Miguel Gutiérrez Garitano. Correría 2010

Miguel Gutiérrez Garitano en sus juegos infantiles correteó bajo los mismos soportales de Vitoria, donde antes lo hiciera Manuel Iradier; una placa en una casa lo cuenta. El amor a la aventura unió al maestro del XIX y al alumno del XXI, que siempre sintió al primero como un vecino temporalmente ausente. Lo encontró cuando encontró Guinea, cuando se llenó de selva y conoció sus gentes. Allí, tras las huellas de Iradier, entendió todo. Vió en el presente el pasado y pudo dolerse del drama África, recordando a quienes históricamente lo hicieron, y el libro nació solo. Es una matriuska, porque es un libro de viajes que contiene dentro un libro de historia dentro de otro, que es un río de biografías y lianas, sensacieones y descubrimientos, de retratos imborrables en escenarios que el calor, la fiebre y la inseguridad hacen más cercanos y humanos. Todo el libro acaba por ser una selva de enredaderas históricas, donde Livingstone, Richard Burton, Du Chaillu o Iradier conviven con negreros, cazadores, la colonia, los claretianos y una explotación de riquezas que a la postre son pobreza. “A partir de ahora, quien quiera saber o escribir sobre Guinea, tendrá que referirse a este libro”, dice acertadamente Javier Reverte en su prólogo.