Mauritania: El camino español

25 años después de que España abandonara el Sahara Occidental a marroquíes y mauritanos, la antigua carretera de la Legión Española aparece en muchos tramos paralela a la moderna vía que une Laayune con Dajla, la Villa Cisneros todavía en la memoria de muchos. Una ruta de penetración en áfrica negra por la costa mauritana que ya tuvo su importancia en los años anteriores a la huida española del Sahara, elogiada por viajeros y recomendada por las guías más prestigiosas de la época. La tradicional hospitalidad de las tropas españolas destacadas a lo largo de la costa, hacía del viaje una aventura donde no faltaba una guitarra y vino español.
Los años posteriores y la guerra entre Marruecos y el Frente Polisario dejaron en el olvido una ruta mítica para los nuevos viajeros que habían oído hablar de las noches de vino y música en la maravillosa costa del Sahara. Los finales de los setenta y los ochenta, con el auge de viajes en todo terreno partiendo de la situación privilegiada de España, consolidaron la ruta argelina de la Transahariana como la vía clave de penetración terrestre en áfrica negra, junto a la pista Bechar-Tessalit por el Oeste y más conocida como el Tanezruft.
En los noventa, algunos volvieron a la antigua carretera de la Legión huyendo de la violencia argelina y de la inseguridad de la Transahariana aprovechando las conversaciones de paz auspiciadas por Naciones Unidas entre Marruecos y el Frente Polisario. La presencia de los funcionarios del MINURSO, organismo que se instaló en el territorio para velar por la transparencia del censo saharahui, y la inclusión del Sahara Occidental en el organigrama turístico marroquí, han descubierto a la nueva generación de viajeros el acceso más fresco y reconfortante de penetración en el áfrica Occidental.
Una ruta donde la temperatura media ronda los treinta grados en la costa durante el mes de agosto y la posibilidad de viajar por un territorio donde la presencia española, aunque diluida por la afluencia masiva de colonos marroquíes, todavía es una realidad que tenemos la obligación de que no desaparezca en el futuro.

LA ASIGNATURA PENDIENTE
En muchos españoles de la transición política hay una espina sin curar por lo que supuso el abandono rápido y vergonzante de la ¨provincia africana del desierto¨. Y a muchos de nosotros, que hemos vivido pendientes de un pueblo nómada que habla español y que todavía conserva con celo los papeles españoles y el carnet de identidad, la cruda realidad del pueblo saharahui ha disparado la solidaridad del ciudadano en un afán por devolver el desprecio y la impotencia ofical que caracterizó la última política española en el territorio.
Solidaridad que se mantiene después de los acuerdos de paz y que convive con la inclusión de Marruecos en la lista privilegiada del destino turístico de los españoles y su creciente poder económico. Marruecos en la mochila y el Sahara en el corazón, en interminables viajes por el maravilloso e inigualable país vecino, siempre con la esperanza de llegar al gran sur, al desierto de verdad, no a la estrecha franja de fingidos hombres azules para el deleite de turistas que se inician en la supuesta aventura. Y en el periplo hacia el Sur, a un tiro de piedra de Tarfaya, la escapada siempre terminaba en Tan Tan y Goulimine, la puerta de un desierto familiar, pero tan lejano como los más de veinte años de olvido y abandono oficial que vendrán a coincidir con dos décadas de crecimiento espectacular de las inversiones españolas en Marruecos.
Pero esto no es la crónica triste de la desesperanza y de la señas de identidad perdidas por los avatares de una transición en el filo de la navaja, es la culminación de un deseo siempre presente en diez largos viajes por el país marroquií, un territorio y unas gentes de excepción maltratadas que luchan por incorporarse con dignidad a un proceso de crecimiento en marcha. De este deseo a medio camino entre el conocimiento de los hechos y la pasión por los vecinos surge la aventura. Siempre he creído que mis raíces más profundas, la tendencia inconsciente y la llamada del Sur han impregnado mi vida con una fuerza incontenible hasta la conclusión de este viaje mágico Cercedilla-Dakar ida y vuelta en un sólo coche y con un acompañante de excepción, José Pavón, realizador de TVE, amigo de muchos años y conocedor de Marruecos, con el que realicé un viaje inolvidable.

LA PUERTA DEL SAHARA
Y el viaje tan esperado comienza en Cercedilla (Madrid) con un Montero largo y un equipamiento normal: planchas, bidones y algunas piezas indispensables. Además, unas ruedas Bridgestone Dueler AT compradas por Internet en Estados Unidos, con doce lonas y a un precio igual que las de seis lonas. Lo mejor, ni un solo pinchazo en 12.000 kilómetros de travesía.
Tenía conocimiento de las dificultades del recorrido por amigos que bajaban con viejos Peugeot para vender y que se volvían en avión con artesanía de países del áfrica Occidental. La vuelta suponía un reto e implicaba verificar una ruta de penetración en áfrica negra que se estaba barajando como la alternativa a la Transahariana argelina. Por otra parte, las autoridades marroquíes empezaban a promocionar el Sahara como un destino turístico más, en un afán por consolidar sus posiciones políticas y demostrar al mundo la seguridad del territorio, cuando las eternas negociaciones y la presencia de Naciones Unidas mantenían en candelero la solución negociada del Sahara Occidental.
Pero es necesario destacar un hecho importante. Marruecos está a punto de terminar una carretera moderna que corre paralela a la costa hasta la frontera mauritana. A partir de Guerguerat el asfalto termina y una pista difícil une este punto militar con Nuadhibú, lo que imposibilita un turismo continuo hacia Senegal, habida cuenta de que los 600 kilómetros que separan la ciudad pesquera de la capital Nuakchot se hacen por pista y playa atravesando el Parque de Arguin. Pero las noticias avalan la posibilidad de seguir con la carretera en un supuesto proyecto propiciado por Naciones Unidas y la Unión Europea que acabaría con el tradicional aislamiento de Mauritania y favorecería el desarrollo económico de la zona.
Si este proyecto se realizara, la ruta costera del Sahara sería el camino ideal de penetración en áfrica Occidental, con unos paisajes maravillosos y un clima mucho más tolerable que el de la Transahariana. En este desarrollo debería estar presente España. La historia y las relaciones comerciales así lo aconsejan; nuestro país debería estar a la cabeza de un proyecto tan importante para el desarrollo de esta parte de áfrica.
Esta vez el viaje por Marruecos fue rápido con algunas peripecias surgidas por la fecha de entrada al país. El rey Hassan II falleció cuando cruzamos la frontera. La tensión en las calles de Casablanca y un rodeo forzado por la policía añadía un poco de aventura al viaje. La evolución de la situación era un enigma, pero decidimos seguir a pesar de las noticias alarmantes que circulaban en la calle. Manifestaciones en el Sahara que algunos exageraban y hablaban de enfrentamientos armados. Al final, casi ningún incidente de consideración y, ante la duda, alargamos la estancia en Marruecos con unos días de espera en Marrakech, Sidi Ifni y Gulimine.
La visita a Sidi Ifni fue rápida pero intensa. Una playa larga atestada de gente y los restos de la presencia española deteriorados pero en pie. Hassan ordenó en su momento que todos los edificios españoles fueran respetados, pero también exigió que no se repararan. Edificio barco de la Infantería de Marina, el Gobierno Militar, el escudo, la piscina, el cine y la gran escalinata que sube hacia la ciudad junto al hotel-restaurante Suerte Loca siguen en pie, abandonados, pero configurando una imagen urbana difícil de describir. Rescatar esos imponentes edificos por iniciativa española en una zona de creciente desarrollo turístico sería un proyecto a tener en cuenta. Una sede del Instituto Cervantes en el gran sur marroquí y en un territorio donde todavía se habla español no es una idea descabellada.
Nos despedimos de Sidi Ifni camino de Gulimine dispuestos a asistir al mercado de camellos del sábado, feria de ganado que tuvo una gran importancia en otras épocas, pero que la modernización del país ha relegado a un mercado tradicional con algunos camellos y muchas cabras. El tercer miembro del grupo, Eduardo Garagorri, de 24 años y recién licenciado como alférez de artillería, está enfermo; tiene fiebre y lleva unos días con fuertes dolores de cabeza y nuca. Nos asegura que quiere seguir y cogemos la ruta de Tan Tan para llegar a Laayune lo antes posible. Unas horas de asueto en la playa de Tan Tan, la hospitalidad de Randan, ingeniero de minas saharahui que había estudiado en Oviedo, y una loca carrera de noche con viento y dunas en la carretera camino del hospital de Laayune; Eduardo se encuentra peor y regresar es más largo que seguir adelante. Imposible continuar con el viento, la arena y una noche espesa que nos rinde en Tarfalla, pueblo de pescadores donde descansamos hasta el amanecer en una pensión de marineros agobiados por el estado físico de nuestro joven compañero.

EL SAHARA OCCIDENTAL
Hemos pasado a 120 ante el monumento a la Marcha Verde que jalona la carretera. A primera hora de la mañana aparece Laayune ante nosotros. Una ciudad enorme, capital del antiguo Sahara español, con casi doscientos mil habitantes, la mayor parte (un 80 por ciento) colonos y militares marroquíes. A partir de aquí y durante la permanencia en el Sahara estaremos controlados por la policía. La comprobación de pasaportes y hora de llegada serán habituales a la entrada de los tres grandes núcleos de población que jalonan la ruta: Laayune, Bojador y Dakhla.
Después de desayunar en un hotel para miembros del MINURSO, nos dirigimos al hospital de la ciudad. A pesar de los síntomas, el médico diagnostica una gripe a Eduardo. La decisión de regresar en avión a España nos deja maltrechos moralmente, pero es un acierto. Al día siguiente llamamos a Madrid y nos quedamos helados: meningitis vírica.
Un día meditando el riesgo de un posible contagio, que descartamos, en el Hotel-Residencia Josefina, en el puerto de Laayune. Limpieza y buena mesa a un precio módico (350 dirhams la habitación doble), con un propietario canario y Alí, un camarero de Sidi Ifni que habla español como un castellano de Valladolid, de una cultura y unos recuerdos sobre los asuntos españoles que invitan a quedarse una semana de charla y aprendizaje. En la cena se nos acerca Javier, joven alto y fuerte, un canario que administra tres barcos sardineros que tienen su base en el moderno puerto, donde docenas de pesqueros y cientos de marineros laboran en uno de los caladeros más ricos del mundo. Nos habla de la enorme riqueza de estos mares, de las factorías que han surgido en el puerto del Layune, del enriquecimiento de algunos saharahuis que han entrado en ámbito económico marroquí. En suma, en el Sahara Occidental todo va muy rápido, Hassan ha invertido mucho para marroquinizar el territorio: infraestruras, viviendas, lujosos hoteles para alojar a los funcionarios de Naciones Unidas y miles de colonos para poblar una superficie superior a la mitad de España.
Entre el hotel y los muelles, recostado en la playa, descansa un viejo ferry canario que alguien quería convertir en discoteca en Las Palmas. Una avería lo dejó para siempre ante las dunas del pantalán. Imagen anacrónica en la misma playa donde los reclutas españoles bajaban de las lanchas de desembarco en un destino amargo que dejaba a las familias enlutadas y un futuro de estómagos vacíos. Eran los años sesenta, al comienzo del desarrollo de la zona con las tropas alojadas en tiendas de campaña y unas pocas construcciones militares. Mi amigo Pablo Méndez, que hizo la mili en el Sahara, se acuerda del estribillo de una canción muy popular entre los quintos:
Madre, manda comida y dinero,
que si no yo aquí me muero
sin ninguna compasión.
.Y tú, novia, no me mandes
ningún beso,
mándame un trozo de queso
y un pedazo de jamón.
Ahora la música más escuchada en la moderna carretera que une Layune con Dakla es el ruido sordo de los modernos camiones frigoríficos que pasan cada cinco minutos cargados de pescado, de pulpo, de marisco. La riqueza del Sahara no son los fosfatos, comenta Randan, “la verdadera riqueza es la pesca, se están haciendo numerosas fortunas en el caladero, una riqueza a la que es ajena el pueblo que vive en los campamentos de Tiduf.”. En el hotel hay caras significativas. El capitán y la tripulación de un arenero gallego están desolados. Habían venido a cargar arena para la construcción canaria y el barco comenzó a arder; no tuvieron tiempo de recoger ni el pasaporte cuando otro barco lo remolcó fuera del puerto para evitar un desastre entre los pesqueros que abarrotaban el muelle. Sin comentarios, siempre habrá un gallego haciendo lo más inversímil.
Viejos fortines y garitas abandonadas, semicubiertos por la arena, jalonan la carretera a la salida del puerto de Laayo camino de Bojador. Pasamos por encima de la cinta que transporta los fosfatos. El viento forma pequeñas dunas y las ráfagas de arena desdibujan el asfalto. Vamos de un tirón a Dajla, a coger el convoy del viernes. Sólo los martes y viernes está permitido salir hacia Mauritania y con escolta militar marroquí.
En el control de Bojador encontramos a unos madrileños que bajaban dos viejos Peugeot para vender en Mali. Teníamos amigos comunes y decidimos hacer la ruta mauritana juntos. Nuestro 4×4 ofrecía una seguridad en caso de averías.
La moderna carretera circula paralela al mar y a la antigua pista asfaltada del Ejército español. La costa es espectacular; cortada sobre el océano y alternando playas interminables con acantilados sin fin. En algunos lugares se divisan los viejos cascos de pesqueros arrumbados en las playas, y entre ellos algunos que fueron capturados por el Polisario cuyos tripulantes fueron secuestrados a finales de los años setenta. Con estas acciones, el Frente se aseguraba una publicidad importante en la prensa española a la vez que reivindicaba la soberanía sobre las aguas y la riqueza pesquera.
En los últimos tiempos, muchos de los colonos marroquíes que llegan al territorio se han instalado en algunas zonas de acantilados donde han construido chabolas con plásticos y deshechos para dedicarse a la pesca artesanal. Por la proliferación de estos enclaves provisionales es evidente que el negocio va viento en popa, como viene a confirmar el desarrollo global del Sahara Occidental.
La entrada en la península de Dajla es espectacular. Un mar azul y un arenal inmenso conforman un istmo de una belleza sin igual. La antigua Villa Cisneros, capital del territorio Río de Oro, fundada por los españoles en 1885, fue un enclave comercial y militar que pasó por diversas etapas hasta el control definitivo de las tribus guerreras Ulad Dalim en el año 1936. La zona, cedida a Mauritania en 1975 en virtud de los acuerdos tripartitos, fue ocupada por el Frente Polisario en una lucha contra los mauritanos que les llevaron a las puertas de Nuakchot. La intervención de la aviación militar francesa apoyando a su excolonia frenó a las tropas del Frente, pero disuadió a los mauritanos sobre sus aspiraciones sobre la parte sur del Sahara. Al final, Marruecos ocupó el territorio y la ciudad fue poblada con colonos del norte y ahora cuenta con una población de 60.000 habitantes.

CAMINO DE MAURITANIA
Para recorrer los casi cuatrocientos kilómetros que nos separan de la frontera en Guerguerat se circula en convoy escoltado por el Ejército marroquí. Los martes y viernes hay que estar dispuestos a la altura del camping a las 8,30 de la mañana con los papeles en regla. Es necesario llegar el día antes a Dajla para hacer el papeleo: un impreso en la Policía, una ficha con dos fotos en la Gendarmería y los trámites de Aduana donde es importante hacer la fotocopia del permiso de salida que nos pedirán en el convoy. Y allí empieza la aventura; vehículos de toda clase van reuniéndose en largas filas: Toyotas mauritanos llenos de gente y mercancías, modernos Mercedes de segunda mano, muchos Land Rover Santana ocupados por saharauis y los sempiternos Peugeot conforman un panorama variopinto de más de cien coches.
La caravana se pone en marcha con dos militares que se sitúan a la cabeza y al final del convoy en los mejores vehículos que llevan asientos vacíos. El último conserva todos los pasaportes en una gran bolsa. Imposible despistarse para hacer una excursión; la fila de vehículos se alarga en la carretera todavía con tramos en obras, pero donde se circula a gran velocidad. Dos controles en la ruta y la espera obligada para agruparse llevan el día completo. En la cadena del último control, al anochecer, se establece una pugna para ocupar los mejores puestos de salida. Los primeros en llegar a la frontera dispondrán de espacio en los dos albergues, uno para nativos y otro para extranjeros, donde pueden dormir en el suelo no más de veinte personas en cada uno. Y nosotros llegamos los primeros en una loca carrera nocturna sorteando las numerosas dunas que invaden la carretera.
La tensión se relaja con la cena compartida, el relato de las peripecias de cada uno y el descanso merecido. La asignatura pendiente está en el ecuador del sueño. Y a la mañana siguiente la espera para entrar al famoso campo de minas que el Ejército mauritano sembró en una frontera que no tenía capacidad de controlar. Los marroquíes nos entregan los pasaportes y a correr otra vez por unos kilómetros de asfalto que pronto terminan en una alambrada que nos separa de Mauritania. A partir de aquí, una pista con zonas de arena nos lleva a un promontorio; vamos sin escolta por tierra de nadie en un desierto lunar. Y la sorpresa no tarda en llegar: los coches nativos se alejan de la ruta por la izquierda en una pista de contrabandistas no controlada por los mauritanos. Sólo quedamos diez coches que seguimos adelante por la principal hasta el primer puesto militar. Dos soldados se ocupan del paso fronterizo. Nadie osa salirse del camino, hay minas, hasta avistar al primer soldado que nos detiene unos cientos de metros antes de una garita de piedra. Vamos pasando de uno en uno el primer control de pasaportes y tomamos velocidad para pasar una pequeña duna artificial que hay junto a la caseta. Los que pasan se suben a la cresta para ver a los demás; muchos se quedan y son ayudados por los espectadores. Los que no necesitamos ayuda recibimos un fuerte aplauso. Señores, hemos llegado a Mauritania, increíble. El paso fronterizo más original que haya visto, con una prueba de esfuerzo que es un pequeño test de lo que nos espera en el país del desierto.
Y hemos pasado todos para formar una fila a la espera de un viejo 4×4 ruso que nos escoltará por el peligroso camino donde se pudren al sol algunos esqueletos de vehículos que no tuvieron tanta suerte. Unas dos horas de camino hasta llegar a la vía del ferrocarril minero que termina en Nuadhibú. Y varias horas de controles de Policía, Aduana y Gendarmería en una suerte de puestos fronterizos difíciles de describir. Están fabricados con restos de cajas de pescado y latas en medio del desierto y a muchos kilómetros de la ciudad. Aquí nos encontramos con media docena de patronos de hoteles, campings y albergues que pugnan por hacerse con la escasa clientela del “convoy del viernes”.
Mauritania sigue sin reconocer la presencia marroquí al otro lado de la frontera, pero las necesidades de establecer un paso al norte ha hecho que, en los años noventa, el tránsito de viajeros sea algo habitual y la rigidez administrativa se haya suavizado ante una evidencia imposible de parar. Pero el paso en sentido contrario, en dirección al Sahara Occidental, sigue sin ser admitido oficialmente, aunque se hace la vista gorda ante la suerte de guías que por 1.000 francos franceses hacen la vuelta por la ruta que utilizaron la mayor parte de los vehículos de que hablamos anteriormente. Para evitar contradicciones a las autoridades es conveniente, a la vuelta, no pasar por Nuadhibú (es una península y hay que repetir las mismas aduanas a la entrada y salida de la ciudad) y hacer el camino, con el combustible correspondiente, desde Nuakchot a Dajla con un guía que previamente nos espere en la capital y nos lleve por la pista de los contrabandistas para salir “ilegalmente” del país. Nosotros cometimos el error de llevar un carnet de passage (que no es necesario, aunque en la embajada te digan lo contrario) y teníamos que sellarlo forzosamente en Nuadihibú a la vuelta para recuperar el dinero del depósito en el RACE. Esta tontería nos forzó a regresar por los controles y después de horas de negociaciones y tensiones logramos salir diciendo que íbamos a pasar unos días al desierto con los nómadas. Cansados y repitiendo el camino esta situación se puede hacer insostenible, sobre todo ante la incredulidad de los funcionarios que pretendieron quedarse con la documentación del coche para impedirnos llegar a Dajla. Al final demostramos algo que no tiene muchos precedentes: salir de Mauritania en forma legal por una frontera no reconocida legalmente.
¡Qué alivio en el albergue de Selmi Chein, en Nuadhibú! Una buena cena y a descansar para repetir todas las formalidades con la Policía, la Gendarmería, la Aduana y las autoridades del Parque de Arguin, paso obligado para hacer la pista de Nuakchot por la costa. La alternativa, que descartamos, implicaba subir el coche al tren minero para ir a Choum y allí coger la pista de Atar para enlazar con la carretera que lleva a la capital. Y tuvimos suerte con nuestro amigo Soufi Ould Mahmoud, el guía que contratamos para hacer el Parque y que nos esperaría a la vuelta de Senegal para desandar el camino.
El descanso y la visita a Cabo Blanco para observar las focas monge nos relajó de tantas penalidades aduaneras y pudimos disfrutar de los alrededores de Nuadhibú y su cementerio de barcos, más de cincuenta, que reposan sus esqueletos oxidados a poca distancia de la playa. Un espectáculo sorprendente en un país olvidado y aislado, pero que tiene unas gentes que te compensan de cualquier penalidad. Y ya relajados pusimos rumbo a la interminable playa que nos llevaría a Nuakchot por el Parque de Arguin, Parque Nacional desde 1976, un lugar ecológico excepcional con una sintonía desierto-océano inigualable, una diversidad de fauna sorprendente y unos hombres, los cerca de mil pescadores imraguen (distribuidos en siete pueblos sobre 170 kilómetros de costa) que cercan a los peces con redes y entran al agua en una fiesta de espuma y gritos para hacerse con un botín de pescados al lado de la playa. Hace 80 años, los pescadores canarios dotaron a estos de lanchas con vela latina, por eso no es de extrañar la influencia de las islas en estas tierras. Al otro lado de este mar biológicamente puro está el desierto y la cabaña de camellos más abundante de áfrica. Mauritania bien merece un viaje largo e intenso para conocer un gran país con tantos paisajes naturales y unas gentes tan hospitalarias, pero nuestra meta está más al sur, vamos al áfrica negra, a cumplir la promesa de la ida y la vuelta por “la nueva transahariana”, el viaje del mar y el desierto fundidos en una naturaleza sin igual.
Sensación de libertad en la costa mauritana. Desierto y playa, a la medida de una película imaginada. La espuma de las olas al lado de la ventanilla, la arena más dura es la que se encuentra bañada por el mar y por allí aprovechamos la bajamar para evitar la inclinación excesiva y la arena blanda. Un experiencia sin parangón, más de doscientos kilómetros por una playa interminable, con un sentimiento de libertad que produce escalofríos y que compensa de los días perdidos en la frontera. El día que Mauritania se abra de verdad será un destino importante para todos aquellos que amen la conexión profunda con la naturaleza, que deseen el viaje en estado puro y que sientan el horizonte interminable de esta maravilla patrimonio de la humanidad.

SENEGAL
En Nuakchot, capital del país, nos despedimos de Soufi para iniciar por asfalto la última etapa mauritana camino de Rosso, en la orilla norte del río Senegal, donde un transbordador, capaz para media docena de vehículos, nos permite pasar a Senegal. El paisaje cambia por completo, la vegetación se espesa y la fauna de la sabana aparece al lado de la carretera. Monos y pájaros en una ruta con una población más numerosa y donde las restricciones de la república islámica desaparecen: hemos llegado al áfrica Occidental y un mundo diferente y colorista aparece ante nuestros ojos. Ahora todo es asfalto hasta Gambia en una carretera plagada de pequeños pueblos con un comercio pujante y un sinfín de puestos de fruta. La riqueza natural del trópico en todo su esplendor. Plátanos y mangos de temporada abarrotan los mercadillos hasta la ciudad más importante al norte del país: Saint Louis, enclave colonial francés que todavía conserva los edificios de la presencia francesa en una isla separada por dos puentes del continente y de la franja costera donde se apiñan las piraguas de los pescadores.
Hemos llegado a un centro turístico importante que aparece en todas las visitas a Senegal y que dispone de numerosas plazas hoteleras y una suerte de excursiones a diversos parques naturales y enclaves costeros. Un lugar perfecto para relajarse y hacer un giro en un viaje tan intenso y variado. Vamos a dedicar unos días al descanso, algunas visitas y excursiones al delta y a parques. Senegal es un destino en alza, tiene unas posibilidades turísticas importantes, centros como Saly Portugal con docenas de lujosos hoteles (en uno de ellos estuvimos tres días instalados preparándonos para la vuelta) y empresas que se dedican a la pesca deportiva. Le llaman “el caribe africano” y el turismo europeo crece cada año. Pero con esta avalancha de dinero, el senegalés que pretende vivir al lado del turista es pegajoso como una mosca, inasequible al desaliento y contumaz como una mula.
Pasamos por los lugares famosos de la carrera de coches. El lago Rosa y la ciudad de Dakar, un conglomerado urbano enorme y cosmopolita, un poco agobiante para viajeros como nosotros. La visita en barco a la isla de Goré merece la pena, ya que podemos apreciar la ciudad desde el mar y descubrir un lugar mítico en el tráfico de esclavos. Dos grandes cañones de costa (aquí se rodó la película Los cañones de Navarone) cubrían el tráfico marítimo francés en esta parte de áfrica. Una etapa, la mitad, ha sido cubierta con éxito y sin mayores problemas. Pensar en la vuelta nos agobia. Es muy duro hacer el regreso, pero tenemos que probar y demostrar lo imposible.

EL REGRESO POR EL CAMPO DE MINAS
El 18 de agosto nos despedimos de algunos amigos de Saly. No se pueden creer que volvamos a España en coche, pero el guía Soufi nos espera en Nuakchot para hacer el regreso mauritano y pasar la frontera. Estamos inquietos pero decididos a cumplir los objetivos del viaje. Volvemos a desandar el camino por Saint Louis y Rosso para ingresar en Mauritania por el río Senegal. En Nuakchot nos espera el bueno de Soufi puntual como un reloj ante una tetera humeante y con una sonrisa radiante. Estaba seguro de que no le defraudaríamos.

Guillermo Armengol