La desconocida actividad geográfica de Joaquín Costa

En el centenario de la muerte de Joaquín Costa se ha renovado el interés por este polifacético intelectual y político que, a pesar de no haber viajado nunca a África, resultó trascendental en la escasa actividad exploradora de los españoles en ese continente en el siglo XIX. José Antonio Rodríguez Esteban recupera la faceta de Costa como geógrafo y como director de expediciones de la Sociedad de Africanistas y Colonistas, que él mismo fundaría en 1884.

Este año se conmemora el centenario de la desaparición de Joaquín Costa (Monzón-Huesca 1846- Graus-Huesca 1911) y sorprende el lugar que aún ocupa en el bagaje cultural, y moral, de la
sociedad española. En Madrid se sabe que se asignó su nombre a uno de los bulevares, de los más transitados y menos visitados (por su carencia de espacios habitados y su estética), como una sutil paradoja de las veces que se ha retomado el pensamiento de Costa para terminar aparcado junto a los grandes almacenes del bulevar contiguo: en este caso Raimundo Fernández Villaverde, contemporáneo en el ala política opuesta a Costa.
Creo que este desconocimiento de la figura de Costa es consecuencia de su enorme, erudita, especializada y dispersa obra, y al hecho de que las más de las veces nos sumerge en un realismo descarnado. Ante este panorama, ¿quién puede disfrutar de sus ingeniosas metáforas y brillantes ideas (“El fabricante de ideas”, ha llevado por título la exposición que sobre su obra se ha expuesto en Zaragoza y en la Biblioteca Nacional de Madrid)?.

Pero la pregunta es: ¿qué hace Costa en un Boletín de la Sociedad Geográfica Española si apenas se movió del pueblo oscense de Graus? ¿Es que acaso su figura ofrece el glamour de los viajeros decimononos o de los escritores de viaje que no se han movido tampoco de sus asientos? ¿Acaso ofrece más interés que el gran viajero Iradier, al que por cierto contrató para que explorase la costa Calabar y con el que tuvo equidistantes diferencias?.
En efecto, Costa envió a Iradier a la costa africana, pero también fue él quien envió a Emilio Bonelli a que firmase acuerdos con las tribus del litoral, en el caladero de pesca canario-sahariano, y el que presionó a Cánovas del Castillo en el momento en que todos celebraban la adquisición de 550 km de costa, para que declarase el protectorado sobre el litoral del Sáhara, entre Cabo Blanco, al sur, y Cabo Bojador al norte (Cánovas se oponía desde hacía tiempo, pese a sus iniciales veleidades africanistas, a toda aventura de España en el exterior, para no chocar con las potencias europeas). También sería Costa, con el apoyo de Francisco Coello, el que eligió a Cervera, Quiroga y posiblemente a Rizzo y Abdel Kader, mandándoles a la busca de los adrares africanos, año y medio después de haber mandado a Bonelli. Aunque no hay evidencias, podría desde luego estar detrás de los viajes de Álvarez Pérez al norte de cabo Bojador, hasta las embocaduras y hamadas del país de los Teckna. También pudo ser Costa, casi con seguridad, el que volcó todas sus esperanzas en las expediciones naturalistas del médico de la Vega de Ribadeo, Amado Ossorio, por el país del Muni.

DIRECTOR DE EXPEDICIONES SIN SALIR DE CASA

A pesar de no moverse de España, Joaquín Costa fue un hombre trascendental en la escasa actividad exploradora de los españoles en el siglo XIX ya que fue el director de expediciones de la Sociedad de Africanistas y Colonistas, que él mismo fundaría en 1884 tras convocar aquel famoso y trascendente Congreso de Geografía Colonial y Mercantil unos meses antes. La idea era convertir a la Sociedad de Africanistas y Colonistas en el brazo práctico de la Sociedad Geográfica de Madrid. Una vez cumplidos sus primeros objetivos de crear opinión y tras las expediciones de protección a la costa sahariana y al litoral de Guinea, pasó a denominarse en 1885 Sociedad de Geografía Comercial, porque el objetivo no era tanto conquistar nuevas tierras como crear una corriente de regeneración comercial. La renovada y práctica Sociedad se dotó de un órgano de expresión, la Revista de Geografía Comercial (cuya consulta ha sido muy difícil hasta la feliz iniciativa de la Biblioteca Nacional de incorporarla a su magnífica colección digital). El primer artículo de la nueva revista, firmado por Costa y por el también geógrafo institucionista Rafael Torres Campos, es muy explícito en este sentido:

“…lo mismo en la antigüedad que en los momentos presentes–dirán-, los pueblos que han tenido más geógrafos son también los que han tenido más comercio…
Allí donde los geógrafos se preocuparon siempre del Comercio, los comerciantes se han preocupado de la Geografía…

Unas veces, los Gobiernos abren caminos y dan facilidades a los comerciantes (Italia en Assab, Alemania en Nueva Guinea, España en el Sahara); otras, contribuyen estos a los éxitos del país, crean intereses, que sirven de título para adquisiciones o reivindicaciones territoriales (Inglaterra en Borneo, Alemania en Camarones y Angra Pequeña); pero siempre la cultura
geográfica, la extensión del comercio y la política colonial son inseparables.
Para que el comercio de un país, en vez de ocuparse en pequeñas transacciones y aceptar los productos en los sitios mismos desde donde opera, tome vuelo, busque aquellos en los puntos de procedencia, evite desviaciones y aligere la circulación en beneficio propio y de los consumidores, y alcance las grandes ventajas que los cambios internacionales llevan consigo, hace falta constituir centros de estudio que recojan cuantos datos geográficos, sociales y económicos interesen al tráfico o tengan relación con él” (RGC, 1885, 1-2).

Por supuesto, Costa no estaba solo en la aventura colonial, puesto que las corporaciones tenían más socios en aquel momento de los que tienen en la actualidad sus continuadoras. Entre sus miembros estaba la realeza, ministros y primeros ministros, el cuerpo diplomático, ingenieros y un largo etcétera. En esos momentos no había geógrafos como tales, no había carrera universitaria de Geografía y en España sólo había una asignatura en la Universidad referida a los sistemas coloniales.
Esto no impedía que las charlas y discusiones de estas asociaciones coloniales girasen en torno a las relaciones de la cartografía con el sistema impositivo, tras la negativa de los grandes terratenientes a que el estado controlase la extensión y valor de sus tierras, e hiciese, no ya el catastro, siquiera el mapa topográfico nacional (la cartografía y su relación con un sistema impositivo más justo fue tanto una aspiración racionalista y revolucionaria, que España retrasó más que los demás paí ses de Europa occidental). Pero también se discutía sobre las causas de la pobreza de nuestro suelo; sobre la conveniencia de mantener en el sistema internacional el secular meridiano de origen de la punta de Orchilla, en la isla del Hierro o de cómo hacer llegar la cultura geográfica a todos los rincones (de aquí salió por ejemplo la idea de colocar placas indicadoras de la altitud en los edificios públicos y estaciones de ferrocarril, que hoy nos resulta tan familiar).

COSTA, TODO UN MISTERIO

Retomando el hilo argumental, Costa tiene indudablemente méritos suficientes para estar entre los papeles de las sociedades y asociaciones de Geografía actuales, pero, curiosamente, no está y parece que ni se le espera. Lo que no deja de ser un misterio. Costa estaba muy bien acompañado en el terreno del conocimiento geográfico, pero no lo estaba tanto en la acción geográfica, y no lo estaba porque para ello se requería un país industrioso, con manufacturas que buscasen nuevos mercados, necesitados a su vez de fuentes de materias primas, etc. Se requería un país de emprendedores y no de una burguesía terrateniente sustentada en el analfabetismo.
En estas circunstancias el análisis de Cánovas no era desacertado: no se podían tener aventuras coloniales, con problemas ya en Cuba, reclamada por Estados Unidos; en Borneo, de cuya parte septentrional se apoderó Gran Bretaña sin oposició; en Filipinas con archipiélagos aún desconocidos. Pero, ¿qué se traía entre manos Costa para mandar exploradores a África y presionar al Gobierno sin descanso en una estrategia tan bien urdida y tan perseverante?.
Entender la obra geográfica de Costa ofrece los mismos interrogantes que conocer su aportación al derecho consuetudinario o su contribución a la economía librecambista. Hay tantos Costas que ese es el motivo de su desconocimiento. Es difícil tratar de interpretar a alguien que ha abordado tantos saberes con solvencia.
Sólo recientemente, la obra de Costa empieza a poder ser consultada en orden y entendida en su coherencia interna, en lugar de dar la impresión de dispersión.
Y esto está siendo posible gracias a la labor de unos pocos investigadores entre los que destaco a Alfonso Ortí, que lleva sesenta años estudiando la obra de Costa en el contexto del pensamiento de su época y en las repercusiones de sus acciones, y a Cristóbal Gómez Benito, que le acompaña en esta tarea desde hace varios lustros. Y es que, en resumen y como señalan Ortí y Gómez Benito, la obra de Costa adquiere coherencia si se piensa que el eje vertebrador de su propuesta reformadora y regeneracionista es la agricultura, una agricultura comercial acorde con las exigencias del momento, y una agricultura moderna que permita al pequeño campesino elevar su nivel de renta: ambas necesitadas de obras de riego que aprovechen las difíciles condiciones de las tierras españolas. Pero de nada sirven las mejoras agrícolas sin un mercado que canalice sus productos, sin una geografía que oriente sus mercados en
un momento en el que la revolución de los transportes gracias al motor de vapor, singularmente con el barco de vapor y el ferrocarril, están cambiando el mundo.
Así pues, la obra geográfica de Costa se inserta en una preocupación más general que implicaba que España no se marginase de la marcha de las grandes naciones europeas, en su doble juego de abolir la esclavitud y extender el librecambio, forzando la ocupación de territorios donde grupos sociales y tribus mantenían estructuras organizativas centenarias. El respeto de una nación, pensaba Costa, no viene de sus alianzas, sino de la capacidad para realizarlas y su poder para mantenerlas, de su lugar en el devenir histórico y de las afinidades que mantenga con otras naciones: de ahí sus propuestas de crear una alianza del mediodía con Portugal e Italia, y de volver a retomar intensamente los lazos con las repúblicas iberoamericanas, frente al gran poder expansivo de una Inglaterra a la que se admiraba tanto como se temía.

BIBLIOGRAFÍA

Gómez Benito, Cristóbal (1996): La modernización de la agricultura en el proyecto político de desarrollo agrario nacional de Joaquín Costa, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, IssN Nº 24-25, , págs. 101-112.
Ortí, Alfonso (1984): “Política hidráulica y cuestión social: orígenes, etapas y significado del regeneracionismo hidráulico de Joaquín Costa”, Agricultura y Sociedad, núm. 32, págs. 11-107.
Rodríguez Esteban, José A. (1996): Geografía y colonialismo. La Sociedad Geográfica de Madrid, 1876- 1936, Universidad Autónoma de Madrid.