Texto: Emma Lira

Viajeros españoles

Corría el siglo IX cuando un viajero procedente de la sofisticada corte de Abderramán II llegaba a Escandinavia en misión diplomática para tratar de pactar con los vikingos. Al Gazhal fue un viajero singular y un adelantado a su tiempo, que navegó hasta los remotos confines del mundo de su época y Escandinavia y que desempeñó un papel clave en la política de Al Andalus.

Año 844 d. C. Unas naves de estructura ligera y porte amenazador surcan río arriba el Guadalquivir. Vienen de saquear Cádiz, Carmona y Medina Sidonia, han atacado Lisboa durante treinta días, han salido escaldados de Galicia, y han amagado un saqueo en la fortificada Gijón. La sofisticada Sevilla, la plaza ribereña de Abd el Rahman II cae ante aquel “ mar lleno de pájaros de color rojo oscuro”, como escribirán los cronistas. En la península, solo los reinos cristianos en la franja cantábrica han oído hablar de ellos o han sufrido sus rápidas y despiadadas incursiones desde el mar. Vienen del Norte para hacer la guerra. Igual fundan ciudades que arrasan monasterios. Son los normanni, nordomanni o westfaldingi. Hoy en día, los conocemos como vikingos.

Efectivamente. Aunque no todo el mundo lo sabe, los vikingos estuvieron en la mismísima Sevilla. Y no solo estuvieron, sino que la saquearon. O al menos así fue, hasta que el rey sevillano tiró de recursos y lo mejorcito del Califato acudió a presentar batalla en Tablada, e hicieron volver a embarcarse Guadalquivir abajo a aquellas tropas extranjeras expertas en navegación y pillaje. Quizá cuando éstos arribaron a las tierras del Norte, dieran noticias del resultado de su enfrentamiento con los musulmanes a su rey y, solo quizá, éste fuera el germen de una de las misiones diplomáticas más exóticas y desconocidas en la historia española: la que llevó a un “gentleman” andalusí a la bárbara corte de los rudos hombres del norte.

Un diplomático de altura

Está bastante aceptado que la idea de la misión diplomática partió del gobernante de la facción vikinga, quien sorprendido por la resistencia musulmana a sus ataques, optó por pactar con ese reino recién nacido en el Sur de España y, quién sabe, quizá estudiar una alianza contra los franceses. El caso es que ante el requerimiento de enviar un embajador al reino de los Al-mayus, como los musulmanes denominaban a este pueblo, Abd el Rahman II se decantó por su mejor diplomático: Abu Zakariyya Yahya b. Hakam al-Bakri al-Jayyani, alias Al-Ghazal, ya fogueado en otras misiones diplomáticas de gran calado.

Así fue como en torno al año 845 un poeta jiennense cultivado en el Al Andalus más refinado terminó embarcado rumbo a esas rudas tierras “más allá de los confines de lo creado por Allah”. Pero Al-Ghazal no solo era un maestro de las composiciones satirícas. Era un reconocido orador y un ilustre matemático, apreciado por su ingenio y sus grandes habilidades comunicativas. Era filósofo, astrónomo, e incluso se atrevía con la alquimia. Y además era apuesto, atractivo y elegante, de ahí el sobrenombre de Al Ghazal, la gacela, un referente de la belleza en la literatura árabe. Toda una apuesta de altura para impresionar a los vecinos del Norte.

Al Ghazal partió junto a su séquito de El Algarve (Al-Gharb) en una safina andalusí acompañada de naves auxiliares y escoltada por los knörr, las naves comerciales de los mayus, que les servían de guía. La crónica cuenta como “salieron a mar abierto y pasaron el gran promontorio que sale al mar y que forma la frontera más occidental de al-Andalus, que es la montaña conocida como ‘Aluwiyah’”, y que se cree que equivaldría al cabo de Finisterre, y describe la tormenta que sorpendió a la pequeña escuadra en alta mar y que hizo a los andalusíes, menos versados en lides marineras, temer por sus vidas.

Corán del siglo XII utilizado en al-Ándalus

Mahoma

Tras este episodio, y después de varios días de navegación, llegaron a una tierra que la crónica no identifica de manera reconocible y que es descrita como “una gran isla en el océano con corrientes de agua y jardines (…) a tres días de navegación de tierra firme”. Allí traba por fín Al Ghazal contacto directo con los Hombres del Norte, los mayus, “demasiado numerosos para ser contados. Alrededor de la isla hay muchas otras islas, todas habitadas por mayus. La tierra colindante es también suya y tiene una extensión de varios días de viaje”. Afirma que algunos de ellos practican el cristianismo, pero también que hay paganos “que adoraban al fuego y se casaban entre hermanos”.

La llegada de aquella extraña embarcación y la sorprendente vestimenta de los andalusíes con amplios trajes bordados en hilos de oro que llegaban hasta el suelo, debieron llamar profundamente la atención de las gentes que se arracimaron en el puerto para verlos arribar. Fueron alojados en salr, amplias casas rectangulares destinadas a los huéspedes, en las que descansaron durante unos días, mientras aguardaban la recepción del rey vikingo. Precisamente de esta recepción se conserva una de las anécdotas más curiosas de la embajada, ya que, pese a haber pedido Al Ghazal que se le dispensara del protocolo de arrodillarse ante el rey nórdico, pues él solo se postraba ante el emir de Cordoba, la entrada a la sala de audiencias se había diseñado de tal forma que no se podía acceder a ella, sino era de rodillas. Se cuenta que Al-Ghazal se paró delante de ella y reaccionó rápidamente: se sentó en el suelo con las piernas alargadas hacia delante y se deslizó hacia el interior. Una vez atravesado el dintel, se puso de pie para saludar al rey y entregarle la carta del emir, así como los regalos que llevaba preparados. Parece ser que lejos de tomarse aquel atrevimiento como un insulto, los mayus lo percibieron como una muestra de ingenio de aquel embajador llegado del Sur: “Pretendía humillarte y tú en cambio me has mostrado tus zapatos en mi propia cara. Este comportamiento no se hubiera permitido en otras circunstancias”.

Al igual que ha trascendido esta anécdota, también ha trascendido parte de las conversaciones que Al-Ghazal mantuvo con la reina Nud, la esposa de Turgeis, su anfitrión. Parece ser que ella, movida por la curiosidad, le mandó llamar para conversar con él. Al ser llevado a su presencia, Al Ghazal enmudeció y se quedó mirando fijamente a la reina, con una intensidad que rayaba el descaro. Ella hizo a su intérprete preguntarle porque la miraba así:

–¿Es porque me encuentra muy hermosa o por lo contrario? –preguntó la reina.

–Sin duda es porque no imaginé que hubiera un espectáculo tan bello en el mundo. He visto en los palacios de nuestro rey, mujeres escogidas para él de entre todos los países, pero nunca he visto entre ellas una belleza semejante. –respondió Al Ghazal, muy en su estilo

–Pregúntale si lo dice en serio o está bromeando. –pidió ella al intérprete.

–En serio, sin duda alguna. –contestó al-Ghazal rotundo.

–¿Es que no hay mujeres bellas en tu país? –insistió la reina Nud.

–Mostradme algunas de vuestras mujeres para que pueda compararlas con las nuestras. –le pidió el diplomático.

La reina mando reunir a las mujeres más bellas y Al Ghazal las observó una a una.

–Son bellas, pero no es como la belleza de la reina, pues su belleza y sus cualidades no pueden ser apreciadas por todos sino solamente por los poetas. Si la reina desea que yo describa su belleza, sus cualidades y su sabiduría mediante un poema que será recitado en toda nuestra tierra, así lo haré. –concluyó, con cortesía.

Esta primera entrevista marcaría el tono de las relaciones de Al Ghazal con la reina Nud, que halagada y sorprendida por su ingenio, a partes iguales se reunía con él con frecuencia, hasta el punto de bromear con él, pidiéndole que se tiñera las canas para que su cabello estuviera en consonancia con su apostura. Al Ghazal, sin duda, un profesional del coqueteo, registró la conversación en un poema en el que se confesaba “enamorado de una mujer vikinga”, y lo hizo, se presentó ante ella con el pelo teñido de negro y con otra glosa en la que le pedía: “¡No desprecies el destello del pelo blanco! Es la flor del entendimiento y la inteligencia.

Yo tengo lo que tú ansías en tu juventud…”

 

La vigilia de la valquiria de Edward Robert Hughes

Las asiduas visitas a la reina y los juegos florales continuados pusieron especialmente nervioso a Yahya b. Habib, amigo de confianza de Al Ghazal, quien le llamó la atención, recordándole que eran invitados del rey y no podían poner en peligro su misión diplomática por esas reuniones cortesanas. Al Ghazal se lo explicó así a Nud, proponiéndole que espaciasen sus encuentros, para no desatar los celos del rey, pero la joven reina vikinga le respondió con una carcajada:

“No hay semejante cosa entre nuestras costumbres y los celos no existen entre nosotros. Nuestras mujeres pertenecen con sus maridos mientras les resulten agradables, pero les abandonan cuando dejan de agradarles”.

Es de preveer que sus palabras causarían gran asombro en el andalusí, proveniente de una corte musulmana, pero como buen diplomático, flexible y amoldable a las costumbres locales, pensamos que no tuvo ningún reparo en aceptarlas como propias, por lo que sus encuentros con la reina continuaron prolongándose durante todo el tiempo que duró la embajada, es decir, más de un año. Y probablemente, el arte de acercarse a la reina no estuviera tan alejado del motivo real de la embajada, pues si bien en la crónica que narra la misma, no hay espacio para las conversaciones reales sobre aspectos políticos, técnicos o pragmáticos ni sobre el resultado de las conversaciones de paz entre ambos reinos, –probablemente el secretismo de la embajada no lo permitiera– si permite deducir que las dotes de seducción practicadas con la reina Nud formaban parte de una estrategia premeditada a mayor nivel que perseguía fines concretos:

–¿Es cierto que eran tan bella como la has descrito? –le preguntaría su amigo Tamman, ya en Al Andalus, cuando Al Ghazal contaba su primera conversación con la reina

–¡Por tu padre que tenía cierto encanto! –contestaría él, según cuenta la crónica–Pero al decirle esto me atraje su afecto y obtuve de ella más de lo que deseaba.

Durante todo aquel año, Al Ghazal permaneció entre los vikingos. Admiró sus tallas, compartieron poesía y adivinanzas, jugaron al ajedrez y escuchó las sagas que glosaban las hazañas de aquellos guerrero nórdicos. Pasó el invierno, volvieron los días largos y cálidos y en septiembre del año 846 llegó la hora de partir rumbo al sur. Al Ghazal se llevaba consigo el recuerdo de una aventura singular y unas gentes muy distintas a las suyas, pero además iba bien pertrechado con regalos y carta, no sólo para el emir de Córdoba, sino para el rey de León, Ramiro I.

Fragmento del Tapiz de Bayeux

Drakkar vikingo

Desconocemos el contenido de las misivas. Solo sabemos, que pasadas varias semanas llegaron a Shent Ya’qub (Santiago de Compostela), donde la comitiva andalusí entregó la documentación del rey vikingo al rey de León, que les dispensó todos los honores, y que permanecieron en tierras leonesas unos dos meses hasta el final de la temporada de peregrinaciones. Pasado ese tiempo continuaron el viaje de regreso atravesando Castilla, escoltados por soldados del rey, hasta que por fin entraron en tierras de Al-Andalus, donde el emir Abd el Rahman II les esperaba con impaciencia. Se cree, por los hechos posteriores, que la misión diplomática había pactado una paz con los vikingos, pues no volvió  producirse ningún ataque en la península hasta el año 854, en el que un nuevo rey vikingo había ascendido al trono, y el tratado de paz ya no tenía validez.

Rigor histórico

Lamentablemente carecemos de las fuentes originales que describan el viaje de Al Ghazal, de un testimonio de su puño y letra o de la crónica de algún escriba que acompañara a la embajada. El único documento que recoge este fantástico viaje fue escrito doscientos años después de producirse la misión diplomática, en el siglo XII, por Ibn Dihyah, un historiador andalusí afincado en Valencia, basándose en la narración del amigo de Al Ghazal, Tammam ibn Alqama, visir durante tres emiratos, quien no estuvo en la expedición, sino que conoció los detalles por boca de su amigo, a su regreso a Al Andalus. Esto explicaría que haya trascendido más la anécdota que los entresijos políticos de la misión.

El texto en árabe de Ibn Dihyah, cuyo original descansa en un museo londinense, fue traducido, y a día de hoy, interpretado por dos historiadores cuyas interpretaciones difieren entre sí, empezando por el destino final de la embajada. Mientras que W.E.D. Allen sostiene que el lugar al que arribó Al Ghazal fue el condado de Kerry, en Irlanda, Abdurrahman El Hajji mantiene que fue a Jutlandia (Dinamarca). A día de hoy, algunos historiadores aún siguen debatiendo acerca de la veracidad de esta narración, pues los nombres de los monarcas anfitriones no han podido ser identificados, y por los evidentes paralelismos con la más documentada embajada de Al Ghazal a Constantinopla, como son el hecho de desconcertar al monarca anfitrión en el protocolo o la estrecha relación que establece con la reina en ambas ocasiones. ¿Quién sabe? Puede tratarse de una pequeña exageración para hacer sus narraciones más atractivas, hechos recurrentes reales, que se explicarían dada la descarada personalidad de Al Ghazal, o incluso una pequeña tendencia al autobombo por su parte. En cualquier caso, si otorgamos credibilidad a su viaje, ésta habría sido la primera vez que un extanjero se desplazó voluntariamente al reino de los vikingos… y que volvió para contarlo.