BUCEO Y CRUCE DEL LAGO BAIKAL

1 marzo 2015

Por Paco Acedo

Posiblemente muchos nunca hayan oído hablar del lago Baikal, pero basta con echar un vistazo sobre cualquier mapa de Rusia para descubrir rápidamente una gran extensión de agua en medio de “la nada”. Se trata de un lago helado gran parte del año y que alberga en su interior el 20% del agua dulce del planeta. Datado de hace 30 millones de años, el Baikal es un lago mágico, silencioso y misterioso al que rodean infinidad de leyendas y misterios; Desde misteriosas naves extraterrestres que habitan en lo más profundo, hasta barcos que desaparecen y reaparecen al cabo de los años. Un lago según dicen los aldeanos custodiado por espíritus a los que hay que apaciguar con Vodka.

Desde el primer día tenía claro que había llegado a lo más remoto de Siberia para enfrentarme a todos mis miedos, pero sobre todo para sumergirme bajo el hielo y bucear donde jamás nadie antes lo hizo.

Siberia me recibe con -27ºC. Las noticias son inquietantes pues me comunican que el hielo en el sur del lago está inusualmente fracturado.

El plan es recorrer diariamente 25 km empleando entre 8 y 10 horas con paradas de 10 minutos cada 2 horas. Un reto complejo físicamente para el que no estoy seguro de estar preparado.

Tras un día de preparativos la aventura comienza a las 5:00 de la madrugada a orillas del lago y en total oscuridad. Es noche cerrada, aunque la luna creciente y mi frontal me ayudan a orientarme. Es difícil entrar al lago, el hielo está amontonado y no veo una ruta clara desde la orilla. No avanzo ni 20 metros cuando confiado y poco concentrado aún, piso donde no debo y caigo al agua helada. Afortunadamente reacciono rápido y no me sumerjo más allá de la cintura, quedando todo en un terrible susto. Este tropiezo, nada más comenzar la expedición, hace surgir un miedo desconocido por mi hasta ahora, un miedo tan real como yo mismo.

Tras alejarme de la costa todo queda en soledad, en silencio y poco a poco el frío empieza a condicionar cada uno de mis movimientos.

Los primeros días son extremadamente duros, con temperaturas de -28ºC y un fortísimo viento que reduce la sensación térmica hasta los -38ºC. La falta de nieve sobre el hielo hace que éste se vuelva resbaladizo sin posibilidad de usar los esquís y viéndome obligado a deshacerme de parte de la comida para aligerar peso.

Pero sin duda, es la mente la que ante mi sorpresa me traiciona desde el primer día. A cada paso pone en duda mi capacidad para afrontar este reto, me empuja a abandonar y me obliga a creer que me dirijo a una aventura de consecuencias fatales. El miedo con mayúsculas se planta frente a mi. Un compañero con el que no contaba y con quien compartiría cada uno de mis pasos sobre el hielo.

Cada minuto cuenta y ya al segundo día comienzo con las operaciones de buceo. Tanto la expedición como las inmersiones bajo el hielo las llevaré a cabo en solitario. El único momento en el que contaré con ayuda será para abrir el orificio en el hielo, pues sería imposible perforar por mí mismo una capa de hielo de 1 metro de espesor. He planificado junto a mis contactos locales varios días de buceo en unas coordenadas concretas a lo largo del lago. Si todo va según lo previsto nos encontraremos puntualmente a lo largo de mi ruta.

Tras varios días de progresión mi mente poco a poco comienza a silenciarse hasta que esa voz que me tentaba a retirarme desde el primer día desaparece, dando paso a una realidad mucho más terrible si cabe. El hielo parece cada vez más fino y comienzo a encontrar canales de aguas abiertas que debo evitar yendo en zig-zag y a toda velocidad. Ver chapotear el agua con el viento es una muy mala señal y me encuentro en el centro del lago, a 45 Km de la costa sin posibilidad de asistencia.

Cada vez me cuesta más evitar el hielo fino e inevitablemente empiezo a meterme en un laberinto sin retorno

De repente el destino mueve ficha y por mi derecha, a un par de kilómetros aparece deslizándose sobre el hielo un “hovercraft” ruso que desacelera al estar a mi altura. Parece que paran incrédulos ante lo que ven. No tengo opción y rápidamente les hago señales para que vengan en mi auxilio.

Al darme alcance salen apresuradamente y nerviosos intentan decirme algo en ruso que no acabo de entender hasta que uno de ellos me señala hacia el norte mientras escribe sobre el hielo “H2O” y poniendo los brazos en cruz sobre el pecho canta la “Marcha Fúnebre” de Chopin. El mensaje quedaba muy claro entonces.

La expedición ha dado un giro inesperado. Mis nuevos amigos me acercan a la costa recomendándome que desista en mi intento de cruzar el Baikal, algo que ni me planteo. Tras despedirme y regalarles un suculento jamón Cordobés, decido preparar una ruta alternativa más cerca de la costa, asegurando de esta manera un hielo más grueso.

Algo inesperado sucede al finalizar el séptimo día. Cuando comienzo a montar el campamento me percato de que la bolsa con todo el material de buceo ha desaparecido, habiendo probablemente caído de la pulka en algún lugar del laberinto de hielo. Este absurdo percance hace peligrar la expedición tal y como estaba planteada. Desesperado e incrédulo no tengo otra opción que volver al día siguiente sobre mis pasos sin garantías de encontrar el equipo. Así lo hice y por suerte tras retroceder 15 km localizo sobre el hielo la maldita mochila en medio de la nada.

Cada día, intento recortar kilómetros evitando ir en paralelo a la costa, cruzo en línea recta enormes bahías de hielo fino, volviendo a situarme a decenas de kilómetros de la orilla. Todo el esfuerzo lo compensa con creces la magia de este bello y silencioso lugar, en el que sólo nos encontramos la naturaleza y yo.

A cada paso todo y nada cambia. Cada metro de hielo es distinto al anterior y empiezo a saber interpretarlo, algo que me produce una falsa sensación de seguridad.

Sólo unos pocos poblados se asientan a las orillas del lago y en un par de ocasiones me cruzo con pescadores locales aprovechando el momento para tomar un té y satisfacer una curiosidad mutua. Los pescadores me ponen en preaviso de que el hielo es inusualmente inestable este año debido a los cambios bruscos de temperatura y me aseguran que no podré alcanzar el norte del lago, pues el hielo está peligrosamente roto. Parece que las cosas no van a ser fáciles.

La coordinación en los días y puntos de buceo es perfecta. Bajo el Baikal me encuentro con impactantes espectáculos naturales al tratarse del hielo más cristalino del mundo, dejando ver la superficie incluso con hielos de 1 metro de espesor. Me siento fuerte y en ocasiones tengo la sensación de ser un animal despojado de “ataduras humanas” que simplemente avanza y sobrevive sobre el hielo.

Desde España me llegan noticias contradictorias. Por un lado el hielo que muestran las fotografías satélite del norte del lago parece estable, sin embargo los pescadores locales me advierten que pese a no haber aguas abiertas, el hielo tiene un grosor de menos de 5 cm y varios pescadores han muerto al aventurarse y caer al agua durante el mes pasado. Después de dos semanas la expedición parece tener un desenlace incierto.

Durante la noche, debido a la disminución de la temperatura, el hielo se fractura continuamente causando estremecedores sonidos, que en el silencio sepulcral del lago pueden escucharse a decenas de kilómetros de distancia, apareciendo cada mañana alguna nueva grieta cerca del campamento.

Por días el Baikal se presenta sorprendentemente soleado, culminando con una espectacular noche de luna llena que deja entrever un fascinante cielo estrellado. La estela de algún avión surcando el cielo me hace sentir tremendamente pequeño y frágil, una sensación que me devuelve a mi más pura esencia de ser humano. Pequeño, frágil e insignificante ante la contundente naturaleza.

El cambio climático vuelve a condicionar la expedición y tras más de dos semanas en solitario sobre el hielo mis temores se confirman. Es imposible continuar hacia el norte. Las temperaturas este año son muy inestables, pasando en un solo día de -34ºC a -10º, fracturando el hielo y apareciendo grietas de muchos kilómetros de anchura, imposibles de cruzar.

Pese a las noticias de hielo fino y aguas abiertas insuperables en el norte, persisto en mi intención de avanzar y hago hasta tres intentos de alcanzar la zona noroeste del lago, donde el hielo parece firme. Resulta imposible. Avanzar se convierte en un suicidio y pese a que tengo muchas ganas de completar mi reto también tengo muchas ganas de conservar mi vida.

Tomo la decisión de esperar varios días explorando la zona y buceando bajo el hielo con la esperanza de que las temperaturas desciendan bruscamente y todo se congele de nuevo. No obstante, si así ocurriera nada me garantiza que no me encontraré en la misma situación que ya viví al comienzo de esta aventura y como problema añadido, en la zona norte del Baikal no hay poblaciones costeras, por lo que nadie podría socorrerme allí.

No había nada más que pensar. El lago había decidido que la expedición acababa aquí. No hubo reproches ni enfado, pues mi objetivo estaba cumplido. No pude pisar el extremo norte del lago, es cierto, pero para mi esta aventura tenía un objetivo mucho más allá de atravesar un lago o completar un “reto deportivo”; Un objetivo personal, buscando respuestas personales a cuestiones personales y sólo 2 días necesité para encontrar la gran mayoría de esas respuestas. El resto fue una lucha diaria por intentar crear un único equipo entre el cuerpo y la mente, por domar un ego que quedó totalmente expuesto ante la pregunta de “¿por qué?”. Dos semanas en el hielo son suficientes para que todos los valores y prioridades se pongan en el sitio que les corresponde…

Paco Acedo

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