La suma de la geographia de Fernández Enciso
A veces, la ignorancia mezclada con algunos gramos de prepotencia nos lleva a recorrer un camino complicadísimo para acercarnos a un lugar francamente accesible hasta para un niño. Sucede por ejemplo cuando necesitamos saber un número de teléfono y comenzamos por buscar a su propietario mediante amigos comunes, compañeros profesionales, contactos en la Administración pública, ministerios, embajadas, agencias como la CIA, el MI-5 o el Mosad y otros estamentos sabelotodo, hasta que nos llega un momento de lucidez y se nos ocurre ojear la guía telefónica.
Y allí está. Algo similar me sucedió buscando luz sobre un personaje del siglo XVI llamado Martín Fernández de Enciso. En un librito que compré tal vez en Ngorongoro o en la desaparecida librería del New Stanley Hotel de Nairobi, titulado Tourist Guide to Tanzania (escrito por Gratian Luhikula y editado en Dar es Salam por Travel Promotion Services el año 1985), encontré el siguiente párrafo cuya traducción transcribo:
La primera referencia exterior al Kilimanjaro fue hecha por Ptolomeo, un geógrafo griego -en realidad, nacido en Alejandría-. En su Geografía, escrita en el siglo II, describe una gran montaña nevada que se halla al interior desde Rhapta, en la costa de Azania. La segunda referencia fue de un geógrafo portugués, Fernandes de Enciso, en 1519. De Enciso señalaba que “el monte Olimpo Etiópico que es altísimo” se levanta al oeste de Mombasa. En 1845, el geógrafo británico Desborough Cooley describió el Kilimanjaro como la más famosa montaña del este africano, aunque no creía en las crónicas que decían que había nieve en su cumbre.
Aquello me cautivó. Piqué el anzuelo con gusto e inmediatamente, en cuanto volví a España, comencé a indagar sobre aquel llamado Fernandes de Enciso. En 1519 aún faltaban 59 años para que Portugal se uniera a la Corona española, y por tanto tendría que indagar en los archivos históricos de Lisboa. Los portugueses habían llegado a Mombasa el 7 de abril de 1498 capitaneados por Vasco de Gama y, probablemente, este hombre entre ellos. También me parecía lógico pensar que una descripción de la montaña alta sólo podía hacerse si algún participante en expediciones interiores (escasas, pues en aquella época era muy temerario penetrar en el territorio de los zandj) se lo había contado, o mejor aún si él la había visto con sus propios ojos. Sólo encontrando lo que había escrito podría saber (o intuir) cuál había sido la fuente de su descripción. Las aproximaciones que hice a bibliotecas y archivos históricos lisboetas fueron baldías y acabaron en un fracaso rotundo.
También pudiera ser un español que utilizara fuentes portuguesas, y para saber si estaba en lo cierto utilicé a mi buen amigo Manuel Vidal (un hombre sabio y cabal de cuyo cariño y vastísima cultura he tenido la suerte de gozar), quien se metió en el Archivo de Indias hasta encontrar una referencia. Se llamaba Martín Fernández de Enciso y había escrito un interesantísimo libro publicado en 1519 bajo el título Suma de geographia q trata de todas las partidas y prouincias del mundo:en efpecial delas indias. Y trata largamete del arte del marear: juntamete con la efpera en romace: con el regimieto del sol y del norte: nueuamente hecha. Así que me decidí a visitar Sevilla.
Pocos días antes de mi partida, una nueva luz aclaró algunas de las pocas neuronas que deben de quedarme en permanente actividad. Tal vez encontrara alguna copia en la biblioteca del CSIC, y para ello utilicé a otro amigo, esta vez Juan Pimentel (investigador, escritor y conferenciante lúcido con el que da gusto hablar, porque de él siempre se aprende algo), quien me abrió las puertas del Consejo hasta ponerme el libro entre las manos. Era un volumen publicado en 1987 por el Museo Naval con edición y estudio a cargo de M. Cuesta Domingo. Es decir, un libro que puede adquirirse no sólo en este museo que lo editó, sino en cualquier librería medianamente especializada en Historia, o en viajes, o en geografía, por ejemplo, en Deviaje, a escasos quince minutos de mi casa. Y yo llevaba varios meses invertidos en una búsqueda complicadísima.
Mereció la pena. Da gusto encontrarse con un personaje como éste, completamente olvidado por el común de la gente (como olvidados están otros muchos escritores, relatores o exploradores españoles y extranjeros que sirvieron a la Corona española) y leer lo que escribió a principios del siglo XVI este bachiller nacido en Sevilla, como aseguran Roquette y Boyd-Bowman, o en el pueblo riojano de Enciso, como dice Ibáñez Cerdá en la idea de que era frecuente que quienes iban a las Indias añadieran a su nombre y su apellido el lugar de nacimiento. Fernández de Enciso no era pues un porquero extremeño, ni un gañán navarro, ni un expresidiario, como algunos libros anglófonos dibujan al español que iba a las Indias, sino un letrado en leyes que llegó a adquirir amplios conocimientos de geografía, astronomía y náutica. Cuesta Domingo dice de él:
El autor hace que su geografía sea útil, no sólo curiosa para el gran público; expone “las costas de la tierra por derrotas y alturas, nombrando los cabos de las tierras y la altura y grados de cada uno” describiendo desembocaduras, tierras próximas, una sucinta historia natural, nota sobre sus pobladores, toponimia, etc., formando una verdadera carta en prosa a falta de la plana perdida a la que complementaría perfectamente, como sucedió años después con la de Alonso de Chaves, también en paradero desconocido.
Sorprende que esta pulcritud para las descripciones geográficas las mantenga incluso en lugares que no conoció. Personalmente, la lectura del capítulo sobre áfrica me ha maravillado y quien quiera asombrarse de su valía debe leer sin dilación cómo describe las fuentes del Nilo tres siglos antes de que a cualquier británico se le ocurriera pensar en partir hacia el corazón de aquella tierra para buscarlas, lo que demuestra que ni Burton (que no era precisamente un iletrado), ni Speke, ni nigún otro explorador británico había leído lo que escribió Fernández de Enciso:
Este río Nilo tiene sus nacimientos de la otra parte de la equinoccial al Austro, en los Montes de la Luna; y también los tiene en los Montes Atalante, al fin de áfrica, hacia el Poniente, en una laguna grande llamada Nílide, de donde tomó el nombre el Nilo, adonde hay cocodrilos y todos los otros géneros de pescados que parescen en el Nilo.
Y esta agua ésta laguna Nílide y otras que a ella se llegan de los montes Atalantes, pasan por muchos desiertos de arenas, que están de la otra parte de los Montes de la Luna en Etiopía, cerca de los desiertos de Siene.
Luego repite que hay dos Nilos, que el más oriental nace en un lago de Etiopía (el actual lago Tana), que se juntan al norte, que luego hay cataratas y otros accidentes hasta que se convierte en corriente navegable. Una delicia. A mayor abundamiento, pasadas algunas páginas está el párrafo que buscaba desde hacía tiempo, en el que se menciona el Kilimanjaro. Y allí también hay una pista:
Desde Quiba hasta Mombaca hay setenta y cinco leguas. Está Mombaca al Norte en seis grados. Delante de esta costa hay muchos isleos cerca de la tierra y casi en el medio están dos islas. En el paraje de esta costa están los trogloditas australes; y al Oeste de este puerto está el monte Olimpo Etiópico que es altísimo, adelante de él están los montes de la Luna, a do son los nascimientos del Nilo.
Años más tarde, esa Mombasa que menciona Fernández de Enciso se convirtió en una ciudad más del imperio español, como lo fueron Viena, Amsterdam, Lima, Nápoles o Mascate (la capital de Omán), y en ella se levantó para su defensa el fuerte Jesús, construido por el maestro de obras Gaspar Rodríguez y el arquitecto napolitano Gian Batista Cairato, con dos bastiones a los que se llamaron de San Alberto (en homenaje al virrey de Portugal y arzobispo de Toledo) y San Felipe (por el rey Felipe II de España y I de Portugal). Pero ésta es otra historia de la que pretendo escribir en otra ocasión.
Jos Martín