Segundo Llorente. El misionero de los esquimales
Un buen explorador va precedido de una idea fija. Cuentan que Segundo Lorente, nacido en Mansilla Mayor, León, en 1906, tenía desde muy joven dos fuertes convicciones: la fe católica y ser misionero en Alaska, idea que propuso a sus superiores siendo un novicio. Convencido de que su destino eran las tierras del Yukón y el Mar de Bering, rechazó la misión en Anging, China, y no salió de España hasta que su sueño se hizo realidad. Mientras tanto, estudió Humanidades en la Universidad de Salamanca y Filosofía en la de Granada, y finalmente, gracias a su persistencia, en 1930 consiguió el permiso de viajar a Estados Unidos, primero a aprender inglés en la Universidad Gonzaga en Spokane, al norte del estado de Washington, luego a estudiar Teología en Kansas para ser ordenado sacerdote jesuita a los veintiocho años, ra así viajar al lugar de la tierra en el que definitivamente establecería su hogar. Durante los cuarenta años que residió en Alaska, Llorente sólo regresó a España por una corta temporada en 1963, pero mantuvo una fluida correspondencia con amigos y familiares, aparte de la colaboración en la revista El Siglo de las Misiones, donde publicaba sus reflexiones y crónicas sobre la vida entre los que él llamaba esquimales. No fue el primero, pero sí uno de los misioneros más queridos que habitaron la zona. “El sacerdote extranjero tiene que amar con toda su alma a la nación que le toque en suerte (…).Si se ama, todo lo demás se da por añadidura: asientan bien las comidas, gusta el clima, la gente parece buena y simpática, las costumbres no chocan tanto, se traba amistad más fácilmente, no se hacen comparaciones odiosas con la madre patria, luce el sol, Dios es bueno y la vida se desliza placenteramente”, dejó escrito en uno de sus doce libros, cuando llevaba ya cerca de veinte años conviviendo con los habitantes del delta del Yukón, chapurreando (para algunos lo hablaba realmente bien) su idioma. “Como salmón reseco a dentelladas y grasa de foca, visto pieles de nutria, castores o lobo”, escribió, e incluso en uno de sus doce libros cuenta las ventajas de la ropa de plumón de ganso que, según él, revolucionaría el mundo de la moda en el ártico. Su adaptación fue extraordinaria, como su cariño por los lugareños y por un paisaje que alimentaba su necesidad de contemplación, eso sí, siempre que la época del año lo permitía. Con su trineo de perros o en lancha, dependiendo de la estación, llegaba a todas las poblaciones de orillas de aquel río fascinante, “majestuoso, como un mar sin orillas”, armado con su pala para abrirse camino si era necesario. Akulurak, Alakanuk , Bethel y Kotzebue, son sólo algunas de los lugares de los que habla. En 1958, el Territorio de Alaska se convirtió en el 49º estado de los Estados Unidos, bajo el gobierno de Eisenhower, y en 1960 los propios nativos propusieron, sin él saberlo, al padre Segundo Llorente como representante estatal sin estar adscrito a ningún partido político. Sus superiores religiosos aceptaron la sorprendente elección del misionero y, de hecho, Llorente se convirtió en el primer sacerdote católico con presencia estatal durante dos años, coincidiendo con el gobierno de J.F. Kennedy.
Segundo Llorente murió a los 82 años en Spokane y fue enterrado en el cementerio de los nativos americanos en De Smet, Idaho, por deseo expreso de estos.
UNA CUESTIÓN DE NOMBRE
“Los yankis aborrecen la palabra “colonia” y la han sustituido aquí por la de “territorio”; y si algún día la palabra “territorio” llegase a sonar mal, se la sustituiría por otra que no fuera ofensiva hasta dentro de setenta y cinco años, cuando habría que cambiarla por otra inofensiva. Es cuestión de nombre. […] Vivimos sobre un glaciar. Quiero decir que se pueden hacer hoy películas de Alaska que deslumbren por su modernidad y su progreso insospechado. […] En nuestra misma España se pueden encontrar un Madrid ultramoderno y unas Hurdes casi prehistóricas. Las costas del mar de Bering, salvo reductos pequeños y muy contados, son las Hurdes de Alaska”. (De Trineos y eskimales, S. Llorente, 1954)
*Esquimal es un nombre en el que no se reconocen los inuit. Lo consideran despreciativo, ya que en alguna de sus lenguas significa comedores de carne cruda
PILAR MEJÍA