Piratas del Pacífico

No tan cinematográficos como sus colegas de El Caribe, un puñado de marinos franceses, ingleses y holandeses se atrevieron, entre los siglos XVI y XVII, a adentrarse en las posesiones del entonces considerado Lago Español, el Océano Pacífico. Exploradores y comerciantes para unos, sanguinarios ladrones para otros, piratas, al fin y al cabo, con el beneplácito de sus respectivos gobiernos, saquearon y asesinaron, pero también protagonizaron sus propios descubrimientos en las aguas de aquel Imperio en que no se ponía el sol.

 

ESCUELA DE PIRATAS

El Caribe, telón de fondo clásico de la piratería desde el descubrimiento del Nuevo Mundo, albergaba un auténtico refugio de piratas, bucaneros y filibusteros. La isla de Jamaica, que había capitulado ante el asalto inglés en 1655 y desde entonces pertenecía al Imperio Británico, era un codiciado reducto no español, rodeado de posesiones españolas cargadas de riquezas. Con la expedición de patentes de corso desde la isla, se produjo un masivo asentamiento de piratas y bucaneros. Y si bien la pérdida de este enclave no había sido significativa para la Corona Española, el tiempo se encargaría de demostrar que dejar aquella pequeña plaza en manos británicas había sido un craso error. Es cierto que Jamaica estaba en el Atlántico, pero también es cierto que supo-nía un núcleo seguro y lo más cercano posible desde el que aventurarse en un océano del que nada se sabía. En el siglo XVI el Pacifico era ya un mar entera-mente español. Se había producido la anexión de Portugal a la Corona Española con Felipe II, y a las enormes extensiones de las colonias españolas en América, se habían unido Brasil y el resto de colonias portuguesas de África, y Asia. La Corona española controlaba un inmenso imperio marítimo, desde Europa a América, África y Asia, cuyas rutas solo dominaban los navegantes españoles y portugueses, mediante cartas de navegación propias. Esta circunstancia propició también un nuevo error por parte de la Corona: las guarniciones costeras del Pacífico, a diferencia de sus homónimas atlánticas, estaban desguarnecidas. Porque si el mar era de su propiedad y sólo ellos conocían las rutas de navegación correctas, ¿quién iba a aventurarse en las recién nacidas ciudades del Pacífico? La respuesta está bien clara, los enemigos históricos de España, dependiendo de la guerra que se librara en ese momento, descubrieron en las aguas del Pacífico una oportunidad de instaurar nuevas colonias comerciales, a la vez que se hacían con las riquezas de España, debilitando sus arcas. Holandeses e ingleses, principalmente, se dedicaron a tratar de entablar relaciones comerciales con países recién descubiertos o con las legendarias Islas de las Especias a la vez que hundían galeones españoles. Todo ello, por supuesto, orquestado desde el Gobierno. Las patentes de corso, el más antiguo contrato por incentivos, se popularizó. Todo el que fuera capaz de navegar, guiar a un puñado de hombros y careciera de escrúpulos podía hacerse rico. Ése fue el pistoletazo de salida.

 

COMERCIANTES HOLANDESES…

Olivier (u Oliverio) van Noort nacido en Utrecht en torno a 1558 había sido navegante, comerciante en Rotterdam y combatiente en las luchas contra España, un currículo que le hacía apto para embarcarse en el primer viaje de los Países Bajos a las Indias. Con un doble objetivo, militar y comercial, la expedición organizada por la Magelhaensche Compagniey cofinanciada por los comerciantes de Rotterdam, constaba de cuatro barcos y 248 hombres bien provistos. Su derrota estaba clara: seguir los pasos de Magallanes. Cuando un año después, en enero de 1600, alcanzaron a pasar el estrecho, solo quedaban dos naves y 147 hombres de la tripulación inicial. Costearon Chile y Perú, se reaprovisionaron en Isla Mocha y, en algún momento, esta tripulación que aún no había cometido ninguna tropelía decidió aprisionar una fragata española, el Galeón Buen Jesús, comandado por el capitán Francisco Ibarra, que al ver la superioridad del enemigo, arrojó al mar 52 cajones de oro en polvo, de 4 arrobas cada uno y 500 barras también de oro, que juntas sumaban 1200 libras. El capitán y el piloto –este último por su conocimiento de las rutas marítimas– son tomados como rehenes. En marzo de ese año, atacan Valparaíso, capturando tres barcos más. Tras saquear Arica a mediados de 1600 y el Callao, donde se hicieron con 5 naves y obtuvieron un botín de 60 toneladas, la expedición zarpó hacia las Islas de los Ladrones, continuaron por la isla de Guam y alcanzaron Filipinas el 16 de octubre. Aquí se produjo una contienda contra las fuerzas españolas de Francisco de Meneses encargadas de ponerles freno, en la que los neerlandeses lograron hundir el galeón San Diego, de trescientas toneladas, la princi-pal nave de bandera española (sus restos serían encontrados en 1995, con un tesoro de monedas de oro y porcelanas) y pusieron rumbo hacia Borneo y Java, donde apresan un sampang chino que les dará noticias por primera vez de la existencia del galeón de Manila, que cuatro veces al año, cubría, cargado de mercan-cías preciosas el trayecto entre Manila y México. Van Noort regresó a Rótterdam el 26 de agosto de 1601, tras un viaje de casi tres años, con un único barco y 45 de los 248 marineros que partieron. La aventura no es demasiado conocida y la empresa no se caracterizó por sus beneficios. Sin embargo, fue la inspiración para las siguientes expediciones de corsarios, que más tarde condujeron a la formación de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, además de la primera circunnavegación del mundo llevada a cabo por un ma-rino holandés.

 

Joris van Spilbergen, el refinado

En agosto de 1614, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales “patrocina” una nueva “expedición” y cuatro grandes naves zarpan en una “misión comercial” alrededor del mundo. Al frente va Joris van Spielbergen, un veterano oficial naval, hábil diplomático y refinado navegante que gus-taba de disfrutar a bordo de elegantes muebles buenos vinos y la orquesta de a bordo amenizando sus comidas. Saqueó Chile y Perú, haciendo prisioneros con los que negociar y se cree que entre sus objetivos ocultos es-tuviese el de apresar un galeón. No lo consiguió por poco. Las autoridades españolas de la ciudad le entretuvieron con diplomacias y proporcionaron agua y alimentos a su tripulación, mientras se daban órdenes a diferentes oficiales de proteger los puertos aledaños. Parece que el galeón de Manila pasó casi frente a las narices de Spielbegeren cuando éste se había cansado de esperar y había dado la orden de volver a casa. Las riquezas consegui-das en los saqueos no fueron impresionantes, pero Spilbergen tiene en su haber la segunda circunnavegación holandesa del globo.

 

Hendrick Brouwer, descubridor de una nueva ruta

Y como no hay dos sin tres, Hendrick o Enrique Brouwer, también navegante y también neerlandés, se echó a la mar en 1610 al frente de tres navíos probable-mente con el mismo encargo que sus compañeros y con la misión de circunnave-gar la tierra. Pero descubrió algo más, la que ahora conocemos como la ruta de Brouwer, que va desde Sudáfrica hasta la isla de Java navegando primero hacia el sur hasta encontrar la zona de los Rugientes Cuarentas (los fuertes vientos del oeste que soplan gran parte del año producto del efecto Coriolis en las latitudes entre los 40º y 50º sur) para luego encaminarse al este unas 4.000 millas, y virar al norte para atravesar el estrecho de la Sonda y alcanzar Batavia (Yakarta). Hasta ese momento, los neerlandeses habían seguido una ruta similar a la de los portugueses a través de la costa de África, la isla Mauricio y Ceilán. La nueva ruta reducía la anterior duración del viaje de un año a alrededor de 5-6 meses y, además del ahorro de tiempo y de costes, significaba una gran reducción en la incidencia de escorbuto entre la tripulación y estar sujetos a un clima mucho más saludable. Después de varios años ostentando cargos administrativo-comerciales en Japón y Ámsterdam, en el año 1643 Brouwer se pone al frente de una expedición de conquista a Chile para in-tentar establecer una base neerlandesa en el océano Pacífico. La expedición partió de Mauritsstad, Pernambuco, el 15 de enero con 5 buques y 350 hom-bres. Después de desembarcar en la isla de Chiloé, Brouwer comenzó sus operaciones militares atacando el humilde fuerte de Carelmapu y la villa de Castro. Pese al exitoso inicio y las prometedoras alianzas con los nativos, que odiaban a los españoles, el proyecto parece torcerse cuando Brouwer enferma repentinamente y muere. Tenía 62 años de edad.

 

Su sucesor, Elías Herckmans

Es el encargado de cumplir el último deseo del marino y le entierra en tierra firme en las ruinas de Valdivia, que toma el 24 de enero y a la que llama Brouwershaven en honor de su capitán. Pero el recién nacido asentamiento es efímero. Herckman y sus hombres ocuparon el lugar sólo hasta el 28 de octubre en el que emprendieron viaje de vuelta a Brasil, con la intención de un regreso que jamás se produjo. El virrey del Perú Pedro Álvarez de Toledo y Leiva se encargó de enviar en 1644 unos 1.000 hombres en veinte barcos para reasentarse en el emplazamiento e iniciar la construcción de un sistema de fuertes. Ni siquiera el anciano capitán Brouwe pudo descansar en paz: los españoles, liderados por el capitán Alonso de Mújica y Bui-trón, desenterraron su cadáver y lo quemaron «por hereje».

 

Jacques L’Hermite, derrotado en El Callao

 Su nombre real era Jacques de Clerck, y los españoles le conocían como Jacobo Heremita Clerk. Como tantos de sus compañeros, era un navegan te y explorador que había ostentando diferentes cargos comerciales en la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Su más famosa incursión en el Pacífico fue el asalto al Callao, Perú, en el año 1624, donde arribó con una fuerza de once navíos y entabló una feroz batalla que sería tenazmente repelida desde la pequeña fortaleza de Guadalcazar, que guardaba una guarnición española. La misión resultaría más ardua de lo previsto pa-ra una ciudad apenas fortificada y el mismo l´Hermite perdería la vida en el asalto. Se dice que de la angustia de ver la ciudad resistir, pero se cree que realmente se debió a la disentería y al escorbuto . Hugo Shapenham se hizo cargo de la dirección de la escuadra, manteniendo el bloqueo sobre el Callao durante 3 meses más hasta el 9 de septiembre, cuando, al ver que la empresa se hacía imposible, puso rumbo hacia Nueva España donde esperaba hacer presas de valor y continuar con la expedición. Cuando la flota llegó a estas costas, atacaron Acapulco, pasaron frente a Manzanillo, que finalmente no atacaron, y emprendieron la travesía del Pacífico hacia las islas de los Ladrones (islas Marianas), y luego hacia Batavia (hoy Yakarta). La flota superviviente estaba de regreso el 9 de julio de 1626. No habían conseguido conquistar Perú, pero sí completar la tercera circunnavegación neerlandesa, y pirata, del mundo.

 

…Y CABALLEROS BRITÁNICOS

 

Francis Drake, armado caballero inglés

Sí, sí, el vicealmirante Drake, el mismo que puso en jaque a la mismísima Armada Invencible, es un clásico donde los haya en el imaginario de la piratería. Habilidoso navegante y alumno aventajado del también corsario John Hawkins, comenzó su vida de marino con 13 años, y a los 20 ya era capitán de un navío. Su controvertida fama de héroe para unos y pirata para otros se inicia en el año 1577, cuando la reina Isabel I de Inglaterra le encarga la organización de una expedición contra los intereses españoles en la costa americana del Pacífico, y le confiere el mando de 5 navíos. En enero, al poco de partir, se hizo en la costa de Cabo Verde con la nave portuguesa Santa María, reteniendo a su capitán Nunho da Silva, experto conocedor de las costas sudamericanas. Esta maniobra le daría la información clave para navegar por las rutas hispano-portuguesas. A finales de agosto, cuando acomete la travesía del estrecho de Magallanes, ya ha perdido 4 barcos y varios hombres en distintos enfrentamientos con los indios patagones, pero, pese a ello, consigue asaltar por sorpresa a las desprotegidas colonias españolas del Pacífico, atacando Valparaíso, Coquimbo y Arica, llevándose grandes riquezas y huyendo hacia el Norte, en busca del Paso del Noroeste que le permita regresar de nuevo al Atlántico. Al no encontrarlo, se verá obligado a recurrir nuevamente al piloto que lleva secuestra-do, gran conocedor de la zona, y atravesar el Pacífico. El 26 de septiembre de 1580 llegó a Inglaterra junto con una preciada carga de especias y riquezas capturadas a los españoles durante el trayecto. Era el primer inglés que circunnavegaba la tierra, 50 años después que la expedición de Magallanes-Elcano, aunque más que por voluntad propia lo hubiera hecho huyendo de la persecución de los españoles. El 4 de abril de 1581, en una ceremonia celebrada a bordo de su barco, fue armado caballero por Isabel I de Inglaterra en recompensa por sus servicios a la corona inglesa. A partir de ese momento ostentaría el título de Sir, y en su escudo de armas acuñaría la leyenda Sic parvis magna (“Lo grande comienza pequeño”). Pero como ningún aventurero se ha conformado jamás sólo con los laureles de la gloria, será el propio Drake, un hombre de acción, quien en el año 1595 y ante el mal cariz que la guerra estaba tomando para los intereses ingleses, le proponga a la reina Isabel una audaz operación contra la América española: establecer una base inglesa permanente en Panamá para desde allí poner en jaque los dominios españoles en el Caribe. Tras sufrir una dura derrota frente a una minúscula fuerza de 120 soldados españoles mandados por los capitanes Enríquez y Agüero, a mediados de enero de 1596, a los 56 años de edad, Drake enfermó de disentería y murió frente a las costas de Portobelo, en Panamá. A manera de entierro, su cuerpo fue lanzado al mar en un ataúd lastrado. El saldo de aquella expedición suicida que, además de a Drake también costó la vida a John Hawkins, sería de tres buques captura-dos por los españoles, 17 buques hundidos o abandonados, 2.500 muertos y 500 prisioneros.

 

Richard Hawkins, de pirata a cazapiratas

El almirante Sir Richard era hijo de John Hawkins, por lo que desde su niñez estuvo familiarizado con la navegación. En 1593 compró el Dainty, un barco construido originalmente por su padre y usado en sus expediciones a las colonias españolas, las indias occidentales y los mares del sur, y lo preparó para una larga navegación. Aunque seguramente tuviera previsto atacar las colonias españolas en América, en un escrito realizado treinta años después del viaje, Hawkins sostiene que su expedición era puramente geográfica. En junio de 1594, un año después de dejar Plymouth, y tras haber pasado el es-trecho de Magallanes, llegó a la Bahía de San Mateo, en la costa de Ecuador. Una vez allí, como cualquier navío enemigo era considerado pirata, el Dainty fue atacado por la flota española bajo el mando de Beltrán de Castro. Al final de la contienda, gravemente herido, negoció una rendición a cambio de un salvoconducto fuera del país para él y sus hombres. Los españoles no cumplieron su palabra, y Hawkins fue arrestado por la Inquisición y hecho preso en Sevilla y Madrid. Consiguió la libertad en 1602 y retornó a Inglaterra, donde, quizá para compensarle, le nombraron caballero en 1603. A partir de ese momento, y convertido en miembro del Parlamento, pasa el resto de su vida dando caza a piratas. Primero en Devon y luego en el Mediterráneo contra los corsarios argelinos. Una forma como cualquier otra de poner en valor su experiencia y sus conocimientos.

Henry Morgan o el saqueo de Panamá

Nacido en Gales en 1635, Henry, hijo de un rico labrador y sin antecedentes marineros, dejó su hogar para buscar aventuras en el Nuevo Mundo. Recaló pronto en la isla de Jamaica, y en connivencia con sus gobernadores empren-dió varias campañas bélicas contra las posesiones españolas en la zona del mar Caribe. Su primer intento de incursión en el Pacífico se produce en el año 1665, cuando fue nombrado por Mansvelt como segundo al mando en la misión en-cargada por el gobernador jamaicano Thomas Modyford para tomar Curazao y Natá en Panamá; y después asolar la costa del océano Pacífico, empresa que no llega a tener éxito. Sí lo tiene, sin embargo, el saqueo de Portobelo, en 1668, lo que probablemente envalentonara a Morgan lo suficiente como para emprender una tara más ambiciosa: tomar la ciudad de Panamá. Pese a que en ese momento las relaciones entre España e Inglaterra estaban asentándose, sabedor quizás de que pronto se acabaría el tiempo de las patentes de corso, Morgan consigue ser nombrado jefe de la Escuadra de Guerra para reparar una presunta tropelía llevada a cabo contra un súbdito inglés, excusa que le permitirá mover libremente una flota de 37 navíos y al menos 2.000 hombres. Auténticas guerras se han librado con menos medios. La acometida a la ciudad de Panamá en el año 1670 ha pasado a la historia como una importante maniobra estratégica, pese a que el objetivo no fuese militar, sino la obtención de riquezas. Aun teniendo las circunstancias en su contra, Morgan demostró sus dotes de liderazgo al atravesar el istmo de Panamá por tierra a través de la selva, encabezando una banda de asaltantes sin medios ni provisiones durante una semana, y enfrentándose a la guarnición de la ciudad de Panamá con evidente desventaja de hombres y armamento. Después del despojo, Morgan ordenó la retirada y partieron el 24 de febrero de 1671. Hubo proposiciones de su tripulación para continuar el pillaje en la costa del océano Pacífico, pero el capitán se negó resueltamente. Las crónicas narran que los filibusteros llevaban 175 mulas cargadas de oro, plata y joyas, además de unos 600 prisioneros. Y sin embargo era un botín pobre si se considera la envergadura de la campaña. A pesar de que Morgan fue recibido con honores en Jamaica, las consecuencias del saqueo de Panamá tuvieron repercusión en el gobernador Modyford. Ante el requerimiento de España se consideró el ataque como un acto de piratería. Modyford fue llamado ante la justicia británica y fue encerrado en la Torre de Londres por dos años. Morgan fue llevado a Inglaterra el 6 de abril de 1672 para cubrir el expediente, pero no fue confinado, y en enero de 1674, ante amenazas de piratas franceses sobre Jamaica, regresó a la isla. Antes de su partida, el propio rey Carlos II le nombró caballero y le concedió el cargo de Teniente de Gobernador en Jamaica, donde, como en un guiño del destino, fue conminado a perseguir a piratas de la zona.

 

William Dampier, bucanero y botánico

Fue capitán de navío, ocasional bucanero y corsario, pero también un excelente escritor, botánico y observador científico. Pese a ser relativamente poco conocido, fue el primer británico en explorar y cartografiar las costas de Nueva Holanda (ahora Australia) y de Nueva Guinea. Circunnavegó el mundo dos veces, e incluso pudo haber completado una tercera siendo el primer hombre en realizar esta hazaña. En 1678 participó en tripulaciones con bucaneros en tierras españolas de América Central. De 1679 a 1681 formó parte de la tripulación del bucanero Bartholomew Sharp, que abordó gran número de barcos españoles y arrasó los asentamientos españoles en el Perú antes de regresar al Caribe. En 1683, junto a John Cooke (o Cook), entró en el Pacífico vía el Cabo de Hornos y pasó un año atacando las posesiones españolas en el Perú, las islas Galápagos y México. Esta expedición iba recogiendo los bucaneros y barcos que encontraba a su paso, hasta llegar a tener una flota de diez buques. En México Cook murió, y la tripulación eligió un nuevo líder, el capitán Edward Davis. Dampier fue transferido al barco del capitán Charles Swan, el corsario Cygnet, cuya intención era asaltar diversos asentamientos y tender una emboscada al galeón de Manila, pero a principios de 1688 el Cygnet quedó varado en la cos-ta noroeste de Australia, cerca del King Sound. Este hecho fortuito despertó el interés científico de Dampier. Mientras el buque estaba siendo carenado, él tomó notas sobre la fauna y la flora y los pueblos in-dígenas que encontró allí. Tras diversas aventuras Dampier volvió a Inglaterra en 1691 por el cabo de Buena Esperanza, sin dinero pero en posesión de sus diarios, que publicó nada más llegar, bajo el título de New Voyage Round the World. Su obra llamó la atención del Almirantazgo Británico y en 1699 se le dio a Dampier el mando de la HMS Roe-buck. Su misión era explorar la costa oriental de la actual Australia.

 

La Guerra de Sucesión española estalló en 1701, por lo que los marinos ingleses fueron movilizados. Dampier fue nombrado comandante de un buque del gobierno de 26 cañones, el St George, con una tripulación de 120 hombres. A ellos se les unió el galeón de 16 cañones Cinque Ports, con 63 hombres. Embarcaron el 30 de abril de 1703. En ruta, atacaron sin éxito a un buque francés y capturaron tres pequeños barcos españoles y un buque de 550 toneladas. En este viaje es donde El Cinque Ports abandonaría al marinero Alexander Sel-kirk en una isla deshabitada en el archipiélago Juan Fernández por quejarse de las condiciones de navegación. Selkirk sería rescatado por Dampier cinco años después, y se cree que sus vivencias inspiraron el personaje de Robinson Crusoe. El viaje que originó el rescate de Selkirk estaba financiado por Woodes Rogers y otros comerciantes de Bristol. Dos fragatas, el Duke y la Duchess, partieron de Inglaterra en 1708 y regresaron tres años después, tras haber acumulado casi £ 200.000. Pese a lo exitoso de la operación, los inversores no estuvieron de acuer-do en el reparto de las ganancias y se entablaron varios pleitos. Dampier murió en Londres en 1715, antes de haber recibido su parte. Nunca se hizo rico, pero sus apuntes botánicos ayudaron a Charles Darwin y a Alexander von Humboldt a desarrollar sus teorías e impulsó innovaciones en la tecnología de navegación que serían posteriormente estudiadas por James Cook y Horatio Nelson. ¿Una mente privilegiada o muchas horas para pensar a bordo? Sanguinarios o sensibles. Expertos marineros o cruentos corsarios reconvertidos en cazapiratas, la personalidad de estas figuras trascienden el tiempo y el espa-cio. Pero fue un mar recién descubierto, el Pacífico, el que les dio la primera oportunidad de buscar unos límites que no tenían y de soñar con unas vidas que quizá de otro modo les hubieran estado vedadas.