Cuando entramos en AL AHSA durante las horas más calurosas del día y atravesando calles nada atractivas de esta gran ciudad, pensamos que sería un lugar de paso rápido. Pero este inmenso oasis del desierto considerado el mayor del mundo, con sus más de dos millones y medio de palmeras, acabó atrapándonos con su antiquísima historia, su hospitalidad y la belleza natural de su entorno.
Hace 6.000 años, las caravanas arribaban a este oasis acorralado por un mar de dunas, con manantiales de agua fría y caliente, en sus viajes por la inmensa y árida península arábiga. Paseando por el minúsculo casco histórico, el precioso palacio-fortaleza de Ibrahim nos revela un episodio importante de su antiquísima historia, la ocupación del Imperio Otomano. Como si fuésemos nómadas de otros tiempos, nuestras noches serían a los pies de sus legendarias murallas.
Desde hace muchos siglos los viajeros que han pasado por este prolífico oasis han descrito la intensa actividad comercial que se vivía en el histórico zoco de Al Qaisariya. Sentados en uno de sus salones de té y café nos cuentan que hace unos pocos años sufrió un desafortunado incendio. Sus 7.000 m2 de intrincado laberinto han renacido de sus cenizas y sus tiendas vuelven a ofrecer desde las tradicionales abayas (vestidos negros que cubren a las mujeres sauditas) hasta artículos de cuero o sus famosos y deliciosos dátiles, que nos endulzan el café con cardamomo, que bebemos disfrutando una vez de la calurosa hospitalidad del país.
Todo ello ha contribuido para que la Unesco le conceda el título de Patrimonio de la Humanidad y que la organización Guinness de los Récords la declare como el oasis independiente más grande del mundo.