Jardines en el desierto

En la Biblia, un libro sagrado escrito por pueblos del desierto, el Génesis nos cuenta cómo Dios lo primero que creó fue un jardín llamado Edén, un oasis de calma solo rota por el sonido del agua. Y es que el agua es, paradójicamente, el elemento clave de los desiertos. La geógrafa Pilar Lacasta nos explica la relación estrecha entre desiertos, agua y sistemas de regadío, algunos de ellos milenarios, que son capaces de arrancar el verde más intenso entre los ocres de un desierto en forma de oasis y jardines, y la vida allí donde no parecía posible.

Descubrí el desierto hace muchos años en un viaje a Túnez con mi amigo Ricardo Blázquez. Todavía tengo grabado el impacto que causaron en mí aque-llas inmensas extensiones de arena, los pueblos de casitas bajas y cubiertas pla-nas que quedaban completamente mimetizadas en el paisaje y, sobre todo, el grandioso espectáculo de verdor que la sola presencia del agua hacía florecer entre tanta sequedad. Viajar con Ricardo es introducirse de lleno en el paisaje e incorporar a tu vida a todo el paisanaje posible. Es moverse en autobuses y charlar con los viajeros; es sentarse a las cuatro de la madrugada en el café del mercado y charlar con todo el mundo hasta conseguir que alguien, que ya ha dejado su mercancía y vuelve a su pueblo, te lleve en su camión hasta ese poblado bereber perdido en las montañas y sin posibilidad de comunicación. Y no solo te lleve, sino que te introduzca en su mundo, te enseñe sus tierras y la manera de recoger el agua para regarlas, conocer a sus vecinos y tomar el té en sus casas.Es volver andan­do hasta el pueblo más cercano donde poder tomar un autobús y compartir en el camino el queso y el té de los cabreros que te llaman y te invitan.

Fue en Nefta, ciudad afincada en un maravilloso oasis y rodeada de desiertos de arena y sal –el Gran Erg de Argelia oriental y los Chotts de el-Djerid, el-Gharsa, el-Rahim, el-Chtijatt Sgath, el Mehez Sha–, donde, gracias al desparpajo de mi amigo, entablamos conversación con un grupo de hombres que tomaban té sen­tados en la única mesa ocupada del jardín del hotel. “¿Podemos sentarnos con vosotros?”, preguntó Ricardo, “es que como todas las mesas están ocupadas…”.Ellos sonrieron y nos hicieron un hueco. Uno de ellos, ataviado con una bellísi­ma capa de lana –barnús– era ingeniero hidráulico y nos estuvo explicando có­mo el agua, que corría por la red de acequias e irrigaba el más de medio millón de palmeras datileras (a cuya sombra crecen higueras y granados que, a su vez dan sombra a otros cultivos como habas, melones, etc.), procedía de las lejanas colinas y emergía en el oasis a través de 152 fuentes, gracias a una serie de pozos artesianos perforados en el desierto.

También fue allí donde descubrí las maravillas que se ocultaban detrás de los altos muros de las casas. Calles sosas, polvorientas, sin vegetación, encierran huertos y jardines con albercas de agua fresca capaces de hacerte creer que es­tás en el jardín del edén. No hay nada más reconfortante y deliciosamente dulce que picotear uvas de las parras e higos de las higueras que cuelgan suspendidos sobre la alberca, mientras sumergidos en sus aguas, va desapareciendo el polvo de los caminos.

He visitado después muchos desiertos, me he quedado extasiada con los oasis de rosas de Marruecos y los mil colores de las rocas de Wadi Rum, pero mi pa­sión se encendió al apagarse la cerilla de Lawrence de Arabia.

 

EL DESIERTO

El término desierto significa, etimológicamente, “sin hombres”, pero también lugar “sin lluvias” y, por ende, “sin plantas”. Para muchos es un lugar vacío, sin vida, monótono, sin paisaje. Para otros, el desierto es el mundo de los detalles. La belleza de sus paisajes no sólo está en los extensos horizontes de colores ocres, sino en la enorme variedad de matices que introducen los cambios de luz, la diversidad de las rocas, y, por supuesto la mínima presencia de humedad. Puede provocar multitud de sensaciones: miedo, soledad, desubicación, placi­dez, euforia… Nunca un espacio ha dado lugar a sentimientos tan encontrados, se le odia o se le ama, pero nunca deja indiferente. Sin embargo, como dice T. E. Lawrence “el espí-ritu del desierto se escurría por entre las gruesas mallas de nuestra comprensión”. Para abundar en la idea de cómo una inmensidad monótona se puede convertir en un mundo lleno de diversidad dándole a la mirada la facultad de observar, bastaría con alguna de las descripciones de viajeros, como ésta que hace T. E. Lawrence: “…atravesábamos la relumbrante llanura, ahora casi desnuda de árboles, y cuyo suelo iba tornándo-se cada vez más blanco. Al principio era de cascajo gris, con consistencia de grava. Luego la arena iba haciéndose cada vez más frecuente, al tiempo que escaseaban cada vez más las guijas, hasta el punto de poder distinguir por el color la procedencia de éstas, ya fueran de pórfido, de esquisto verde o de basalto. Finalmente todo era ya pura arena blan-ca, bajo la cual se extendía un estrato más duro. Semejante suelo era como una alfombra de pelusa para el trote de nuestros camellos. Las partículas de arena eran limpias y brillantes, y capturaban el brillo de la luz solar como pequeños diamantes de centelleante reflejo, que después de un rato resulta-ba insoportable”.

También es interesante la errónea sensación de tierra vacía, de ausencia huma­na, cuando la realidad es que el territorio está estructurado y repartido entre las tribus nómadas y perfectamente organizadas las rutas de cada tribu para buscar los pastos de invierno y de verano. Cada colina, cada valle, cada pozo y cada ár­bol, tiene a alguien reconocido como su propietario.

Como hemos visto, la palabra desierto tiene una extensión climatológica (lu­gares cuyas precipitaciones anuales no superan los 200 mm –en el desierto chileno llueve menos de 100 mm al año–) y biológica (debido a la escasez de humedad la cobertura vegetal es muy escasa, reduciéndose a la presencia de plantas aisladas entre sí). Existen desiertos fríos, como algunas zonas de Islan­dia; desiertos templados como el entorno del mar de Aral y desiertos cálidos con el del Sahara. Entre los desiertos cálidos podemos distinguir desiertos casi absolutos, los Tanezruft, como se les llama en el Sahara y desiertos relativos. Excepto en los desiertos fríos, las temperaturas son extremas, con gran ampli­tud diurna y anual.

EL AGUA

Frente a la sequedad de las enormes extensiones de piedras y arena, el agua es el milagro de la vida. Desde el punto de vista hidrográfico, se acostumbra a distinguir las regiones sin circulación de agua regular o regiones areicas, y las regiones provistas de una circulación regular, pero cuyas aguas no alcanzan el mar y se pierden por evaporación o infiltración, ya a lo largo del curso, ya en las lagunas: son las regiones endorreicas. Lo que caracteriza al desierto es un régi­men de circulación espasmódico. El uad, lecho del río generalmente seco, es la corriente de agua característica del desierto, pero también existen regiones sin circulación organizada, sin cauces.

La carencia de precipitaciones da lugar a una vegetación escasa, que deja el suelo al desnudo. A veces poseen hierbas dispersas como el drim sahariano (abundante en las dunas, que son, debido al frescor intersticial de las arenas, los pastos más abundantes). Otros desiertos poseen una vegetación arbustiva; ciertas zonas del Sahara están cubiertas de vez en cuando de rtem, especie de zarzal cuya silueta ofrece cierta analogía con la retama calcinada. De todos los desiertos, el australiano es el que posee una vegetación más densa, en forma de plantas espinosas, debido a que es uno de los menos secos. Precisamente la carencia de agua, y la fluctuación de la misma entre los perio-dos húmedos y secos es lo que ha dado lugar al desarrollo desde muy antiguo de variadas técnicas para su aprovechamiento y una magnífica gestión de su uso. Ateniéndonos ya a los desiertos cálidos de África y de Asia y, especialmente al desierto del Sáhara y su continuación hacia el este, encontramos tres espacios muy diferentes: los lugares por donde corren grandes ríos permanentemente, aunque con variaciones anuales de caudal muy fuertes, me refiero al Nilo y a Mesopotamia; las zonas relacionadas con la presencia de wadis o cursos de agua no permanentes; y finalmente aquellas otras zonas donde el agua existente es subterránea. La primera evidencia del control del agua en el antiguo Egipto es el relieve de la cabeza de maza del Rey Escorpión que data de unos 3.100 años a.C., pero se sabe que desde hace unos 5.000 años a.C. ya se practicaba algún tipo de gestión del agua para la agricultura. Los egipcios practicaban la llamada irrigación de la cuenca, una productiva adaptación a las naturales crecidas y decrecidas del río. Construían una red de muretes de barro, algunos paralelos al río y otros perpendiculares a él, que for-maban cuencas de distintos tamaños. Unas esclusas dirigían la corriente dentro de la parcela, donde permanecía durante aproximadamente un mes hasta que el suelo estaba saturado. Entonces el agua restante se drenaba o se sacaba a través de un canal y a partir de ese momento el agricultor procedía a la siembra. El lodo fértil procedente de Etiopía que quedaba depositado tras las inundaciones anuales del Nilo, hacía innecesario mantener tierras en barbecho, cosa que no ocurría en Mesopotamia donde las crecidas de los río Tigris y Eúfrates eran mucho más violentas e impredecibles, arrasándolo todo. Cuando ya se retiraban las aguas después de la inundación, la orilla del cauce quedaba muy alta, unos 4-5 m por encima del nivel de las aguas y en algunos lugares mucho más. Esto hacía necesaria la utilización de “elevadores de agua” para poder regar las tierras limítrofes. Uno de los artefactos más utilizados era –y sigue siendo– el sadhuf.

 

LOS QANATS, UN SISTEMA MILENARIO

Por otra parte está el aprovechamiento del agua subterránea que se hace mediante una estructura denominada qanat,falaj, fogara, khitara, karez, etc., dependiendo de la zona. Se trata de un sistema de conducción de los mantos de agua subterránea a la superficie para su distribución, mediante túneles y sin usar medios mecánicos. El sistema utiliza las zonas de colinas en contacto con la llanura y consiste en perforar en la colina un pozo principal o pozo madre hasta alcanzar un acuífero, cuya agua se hace circular a través de un canal subterráneo prácticamente horizontal hasta el pie de la colina por donde ya aflora el agua. Además del pozo madre, se cavan otros pozos secundarios que unen el túnel horizontal con la superficie, de manera que sirvan tanto de ventilación como de vía de acceso para las labores de mantenimiento y limpieza del canal. El agua sale en forma de cascada y puede ser contenida por medio de pequeñas presas para, desde allí, ser distribuida a las zonas agrícolas a través de los canales de riego. Este sistema permite transportar agua a largas distancias, a veces de hasta 70 km, ya que su carácter subterráneo impide grandes pérdidas por evaporación y permite mantener el agua más limpia.

En Jordania han sido identificados diez lugares con treinta yy ddooss ggaalleerrííaass de qanats. La historia de la irrigación en Jordania data de tiempos romanos y el mayor túnel que se conoce es el del Acueducto de Gadara que, con una longitud de 170 km, era el segundo más largo conocido de la antigüedad. Se empezó a descubrir en 2004 y se trata de un conjunto de construcciones basadas en la tecnología del qanat. La sección más larga, 94 km, se extendía desde Wadi Shellala, un tributario del Yarmuk, hasta Gadara (Umm Qais). Como hemos visto, hay una relación estrecha en-tre losqanats y la topografía, pero su localización también está relacionada con el tipo de roca. Curiosamente, en Jordania losqanats se encuentran situados en el sur donde predominan las rocas calcáreas, no habiendo construcciones en el norte donde el manto de rocas volcánicas que descien-de desde los Altos del Golán cubre una amplia zona, pues a pesar de que las rocas volcánicas dan lugar a suelos más fértiles que las calizas, presentan dificultades para su perfo­ración y además su impermeabilidad no permite las recargas de los acuíferos subyacentes.

En 1929 Amir Abdullah reabrió seis qanats alrededor de Karama en el Valle del Jordán para regar unas 600 ha de campos y jardines cerca de su palacio de in­vierno. Los jardines florecieron de nuevo en un desierto donde no había plantas desde el periodo bizantino. Pero en los años setenta ya no quedaba agua, debido a un abuso en su extracción. El golpe de gracia final lo dio la Jordan Valley Au­thority moviendo grandes cantidades de tierras para nivelar el suelo alrededor de Karama con el fin de preparar la zona para la construcción del canal deno­minado primero East Ghor Main Canal y después King Abdullah Canal, que llevaría agua para abastecer a la ciudad de Amán.

 

OTRAS FORMAS DE GESTIÓN DEL AGUA

En Irán se conserva una obra maestra de la gestión del agua tanto del pasado como del presente. Es el testimonio del saber de los elamitas, los pueblos meso­potámicos, los nabateos y los romanos. Se trata de una serie de presas, puentes, canales, molinos de agua y otras construcciones que se remontan a tiempos de Darío el Grande (siglo V a.C.). Uno de ellos es el canal de Gargar que todavía abastece la ciudad de Shusthar. El espectáculo es grandioso pues el agua cae en cascada desde un espectacular farallón hacia un estanque situado en la par­te baja antes de entrar en la llanura situada al sur de la ciudad donde riega un terreno de 40.000 ha de campos de árboles frutales conocido con el nombre de Mianâb (Paraíso). También se conservan otras construcciones como el castillo de Salâsel, centro de control de todo el sistema hidráulico, la torre de Kolâh-Farangi para medir el nivel del agua, etc.

Pero si en algún país tiene importancia este sistema de riego es en Omán donde suponen la principal fuente de irrigación, siendo utilizados también para uso doméstico. Se estima que hay unos 11.000 aflaj de los cuales unos 4.000 están fluyendo constantemente.

Hay varios tipos de aflaj. Los Daudi Falaj (Qanat o Iddy) son largos túneles sub­terráneos de decenas de kilómetros que buscan agua profunda. Generalmente ofrecen agua durante todo el año. Los Ghaily Falaj son una serie de canales superficiales de unos tres o cuatro metros de profundidad, que recogen el agua de los wadi después de los periodos de lluvias continuadas. Su longitud puede variar entre 500 y 2.000 m y al estar abiertos necesitan limpieza permanente y generalmente su agua no puede ser usada para uso doméstico. Este tipo de aflaj sufre grandes variaciones, creciendo después de los periodos de lluvia y decreciendo rápidamente durante los periodos secos. Los Ainy Falaj, cuyo funciona-miento consiste en derivar la corriente de un wadi y ésta puede ser agua termal. Pero otros tipos de utilización del agua se están llevando a cabo en muchos paí-ses del desierto, entre los que Libia es pionera. Se trata del regadío por pivotesutilizando los mantos de agua fósiles que se sacan con motores de gasoil. Es éste un sistema de riego en círculos que está transformando los paisajes verdes del desierto, pero que también está suponiendo un grave problema para el uso sostenible del agua. En la actualidad, varios factores se unen para alertarnos acerca del avance del desierto (como parece que está ocurriendo en la maravillosa ciudad de Nefta): por una parte el aumento de los años de sequía, lo que hace que los acuíferos no se recarguen; por otra el aumento del consumo de agua debido al aumento del turismo y a la ampliación de las superficies cultivadas.

 

EL JARDÍN

El agua no sólo se destinaba a la irrigación de plantas necesarias para la alimentación, sino que fue en estos mundos áridos donde surgió el jardín. Según el Génesis, al principio, Dios creó un jardín llamado Edén. Edén era un fértil y fragante oasis, de mágica calma solo interrumpida por el sonido del agua y de la risa. Salía de Edén un río para regar el huerto y de allí se repartía en cuatro brazos cuyos nombres eran: Pisón, Gihón, Hidekel (Tigris) y Eufrates. Edén está tradicionalmente lo-calizado en Mesopotamia. Desde que el hombre fue expulsado del edén, la humanidad ha intentado recrear este mítico paraíso y desde tiempos inmemoriales, los árboles han sido asociados tanto con el poder sagrado como con el placer sensual.

Las pinturas de jardines más antiguas del mundo provienen de Egipto. Había jardines en los templos, en las tumbas y en los palacios; sin embargo los jardines egipcios no se cultivaban solo por placer, sino que en ellos se producía vino, frutas, hortalizas y papiros. El agua, como no podía ser de otra manera, era el elemento fundamental, y para el riego de los jardines se utilizaba la conducción del agua del Nilo hasta las parcelas y el shaduf.

Los jardines se organizaban alrededor de un estanque central rectangular o en forma de T, alimentado directamente por las aguas del Nilo, en el que nadaban peces de vivos colores. Alrededor existía una vasta red de canales de irrigación que alimentaba todos los cultivos del dominio. Estos conjuntos formaban com­posiciones geométricas muy estrictas. Cultivos de sicomoros, higueras, azufaifos, granados, viñas y dátiles plantados en damero y separados por elevaciones de tierra a fin de que el agua quede aprisionada el mayor tiempo posible en el suelo. Al lado de los papiros y de los lotos que poblaban de manera salvaje los bordes del Nilo, las flores más delicadas como la amapola, el crisantemo, las anémonas y el jazmín se encontraban en los grandes jardines. Es sabido que varios faraones llevaron a Egipto plantas desconocidas halladas en sus campañas en Cirenai-ca, Libia y Siria, plantas que fueron transportadas y cultivadas en macetas. La primera descripción de los jardines persas la dio Jenofonte en el siglo IV a.C. y, al mismo tiempo, inventó la palabra “paraíso” (en griego paradeisos, del persa pairidaeza, que significa lugar cerrado). En Mesopotamia los soberanos asirios desarrolla-ron grandes espacios cerrados con muros, irrigados por canales y estanques, donde crecían palmeras cipreses, cedros, almendros, ébanos, robles, mem-brillos, perales, higueras, manzanos y granados, y poblados de animales, a veces exóticos –leones, avestruces, monos–, que el soberano había cazado. Estanques ornamentales, palmeras datileras y una extensa variedad de plantas exóticas eran elemen-tos de los jardines del siglo XVIII a. de C. como se puede observar en el fresco del jardín real del palacio que Zimrilim construyó en Mari, ciudad situada en las orillas del Eufrates, al sur de la actual Siria. Pero si hay algún tipo de jardín que haya representado el esplendor de una civilización, este ha sido el de los jardines colgantes de Babilonia, rodeados de leyenda, han llenado la imaginación de Occi-dente. Sobre una estructura de terrazas hechas de piedra crecían palmeras, álamos y pinos, formando muros de gran verdor. Desde la llanura del Eúfrates debía parecer un espejismo donde el palacio emergía de entre los árboles y las flores. La magia de estos jardines se debía al desarrollo de una elaborada técnica de irrigación. Bajo las terrazas más altas, una serie de pozos se hundían hasta las capas de infiltración del Eúfrates, don-de cadenas sin fin de cangilones, movidas por ani SGE / 77 males o por esclavos, subían el agua hasta el interior de una o varias columnas; esta agua descendía después hacia los niveles inferiores mediante canalizaciones.

La atención prestada a todo lo concer­niente a la irrigación marca también la concepción de los primeros grandes jar­dines del Islam. El islamismo es una re­ligión nacida en el desierto, una inmen­sidad sin sombra, de escasos aromas. El jardín se encarga de materializar el sueño inverso: la abundancia de agua, el frescor de las zonas umbrías y de los muros pro­tectores, la embriaguez de los perfumes de las plantas y de las flores. Pero este frágil microcosmos sensual requería mu­chísimos cuidados y debía protegerse del viento cálido, así como de las miradas o de los enemigos. El jardín era, pues, un paraíso reservado.

Detrás de muros de ladrillo secado al sol, se abría un mundo de lujo donde las sedas de alfombras y divanes hacían juego con un mobiliario de madera de ce­dro constelado de piedras preciosas. El visitante iba siendo consciente del gran poder del califa y de la enorme cantidad de territorio que controlaba, ya que cada una de las riquezas mostradas procedía de minas de diferentes partes del mundo. Los jardines tenían también su papel, pues también daban fe de im­portantes conocimientos de ingeniería, botánica, agricultura, etc. Si el jardín es al mismo tiempo una imagen del origen y la fecundidad, no es extraño que los jardines de los palacios abasíes nacieran de un imaginario de agua.

Un documento histórico narra el testimonio de los embajadores bizantinos llegando a la corte de Bagdad en 917, donde su asombro no dejaba de crecer a medida que iban recorriendo las estancias del palacio y viendo las riquezas que allí se albergaban. En el jardín pudieron observar un gran árbol de oro y plata con pájaros autómatas también de oro y plata que volaban y canta­ban; un gran estanque artificial de plomo blanco en torno al cual fluía un río de plomo blanco más brillante que la plata pulida. Por él se movían cuatro magníficos barcos con asientos dorados con telas bordadas. Alrededor de los estanques se extendían hermosas plantaciones con más de cuatrocientas pal­meras, y también limoneros…

La división es cuaternaria, ya existente en todo Oriente antes de la conquista árabe, el chahar bagh, es decir, los cuatro jardines. La estructura es regular y triunfa la geometría. Los jardines árabes son, siempre y en todas las latitudes, fieles al mayor rigor de las líneas, así afirmaban la capacidad del hombre para marcar a la naturaleza mediante formas que le servían para leer los astros.

 

JARDINES DE PERSIA

Bajo esta denominación se conoce a un conjunto de nueve jardines iraníes de-clarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2011. Estos nueve jardines (Bagh-e-Shazdeh (Mahan, Kerman), Bagh-e-Pasargad (Isfahan), Bag- e-Eram (Shiraz), Bagh-e-Dolat Abad (Yazd), Bagh-e-Pahlevanpur (Mehriz), Bagh-e-Chechel Sotunm (Isfahan), Bagh-e-Fin (Kashan), Bagh-e-Abas Abad (Behshahr) y Bagh-e-Akhbariyeh (Birjan)) se encuentran situados en varias provincias de Irán y representan la diversidad de formas que este tipo de diseño de jardín ha asumido a través de los siglos adaptándose a condiciones climáticas diferentes pero conservando siempre sus principios fundamentales que se re-montan a los tiempos de Ciro el Grande (siglo VI a.C.). Todos ellos son dignos de mención, pero me gustaría resaltar dos: Bagh-e-Fin y Bagh-e-Shazdeh. Bagh-e-Fin se considera uno de los más bellos jardines históricos iraníes. Lo mandó construir un soberano safaví, el sha Abbas a finales del siglo XVI, probablemente en el lugar en que se hallaba un antiguo “paraíso” sasánida. Su trazado procede del chahar bagh, el plano geométrico cuatripartito de origen mogol. Rodeado de altas murallas que lo preservan del viento, está dividido en 6 grandes secciones rectangulares delimitadas por un gran canal perimétrico. En los puntos de encuentro de estas aguas se construyeron varios estanques. Esta trama líquida, magnificada por un revestimiento de losetas de color turquesa, crea un ritmo visual y sonoro al mismo tiempo con el flujo del agua y la miríada de surtidores alimentados por las fuentes de las montañas vecinas. El agua es conducida a través de unos acueductos subterráneos que forman parte de un qanat. Se han dejado crecer los eucaliptos y las higueras pero no tiene flores. La magia está en el agua. En cuanto a Bagh-e-Shazdeh, se trata de un jardín de finales del siglo XIX mandado construir por el gobernador de Kehrman, Naser al-Douleh, en 1878 como residencia de verano. Es literalmente un oasis en medio del desierto al pie de las áridas montañas. Se trata de un lujoso y solitario enclave, un rectán-gulo verde umbrío recortado en la superficie de una inmensa llanura vacía y pedregosa. El milagro de este jardín se debe, una vez más, a la posibilidad de traer el agua desde las montañas por medio de qanats, cuyos pozos de aireación son claramente visibles desde el aire. Los numerosos surtidores que difundían permanentemente un vapor refrescante bajo los árboles creaban este ámbito de verdor. Es la imagen de un sueño de paraíso.