El valioso cuaderno de viaje de Tomás Suría

Pedro Páramo nos recuerda la vida y aventuras de un viajero valenciano que se asomó a las latitudes árticas en el siglo XVIII: el grabador valenciano Tomás de Suría, que viajó hasta Alaska en la expedición de Alessandro Malaspina y escribió un curioso diario que nos transmite intensas sensaciones y ricas descripciones.

Por Pedro Páramo

Bibliografía: Boletín Nº16 – Especial Tierras Polares

Los exploradores españoles alcanzaron los bordes de los hielos pola­res antes que nadie en el siglo XVI, como  parte  del  reconoci­miento de las costas del continente americano. Por el Sur, el palentino Gabriel de Castilla navegó hasta los 64° de latitud Sur basta la Antártida en 1600; por el Norte,  el  legendario  navegante  valenciano Ferrer Maldonado afirmó haber pasado del Atlántico al Pacífico por encima de los 600 en 1588. Pero el imperio español llegó exhausto a la era de los grandes descubrimientos en los helados extremos del Planeta. Los últimos intentos de los españoles para explorar estos territorios desconocidos tuvieron lugar en el lejano noroeste de América, a fina­les del siglo XVlll,  encomendados  a ilustres marinos, como Juan Francisco Bodega y Quadra. Bruno de Heceta,  Francisco Antonio Mourelle,  Alessandro Malaspina, Cayetano Valdés y Dionisio Alcalá Caliano. Los viajeros que recorren hoy Alaska pueden seguir la huella de aquellas exploraciones a través de la toponimia  local que  conserva  nombres en español  como  Cordova, Valdez o Chocon, otros traducidos al inglés, como la bahfa del Desengaño, en la actuali­dad Oisenchantment Bay. y muchos otros adaptados a la fonética indígena.

Las flotas enviadas por el gobierno de Madrid al noroeste americano de fina­les del XVIII partían con tres cometidos principales: el reconocimiento y con­trol de los confines del imperio, la búsqueda del mítico Paso del Noroeste y la exploración y estudio de los recursos dis­ponibles en aquellas lejanas tierras. Las tres habían sido estimuladas a partir de 1750, al tener noticia el gobierno español de que cazadores y comerciantes  rusos, lle­gados a través del estrecho descubierto en 1728 por el danés al servicio del zar Vitus Bering en busca de pieles, estaban creando factorías en territorio español. En los barcos fletados para estas misiones por la Corona desde la Península  o desde  los puertos  mexicanos de Nueva España en el Pacífico, con los marinos y los soldados viajaban naturalistas, cartógrafos y pintores encargados de estudiar, catalogar y dibujar cuanto hallaban a su paso con el fin de informar de los hallazgos al gobierno.

Uno de aquellos artistas, el grabador valenciano Tomás de Suría, que viajó hasta Alaska en la expedición de Alessandro Malaspina, escribió un diario que él tituló Quademo que contiene el Ramo de Historia Natural y diorio de la Expedición del Círculo del Glovo. Se trata de un manuscrito lleno de tachaduras, que comienza abruptamente y termina con una palabra a medio escribir, como si fuera una serie de notas tomadas durante el viaje que el autor se propusiera ordenar y pasar a limpio más adelante. El cuaderno no obstante, conserva el frescor del momento vivido y nos transmite las sensacio­nes más intensas, las descripciones más ricas y el  relato más completo de aquella aventura de las corbetas Descubierta y Atrevida en las costas del Pacífico en el  extremo septentrional de  América. El  testimonio de Suría, que no estaba obligado a secreto por juramento y no tuvo que entregar su diario a las autori­dades del Ministerio de Marina, es el de un hijo de la ilustración, car­gado de información científica y de humanismo,  muy alejado de las lacónicas informaciones de los cuadernos de  bitácora exigidas a los marinos y exploradores de la época.

Los historiadores, los naturalistas y los antropólogos reconocen el manuscrito del valenciano como el más valioso para conocer  la vida y las costumbres de los pobladores de Alaska de hace dos siglos. La casualidad condujo a Tomás de Suría a la expedición de Alessandro Malaspi­na en abril de 1791. Meses antes, las corbetas Atrevida y Descubierta habían desembarcado a su paso por El Callo (Perú) al pintor sevillano José del Pozo. Malaspina, descontento con este artista, al parecer indolente y poco voluntarioso, había escrito entonces al virrey de Nueva España, Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, conde de Rivallagigedo, pidiéndole que le proporcionara un artista para reemplazar al sevillano. El asturiano Ramón de Posada, director de la Academia de San Carlos Borromeo de México, seleccionó a Tomás de Suría, un personaje que encontraría  un lugar en la historia gracias a esta decisión.

De la vida de Suría antes de su viaje al Norte se sabe poco a ciencia cierta. Unos dicen que nació en la localidad valenciana de Enguera, otros que en Valencia y el  biógrafo que  mejor lo conoce,  Arsenio Reyes Tejerina, profesor de español de la Universidad de Anchorage, sostiene que nació en Tavernes  Blanques y da como fecha de nacimiento el 14 de abril de 1761. Está probado que se trasladó a Madrid a los doce años, pues en el mes de octubre de 1773 se matriculó en la Academia de San Fernando, y también que en 1778 llegó a México acompañando a su  maestro, Jerónimo  Antonio Gil, que  bahía sido enviado a Nueva España  para crear  la Escuela de Grabado.  En 1788, Suría se casó con María Josefa Femández de Mendoza, joven de una familia acomodada  de la capital virreinal mexicana, con la que tuvo dos hijos. Cuando  fue llamado para incor­porarse  a la expedición de Malaspina, Tomás tenía treinta años y trabajaba como grabador de la Casa de la Moneda de México, después de haber contri­buido al establecimiento de la Academia de San Carlos, imitación de la de San Fernando madrileña, donde se levantaban los planos y se diseñaban  los edificios que admiramos hoy como los más representativos del México colonial. En la carta de presentación dirigida a Malaspina, el virrey dice de su recomenda­do: “… individuo de la Real Academia de  San Carloses un mozo  lleno de honor, completo en circunstancias, hábil en el grabado i pintura y de esperanzas por ser el más aprovechado de cuantos hay en ella… va con todos los útiles.. de buena crianza, honrado en su modo de pensar“.

La expedición de Malaspina partió de Acapulco con Tomás de Suría a bordo de la Descubierta el l de mayo de 1791. Las dos corbetas navegaron primero hacia el oeste y luego hacia el norte hasta que el 23 de junio avistaron el monte San Jacinto (Edgecumbe) a 57ºN, en Alaska. Siguieron luego hasta Yakutat Bay, ya en los 60º, donde Ferrer  Maldonado decía haber hallado el paso del Noroeste.

El diario del artista valenciano, que  no era marino y no se extiende por tanto en precisiones relativas a la navegación, nos ofrece en cambio  una cruda  des­cripción de las condiciones de vida a bordo de la corbeta.  Al explicar cómo era el camarote que compartía con el segundo piloto, Fernando Quintana: “No quiero tratar de la incomodidad, porque no es de este lugar  -escribe Suría-.  Sólo diré que, tendido  en  mi cama, doy con los pies en el costado de la corbeta y con la cabeza en el mampa­ro (que así llaman a la tabla que cierra el camarote)  y desde el pecho a la cubier­ta, que es mi techo, hay cuatro dedos de distancia,  cuya estrechura no me deja menear  en la cama y necesito  hacerme un rollo, cubriéndome la cabeza  aunque me sofoque,  pues es  menos malo verse acometer de millones de cucarachas de que  hay tanta peste que, a algunos individuos les hacen llagas en la frente y puntas de los dedos”.

Tomás de Suría es un civil que cuenta lo que ve con la precisión de un científico y con la riqueza de detalles que, como artista, transmite a sus plumillas y pinceles.  A los indios tlingits de lo que hoy es Alaska los retrata en su diario como un naturalista: “Son de mediana estatura, pero robusta y fuerte, sus fisonomías guardan cierto parentesco con la de todos los indios, excepto que tienen los ojos muy apartados  uno de otro y éstos largos y rasgados. Todo el  rostro es más redondo que largo aunque desde las mejillas (que son muy abultadas)  forman hasta la barba algo más de punta, sus ojos alegres y vivos aunque siempre manifestando un aire agreste y montaraz consecuente  al modo con que se crían”. “Sus rancherías o habitaciones son muy infelices en donde se ve el desorden y la suciedad -explica-, pues más parecen chiqueros de puercos que habitaciones de personas. Esto causa un olor tan fétido y desagradable a sus muebles y per­sonas que no se puede sufrir…  Siempre están comiendo y calentándose a la lumbre, la cual está en medio de la choza”.

El cuademo de Tomás de Suría recoge todos los aspectos de la vida cotidiana de los indígenas: cómo condimentan sus alimentos, la forma y los materiales de sus vestidos así como de sus adornos y los instrumentos que emplean para hacerlos; cuenta los rituales que emplean para los nacimientos y los entierros; da una infor­mación detallada de las armas. armaduras y embarcaciones que utilizan; no olvi­da sus juegos, ni los juguetes que fabrican para sus hijos, ni sus danzas ni sus cán­ticos. “Su idioma es muy fuerte -escribe-. abunda mucho de kks, j, hh. Abordo hay quien asegura parecerse su acento al morisco. Gritan desmedidamente cuan­do hablan y con un tono soberbio y espantoso…. al enemigo le llaman cuteg, y la “g” última la pronuncian en acción de uno que arrancan un gargajo. Yo he entendido las siguientes: anaku, quiere decir señor o superior. Chouut, mujer. Kuacan, amigo. Tukuuneguii  niño de  pecho. Anegti, muchacho”. Suría demuestra  también que es psicólogo y sus observaciones traspasan la fría visón del naturalista: ”su caminar era iracundo, soberbio y de desprecio”, dice al describir a un mucha­cho de casi dos metros. La curiosidad y el carácter de Suría se ven reflejados en lo ocurrido cuando entró en la casa de un cacique para dibujar su interior y se vio abandonado por los marineros que lo escoltaban:”Apenas comencé a trabajar, cuando con un gran grito, en tono imperioso y ademán de que suspendiera mi trabajo, el cacique me habló en su lengua, yo, embebido, no hice caso hasta que, por tercera vez y con una gran vocería de chillidos de todos los indios, volví en mi y suspendí el dibujo que estaba  muy a los principios. Me agarraron a empellones, yo empecé a gritar a los míos y cuando volví la cara no vi a ninguno.

Me cogieron en medio haciendo una rueda y bailando en cuclillas alrededor de mi, cantando una canción espantosa que parecían toros que bramaban. Yo, vién­dome en tal disposición, tomé el partido de llevarles el humor y me puse a bai­lar con ellos. Levantaron el grito y me hicieron sentar y por fuerza me hicieron cantar sus canciones que, según los gestos que hacían, conocí que todo se redu­cía en mi escarnio, pero en tal situación me hice el desentendido y esforzaba el grito haciendo las mismas contorsiones y gestos. Ellos se complacían de esto, y pudo mi industria ganarles la voluntad con una figura que les dibujé con casaca, vestido como nosotros, de la que se maravillaban mucho y decían, señalándola con el  dedo, ankau,  ankau, que quiere decir señor (y como nombran a su cacique).  Así se sosegaron y a porfía me querían dar de comer pescado, y yo me excusé lo más que pude, pero vien­do que me amenazaban lo hube de comer. Luego me ofrecían las mujeres. señalándome algunas y reservándome otras, y viendo estaba inmóvil pasaron a significarme con las manos que me las daban para que las violase”.

El diario desprende admiración por la vida sencilla de los indígenas, su destreza, su plena adaptación a las duras condiciones de vida que impone un clima extremo e implacable lo que, según el profesor Arsenio Rey Tejerína, sitúa a Tomás de Suría como escritor a caballo entre la llustración  y el Romanti­cismo. Pero el manuscrito muestra tam­bién a un hombre comprometido con su tiempo y con su país, al transmitirnos como  nadie  el  espíritu  de  aquellos exploradores españoles que navegaban en cascarones durante meses desafiando los fríos árticos, conscientes de que eran los protagonistas de la carrera de descu­brimientos emprendida por las grandes potencias europeas para explorar y car­tografiar los últimos rincones del Plane­ta. La  expedición de  Malaspina tenía orden del gobierno de alcanzar los 60º  Norte, pero el 10 de julio las corbetas rebasan lo 61 grados y, navegando hacia el sur, se encuentran frente a la isla Middleton. Los marineros sienten entonces que tienen al alcance de su mano el paso del Noroeste de Ferrer  Maldonado si llegan hasta la más septentrional de las Aleutianas, pero la estación está ya muy avanzada ) los oficiales temen que pueden verse atrapados por los hielos. “Estas deliberaciones nos privaron en parte de la gloria y derrota  proyectada  de subir hasta los 70 y 80 grados,en donde por el Estrecho  de Bering se unen los dos mares Glacial y del Sur,  y hacer los mismos reconocimientos que el inmortal Cook“, se lamenta Suría en su diario quien, más adelante, añade: Hasta los más infelices marineros formaban corrillos murmurando la deliberación tomada de bajar reco­nociendo la costa pues, como ignoraban los justos motivos que con acuerdo de la oficialidad se resolvían en lo cámara, creían falto de ánimo lo que era acertada precaución, y se les notaba  disgusto impaciencia porque llegaban a comprender nos llevaban ventaja los ingleses en estos descubrimientos”.

Al regreso de las corbetas Atrevida y Descubierta al puerto mexicano de San Blas, en octubre de 1791, Suría se quedó sin trabajo. Dos artistas enviados por el conde milanés Paolo Greppi, amigo de Malaspina, ocuparon su puesto en la expedi­ción. Malaspina pidió al virrey que le concediera seis meses a Tomás de Suría para que pudiera terminar los trabajos iniciados a bordo y ocho meses más tarde los trabajos de Suría fueron enviados de Nueva España al archivo real de Madrid y unidos al grueso de los informes de aquella expedición. Algunos de los dibujos de Suría se pueden ver hoy en el Museo Naval de la capital de España.

Suría pensó que su brillante trabajo con Alessandro Malaspina le permitiría regresar a España, pero tuvo que contentarse con un puesto de grabador de la Casa de la Moneda. En esta institución llegaría a ser grabador mayor y contador ordinario. Poco se sabe de su vida inmediatamente después de la indepen­dencia de México. Sin duda, vivió los azarosos días de todos los nacidos en España, atenuados por las influencias de la familia criolla de su esposa. Según parece, supo ganarse la confianza de algunos de los líderes independentistas mexicanos, pues llegó a ocupar la secretaría de un comité de reformas para las Californias con el gobierno de Agustín Iturbide (1821-1823). cargo en el que se mantuvo después de la caída del emperador hasta la jubilación y sin abandonar su trabajo artístico. En 1839 grabó una serie de alegorías para la “Ins­pección General de Infantería i Caballería Permanentes”. Su última obra cono­cida representa la Resurrección de Lázaro, pintada en 1834, seis años antes de su muerte.

El manuscrito original del Quaderno que contiene el Ramo de Historia Natural y diario de la Expedición del Círculo del Glovo de Tomás de Suría forma par­te de los Malaspina Papers de la Coe Collection, que se conserva en la sección de libros raros sobre el noroeste americano en Beinecke Library de la Univer­sidad de Yale.