cojines y ricas alfombras, y las mujeres se divertían. Las esclavas las peinaban; todas estaban como vinieron al mundo, desnudas, pero no había ni gesto indecente ni postura lasciva: ¡caminaban y hacían sus movimientos con gracia majestosa! Tenían la piel de una blancura brillante, sus bellos cabellos estaban separados por trenzas que caían sobre sus espaldas con perlas y rubíes. Mujeres bellas en diferentes posturas, unas charlando, otras trabajando, otras tomando cafés o sorbetes, otras repasando negligentemente sobre sus cojines.
Llegan muchachas de 16 a 18 años para trenzarles el pelo estupendamente, durante 4 o 5 horas, y les cuentan noticias y escándalos de la ciudad. La dama que me parecía de
más alta alcurnia me suplicó que me sentara a su lado y me invitó a desnudarme para gozar del baño. Me excusé con cierta dificultad, pero me miraban tanto que finalmente me abrí la camisa y mostré mi corsé, lo que les agradó mucho. Yo estaba encantada con su educación y encanto. Un hombre no se tendría que morir sin haber visitado uno de estos baños de mujeres. Tras la comida, me dieron café y perfumes lo que es marca de un gran aprecio”.

Otra muestra de la influencia de Lady Montagu en Ingres es una página con notas y bocetos para el Baño turco, donde aparece una frase repetida varias veces extraída de las Letters. Esta evidencia las dos ideas que más le influyeron de Lady Montagu: el placer y la reiteración del deseo: “Los placeres del baño / en las casas de las mujeres turcas / los placeres del baño en la casa de la Sultana”. El placer es uno de los ejes temáticos del Baño turco. Ingres se encontraba al final de su vida y en el cuadro abandonó su imaginación erótica para entrar en la imagen universal de la extinción del deseo humano. Esta pérdida se hacía presente en la inercia de los gestos abandonados de las figuras y en la constancia de gestos y mujeres, tal y como había escrito Lady Montagu: “200 mujeres”, “tantas hermosas mujeres desnudas”, “se sentaban las damas, y detrás en los segundos, se colocaban sus esclavas”.

La multiplicación de las mujeres multiplicaba a la vez el deseo y placer, y al repetirse su desnudez, los cuerpos se convertían en objetos. Ingres utilizó también las Letters como fuente para otras obras. En uno de los muchos estudios que hizo para su obra Júpiter y Tetis de 1811, escribía al lado de un dibujo preparatorio para la elevación del brazo izquierdo del dios: “notas de Lady Montagu”. Lo que indica que para pintar la figura debía consultar las referencias que había tomado de las Letters. De igual modo ocurrió con su acuarela Baño de 1864, donde citaba unas frases extraídas de nuevo de la carta XXVII de Lady Montagu: “Se entra en un vestíbulo pavimentado con mármol cuya decoración parece el mosaico más hermoso. Desde allí, se llega a una habitación rodeada de sofás, en la que se puede esperar antes de pasar al baño”. Finalmente, hacia 1815, hizo un último tributo a Lady Montagu, y dibujó a lápiz y a acuarela el boceto titulado: Proyecto para la tumba de Lady Montagu.

En definitiva, la obra de la viajera fue la fuente principal de la pintura de tema oriental de Ingres. En este juego de espejos de doble representación, el pintor conformó su obra con los textos de la viajera, y la viajera, su Oriente con Estambul. Ambos construyeron Oriente en función de sus deseos y en sus representaciones quedaron como una huella las carencias de la sociedad
de origen.
En estas circunstancias no es de extrañar que a alguien a quien ha fascinado tanto el pintor como la viajera, se le ocurriera un día reunirlos en una novela.
La ficción, pensé yo, permitiría que se conocieran y se dijeran todo aquello que nunca llegaron a decirse. Así ha sido. En mi novela, El pintor y la viajera, los dos se encuentran y mantienen una relación intelectual y pasional mientras dialogan sobre la mujer, Oriente y el viaje. El resto es también el fruto de un encuentro: el mío con dos personajes apasionantes y con el proceso de escritura de una ficción.

Patricia Almarcegui es doctora en Filosofía y profesora universitaria de Literatura Comparada.
Ha dedicado los últimos nueve años a investigar el orientalismo y la literatura de viajes. Acaba de publicar su primera obra de ficción, El pintor y la viajera (Ediciones B).
www.patriciaalmarcegui.wordpress.com