Desafíos en condiciones casi inimaginables

3D+A es una serie de cuatro travesías de aventura en sendos entornos desérticos del planeta. En cada una de ellas el socio de la SGE Eduardo Fernández-Agüera, cuyo Desafío SYR ha sido publicado en esta página, se propone recorrer en solitario una distancia aproximada de 250 Km. en siete días y autosuficiencia, es decir, cargando con todo lo necesario: saco de dormir, alimento, kit de supervivencia… El proyecto está inspirado en las pruebas que forman parte de la prestigiosa serie 4 Deserts, de la promotora con base en Hong Kong, Racing the Planet. Las travesías son, en principio: Desierto de Atacama (Chile), Desierto de Gobi (China), Desierto de Sahara (Egipto) y Antártida.

Primera prueba: Desierto del Sahara, Egipto 2009.

El desierto del Sahara es el desierto no polar más grande del mundo. La zona al oeste del Nilo, por donde transcurre parte de la travesía, tiene una superficie de 2,8 millones de kilómetros cuadrados, y limita con Libia al oeste, con Sudán al sur, y el mar Mediterráneo al norte. Ésta es la crónica del recorrido.

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Junio 10 Asuan

Ayer tome el tren con coche cama de la tarde en la estación de Giza para dirigirme a Asuan, desde donde espero comenzar la travesía. Durante el trayecto estuve solo en un camarote doble. Nada mas arrancar el tren, el personal de servicio avisa de que en unos instantes se servirá la cena, como siempre muy suculenta y sabrosa. La partida del tren coincidió con las últimas luces del día. Desde la ventanilla sólo se veía oscuridad, desolación sólo interrumpida por las luces de los pueblos y la carretera paralela a la vía del tren. Con esa imagen, desde luego, se le quitan a uno las ganas de correr, pero es normal. A la mañana siguiente, en cambio, la ventanilla se convirtió en una pantalla panorámica que mostraba un paisaje beige y verde.

A la llegada las tareas son pocas, pero importantes. Lo primero, comunicar mis intenciones a la Oficina de Turismo de Asuan. Según su responsable, no hay ningún problema en ir corriendo desde Asuan hasta Luxor, sólo es cuestión de decirlo en el Departamento de Policía para el apartado de seguridad y ya está. A la salida de la Oficina de Turismo el sol abrasa y el termómetro del reloj marca 39 oC; son las 11 de la mañana. En las oficinas de la Policía llega el fiasco. El oficial que me atiende casi no da crédito a lo que oye; es la primera vez que se le presenta un caso así y se pregunta cómo voy a dormir, si ni en Kom-Ombo, ni en Esna, ni en Edfu, puntos claves de mi ruta, hay alojamientos para turistas y a mí, precisamente por mi condición de turista, no se me permite andar por allí solo. De todas formas, la última palabra la tiene el oficial superior, que se encuentra ausente hasta la noche.

Junio 11 Problemas con la policía

A las siete de la mañana me puse en marcha desde Asuan. Salí andando, por el paseo fluvial que recorre toda la ciudad, para no llamar mucho la atención. El caso es que, tras los contactos que tuve ayer con gente conocedora de la situación, tomé la decisión de salir sin más al día siguiente. Quise hacerlo con discreción, no me fuera a parar la policía. Y no tardó mucho, sólo veinte kilómetros aproximadamente después de iniciar la marcha paso por un control donde fui detenido inmediatamente. El policía llamó a su superior que en inglés me explicó que no está permitido a nadie circular por la carretera. Así que me obligaron a tomar un minibús (Nissan Vanette o similar) hasta Kom Ombo, pero allí no hay alojamiento, por lo que seguí hasta Edfu, donde me encuentro ahora mismo. Edfu está en la orilla opuesta a la de la carretera principal y la línea de ferrocarril, por donde he venido, así que mañana intentaré seguir por este lado del río, que parece más tranquilo, y trataré de avanzar por en medio del oasis y los cultivos, utilizando caminos paralelos al río. No será fácil, porque existen numerosos canales que pueden convertir el trayecto en un laberinto, pero confío en mi sentido común ¡qué remedio!. El GPS dejó de dar la señal en Daraw, unos kilómetros después de tomar el minibús, así que realmente no muestra mi posición exacta ahora mismo. Cuando llegue al pequeño hotelito donde me alojo activaré el SPOT para que pueda verse el pueblo.

Junio 12 La gente generosa del Egipto rural

Después de un día con bastantes imprevistos, hoy me levanté decidido a continuar mi ruta por esta espléndida tierra de cultivos y bosquecillos de palmeras, donde la gente vive en su mayoría ajena a las tropas de turistas que pasan muy cerca, de crucero por el río Nilo.

Preparé la mochila y salí a la calle, busqué la salida de la ciudad en dirección norte, pero esta vez no quería ir por la carretera, así que tomé un pequeño camino, antigua vía de vagoneta, entre la arboleda. A pocos metros encontré una familia que, como es lógico, me miró con extrañeza. Me preguntó que dónde iba (o al menos eso creí entender), untó dos dedos y los acercó a la boca, para ofrecerme agua. Y me preguntó dónde iba, a lo que conteste: Esna. Entonces el señor dibujó en la tierra 70, los kilómetros que me separaban de mi destino. Les saludé muy respetuosamente y continué mi camino.

El camino dio a una carretera asfaltada junto a la vía principal, así que giré a la izquierda para alejarme de ella y a unos metros tomé un sendero transitado por agricultores con sus carretas y burros. Por allí avancé durante un rato, hasta que el camino pasaba por una zona sombría donde había una casa y, sentados en una especie de trona larga de madera, muy común por aquí, tres jóvenes campesinos. Al conocer mis intenciones me devolvieron a la carretera de asfalto. No me pareció prudente intentar continuar por un lugar contra el consejo o la voluntad de sus propios habitantes.

Ni por carretera ni por los cultivos. ¿Qué otra opción me quedaba? Por lo pronto, alcanzar Luxor y después ver qué puedo hacer. Así que por la carretera agrícola de la vertiente oeste del Nilo fui enlazando camionetas entre la gente de estas tierras, gracias a los cuales, a su generosidad y gentileza, pude llegar sin ningún tipo de problemas. Como ni hablo ni entiendo árabe, sólo con decirle el lugar de destino me decían en qué camioneta debía subirme y cuándo debía bajarme. Cuando en algún pueblo había que andar algo hasta la estación de transporte, siempre había alguien que me acompañaba hasta la misma puerta de la furgoneta.

Junio 13 De Luxor al desierto

Hoy el día ha salido perfecto. Sólo que ha hecho un calor terrible. Tras estos últimos días, no tenía muy clara la situación, así que pensé que mientras me decidía podría intentar mi primera verdadera ruta en las inmediaciones de Luxor. Así que me puse en marcha sobre las nueve de la mañana, bastante tarde para el calor que hace, pero necesitaba ponerme en marcha, no aguantaba más tiempo parado. Preparé la mochila, cargué agua, me hice con las barritas y geles y tomé el ferry hasta el otro lado del Nilo, dirección a lo que aquí llaman el West Bank. Después de desembarcar me dirigí hasta donde se encuentran la mayoría de los tesoros arqueológicos en Luxor. Unos cinco kilómetros separan la orilla del Nilo del Valle de las Reinas y el Valle de los Reyes, lugares de enterramiento sagrados de los faraones. Y ello a las mismas puertas del desierto.

Estuve unas dos horas corriendo en pleno desierto, siempre sin perder de vista el valle. Luego volví buscando los cultivos y estuve corriendo por el margen, por el límite justo entre los cultivos y el desierto. Un camino que a veces se convierte en carretera pequeña, pero en cualquier caso muy tranquilo.

Mañana voy en busca de los oasis del Desierto Occidental. Son cinco los más importantes e iré recorriendo al menos cuatro de ellos, cada día o cada dos días, a medida que me acerco a El Cairo de nuevo. Creo que es una buena opción, porque estos lugares cargados de simbolismo e historia aseguran una experiencia que seguro será inolvidable.

Junio 15 De nuevo en la ciudad que no descansa

Escribo desde El Cairo, otra vez. Recibí unas informaciones sobre el transporte, desde Luxor a los oasis, que resultaron incorrectas y contradictorias, por lo que cuando me encontraba casi a medio camino entre la antigua Tebas (Luxor) y El Cairo no fue posible conectar con el autobús que había de llevarme al desierto. Así que pensé que quizá lo mejor era volver a El Cairo y desde allí entrar en el desierto por el norte, en vez de por El Kharga, el primero de los cinco oasis (El Kharga, Dakhla, Farafra, Bahariya y Siwa; existe un sexto, que en realidad es falso oasis, porque alimenta sus cultivos con agua del Nilo) más importantes de desierto egipcio. Como se puede imaginar, el viaje fue largo y agotador; unas 15 horas de viaje en total.

Me gustaría contar un montón de cosas interesantes que me están pasando, pero sinceramente no me encuentro con mucho ánimo, estoy cansado de hacer tantos kilómetros y de pasar tanto calor. Descanso poco y el tiempo restante lo empleo en planificar los momentos siguientes

Junio 18 En el oasis de Bahariyya

Siempre me fascinaron los oasis. Son lugares exuberantes, llenos de agua y verdor en medio de la nada, bajo el implacable sol. Su simbolismo evoca largos viajes, pueblos lejanos, exilio, soledad, frescor. Pero, ¿por qué surgen los oasis? Una de las razones es su situación en depresiones, por debajo del nivel freático, lo que hace que el agua busque una salida a la superficie. La otra razón me la explicó un bereber de Merzouga, en el Sahara marroquí: estas tierras fueron transitadas durante siglos por caravanas comerciales que transportaban todo tipo de mercancías: oro y otros metales y piedras preciosas, sal, incienso, especias, pieles, etc. Durante sus escalas los caravaneros se hacían de provisiones, entre ellas los apreciados dátiles, cuyo alto poder calorífico viene muy bien para aguantar el duro viaje. Cuando los comerciantes llagaban a un pozo bebían y comían y los huesos de los dátiles eran desechados allí. Una semilla en la tierra y con mucho agua; resultado: una palmera datilera.

El oasis de Bahariyya , donde me encuentro, está compuesto por un inmenso palmeral y algunas aldeas, además de la población principal: Bawiti. Se accede desde El Cairo por la carrera asfaltada del desierto, tras unas cuatro horas de viaje. Como en los otros oasis del Desierto Occidental, en Bahariyya podemos encontrar numerosos manantiales de agua fría y caliente. Está completamente rodeado de elevadas cordilleras que durante la prehistoria pudieron ser islas en el lago que había en esta zona. En la época faraónica era una zona productora de vino, que se exportaba al valle del Nilo e incluso a Roma. Su posición estratégica, en medio de la ruta comercial entre Libia y el valle del Nilo, hizo que floreciera en tiempos sucesivos.

Hoy he comenzado haciendo el mismo recorrido que ayer, pero cuando alcancé Gebel Dist giré a la izquierda para ir bordeando el oasis en dirección oeste, justo en el límite entre el oasis y el desierto. Durante el recorrido he visto campesinos cultivando sus tierras. Tras hablar con uno de ellos, un anciano, al saber que era español, me nombró Andalucía y después Sevilla. Pasado un rato me calcé de nuevo las zapatillas y continué la marcha, ya de vuelta, hacia la pequeña aldea de Al-Qsar, prácticamente unida a Bawiti. Mañana tengo pensado ir hasta la aldea de El-Hayz, 45 km al sur de Bawiti, para pasar la noche allí y regresar al día siguiente. En las inmediaciones de este enclave se encuentra el manantial de Ain Gomma donde podré refrescarme tras el sofocón del camino. Durante el recorrido hasta El-Hayz tendré a mi derecha el sobrecogedor Desierto Negro, secundado de montañas puntiagudas de color oscuro.

Junio 20 En la carretera del infierno

Hoy he vuelto de una salida de dos días al poblado de El Hayz, situado 45 km al sur de Bawiti (donde tengo establecido el centro de operaciones), en la carretera de Farafra, el siguiente oasis en el arco que estas islas dibujan en el Desierto Occidental. Para no perderme en medio del desierto tomé la decisión de seguir la carretera principal, una vía concienzudamente asfaltada que se precipita hacia el sur. Salí ayer por la mañana, a las seis y media. Durante la primera parte del recorrido, una vez abandonada la depresión sobre la que se asienta Bahariyya, la carretera dibujaba un trazado recto y ligeramente ondulante entre montañas de pico afilado que me parecían montones de harina, sólo que estos montones gigantes eran grisáceos oscuros, lo que anunciaba la proximidad del Desierto Negro.

Tras tres horas y media de camino un cartel decía: Welcome to Under de Moon Camp. From here 11 km. Ya estaba cerca, pero a esa hora el sol estaba en todo lo alto y el desgaste de los días anteriores me hacía más intolerable al calor, que rondaba ya los 40 oC. A partir de aquí la carretera serpenteaba más y las interminables rectas menguaron un poco. Cada vez hacía más calor, estaba más cansado y deseaba con más ganas llegar al campamento para poder descansar. Y esto no hacía sino aumentar mi ansiedad, deseando que tras cada viraje apareciera el campamento. Pero no, no llegaba. Había hecho sin problemas los primeros 35 km y los últimos 15 eran interminables. Es increíble cómo puedes pasar de un estado de euforia a otro de agotamiento en sólo unos segundos. Eran las 11.30 h cuando llegué y el sol estaba mortificándome desde las 10.00 h.

Pasé el día completamente solo, con un calor horrible. No dormí por la noche y a las 4:45 h comencé a prepararme de nuevo para iniciar el camino de vuelta a Bawiti. No quería estar en la carretera cuando el sol empezara a picar. A las 5.30 h, aún de noche, me puse en marcha. Me propuse no mirar el reloj para no impacientarme con el tiempo. Bueno, me propuse un montón de cosas para tratar de superar el desgaste psicológico que a mí me supone estar corriendo sin poder apenas levantar los pies del suelo, sabiendo que debía estar así, corriendo sin parar (trato de parar lo menos posible, para ganar tiempo) durante cinco interminables horas. Cinco horas en las que cada paso que das produce un estallido de dolor de los pies que se propaga por toda la pierna y la cadera. Cinco horas en las que tratas de pensar en nada, sin éxito. Y tus pensamientos se suceden en forma de bucle una y otra vez; no sólo los pies están a punto de estallar. Y así el tiempo va pasando, que es lo mejor: que pasa inexorablemente, esta vez para bien. Un ibuprofeno y dos comprimidos de cafeína me ayudaron a superar el dolor y el desánimo. Cinco horas y media después (treinta minutos más que ayer) de abandonar el campamento llegué a Bawiti. El sol comenzaba a apretar, pero hoy me libré de él.

Junio 23 Misión cumplida

Todo llega a su fin. Los días han pasado rápido en Egipto. Cuando tengo una ruta que hacer, primero estoy deseando empezar, luego ansioso por terminar. Las cosas no han salido como esperaba, pero sí, en cierto modo, como estaban previstas. Contaba con los problemas de los primeros días, porque las informaciones que había recibido desde España así me lo sugerían.

Quizá este viaje deportivo por Egipto sea algo atípico. Durante estos días no he visitado un solo templo, una sola tumba. Me he perdido algunas de las maravillas arquitectónicas más impresionantes de la historia de las civilizaciones; sinceramente, cuando pude hacerlo, no estaba para visitas, preocupado y centrado en buscar soluciones a los inconvenientes que iba encontrando. En cambio, me he zambullido en el Egipto de hoy, el verdadero, el de sus calles y casas destartaladas, el del mundo rural que cultiva sus tierras en el Valle del Nilo, ajeno a los faraones. El Egipto del pan de pita, las ensaladas de tomate y pepino, de la comida casera, sencilla y abundante; el de los centros de ciudad polvorientos, abrasados por el calor y atestados de gente; el de los hombres con chilaba, sentados en la cafetería, fumando una shisha (narguile) y tomando un shai (té); el de las mujeres con el rostro oculto. Como contrapunto a la vestimenta tradicional femenina, por el aspecto que presentaba durante mi ruta, ataviado con mallas de correr y una mochila bastante ¿escandalosa? (por los accesorios para transportar agua, entre otros), a veces me daba la sensación de perecer un exhibicionista. La gente se quedaba mirándome. Es normal, hay que mirarse uno mismo y entender reacciones que en algún momento llegaron a incomodarme, una incomodidad que tiene que ver sobre todo con mi propio sentido del ridículo. Pero es que tenía que correr muchos kilómetros cada día y no podía ir de otra manera. Esperaba encontrarme una cosa y la realidad que he vivido es muy distinta, pero a eso vine aquí, a vivirlo, a comprobarlo. No es fácil (quizá imposible) encontrar un sitio entre gente para la que eres un extraño y donde estás de paso, en el más estricto sentido de la palabra. Las personas somos como somos, aquí y en Pekín, como se suele decir. Ante lo ajeno protegemos lo propio, necesitamos tiempo para asentar nuestras percepciones y emociones y siempre tendemos una mano cuando hace falta.