Durante doce meses en los tres últimos años, Palacará, un catamarán de 44 pies ha recorrido el Mediterráneo siguiendo varios de los supuestos trayectos incluidos en las rutas de Ulises descritas por Homero en La Odisea. El responsable de la Expedición por las Rutas de La Odisea, Javier Los Arcos, miembro de la SGE, ha investigado con detalle durante este tiempo las rutas identificadas e interpretadas por diversos historiadores y marinos. El trazado geográfico de estas rutas difiere entre unas y otras interpretaciones, pero casi todas ellas coinciden en determinados lugares bien identificados.

La expedición

La descripción de estas travesías a vela de Ulises por el entonces parcialmente explorado Mediterráneo, siguiendo el hilo del relato clásico, documentado exhaustivamente con diversas descripciones literarias y análisis históricos, es el hilo conductor de un nuevo viaje de casi cinco meses que comienza en unos días. Como resultado, Javier Los Arcos y sus compañeros de travesía pretenden realizar un estudio comparativo de las numerosas fuentes históricas y trabajos de investigación existentes, contando con la perspectiva desde el mar en su propia navegación, y con las visitas documentadas a una gran parte de los escenarios descritos en la obra.

El equipo, realizará un documental filmado, y su colaboración ha sido requerida por varias revistas de viajes, interesadas en un punto de vista original y profundo sobre diversos lugares en el Mediterráneo. Asimismo, la expedición editará una guía de los itinerarios de navegación y de la logística disponible para realizar estos viajes.

En diferentes capítulos del Diario de la Expedición en esta página Web podremos seguir los avatares del Palacará durante su periplo y las impresiones sentidas frente a los escenarios actuales, situándolos en el contexto geográfico e histórico de los hechos que allí acaecieron según las narraciones y en general las vivencias, observaciones y evocaciones históricas de este equipo en el marco de los propios escenarios de la Odisea y textos relacionados con ella.

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El planteamiento

A lo largo de los años 2.006, 2.007 y 2.008 hemos recorrido la práctica totalidad de los trayectos atribuidos a Ulises al oeste del estrecho de Messina, según la interpretación de Victor Bérard, historiador y navegante que dedicó mas de veinte años de su vida y enseñanzas a esta cuestión, y nos parece la fuente mas sólida de las muchas estudiadas. Dos veces hemos navegado, como cuenta Homero que hizo Ulises desde el promontorio de Circe, cercano a Nápoles hasta el pais de los muertos, situado al oeste de las columnas de Hércules y desde el remolino de Carbdis en el estrecho de Messina a las cercanías de Ceuta (bahia de Benzou e isla Perejil) donde Bérard argumenta se encontraba el reino de la ninfa Calypso, que tras retener a Ulises seis años lo envió hacia Feacia, hoy Corfú en una balsa con vela hecha con árboles altísimos que nos dicen poblaban las márgenes del estrecho de Gibraltar. Tambien hemos partido de la isla de los lotófagos, hoy Djerba, para, pasando por Trápani en el oste de Sicilia donde Ulises se enfrentó al cíclope Polifemo llegar a Ustica, donde Eolo les dio en su primera visita el odre de los vientos, y de donde los expulsó violentamente en la segunda por haberle desobedecido. De ahí seguimos como ellos hasta las bocas de Bonifacio en el norte de Cerdeña, para revivir el encuentro con los caníbales, y acabar en la costa napolitana en el promontorio de Circe. Bajamos a las islas eólicas que se disputan con Capri donde también paramos el ser el escenario del episodio de las sirenas, y pasamos por Messina donde obtuvimos la foto reproducida del remolino de Caribdis.

Se trata en este nuevo viaje de completar el resto de los trayectos, situados al este del estrecho de Messina, desde la dispersión de la flota de Ulises en el cabo Maleas en el Peloponeso hasta la llegada a Itaca unos diez años mas tarde, incluyendo la navegación de Sicilia a Itaca, que en la Odisea se frustró al abrir la tripulación el odre de los vientos, y el largo recorrido de vuelta desde Ceuta a Corfú, así como la última etapa en la que los feacios condujeron por fin a Ulises de regreso a su patria. Añadiremos también el tramo del cabo Maleas hasta Creta y recorrido de la costa oeste de esa isla, para recoger la versión de Tim Savarin, que personalmente creo condicionada por las limitaciones inherentes al esfuerzo ingente que exigía la réplica fiel de las galeras de época que utilizó.

Al salir desde el extremo occidental de los escenarios homéricos, las Hespérides, tendremos ocasión de repetir una gran parte de lo cubierto en años anteriores, lo que nos dará ocasión de añadir nuevos comentarios y de mejorar la cobertura con imágenes obtenidas con equipos de mayor sensibilidad.

De las columnas de Hércules a Tabarka en la costa tunecina

Reanudamos el 8 de mayo el trayecto iniciado a fines del verano pasado que, partiendo del Estrecho de Gibraltar, reproduce el viaje más largo de los que conforman la Odisea, penúltima etapa de Ulises en su regreso a Itaca, que termina en la actual Corfú, entonces Feacia. La navegación se inició en el territorio de la ninfa Calipso, hija de Atlas, que había retenido a Ulises durante siete años, y lo dejó marchar de mala gana, por no oponerse al mandato que los dioses le enviaron a través de Hermes para que pudiera cumplir el destino que habían decidido para él.

Bérard, después de un recorrido exhaustivo por todas las posibles islas de la zona, sitúa el reino de Calipso en el Estrecho, incluyendo la isla Perejil, utilizada por los fenicios como etapa (y base para el control de la zona) en su comercio con Tartessos en el golfo de Cádiz, la cercana bahía de Benzú, donde sitúa la gruta de las cuatro fuentes, y la entonces boscosa orilla africana hasta cabo Espartel, antes llamado de las viñas, de donde pudo provenir el contenido de los odres de vino que formaban parte de la carga de la balsa que el propio Ulises construyó. Esa balsa, conformada con veinte troncos que, gracias a la ayuda que le dispensaron los dioses en forma de vientos favorables, le llevó en dieciocho días hasta las costas de Feacia, donde se deshizo contra las rocas era, por lo que Homero narra, de gran eficacia, con una vela y sus correspondientes obenques, stays, escotas, puente, timón y un reborde protector de cáñamo trenzado que contribuía a rigidizarla. Existe un testimonio del cartaginés Himilcon, según el cual los indígenas del Estrecho utilizaban balsas de estas características. La actual Punta Leona, se llamó antes “cabo de los árboles secos” y podría ser el lugar donde Ulises derribó los troncos que se convirtieron en las solivas que conformaban el tablero de su embarcación.

Reflexionando sobre la isla de Perejil, puesta recientemente en primer plano de la actualidad con motivo de su ocupación por Marruecos, crisis internacional subsiguiente, y exitosa recuperación por el ejército español, aparece con una dimensión pequeña frente a otros accidentes naturales cercanos como Gibraltar y la propia bahía de Algeciras. Por una parte hay que ponerse en el contexto y dimensiones de la navegación fenicia, y pensar que su elección de esa base en el Estrecho se debió a que indudablemente permitía el control visual de toda la costa ibérica, era muy discreta por la dificultad para distinguirla aún desde cortas distancias del monte de los monos situado detrás de ella, disponía de una excelente aguada en tierra firme y sus fondeaderos tenían capacidad adecuada para un número suficiente de naves de la época.

Bérard visitó numerosas veces la isla y sus alrededores en 1.928, unas veces en lancha desde Gibraltar y otras escoltado por el ejército español desde Ceuta, ya que los rifeños controlaban la zona que era considerada extremadamente peligrosa. Sus exhaustivos trabajos y conclusiones en el sentido descrito, aparecen desarrollados en el tercer tomo de su obra dedicada a las navegaciones de Ulises, titulado “Calypso y el mar de la Atlántida”.

Nosotros debimos de participar de la protección de la que gozaba Ulises, ya que tuvimos la fortuna de pelear y atrapar un marlin que dio un espectacular repertorio de saltos entre las columnas de Hércules, Gibraltar y el monte Abyla, para mí el primero en nuestros mares y el primero desde un velero. El entusiasmo nos llevó a proseguir con el rito de devorar a continuación a nuestro adversario para adquirir sus virtudes, pero debo decir que recuerdo experiencias gastronómicas más placenteras.

El viaje, se adaptará en nuestro caso a la conveniencia de realizar escalas que permitan apreciar y disfrutar el camino, ya que no tenemos a Penélope acechada por pretendientes que requiera de nuestra pronta aparición, ni hemos pasado diez años fuera de casa. Después de una forzada parada invernal, zarpamos primero hacia Ibiza, Cabrera, Mallorca y Menorca, sin incidencias especiales salvo la pesca de tres atunes que nos aseguran la subsistencia. Una fuerte tramontana nos obliga a entrar en Mahon, con el puerto cerrándose, el día de San Isidro, entre las casas que albergaron a Nelson y Lady Hamilton, separadas por el mejor refugio del Mediterráneo junto a los meses de junio y julio (como decía un almirante francés), que suponemos no constituyó un obstáculo invencible para un marino tan avezado como el vencedor de Trafalgar. Cuenta Susan Söntag en “los amantes del volcán” que el almirantazgo le había conminado en alguna ocasión a que dejara de hacer yachting por el Mediterráneo con su novia y se incorporara a sus obligaciones, sin consideración a su pretexto de salvar al rey de las Dos Sicilias de la revolución que había estallado en Nápoles.

Pasado el aviso de temporal, ponemos rumbo a la isla de la Galite, al norte de Túnez, con viento portante y arrastrados por el fuerte oleaje de popa que ha dejado este golpe de Mistral, iniciado en el golfo de León que ha barrido el mar entre Menorca y Cerdeña para seguir más allá del cabo Bone, desde donde nos dicen hoy estar sufriendo sus efectos. Recorremos las 250 millas guiados por la noche por las mismas estrellas que conducían de vuelta a Ulises, la Osa mayor a la izquierda como recomendaba Calipso para ir hacia el Este, y el Boyero, que también cita Homero utilizando de nuevo sus fuentes fenicias, ya que los marinos de Sidón fueron los primeros en ajustar sus rumbos con ayuda de los astros.

Ya entrada la segunda noche arribamos al archipiélago granítico de La Galite, situado entre Cerdeña y la costa tunecina, con ayuda de un espectacular claro de estrellas, y fondeamos en una acogedora ensenada, entre restos de naufragios, boyas apagadas y restos de muelles derruidos. Se trata probablemente de la Galatea de Ptolomeo, donde relata sus cacerías de cabras y conejos Alejandro Dumas en su regreso del viaje que realizó a la Regencia de Túnez. Desaparecidos sus anteriores habitantes, pescadores de la isla de Ponza, regresados a Europa raíz de la independencia de Túnez, que vivían de la pesca de la sardina, queda ahora una guarnición tunecina, pescadores de la misma nacionalidad y numerosas cabras, que son motivo recurrente en islas mediterráneas (Capri, Cabrera…). Despertamos, ya inmersos en el verano africano, al pie de un imponente peñón, con vistas a unas pendientes más verdes de lo que cabía esperar, con palmeras y casas rodeadas de huertos en las alturas que contrastan con lo decaído de las antiguas casas visibles cercanas al mar, y la agradable sorpresa de que el fondeadero protege también del viento de levante, cosa de la que no estábamos seguros.

Nos despedimos de este refugio encontrado en medio de la nada, y zarpamos hacia el Sur, rumbo a Tabarka con esperanzas de pescar o al menos conseguir entre las presas de los pescadores locales un bogavante que recuerde el que conseguimos en 2007, de tamaño inmenso. Entramos en el puerto nuevo, situado en la costa de levante del istmo, guiados por el visible fuerte genovés emplazado en lo alto del promontorio, vestigio de los dos siglos en que la entonces isla, encomendada a la familia Lomellini por Carlos V, se dedicó a la pesca de coral, tributando a la corona española. Esto hizo que cuando sus ocupantes fueron apresados y conducidos unos a Túnez y otros a Argel fueran rescatados y reinstalados, unos en la isla hoy conocida como Tabarca, frente a Santa Pola y otros en Carloforte, en Cerdeña.

Hubo un plan francés muy documentado para ocupar esta plaza y convertirla en un enclave destinado a controlar a los berberiscos, equiparando su importancia con la que podía tener Mahon para los ingleses, que no se llegó a materializar.

Desembarcados, atravesamos por tierra el macizo montañoso de la Krumiría, para visitar las ruinas de Bulla Regia, a 60 km, con termas, teatro y habitaciones enterradas para protección contra oscilaciones de temperatura, de donde reproducimos un importante mosaico de Venus entre Neptuno y Tritón, por sus connotaciones marinas.

Volvemos entre bosques de robles, en los que abunda y se caza el jabalí, y nieva habitualmente en invierno, en los alrededores de Ain Draham, desde donde el importante desnivel proporciona una vista impresionante sobre los valles que conducen a la costa, con Tabarka al fondo, que nos saca de la ensoñación de esta descubierta con atronadora música árabe que repercute en todo el puerto. Ha llegado el momento de iniciar una nueva etapa en nuestra progresión hacia Levante, cuyo próximo destino es Cartago.

De Tabarka a Cartago

Salimos hacia el Este con viento de proa que nos impide parar en los fondeaderos de cabo Negro y cabo Serrat, abiertos a levante. Este último es el punto más septentrional del continente africano. Por fin baja el viento al caer la tarde y, ya frente al cabo Blanco, cerca de nuestro primer destino, Bizerta, al lado del antiguo puerto de Hipona, pescamos un pez limón de unos doce kilos que nos asegura un almuerzo de gran calidad, durante el que recordamos que Tito Livio situaba en ese lugar el desembarco de Escipión, que lo llamó “promontorio bello”.

Sin novedad quebramos con la costa hacia el Sur, entre el cabo Farina, último refugio de la flota cartaginesa antes de la batalla con Escipión y la isla Plana, desde donde se divisa un bello paraje en el entorno de la isla Pilau. Pasamos por las dos islas Cani, posiblemente las Dracontia de Ptolomeo, y arribamos a Sidi Bou Said, en el cabo Cartago, una tarde luminosa y clara que nos ofrece la bahía de Túnez entera, y al fondo el emblemático monte Bou Kornine, rematado por una especie de bicornio, que aparece tratado con todas las luces y circunstancias en la obra del pintor Mulay Ben Abdallah, gloria local y cronista gráfico del lugar. Alfonso de La Serna, gran Embajador y escritor, habla de él como de tantas cosas que nos ha enseñado a escudriñar, en su libro “imágenes de Túnez” en el que vuelca el cariño que sintió por este país en el que tanto vivió, estudió y disfrutó.

Tras tomar un té con piñones en el balconcillo del famoso café de las esteras, el mejor sitio para saborear la “hora bruja” del crepúsculo, compramos unos bembeloni en el diminuto cuchitril situado justo debajo. Se trata de un híbrido italiano de nuestro churro y el buñuelo, cuya venta ha permitido a su dueño hacerse con un importante patrimonio en el barrio. Otro de los hitos de Sidi Bou Said es el viejecito que, sentado en una angosta escalera unos metros más lejos, fabrica los ramilletes de jazmín que las mujeres llevan a las fiestas en el pelo o el escote, y los hombres, sin ningún rubor, detrás de la oreja.

Muy cerca se encuentran los circulares puertos púnicos, y el promontorio desde donde la reina Dido, fundadora de Cartago, se arrojó a la hoguera, después de atravesarse el pecho con la espada de Eneas, al no poder soportar su abandono, en el sitio en el que ahora hay un hotel que lleva su nombre. Dido, hija del rey de Tiro, de donde había llegado huyendo de su hermano Pigmalión, hombre muy revoltoso y codicioso, según la crónica troyana, con el que tenía un contencioso por un tesoro que Dido dijo haber dejado caer al mar en un transbordo cuando en realidad lo que se hundieron fueron cofres que previamente había hecho llenar de arena. Astucias de mujer.

Al llegar de Troya Eneas, desterrado por Ulises y los otros aqueos vencedores, Dido, que a pesar de tener muy lucidos pretendientes no había conocido varón desde la muerte de su marido en Tiro, se prendó de él a pesar de su pobre condición, y estuvieron casados algún tiempo “a su muy gran placer y de todas sus gentes”. Pasado el primer entusiasmo, y habiendo llegado noticias de Troya en relación con el poco brillante papel que había desempeñado en su caída, Eneas decidió que “allí no podría alcanzar honra acabada y rayó de su corazón toda bienquerencia de la reina Elisadido y, con la esperanza que los dioses le pusieron de que él y su linaje habían de señorear en Italia, fingió que quería hacer una romería y pidió licencia para ir diciendo que luego tornaría”.

Dido tuvo la intuición de que se iba para siempre y le hizo llegar una carta que podría ser modelo de argumentación desgarrada para evitar un abandono amoroso, que no sirvió para nada, como suele acontecer. Transcribo fragmentos:

“la razón que te envío es como el canto que el cisne hace al tiempo que se ha de morir”

“los vientos que tus velas llenarán, llevarán la fe que tu a mi diste, y levantando las áncoras se quebrantarán las tus falsas promesas”

“vas a Italia a buscar tierra que no sabes, dejando la que conoces, que con tan poco trabajo ganaste, pues aquello que mas aman los hombres es lo que con gran afán y peligro alcanzan, mas si bien lo pensares no hay tan gran ganancia como saber hombre guardar lo que tiene ganado”

“ruego a los dioses del amor que ablanden la dureza de tu corazón y que te hagan amar a quien te ama y si no que te hagan amar donde seas desamado”

“ten miedo del dios de los mares, que muchas veces toma sus venganzas de los falsos amadores corriendo por ellos los caballos de sus vientos”

Eneas zarpó para Italia, ayudó al rey Latino a vencer a sus enemigos, casó con su hija, fundó Eneapol (Nápoles) y acabó haciéndose con el reino de su suegro, que luego sería Roma, a la que aportó los dioses penates que traía desde Troya para que fuera su continuadora, demostrando una gran habilidad para llegar dos veces al patrimonio por el matrimonio.

Pero volvamos a Cartago, donde cerca del promontorio de Dido descubrimos la playa de Salambö, hija de Amilcar Barca que, según cuenta Flaubert en su magna obra sobre la sangrienta revuelta de los mercenarios que habían servido a Cartago y no habían sido pagados, murió trágicamente en el momento en que se iba a consumar su boda con el rey númida, aliado de Amílcar en esa contienda. Momentos antes había asistido a la tortura y muerte del jefe de los mercenarios que, locamente enamorado de ella, la había acariciado cuando Salambö fue enviada por los sacerdotes a su campamento para rescatar el velo de la diosa Tanit, que había sido sacrílegamente raptado por su singular pretendiente. Como buena mujer oriental, debía albergar sentimientos al menos contradictorios en relación con el bárbaro enemigo de su padre, que había sitiado Cartago y estuvo a punto de destruirla, y no pudo sobrevivir al espectáculo de su refinado suplicio y a la perspectiva de que no se repitieran las caricias.

Nos enseña un amigo tunecino su casita en esta playa, que pretende alquilar haciendo hincapié en la evocación histórica. Me temo que los dos chiringuitos colindantes que difunden sin descanso música árabe, tal vez andaluza de origen, a gran volumen se lo dificultarán.

Seguimos hacia Túnez, tan cerca y tan lejos de la evocación que Cartago suscita, con una mirada al santuario, hoy sala de conciertos, edificado en el sitio donde murió San Luis en su intento de iniciar una cruzada que resultó frustrado por una inoportuna peste.

En Túnez queda otra tumba, la del último abencerraje, de los Ben es Seradji que, después de la matanza de su familia en el patio de los leones de Granada, se establecieron en la medina de Túnez y especializaron en el bordado de cueros con oro, plata y sedas.

El mejor museo de mosaicos del mundo, el Bardo, es un antiguo palacio del Bey, cuyos jardines evocan intrigas de odaliscas circasianas bellísimas, que la familia real importaba y educaba desde niñas para contraer matrimonio con príncipes ó altos dignatarios, con el criterio de que la alcurnia les sobraba a ellos, la educación se asimila y por consiguiente solo quedan por asegurar las hechuras estéticas.

Reproducimos algunos mosaicos con fauna marina y uno que muestra toros durmiendo hacinados en el ruedo del coliseo del Djem ante espectadores ebrios que proponen desnudarse. Tal vez se trate de un antecedente de San Fermín en un coliseo romano de tres pisos, con camerinos subterráneos para gladiadores o tal vez para leones, emplazado en el medio de la nada, en el sahel tunecino, a 60 km. del puerto de Mehdia, antigua capital del país en la época fatimida, que frecuentamos durante nuestro posterior viaje a las islas Kerkkena, en el golfo de Gabés, antes de Sirte.

Tengo el recuerdo de haber asistido a un concierto nocturno de la filarmónica de Viena en ese marco majestuoso, que tal vez hubiera exigido, en vez del programa de valses danubianos habitual del concierto de Año nuevo que nos interpretaron, algo más heroico y contundente, o tal vez evocador de caravanas en grandes espacios. Borodine quedará para otra vez.

Al otro lado de la bahía de Túnez hay unas resurgencias en el mar llamadas las “eaux chaudes”. Estas fuentes termales eran conocidas desde la antigüedad y son evocadas constantemente en Salambö, al describirse las andanzas de mercenarios y desembarcos de romanos en el entorno de Cartago. Muy cerca habíamos descubierto en viajes anteriores un personaje notabilísimo y singular, con ciertas características de Robinson, de nombre Foued, que es el “okupa ilustrado” de una espléndida playa de arena enmarcada por dos promontorios rocosos, donde ha construido con sus manos y material de fortuna una especie de cabaña polinesia, donde vive y recibe como una especie de Brel norteafricano. Pesca peces y ricos crustáceos en una barca de remos a la que ha añadido un pequeño motor, de nombre Inés, en recuerdo de una española que le produjo intensas penas de amor, que evoca con dificultad. Completa su dieta cazando con cepo jabalíes, que abundan, y con cultivos de huerta elementales. Recibe con amenidad y admite como compensación regalos líquidos en ambos sentidos. Le visitan yachtmen de Túnez y gacelas de Korbouz a los que imparte su peculiar y vital filosofía poética y con los que pasa buenos ratos. Algunos de los primeros le resultaron de gran ayuda para presentarlo como un emblemático campeón de la ecología cuando algún envidioso funcionario local puso en duda su derecho a proseguir ejerciendo su peculiar función en dominio público.

Afortunadamente no prosperó la mediocridad y Foued siguió ejerciendo la misión de profeta que se ha autoasignado. Reproducimos fotos de su universo por su originalidad.

Comentarios sobre el origen de la odisea y temporales en el mar Egeo.

Ulises se distinguió durante el conflicto de Troya del resto de los héroes aqueos por su capacidad de imaginar astutas tretas para engañar al enemigo, y a veces al amigo, pues al finalizar la guerra se produjo un desacuerdo sustancial sobre el reparto del saqueo, que provocó Telamon al argumentar que el Paladio había sido dado a Ulises, que no era digno de tanto don, pues era menguado en armas y caballería y alcanzaba preeminencia y ventaja sobre los otros por sutileza y palabras lisonjeras de las que sabía aprovecharse, en definitiva por su arte de hablar. Llevó su crítica al extremo de decir que los aqueos serían “tildados de perpetua infamia” por haber alcanzado la victoria sobre los troyanos, “no por su ardimiento y destreza mas solamente por sus engañosas palabras de traición y falsedad”.

Ulises respondió que por su sola sabiduría y consejo se había vencido a la hueste de los troyanos, y que si no hubiese contado la hueste de los griegos con la industria de su buen juicio, aún hoy en día estarían los troyanos en gran gloria y firmeza, todo ello según la “Crónica Troyana” publicada por Guido de Acuña en 1.584. Agamenón y Menélao dieron la razón a Ulises y Telamon quedó “con indignada voluntad u gran malquerer” y dedicó a sus jueces injuriosas palabras.

Estas incómodas discusiones acabaron cuando Telamon apareció muerto en su lecho “con muchas mortales heridas y golpes y su cuerpo despedazado en muchas piezas” y Ulises, que como hemos visto no gustaba dejar las cosas al azar, temeroso de las amenazas proferidas por Pirro que debía ser bastante contundente y profesaba “gran amor y verdadera amistad a Telamon”, “partióse una noche que hacia un tiempo muy oscuro y escondidamente sacó sus naves del puerto de Troya y metióse en las vagas ondas de los altos mares”.

Después intentó redondear su parte, considerada desproporcionada por algunos compañeros del despojo de Troya, con una “razzia” en Tracia, en el país de los Cicones, con el pretexto de que habían sido aliados de los troyanos, donde consiguió entre otras cosas el vino que más tarde produjo la resaca de Polifemo (los vinos de la zona nunca han sido de fiar) y le permitió huir de él. Se trataba de un proceder de auténtico pirata, que le salió mal por no aplicar el principio de que las infracciones deben ser rápidas y, por prolongar en exceso el disfrute de los últimos y más gratos momentos del saqueo, dio tiempo a que intervinieran unos vecinos aguerridos y les hicieran huir dejando prisioneros con un destino poco envidiable.

Ulises tuvo después que evitar las emboscadas del reino de Naulo. Sus pobladores encendían fuegos sobre las alturas cercanas a la ribera del mar para que los griegos que regresaban con su botín se ”engañasen y pensaran que podrían allí tomarse puerto seguro, y viniesen a topar en las fuertes rocas y peñas que estaban cerca de aquellas fieras y agrias montañas.” Resultado: más de doscientas naos anegadas, y lo que en ellas iba, y “oído el mortal clamor que facïan los que en ellas perecían, los que seguían “arredraron de aquel paso para meterse por el espacioso mar.” Hemos usado con éxito esta técnica en los fondeaderos italianos de las eólicas.

Pasamos una noche fondeados protegidos por el sagrado cabo Sounion, quiebro en la ruta de regreso de Ulises y Menelao. Nos encomendamos al mejor navegante con borrascas de la época, Phrontis, primer timonel de Menelao, al que Apolo – Febo fulminó en ese lugar con sus rayos más dulces, muriendo de resultas al timón de su nave. La escuadra hizo un alto en el cabo y ahí lo enterraron, en el lugar donde siete siglos más tarde fue construido el templo dórico dedicado a Poseidón, que presidió nuestro atardecer.

Un involuntario mimetismo con la ruta de Ulises nos ha hecho comprender el siguiente episodio de su viaje, que provocó la dispersión de su flota en la tormenta del cabo Maléas, y fue el motivo de que Ulises tardara tantos años en volver a casa, cosa que las otras flotas hicieron en poco tiempo, para cumplir su destino de ser asesinados en gran proporción por esposas imaginativas en lo gastronómico cuando no por hijos codiciosos. Esta misma experiencia es aplicable al incidente de la apertura por los tripulantes de Ulises, mientras él dormía, del odre de los vientos, en el que Eolo los había encerrado con la instrucción de no abrir bajo ningún concepto, cosa que les costó ser arrastrados de nuevo hasta las islas eólicas a arrostrar las furias del contrariado Dios de los vientos.

Sin duda Ulises confió en un compañero que dijo recibiría el navtex a través de un iridium, cosa que al final no consultó y con eso ignoró un aviso de temporal que, en nuestro caso, se tradujo en acabar el trayecto de 60 millas entre Egina y Sérifos con vientos de hasta 49 nudos y el consiguiente mar infernal, del que pudimos refugiarnos arribando a una playa relativamente protegida del meltemi, en el golfo de Koutala, donde milagrosamente el ancla enganchó al primer intento y resistió durante la noche rachas por encima de los 40 nudos. Pensaba esa noche que cada vez que Scylla, los lestrigones o Polifemo devoraban a alguno de sus compañeros, en el corazón de Ulises debían de coexistir sentimientos fuertemente encontrados, aunque diré en mi descargo que fue un pensamiento relativamente pasajero. Pasamos dos días en esa bahía sin poder pensar en entrar en el cercano puerto de Livadhi por imposibilidad de progresar hacia el Norte contra el viento que vaporizaba espectacularmente las crestas de las olas, hasta que bajó y pudimos salir de nuestro refugio hacia Sifnos, donde arribamos con fuerza siete que, por comparación, nos parecía una condición excelente. Salimos de la experiencia sin más consecuencias que un Génova descosido, nuestra bandera gloriosamente desgarrada y el propósito de contrastar en adelante las previsiones meteorológicas.

Las naves de Ulises fueron en cambio zarandeadas durante 9 días y acabó en el país de los lotófagos identificado con la isla de Djerba, en el sur tunecino por Bérard, y con la Cirenaica en la actual Libia por Tim Savarin, controversia de la que trataremos en el próximo capítulo.

Escribo esto pasando no lejos del cabo Malëas, con un agradable viento de popa que nos ha permitido sacar el parasailor, una especie de spi con efecto turbo, viendo una puesta de sol sobre Citerea, que a tantos pintores ha inspirado cuadros sobre románticos embarques hacia ella, y que a Ulises le valió años de ausencia del hogar al no poder alcanzar su puerto por la violencia del temporal.

De lotófagos, cíclopes, Eolo y lestrigones

Para localizar la tierra de los lotófagos, a la que arribó Ulises arrastrado por los vientos del norte después de nueve días de navegación, los distintos expertos que se han interesado por la cuestión coinciden en señalar la isla de Jerba en el pequeño Sirte, salvo Tim Savarin, que discrepa con razonamientos náuticos. Entiende que las naves de Ulises pretendieron evitar que el viento norte los arrastrara lejos de su destino, Itaca, y se pusieron a la deriva en una operación que él repitió con el Argo, réplica de las galeras de la edad del bronce, en una táctica defensiva que produjo una velocidad de un nudo y cuarto. En esas condiciones los nueve días invertidos hubieran supuesto un recorrido de unas doscientas setenta millas y el desembarco se habría producido en la Cirenaica Libia.

Vista la escasa permeabilidad de las fronteras libias a los barcos de recreo, no hemos visitado el emplazamiento propuesto por Savarin, como tampoco lo hizo él, tras fallidas gestiones kafkianas para conseguir de los diplomáticos libios el correspondiente permiso.

Sí visitamos Djerba, en el golfo de Sirte, donde como dice Savarin las galeras habrían tenido dificultad para llegar a tierra por la escasa profundidad que se extiende en fondos muy bajos hasta lejos de la costa. Tanto en esta isla como en la vecina Kerkenna, que tambien ha pretendido ser la escala de la Odisea, hemos constatado que existen unos sinuosos cauces submarinos, que reciben el nombre de wadis, es decir ríos, por los que un barco de no mucho calado puede progresar hasta quedar muy cerca de una tierra firme fácilmente accesible. El poeta francés Chateaubriand estuvo refugiado dos semanas en uno de esos fondeaderos esperando que remitiera un temporal que estuvo a punto de hacerle naufragar en Lampedusa en su regreso de Jerusalén, hasta que pudo continuar hacia Túnez.

Despejada pues la duda relativa a la posibilidad de desembarco, aunque cierto es que la carta electrónica facilita bastante las cosas, queda por identificar el loto que produjo en los que lo probaron el olvido de su deseo de volver a casa. Lo mas sencillo es identificarlo con el haschich, que puede producir parecidos efectos, aunque Homero habla de comer frutos con dulzura de miel, y por otra parte no consta que los africanos dominaran la cocina como para hacer brownies. Como alternativa mas creíble, Savarin propone el Zizyphus lotus, árbol de ocho metros de altura, cuyo fruto es una baya color rojo sangre de gusto dulce y astringente que los árabes llaman sidr y pretenden que es “digno del cielo del arcángel Gabriel”.

En lo tocante a la discusión sobre la ruta seguida y si las galeras derivaron ó navegaron arrastradas por el mar a mayor velocidad, no hay que olvidar que Savarin, especialista en la reproducción de viajes famosos, se enfrentaba a la tarea de recorrer las rutas de Ulises con la reproducción de una galera de época, movida a remo y con velamen elemental solo utilizable para vientos portantes, con un tiempo para el experimento limitado a la disponibilidad de una tripulación numerosa capaz de mover sus 20 remos eficazmente, y durante el período estival. Como por otra parte, la Odisea es un mundo de conjeturas y fantasías, no es extraño que, poniendo sus conocimientos históricos, geográficos y náuticos a contribución, consiguiera configurar un escenario compatible con los ambigüos textos, que localice el universo descrito por Homero en parajes que no requirieran desplazamientos inabordables con los medios de que disponía.

Esta concentración del escenario de la Odisea en los confines del mundo conocido y practicado por los griegos en la Edad del bronce, en oposición al resto de los estudiosos que han abordado el tema, que entienden que Ulises navegó por el golfo de Sirte, el Tirreno, y llegó hasta las columnas de Hércules, nos ha permitido recorrer durante este verano del 2009 prácticamente todos los lugares que Savarin sugiere como teatro de las distintas aventuras del héroe aqueo.

Siguiendo el orden por el que ocurren en el texto y no el de nuestra navegación, empezamos por la costa suroeste de Creta, donde Savarin sitúa el episodio de la cueva de Polifemo por tres motivos: El encontrarse en el camino natural de vuelta a Itaca desde la Cirenaica, de donde piensa venían, la identificación de Creta con el ibex y las cabras en general que Ulises encontró en gran cantidad en la isla cercana a la cueva del cíclope en la que desembarcó, y las leyendas locales sobre la existencia de voraces ogros.

En cuanto a las cabras, aunque como ya hemos dicho al hablar de La Galite, abundan en todo el mediterráneo para desgracia de su flora, es cierto que tanto en los frescos del palacio de Minos como en los sarcófagos, pinturas y esculturas del museo de Heraclion los “gri gri” como localmente se les conoce están profusamente presentes. Por cierto, durante esta visita a la reconstrucción que hizo Evans del palacio de Knossos, nos percatamos de que la embestida del minotauro era claramente de manso, con las pezuñas por delante.

Efectivamente, también existe una creencia de que en tiempos no muy lejanos se produjo el exterminio de una tribu de monstruos, llamados triamates (por tener supuestamente tres ojos, uno de ellos en la nuca, en vez de uno como los cíclopes) que atacaban y devoraban con entusiasmo y poca cocción (crudos) a los lugareños.

Savarin prospectó esa costa, buscando el binomio isla – gruta. Grutas hay muchas en los abundantes acantilados calizos de Creta, a los que debe su nombre, y la mas parecida e identificada históricamente, es la de Sougia, por donde pasamos, pero no había allá isla con cabras.

Acaba concluyendo Savarin que Polifemo habitaba en la actual península de Paleochora, entonces isla al considerar probado el descenso del nivel del mar. Ahí desembarcamos, y cruzamos por carretera las imponentes montañas, hendidas por numerosas gargantas que vimos llenas de aficionados al trekking descendente.

El saldo de la relación acabó resultando no tan malo para Ulises porque, a cambio de seis compañeros devorados por Polifemo, a razón de dos por cena, se llevaron su rebaño entero en las galeras, y eso les dio grandes satisfacciones, también gastronómicas.

Al dejar Creta, pasamos frente a Gramvousa donde, según la versión compacta de Savarin basada en este caso en el antiguo nombre del lugar (Korykos = saco de cuero), Eolo entregó a los aqueos a quien había alojado durante un mes (olé invitación), el odre de los vientos, donde había encerrado todos los que podían perturbar su navegación, menos el céfiro (poniente) que debía de llevarlos de regreso a Itaca. Este punto hace que Savarin tenga que pastelear de forma poco verosímil, dando una explicación inconsistente, ya que el viento que los navegantes hubieran necesitado para su regreso desde la posición que les supone era sur ó sureste, y el poniente en cambio se ajusta a las tesis contrarias que sitúan a Polifemo en Trapani, al oeste de Sicilia, y a Eolo en Ustica ó las eólicas al norte de esa isla, lugares todos que visitamos durante el pasado verano del 2.008, en el mismo viaje en que pasamos por las Bocas de Bonifacio, Campania y el estrecho de Messina, donde moraban , según Bèrard, los lestrigones, Circe, Scylla y se hallaba el remolino Caribdis, protagonistas de los siguientes episodios.

Todo se complicó porque Ulises se durmió una inoportuna siesta, durante la cual sus compañeros, pensando que había gato o tesoro encerrado, desobedecieron la orden de Eolo, abrieron el odre cuando avistaban por fin Itaca, y se vieron todos arrastrados como en el juego de la oca a la posición inicial, de donde Eolo los arrojó sin miramientos por no haberle hecho caso, y posiblemente por no repetir la invitación que la vez anterior le había sido gravosa. Ulises debió anticiparse siglos a Sartre pensando que “el infierno son los demás”, y contemplar con cierto regocijo interno el exterminio de todo el resto de sus naves cuando se refugiaron en el atractivo puerto en el que los lestrigones les aplicaron la técnica de la almadraba para matarlos y despedazarlos, y luego se los comieron.

No visitamos el lugar elegido por Savarin como escenario de esta matanza, Mani , en los acantilados de Kakovani, en el Peloponeso, habida cuenta de que ya habíamos estado en Bonifacio, como se ha dicho, tan parecido a nuestra ciudadela con sus acantilados verticales de arenisca , a mayor escala y también en las bocas de Kotor (Montenegro) designado por algunos como teatro de ese acontecimiento. Este último lugar, al que llegamos una madrugada después de larga y trabajosa navegación por el adriático, se nos presentó con aspecto lúgubre por los negros nubarrones agarrados a montañas muy altas, desde las que se podía esperar cualquier tipo de agresión, lo que nos hizo comentar que no era raro que Ulises hubiera desconfiado quedándose como hizo en la entrada, amarrado a una roca y diciendo a los demás “pasad vosotros que a mi me dá la risa”.

Tenemos una experiencia directa de haber sufrido en propia carne las iras de Eolo cuando, en el verano del 2.006 celebrábamos fondeados en Panarea el que nos hubiera permitido sin gran oposición llegar a su morada oficial en las isla eólicas. Para que no cantáramos victoria, cuando nos disponíamos a bajar a tierra para cenar contemplando el Estrómboli y sus escupitajos incandescentes, evocando los recuerdos de Ingrid Bergman, se cernieron sobre nosotros unos negros nubarrones que provocaron un chubasco de viento y lluvia. Olvidamos la cena, levantamos el fondeo, y nos fuimos a otro, más protegido, cercano al puerto de Lípari. Cuando se nos vino encima nuestro vecino, considerablemente mayor que nosotros, probamos suerte en la bahía de Lípari en la que los barcos , sin saber donde ir como nosotros, se nos cruzaban a escasa distancia, sin ver nada, en un escenario de película de Mad Max. Tomada la única decisión sensata que cabía, salimos a mar abierta, donde un temporal de poniente nos impedía hacer ruta con ese rumbo, como hubiéramos deseado. Por la radio oíamos las peticiones de socorro de un colega con peor suerte que repetía con voz compungida y angustiada “catamarano desarbolato” . Para evitar emularle, nos pusimos el viento de popa y, con la carta electrónica como todo auxilio porque las tormentas cubrían la pantalla del radar y la lluvia fortísima impedía toda visión pusimos rumbo para refugiarnos detrás de a única protección del poniente que yo conocía en la zona, el cabo Milazzo, un largo espolón convexo que sale hacia el norte de la costa siciliana al oeste de Messina. Detrás del cabo el mar bajó y pudimos entrar con lluvia muy intensa en el puerto de Milazzo, donde el marinero que nos ayudó a atracar a las cuatro de la mañana nos espetó un quejoso “la próxima vez, mejor vengan a mezzogiorno”.

De Circe, Hades, sirenas, Scylla, Caribdis y el ganado de Helios

Arribamos a la isla de Paxos por el norte, y pasamos la noche fondeados en la bonita bahía azul de Lakka, donde Savarin sitúa la morada de Circe, con el argumento de que está cercana al único manantial de agua potable de la isla, al que se refiere Homero, localizado en el cercano valle de Ipapaudi. Aquí fue donde Ulises, a petición de la diosa, varó en la playa la única galera que le quedaba, la subió a tierra, y pasó un año acogido a su hospitalidad y mimos.

Como ninguna diosa ni mortal nos hizo parecida proposición, seguimos al día siguiente a Gaios, la capital, donde atracamos y bajamos a tierra con algún temor de que Circe nos transformara en cerdos, como había hecho con algunos compañeros de Ulises en un comienzo confuso y conflictivo de la buena relación que ambos mantuvieron luego. Nuestro consuelo era que, cuando seducida por Ulises les devolvió forma humana, quedaron mas jóvenes y guapos que antes del experimento. Parece un sustituto emocionante y barato de la cirugía plástica y los métodos de anti–aging.

En ese precioso puerto, que ocupa un canal natural sinuoso entre Gaios y la isla –fortaleza de Agios Nicolaos, intentamos en vano regularizar nuestra entrada en Grecia, encontrándonos con la pintoresca respuesta de la capitanía de que se les habían acabado los impresos y, por consiguiente siguiéramos camino a otro lugar donde los tuvieran.

Siguiendo la misma ruta que el Argo, cruzamos a la costa vecina donde fondeamos en la bahía de Faneri, desembocadura del río Aqueronte, donde Savarin sitúa el Nékymanteion que permitía ponerse en contacto con seres fallecidos.

Circe había aconsejado a Ulises consultar este Oráculo de los muertos antes de iniciar el regreso a Itaca.

Consultamos al Oráculo sobre la salida de la crisis, sin gran resultado, y sobre como cambiar la polaridad del solenoide del motor de la cadena del ancla, cosa que conseguimos, y salimos para Prevesa, en la entrada del enorme golfo de Ambracia, otro lago conectado con el mar al estilo de Sibenik en Croacia ó el propio Kotor, sin la majestuosidad de las montañas que rodean a este último. Este fue el escenario de la batalla de Actium, en la que se jugó el destino de Roma: el vencedor Octavio inició el imperio, y los derrotados Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron por amor, lo que no debió de ser mala idea, visto el destino que Octavio les reservaba. íticas de mis compañeros que lo habían encontrado aburrido y con poco glamour y enfilamos para entrar en el canal que separa la isla de Levkas del continente. En la embocadura norte de este canal, Savarin sitúa, en su deseo de dar carpetazo a las aventuras en el tiempo y marco disponibles, la playa de las sirenas en el cabo Yrapetra y nada menos que la guarida de Scylla en la falda del monte Lamia, nombre que designa un monstruo hembra de cuello largo que se traga a los niños. En la Odisea se tragó seis marinos bastante talludos.

El remolino de Caribdis se encontraría según Savarin dentro del canal actual, cerca de su extremo norte por estribor. Sólo percibimos una corriente que puede resultar incómoda por la navegación lenta que ahí se practica, pero poco espectacular. Lo contrario del remolino que encontramos y reproducimos en su emplazamiento oficial en el estrecho de Messina al pasarlo en verano del 2.006 , con fuertes corrientes y contracorrientes cruzadas y visibles, que hacen esta tesis mucho mas creíble.

Siguiendo hacia el sur encontramos el mismo día el famoso tridente de cabos que constituye la costa norte de la isla de Meganesi, donde Savarin localiza Thrinacia, en el cabo Elías, heredero natural nemotécnico de Helios que habría sido su nombre primitivo, donde pacía el ganado del dios Sol. En este sitio, competidor por el escenario de la gran isla triangular, Sicilia, tuvo lugar la última pifia de los compañeros de Ulises que, movidos por su insaciable apetito, devoraron el ganado de Helios a pesar de la prohibición absoluta de tocarlo. Fue la última, porque, de resultas, murieron todos en el naufragio de la galera que sobrevino como consecuencia de la ira y subsiguiente castigo del dios.

Ulises dio un ejemplo de capacidad de supervivencia, consiguiendo llegar, arrastrado sobre restos del naufragio, hasta el reino de la ninfa Calypso, enlazando así con las peripecias narradas al comienzo de este relato.

Con la sensación de haber cumplido con nuestros deberes para con la historia y los mitos, nos fuimos a fondear y disfrutar de un merecido descanso enfrente de Meganesi, al lugar mas agradable de la zona que el astuto Onasis adquirió y gozó con entusiasmo: la isla de Skorpios.

De ahí, siempre hacia el sur, acabamos llegando a Fitzcardo en el norte de Cefalonia, sitio de moda con motivos para estarlo, tanto por el marco muy agradable y evocador de sensaciones gratas, como por su historia reciente, con anecdotario alimentado por un cupo suficiente de escritores e intelectuales anglosajones cuyas fotos sepia contribuyen a la propaganda del pueblo.

Feacia, Itaca y nuestro regreso

Después de diecisiete días de navegación desde el estrecho de Gibraltar en la balsa de Calipso descrita al principio de nuestro relato, y de dos días a caballo sobre uno de sus troncos cuando Poseidón, que se la tenía jurada por el altercado con su hijo Polifemo, se la desbarató con una inmensa ola, Ulises llega nadando a la tierra de los Feacios, mas tarde conocida por Kerkira ó Corfú.

Recorriendo esta isla, que la leyenda dice era la sierpe con la que Zeus emasculó a su padre y arrojó al mar, Bérard localiza el lugar de la tormentosa arribada en la desembocadura del río Megapotami, donde Nausica lavaba la ropa. El palacio de su padre Alkinoos, donde Ulises infligió a los oyentes el relato de todas sus aventuras, estaría en la actual Palaio Castrizza en la costa occidental, encima del puerto de donde salió la galera de 50 remeros en la que le condujeron al día siguiente a Itaca, no fuera a ser que le quedaran mas historias que contar. La venganza de Poseidón, a quien sorprendió la rapidez de los feacios en devolver a su enemigo a Ulises a su tierra fué, como habíamos visto recientemente en la ópera representada en Madrid, petrificar el barco que lo había llevado, con su velamen y mástil, que hoy es la isla llamada Karavi – el barco.

Nosotros fondeamos bajo las murallas de Corfú y desde ahí salimos hacia Itaca, que rodeamos totalmente al llegar por el oeste y el sur, para subir por la costa este entrar en la bahía de Dexia y llegar como Ulises a la capital Vathy. Me gustaron mas como fondeos los que habíamos encontrado antes de entrar en la bahía, al aproximarnos desde el sur. El marco me dejó una impresión algo sombría y me perdoné la subida al castillo de Ulises, localizado en el. estrecho istmo que une las dos partes de la isla, al haberlo visitado hace años en otro viaje. Allí fue donde tuvo lugar la cacería con arco de pretendientes, parece que mas de cien, que se explica porque en aquella época no hacía falta como ahora licencia para esos menesteres. Hoy en día le hubieran sancionado por pasarse del cupo de piezas permitido. También le habrían obligado a asistir a una academia para obtener un título para navegar, y hubiera tenido que suscribir una cuantiosa póliza de seguro que cubriera accidentes de los ocupantes, daños a terceros y contingencias por cólera de los dioses, que se hubiera llevado su parte en el saqueo de Troya.

Con la tranquilidad de que Ulises había cumplido su propósito de volver a su isla y reunirse por fin con Penélope, tan hacendosa, y estaba seguramente echando de menos a Calipso y Circe, zarpamos hacia el canal de Corinto, que atravesamos tras una espectacular navegación a vela por el golfo de su nombre.

Un error nos hizo entrar en un puerto de buena apariencia que resultó un cepo que nos obligó a pasar allá la noche al acolcharnos un fuerte viento contra el muelle al que nos habíamos abarloado y dificultarnos la salida, y perder la parada que teníamos prevista en Delfos, por si ese oráculo era mas efectivo.

Hemos descrito nuestro paso por el Egeo anteriormente.

Hemos descrito nuestro paso por el Egeo anteriormente. Iniciamos el regreso desde Chania al noroeste de Creta el 13 de agosto y ocho días mas tarde llegamos de nuevo al Estrecho, frente a las columnas de Hércules, llevados por un viento apacible de levante que hizo que el mar estuviera siempre a favor, salvo unas seis horas al pasar al sur de Cerdeña. Tuvimos una pesca de atún tan generosa entre Creta y Malta que hubo conatos de amotinamiento comparables a las protestas de los mineros de Asturias por tener demasiado salmón en el menú.

Paramos un día en Malta coincidiendo con la Virgen de Agosto, muy festejada con procesiones y fuegos artificiales, que aprovechamos para el agradable ejercicio de recorrer despacio en barco el espectacular puerto.

Entramos brevemente en Pantellaria, última parada antes de nuestro destino español, vimos antes de llegar la famosa roca del elefante, cargamos diesel e hicimos acopio de frutas y verduras que la tripulación reclamaba con contundencia.

Releo al llegar la archiconocida poesía de Cafavy sobre el regreso a Itaca donde dice que no hay que temer a los lestrigones, a los cíclopes ni al feroz Neptuno, porque no los encontrarás si no los llevas dentro de ti mismo y si tu corazón no los alza frente a ti. Ojalá pasara lo mismo con las Haciendas recaudadoras de feroces y crecientes impuestos, mucho mas temibles que la hidra Scylla, y con las burocracias limitadoras de las libertades del individuo. Creo personalmente que Cavafy se equivoca: hay un lestrigón acechando detrás de cada esquina aunque uno no lo lleve dentro de sí.

Bajo esa óptica se comprende que a Ulises la ausencia de veinte años entre guerra y viajes aventureros le pudiera parecer corta. Habrá que inventar un nuevo destino……