Texto: Elvira Menéndez

Viajeros españoles

La extremeña Mencía de Calderón capitaneó en el año 1550 la primera caravana de mujeres al Nuevo Mundo. Viajaban para casarse con los conquistadores de la ciudad de Asunción y protagonizaron uno de los viajes más azarosos de la historia. Sin embargo, su epopeya cayó en el olvido. Elvira Menéndez ha recogido esta historia en “El corazón del océano” (Temas de Hoy, 2010), una emocionante novela de aventuras, conspiraciones, valentía y pasión.

La muy noble y leal ciudad de Nuestra señora santa María de la asunción –hoy simplemente asunción, capital del paraguay-, era conocida a mediados del siglo XVI como “el paraíso de Mahoma” porque los conquistadores disfrutaban allí de extensos harenes de indias (hasta setenta se decía que tenía alguno). al contrario que otros europeos, los españoles tenían la costumbre –de las pocas dignas de alabanza-, de reconocer a sus hijos mestizos y considerarlos sus herederos. esto implicaba cierto riesgo de independencia y en el Consejo de indias, máximo órgano de gobierno para el Nuevo Mundo, estaban preocupados pues en asunción, los conquistadores ya habían comenzado a pelearse por el poder.

JUAN DE SANABRIA, EL TERCER ADELANTADO

En 1547, Juan de Sanabria, noble y rico hidalgo de Medellín –impresionado quizá por las hazañas de su paisano, Hernán Cortés- solicitó, y obtuvo, el cargo de tercer adelantado del Paraguay y del río de la plata. en la capitulación que firmó antes de partir, se comprometió a llevar en su expedición doncellas hidalgas “para poblar”, a fin de frenar el mestizaje. el nuevo adelantado estaba casado en segundas nupcias con Mencía de Calderón, nacida alrededor de 1515 en el seno de una familia acomodada de Medellín. Tras vender sus bienes y los de su esposa, para armar los seis barcos que se había comprometido a llevar al Nuevo Mundo, Juan de Sanabria se trasladó a Sevilla para preparar la flota. Lo acompañaban varias familias extremeñas y unas ochenta jóvenes, que seguramente escogió entre las familias hidalgas, cristianas viejas -sin antecedentes judíos o moros-, de toda la comarca. Aquellas que por carecer de dote no podían ofrecer a sus hijas un matrimonio equitativo.

LA ADELANTADA

A comienzos de 1549, cuando todo estaba ya preparado para la partida, Juan de Sanabria murió en Sevilla antes de poder zarpar. Como la capitulación era por “dos vidas”, Diego de Sanabria, hijo de su primer matrimonio, heredó el cargo de adelantado. pero aún no había cumplido los dieciocho años y fue Mencía de Calderón quién decidió hacerse cargo de la expedición en su nombre. Ella partiría primero con tres barcos, en los que viajarían las mujeres, y su hijastro la seguiría, unos diez meses después, con otros tres barcos y soldados suficientes para hacerse con el poder en Asunción. Al Consejo de indias le urgía que la expedición llegase cuanto antes a su destino: Portugal ya se había adueñado de territorios que no le correspondían, incumpliendo el Tratado de Tordesillas, mediante el cual ambas potencias se repartieron el mundo en 1494. Para colmo, los españoles -que seguían luchando en Asunción por el poder- habían tenido que abandonar, a causa del hostigamiento de los indios, el fuerte de Nuestra señora del Buen aire (actual Buenos Aires), desprotegiendo así la entrada al río de la plata.

Mencía de Calderón pretendía ayudar a su hijastro a hacerse con el poder en Asunción sin soliviantar a los levantiscos conquistadores –no se fuesen a pasar a los portugueses-. para muchos de ellos, pueblo llano, que habían viajado a las indias para “valer más”, un casamiento con hidalgas significaría un ascenso social. Debió de ser muy inteligente y persuasiva cuando el Consejo de indias aceptó que una mujer se hiciese cargo de esta misión.

LA TRAVESÍA DE LA MAR OCÉANA

Mencía zarpó con sus damas en la San Miguel el 10 de abril de 1550, escoltada por otras dos naos. La travesía del océano era muy arriesgada en la época: los barcos podían ser atacados por piratas, engullidos por las tempestades, perder el rumbo o quedar varados en mitad del mar por falta de vientos o corrientes favorables. Si este viaje era temible para un hombre, ¿qué decir tiene para una mujer? Es probable que la nao San Miguel apenas dispusiese de trescientos metros cuadrados útiles que las mujeres hubieron de compartir con la tripulación y los mandos. ¿Podemos imaginar lo difícil que les sería desplazarse por cubierta con sus faldas verdugadas –aros para darles forma de campana-, sorteando cuerdas y otros cachivaches? La higiene no era una preocupación para los marineros. De hecho solo se bañaban y cambiaban de ropa –o al menos de camisa- al principio y al final del viaje: no se podía malgastar el agua dulce en naderías como el aseo. ¿Pero cómo afectaba esta privación a las mujeres? Ellas sufrían la costumbre, como se llamaba a la menstruación en la época. En “esos días” no debían cambiarse de camisa –de ahí que se llamara también “estar encamisada” al periodo-, pues según las supersticiones de entonces les podían suceder toda clase de males. Pero ¿cómo lavaban sus ropas íntimas? parece ser que en cestas o jaulas que colgaban en la borda para que la corriente las limpiase. ¿Podemos imaginar las llagas que la ropa, endurecida por el agua salada, les produciría? Los hombres usaban “los jardines” para defecar. Consistían en unos asientos rudimentarios –a veces solo tablas-, con un agujero en la base, que daban al agua.

Sao Gabriel por Bjorn Landström 1961

Los navegantes españoles conocían desde hacía siglos la importancia de la vitamina C  para paliar el escorbuto.

Llegada de barcos españoles al río de la Plata.

¿Pero cómo se las apañaban las mujeres? se veían obligadas a hacer sus necesidades en orinales, delante de sus compañeras, apiñadas en la penumbra del castillo de popa y acosadas por cucarachas, piojos, pulgas, chinches y ratas.

Pocos días después de dejar las islas Canarias o afortunadas –donde los barcos paraban a proveerse de agua fresca y animales vivos-, una terrible tempestad desarboló el San Miguel y lo separó de los otros dos buques, más rápidos y mejor armados, que tenían la misión de protegerlo en medio de un calor insoportable, se vieron obligados a costear el Golfo de Guinea en busca de un lugar donde reparar el barco. En algún punto de esa zona, fueron atacados por piratas franceses y Mencía de Calderón, temiendo que sus damas acabasen en los mercados de esclavos del Norte de África, decidió buscar una alternativa a la lucha. Negoció con los piratas para que se llevasen cuanto quisieran a cambio de que no matasen a nadie ni ultrajasen a las mujeres. Los piratas se llevaron casi todo: instrumentos de navegación, aparejos, joyas, ropas, conservas… Nuestros viajeros pasaron meses en algún lugar perdido de la costa de Guinea reparando la nave; tarea en la que participaron las mujeres cosiendo velas, haciendo cuerdas, preparando conservas… Cruzar el océano sin instrumentos de navegación era impensable, pero Mencía insistió en hacerlo y las consecuencias no se hicieron esperar: se perdieron en el mar. Sufrieron hambre, sed y, por último, la peste del mar o de las naos, como se conocía entonces al escorbuto. Murieron muchos tripulantes y mujeres, entre ellas la propia hija menor de Mencía. Al borde de la inanición y con el barco en pésimas condiciones –se pudrió poco después-, arribaron el 16 de diciembre de 1550 a la isla de santa Catalina (que hoy pertenece a Brasil y se llama santa Catarina) Allí las esperaba una de las naos de la expedición, que había conseguido salvarse.

Sus desdichas no habían hecho más que empezar. A causa de los ataques de los indios, tuvieron que huir a Mbiazá. Durante la travesía perdieron el único barco que les quedaba. Allí, algunas mujeres se casaron con los hombres de mando de la expedición, entre ellas la hija mayor de Mencía. Los indios volvieron a acosarlos y no les quedó más remedio que pedir ayuda a los portugueses. Se trasladaron a la capitanía portuguesa de San Vicente, donde fueron retenidos como prisioneros durante dos años, entre otras razones, porque Mencía advirtió al Consejo de indias de que los portugueses de la Capitanía estaban usando a los indios como esclavos en sus plantaciones. El hecho de que intentara enmendar esta situación, aún a costa de perjudicarse, revela las cualidades morales de la dama.

Costa de Brasil. Atlas Miller de 1519

Cuando, por fin, se vieron libres, algunas mujeres se casaron con portugueses y se quedaron en la próspera capitanía de San Vicente.

Tal como había ordenado el Consejo de indias, Mencía fundó una colonia en san Francisco para frenar la expansión de los portugueses hacia el sur. Por desgracia, hubieron de abandonarla pocos meses después, debido al cerco de los belicosos tupíes. Exhaustas y desesperadas, las mujeres se dirigieron a asunción a través de la selva, acompañadas de algunos hombres. recorrieron más de mil kilómetros de selva, en condiciones muy penosas, esquivando alimañas, ataques de los indios, vadeando ríos y sorteando cataratas. En el mes de febrero del año 1556, llegaron a Asunción tan solo cuarenta mujeres. ¡La mitad de las que habían salido de Sevilla seis años antes! Diego, el hijo por el que Mencía tanto había luchado, nunca llegó a ocupar el cargo de adelantado. Su nao se desvió hasta la costa venezolana. Murió, se dice, a manos de los indios cuando trataba de llegar a Asunción a través de la selva.

Tal como recojo en mi libro “El corazón del océano”, las mujeres de esta expedición tuvieron que cambiar sus costumbres, sus prejuicios y su forma de ver el mundo durante este largo y penoso viaje. Ya en Asunción, algunas se casaron con conquistadores y otras con los hijos medio indios de éstos, contribuyendo así al fructífero mestizaje al que tanto debe nuestra cultura. Aunque Mencía de Calderón haya sido injustamente olvidada, los hombres y mujeres que como ella se preocuparon más de la colonización que de la conquista, cambiaron sin duda la historia de América ¡y la nuestra! los descendientes de esta valiente mujer formaron parte de las élites de lo que hoy es Paraguay, Uruguay y Argentina. En 1564 la propia Mencía escribió en Asunción una relación de lo sucedido en aquel viaje. es la última noticia que tenemos de ella.