Martes, 29 de Diciembre de 2009 (por fin ponemos rumbo a la Antártida)
Esta noche ha sido difícil poder pegar ojo. Estar toda la noche pendientes de la llamada que nos llevaría al continente blanco, nos ha dejado cuanto menos intranquilos. Una vez puestos en pie, avisamos a recepción de que estaríamos localizables en el comedor de hotel. Cuando estábamos terminando nuestro apacible desayuno, el recepcionista sube en nuestra búsqueda. –¡Bajen a recepción, tienen una llamada! A trompicones llegamos hasta el teléfono, Pablo habla mientras Juan mira impaciente. Al terminar la llamada, una mirada de complicidad y un “nos vamos”, basta para empezar a mover la maquinaria.
Los nervios rebosan por todo nuestro cuerpo. Poco a poco nos vamos equipando con todo el material de expedición, como astronautas a punto de embarcar en su nave. Al rato aparece un peculiar autobús en la puerta del hotel, ya que todos los ocupantes van, al igual que nosotros, vestidos con toda la ropa de expedición Antártica. Sin más demora subimos y partimos hacia el aeropuerto. Una vez allí todos los expedicionarios, entramos en la terminal ante la mirada atónita de todos los presentes. Descendemos rapidamente a las pistas. Nuestras caras rebosan de asombro cuando por fin conseguimos ver el “Ilyushin” ese inmenso avión de carga ruso que será el que nos deposite en la mismisima Antártida.
Rápidamente embarcamos. Las condiciones son óptimas para el aterrizaje en Patriot Hills, y teniendo en cuenta que nuestro vuelo durará cerca de 4 horas, no podemos demorarnos lo más mínimo y arriesgar a que cambien esas condiciones. Sin más, nos sentamos como buenamente podemos en aquellos destartalados asientos. El avión solo tiene una ínfima zona de pasajeros, el resto lo ocupan las toneladas de material que llevamos hacia el Continente Blanco.
Los motores arrancan con un estruendoso ruido, nos ponemos los tapones y empezamos a zarandearnos. Tenemos que intuir el despegue ya que apenas hay una par de ventanillas repartidas por todo el avión. Rápidamente nos encontramos en un incómodo y claustrofóbico vuelo. No tardamos en levantarnos, ir a la zona de carga, hacer cientos de fotos e intentar hacer alguna de estas instantáneas por la ventanilla. Tenemos la suerte de que uno de los pilotos rusos se encuentre de buenas y accede a enseñarnos la cabina que el avión tiene en la parte baja del morro, El hielo antártico que se aprecia a nuestros pies nos deslumbra.
A las 4 horas nos avisan de que vayamos tomando nuestros asientos. Estamos a punto de tomar tierra, o mejor dicho, hielo. Los nervios, junto con la incertidumbre que nos da el no poder ver nada, hacen que estemos eufóricos. Al rato notamos el primer impacto y como el avión utiliza la reversa de los motores para intentar frenar sobre la pista de hielo, el ruido es atronador y el avión se zarandea con intensidad. Cuando, después de un buen rato, intuimos estar detenidos, comienza a entrar la luz de la parte trasera, aquel gigante de acero acaba de abrir su panza trasera y comienzan a descender las cargas.
La puerta lateral se abre y por fin vemos la luz. Estamos deseosos por poder desembarcar cuanto antes… Y por fin llega nuestro momento. Cuando llegamos a la puerta, el infinito blanco nos aguarda. Ni siquiera las gafas de sol impiden el deslumbramiento. Con la boca abierta, intentando contener las lágrimas por la emoción del momento, Pablo comienza a descender, seguido de Juan, con idénticas sensaciones.
Nos advierten sobre el peligro de los primeros pasos, el hielo de la pista es totalmente cristalino y posiblemente de un grosor cercano de unos 2 Km. Un giro de 360º te hace ser consciente del lugar tan mágico donde acabamos de aterrizar.
Apenas se intuye el horizonte sobre la inmensa planicie helada. Cuesta creerlo, estamos en la mismísima Antártida, un sueño hecho realidad. Es curioso, nosotros esperábamos un clima extremadamente difícil y curiosamente hace solo -8ºC y eso no es mucho para las equipaciones que llevamos.
Después de estos momentos de euforia, partimos hacia la base de Patriot Hills que se intuye a 1 Km de la pista. Ironizamos entre risas diciendo, “hemos pagado un dineral por estos vuelos, y tenemos que ir caminando sobre el hielo hasta la base, ¿nadie nos viene a recoger? “. Al llegar, nos invitan a pasar a la carpa comedor y poder degustar algunos lujos, como por ejemplo el guiso que nos esperaba.
Patriot Hills es una base americana situada a 1000 km del Polo Sur, compuesta por cerca de 50 tiendas de campaña, y algunas carpas comedor y de almacenaje. Para encontrarse en un lugar tan inhóspito, cuenta con todo tipo de “lujos”.
Apenas estamos degustando el delicioso guiso, cuando una de las encargadas de la base empieza a distribuir los grupos. Nosotros estamos intrigados por la tienda que nos asignarán dentro del campamento. Cuál es nuestra sorpresa, cuando nos dicen que en 10 minutos saldrá un vuelo al campamento base del Vinson. Afortunadamente las condiciones meteorológicas son óptimas para el vuelo en avioneta y es mejor no esperar. Los españoles saldrán los primeros. El último bocado se nos atraganta en el gaznate y sin apenas poder pensarlo, recogemos todo nuestro equipo y partimos hacia la avioneta. Es ahí donde nos presentan a Pachi una chilena, con un impecable curriculum antártico, que durante estos días será nuestra guía en la expedición. Apenas hemos estado media hora en Patriot Hills y de nuevo estamos metidos en aquella pequeña avioneta camino hacia el campamento base. No cabemos en nuestro asombro.
El avión se alza rápidamente y comenzamos a sobrevolar la infinita planicie Antártica. El blanco ocupa todo lo que nuestra vista alcanza a ver, apenas manchado por algún que otro risco rocoso que emerge por encima del hielo. Al cabo de una hora de vuelo conseguimos divisar al fondo la cordillera Ellsworth; la avioneta hace un quiebro y comenzamos a adentrarnos por los valles blancos. Inmensos glaciares, terroríficas grietas de un impecable hielo azul y un sinfín de desafiantes seracs se abren paso bajo nuestros pies. Sin llegar a perder altura intuimos el suelo cada vez más cercano hasta que notamos el impacto de los esquís de la avioneta aterrizando sobre la nieve.
En pocos segundos se detiene y descendemos, a apenas unos metros de las pequeñas tiendas de campaña. El campamento base se encuentra en un glaciar cubierto por ambos lados por unas filas montañosas que le resguardan del viento. Toda la zona está delimitada ya que las grietas, seracs e inmensas paredes de hielo que cuelgan amenazantes, hacen que sea peligroso salirse de estas delimitaciones. La niebla de la lejanía hace imposible ver el Vinson, que se refugia al fondo del valle.
Estamos muy contentos por estar ya aquí, aunque apenas hayamos tenido tiempo de asimilarlo. El entorno es mágico y difícil de describir, la emoción nuevamente nos abruma.
Descargamos el material en unos trineos y nos aproximamos a la tienda. Rondamos los -10ºC pero en un ambiente tan seco, se hace bastante llevadero. Después de acomodarnos en la tienda nos disponemos a pasar la primera “noche” en la Antártida. Son las 12:00 de la noche cuando nos metemos en el interior. Asombrosamente el sol brilla tanto como cuando llegamos a Patriot Hills. En parte nos preocupa el no poder dormir con una luz tan intensa que nos acompañará las 24h del día. Sin embargo estamos cansados, ha sido un día muy intenso y repleto de sensaciones.
Nos metemos en nuestros sacos, nos tapamos los ojos con antifaces. Hoy no nos hará falta soñar con estar en la Antártida, hoy nuestro sueño ya es parte de una realidad.
Juan y Pablo, dispuestos a pasar la primera “noche” antártica.