La magia del desierto saudita alcanza su cenit cuando en medio de la aridez absoluta estalla la vida con el agua que brota de sus entrañas. Pero no estamos solos en este oasis.
Sobre las huidizas arenas de la gran duna, nuevos hospitalarios amigos nos agasajan con la ceremonia del qawha (café) y del chai (té), una costumbre sagrada entre los árabes de la península. El suave café aromatizado con cardamomo debe beberse en pequeños sorbos en una tacita apenas llena. Tras el café se sirve el té. Su todoterreno tiene un cajón específico para esta ancestral ceremonia de amistad y hospitalidad. Extienden una alfombra y cojines para disfrutar este hechizante entorno al atardecer.
Los sentidos se inundan de emociones maravillosas. Nuestros ojos se regocijan contemplando el espléndido hábitat que nos envuelve; la arena del desierto acaricia nuestras manos cuando intentamos atraparla entre nuestros dedos; el cálido café arábigo y el té dulzón se deslizan por nuestra garganta embriagándonos con una reconfortante sensación; la aromática fragancia del cardamomo nos envuelve con su exótica esencia. Repentinamente, el aleteo vertiginoso de las aves, que viven en la laguna del oasis, sobrevuelan su pequeño paraíso terrenal y nos estremece. La magia vuelve a ponerse en acción colmando nuestros cinco sentidos.








