La cartografía del Mediterráneo
En los últimos siglos de la Edad Media, en los puertos de Palma de Mallorca, Barcelona y Valencia, se creó una importante escuela de cartógrafos. Allí se hacían los mejores mapas del mundo con la información que aportaban marinos y comerciantes.
Por Luis Martín -Merás
Bibliografía: Boletín 15. Especial Mare Nostrum
A finales del siglo XIII se desarrolló en la cuenca mediterránea una cartografía marítima con un carácter empírico ya que su objetivo principal era servir a la navegación. Por esta razón sólo se representaba el litoral costero, con algún detalle del interior, como ríos y montes que pudieran servir de referencia a los navegantes, que no perdían nunca de vista la costa en sus viajes. Esta cartografía era muy diferente de los mapamundis medievales que coexistían en la Edad Media, por la base empírica de la primera frente al componente teológico y religioso de los segundos. Las cartas portulanas están fundadas en el cálculo de la posición del navío y las distancias entre los puertos; nacen de la experiencia y están dedicadas a la práctica de la navegación.
El origen de esta cartografía es incierto, habiéndose citado a Marino de Tiro como inventor, aunque algunos lo sitúan en algún momento del siglo XII y ligado a la generalización del uso de la brújula y a Raimon Llull, que en el libro Fénix de las Maravillas del Orbe de 1286 dice que los navegantes de su tiempo se servían de “instrumentos de medida, de cartas marinas y de la aguja imantada”. Las ciudades en los que aparecen por primera vez cartas portulanas son: Génova, Palma de Mallorca y Venecia, y continuaron siendo durante dos siglos largos los centros productores de ellas.
Estas cartas que estaban orientadas al norte magnético, permitían al marino prever su ruta, siguiendo el rumbo de uno de los 32 vientos dibujados en la carta, y calcular la distancia que debía recorrer. El método de obtener el rumbo por la brújula y la distancia por la velocidad de la nave se llama navegación de estima. Los rumbos de vientos se dibujaban a partir de los cuatro puntos cardinales: Tramontana, el norte; Levante, el este; Mexojorno, el sur y Ponente, el oeste. Los ocho vientos principales se dibujaban en azul, rojo o poniendo la inicial del nombre en catalán. Estos rumbos y otros intermedios, correspondientes a las direcciones de la rosa de los vientos, forman una trama como de tela de araña que es una característica de este tipo de cartografía. Se observa una insistencia particular en señalar dos direcciones, el este, que, como en los mapamundis medievales, estaba indicado con una cruz por la creencia de que en esa dirección estuvo el Paraíso Terrenal, y el norte señalado con las siete estrellas de la Osa Menor que luego se convirtieron en una flor de lis.
No se sabe la forma en que se realizaba la toma de datos para la construcción de las cartas portulanas; parece que la principal fuente de información de los cartógrafos fue la experiencia náutica de la gente de mar, escrita en unos libros, llamados portulanos, que existían desde la Antigüedad, donde se anotaban las particularidades de los puertos y las distancias de unos a otros; la tradición oral, trasmitida de generación en generación en todos y cada uno de los puertos del Mediterráneo, sería otra forma complementaria de información geográfica. Estos datos se pasaban probablemente a cartas parciales que, en algún momento se unificaron en una carta náutica general; por esta razón los topónimos de las cartas no proceden de una sola lengua mediterránea.
Las cartas así llamadas carecían de coordenadas geográficas y de proyección, ya que las mediciones obtenidas con la aguja magnética y las distancias deducidas de la estima operaron de la misma forma que se hace un levantamiento topográfico. Como las cartas portulanas se limitaban a representar una zona geográfica poco extensa, pueden considerarse como cartas planas, trazadas respecto al norte magnético y sólo afectadas por errores cometidos al medir las distancias.
Llevaban estas cartas una escala en leguas para apreciar las distancias entre los distintos puertos, que se llamaba “tronco de leguas” pero no está claro el valor atribuido a la legua que entonces oscilaba ente las cuatro millas náuticas de las leguas españolas y las tres de las italianas. El antecedente de estas cartas sería una carta náutica anónima de c. 1300 llamada carta pisana que está considerada como la carta marina más antigua del occidente europeo. El nombre de carta pisana procede de una antigua familia de Pisa que la tenía en su poder a mediados del siglo XIX cuando fue comprada por la Biblioteca Nacional de París. La controversia sobre si fueron mallorquines o genoveses los que iniciaron esta cartografía está hoy atenuada, pero fue muy fuerte en la primera mitad del siglo pasado.
La cartografía mallorquina
Al incorporarse las Baleares a la confederación aragonesa en 1229, los puertos de Palma, Barcelona y Valencia se convirtieron en bases de una actividad comercial que se extendía por todo el Mediterráneo. La actividad cartográfica se desarrolló fundamentalmente en Mallorca porque las circunstancias históricas hicieron de esta isla en los siglos XIV y XV un cruce de culturas y un centro comercial de primer orden. El sustrato científico y matemático de esta cartografía lo habían proporcionado a finales del siglo XII las obras de Raimon Llull y Alfonso X el Sabio.
La primera carta mallorquina que nos encontramos es la de Angelino Dulcert de 1339, plenamente madura, tras la que seguirán otras, siendo la más conocida y justamente alabada el Atlas Catalán, debido a Abraham y Jafuda Cresques de 1375 que introduce como innovación un calendario perpetuo y la aparición de las rosas de los vientos, además de una magnífica ornamentación. Se encuentra en la Biblioteca Nacional de París.
Los rasgos característicos de la escuela mallorquina son:
1. Toponimia en catalán, más abundante en el Mediterráneo y Península Ibérica.
2. Leyendas con informaciones útiles al comercio.
3. Ornamentación profusa en el interior de los continentes con banderas de los distintos países, reyes, animales y perfiles de ciudades costeras representadas por sus iglesias, faros o elementos característicos que las haga reconocibles desde el mar.
4. Representación orográfica del monte Atlas en forma de palmera.
5. El Mar Rojo en ese color por influencia judía, a veces señalando el paso de los israelitas.
6. El río Tajo en forma de bastón rodeando la ciudad de Toledo.
7. Los Alpes en forma de pata de ave.
8. Decoraciones religiosas en la parte izquierda del portulano entre las que predomina la Virgen y el Niño.
9. Representación de ríos en el interior de las tierras, a veces saliendo de un lago en forma de almendra y con rayas onduladas.
10. Las barras de la corona de Aragón cubriendo la isla de Mallorca, y la isla de Tenerife con un círculo blanco en el centro para indicar el Teide.
Los conocimientos que la Europa culta tuvo de los países del Báltico se deben a la cartografía mallorquina que, demuestra además una perfecta información de áfrica, Mar Negro y Golfo Pérsico, adquirida a través de las redes comerciales judías de estos lugares y, a partir del siglo XV, de los viajes portugueses alrededor de áfrica, lo que confiere a las cartas portulanas de la escuela mallorquina un carácter de mapas terrestres; en estos casos cuanta menos información hay de las costas, más se rellena el interior de los continentes. En este sentido las menores dimensiones atribuidas a las regiones del centro y norte de Europa en clara contradicción con la realidad física, radican, al parecer, en la utilización de datos españoles y portugueses expresados en leguas de 17,5 al grado de a cuatro millas cada legua, traducidas erróneamente por leguas de 15 al grado que tenían un valor sobreentendido de 3 millas italianas.
Aunque hay evidencias documentales de que las cartas portulanas se usaban en los barcos como ayuda a la navegación, en las que han llegado hasta nosotros no hay ningún rastro de este uso pues parecen demasiado lujosas. Las referencias sobre su uso en las naves son muy antiguas; así cuando en 1270 Luis IX de Francia navegaba desde Aigues Mortes a Túnez y su barco fue obligado a dirigirse a Cagliari por una tormenta, el capitán le mostró una carta para enseñarle el lugar donde se hallaban, si bien como el relato está escrito en latín se la denomina mapae mundi. La misma denominación reciben las cartas de un inventario hecho en 1294 con motivo de la restitución de un barco aragonés, el San Nicolás, que había sido capturado por piratas italianos. Abundando en lo mismo, en una ordenanza del reino de Aragón de 1354 se decretaba que cada galera debía llevar en todas las navegaciones dos cartas marítimas.
En el siglo XIV se desarrolló un floreciente comercio de cartas náuticas en el Mediterráneo, como parece indicar un documento fechado en Barcelona en 1390 en el que un mercader, Domènech Pujol, envió a Flandes ocho cartas de navegar.
Las cartas portulanas se dibujaban sobre la piel de un cordero o ternero extendida; el cuello del animal colocado hacia la izquierda o poniente, aunque hay algunas cartas venecianas que tienen el cuello del pergamino hacia el este, tal vez porque al desenrollar la carta lo primero que aparecía era la zona oriental mediterránea que era donde comerciaban las naves de esta ciudad. A comienzos del siglo XVI empiezan a aparecer atlas también en pergamino.
La técnica artística era la utilizada para la iluminación de manuscritos en la Edad Media. Se conservan algunos tratados sobre las técnicas de reproducción y podemos comprobar que estos mapas participan de convenciones heredadas de los mapas romanos como son: el uso del azul y verde para dibujar los mares y ríos, el Mar Rojo siempre en ese color, las ciudades representadas por grupos de edificios, las montañas por cadenas de curvas o de forma pictográfica y las selvas, a menudo coloreadas en verde, indicadas por grupos de árboles. Estas convenciones representativas han pervivido durante al menos seis siglos más.
No sabemos cómo organizaban sus talleres, si trabajaban por encargo o tenían copias almacenadas para su venta y si participaban iluminadores y amanuenses, con las tareas divididas. Se ha discutido mucho sobre el uso de las cartas portulanas si sólo eran para la navegación o como regalo de potentados, pero parece fuera de toda duda que los atlas han debido de servir exclusivamente para esto último. La ornamentación de las cartas portulanas estaba enraizada en la tradición monástica de los iluminadores de manuscritos donde el rojo es utilizado corrientemente para enfatizar las palabras importantes, como se ha venido haciendo en las cartas portulanas. En 1426 Battista Beccaria fue el primero en señalar la costa con topónimos en rojo para recalcar la importancia de éstos frente a los rotulados en negro. La rosa de los vientos, documentada por primera vez en el atlas de Cresques de 1375, fue usada ampliamente a partir del siglo XVI. La inclusión de la flor de lis en las rosas de los vientos para indicar el norte se halla documentada por primera vez en una carta de Jorge d’Aguiar de 1492. La representación de las ciudades costeras detallando sus características más importantes aparece también es esta cartografía, como ya hemos señalado.
El dibujo de la Virgen con el Niño en brazos en el cuello del pergamino está datado en una carta del italiano Petrus Roselli de 1464, seguida por Jaume Bertrán en 1489, que se encuentra en la Biblioteca Marucelliana de Florencia. La decoración de la Virgen y el Niño alterna con la representación del Calvario con la Virgen y San Juan o algún otro santo a ambos lados de la cruz. En la carta de Juan de la Cosa aparece, además de una bella estampa de la Virgen con el Niño dentro de una rosa de los vientos en medio del océano, un San Cristóbal en la parte correspondiente al continente descubierto por Colón.
La decoración más curiosa aparece en una carta de Mateo Prunes de 1571 en la que la Virgen sostiene con un brazo al niño y con el otro blande un palo para darle un estacazo a un pequeño demonio que quiere llevarse a una figura humana agarrada a las faldas de la Virgen y que muy bien podría ser el autor.
Los mares interiores están representados por rayas onduladas en sentido horizontal y las barras de la corona de Aragón suelen cubrir la isla de Mallorca; esta isla, junto con las de Malta y Rodas está especialmente resaltada en las cartas que estamos estudiando.
Los vientos representados por personas o ángeles y colocados en los ángulos de las hojas de los atlas o mapas se denominan soplones y se introdujeron en el Renacimiento a través de las traducciones de la obra de Ptolomeo, popularizándose en la cartografía italiana y francesa, fundamentalmente.
Esta vertiente ornamental está documentada en un contrato que firmó Battista Beccaria y Jafudá Cresques en Barcelona en 1399 comprometiéndose con el mercader florentino Baldassare degli Ubriachi a construir cuatro mapas del mundo con un número determinado de reyes, monstruos y demás decoraciones para presentarlos a varios monarcas europeos. El contrato diferenciaba claramente la labor de ambos pues el mallorquín Jafuda Cresques es llamado maestro di charta da navichare, mientras que Beccaria es denominado dipintore con la tarea de embellecerlos. Como en el documento se manda al agente del mercader llevar los mapas al taller de Beccaria una vez finalizado el trabajo de Cresques, parece claro que trabajaban independientemente.
Este sentido comercial no era incompatible en los siglos XIV y XV con los términos científicos de las cartas, por lo que la inclusión en ellas de algunos elementos fantásticos como la representación del famoso Preste Juan de las Indias, los cuatro ríos del Paraíso y las fabulosas noticias de islas en el Atlántico no alteraron ni la información práctica ni la concepción científica con que está trazada esta cartografía, pero la balanza se fue inclinando hacia el lado ornamental del producto.
En 1492 tuvieron lugar dos importantes hechos históricos que condicionaron el desarrollo de esta cartografía: el descubrimiento de América y la expulsión de los judíos de España. Con el descubrimiento de América, el interés de los monarcas castellanos se polarizó en la vertiente atlántica, cuya avanzadilla sería ahora otro archipiélago: las Canarias, como antes habían sido balcón mediterráneo las Baleares, y se tradujo en la creación de la Casa de la Contratación, verdadera escuela sevillana de cartografía, que se desarrolló al calor de los descubrimientos americanos y los intereses políticos y comerciales de la Monarquía. En la misma época, la escuela mallorquina empezó a languidecer por falta del impulso comercial y científico que la alentaba y también como consecuencia del segundo hecho histórico mencionado ya que una buena parte de los autores de esta cartografía eran judíos.
Por este cúmulo de circunstancias, los talleres cartográficos mallorquines se desplazaron a otros centros del Mediterráneo, gobernados también por monarcas españoles; en Mallorca permanecieron, Salvat de Pilestrina y la familia Prunes mientras que los Oliva se trasladaron a Italia donde trabajaron en Mesina, Nápoles y Livorno y algunos miembros esporádicamente en Marsella. En Mesina se estableció permanentemente Joan Martines donde firmaba sus cartas manteniendo la grafía catalana “añy” y con la aclaración de “Cosmógrafo de S.M.”, lo que nos inclina a pensar que tenía un empleo oficial como la familia Maiolo en Génova. Su obra, fundamentalmente en atlas, se extiende desde 1556 a 1591.
De este somero análisis de la cartografía portulana, especialmente de la elaborada en Mallorca podemos resumir que estamos en presencia de mapas en los que la representación geográfica alcanza altas cotas de perfección en su época y que fueron cartas náuticas hechas por y para los marineros, como un instrumento más de ayuda a la navegación y para los que era vital el conocimiento del rumbo y la distancia. Por esta razón las treinta cartas que han llegado a nosotros del siglo XIV y las aproximadamente ciento cincuenta del siglo XV revelan un continuo perfeccionamiento en la hidrografía costera y en la puesta al día de datos geográficos; el deterioro de esta información a mediados del siglo XVI fue debido a que su función práctica y eminentemente marítima fue sustituida por otra clase de información puramente geográfica y culta, demandada por coleccionistas, mecenas y comerciantes que eran entonces los demandantes de esta cartografía.