Cuando conocimos a Abdulá en NAYARÁN, a las puertas del antiguo fuerte Emara, la legendaria hospitalidad árabe entraba de nuevo a lo grande en nuestras vidas. Tras una pequeña charla nos cogió bajo su tutela y se convirtió en un maravilloso anfitrión el tiempo que estuvimos en este “Yemen saudita”.

La cena de bienvenida en casa de Abdulá, con su familia y amigos, fue una maravillosa delicia. Presentada al estilo tradicional en vasijas de piedra natural gris fue un deleite para la vista y el paladar.

Cuando terminamos la cena con los hombres, conocí a las mujeres de la familia. Charlamos frente a una cálida taza de té y jugué con los revoltosos niños de la familia. Quisieron que me llevara un recuerdo de nuestro encuentro. Me regalaron tarros de incienso y aceites perfumados… transportándome a los tiempos de la célebre ruta que convirtió a la ciudad en su más importante parada.

Todo listo para la ceremonia hospitalaria del qahwa y el chai.

Ceremonia del café (qahwa) y… conociendo a la familia.

Encuentro con los extraordinarios corceles árabes.

Los hombres de la tribu Banu Yam, de la cual proceden la mayoría de los habitantes de Nayarán, siguen luciendo orgullosos un signo distintivo por excelencia yemenita: la yambiya. Una daga curva que todos los hombres comienzan a lucir en la cintura cuando dejan la niñez, a los catorce años, para  convertirse en adultos, como ocurre en Yemen.

A lo largo de los días, Abdulá nos fue presentando a sus amigos. Uno de ellos, se dedicaba a la cría de caballos árabes, donde pudimos comprobar como mimaban a estos maravillosos corceles. Otro amigo tenía un restaurante al que nos invitó a disfrutar de la comida tradicional arábiga. Tampoco faltó el propietario de una granja en el oasis. Las amistades se sucedían y nuestras emociones también.

Al Ukhud, conociendo la prehistoria de Nayarán de la mano de Abdulá.

Nayarán es una de las ciudades más antiguas de la humanidad. Abdulá nos llevó de su mano a Al Ukhud, un verdadero tesoro arqueológico que se remonta a muchos siglos antes de la llegada del Imperio Romano.

Abdulá se emocionó porque desde que era un niño, cuando su difunto padre le llevó por primera y única vez, no había vuelto a recorrer los históricos restos de los orígenes de sus ancestros. Nos confesó que se encontraba muy feliz de volver con nosotros. Fue todo un honor compartir ese conmovedor recorrido con él y nunca lo olvidaremos.

Pero habría más sorpresas, a 120 km de Nayarán… navegando por el desierto…

“Quiero que conozcáis a mis amigos”.

Las jaimas, siempre presentes en la vida saudita.

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