12 de septiembre de 2006

La jornada que nos lleva a Amjilosa merece los mismos calificativos de todos los expedicionarios: agotadora y de impresionante belleza; nadie recuerda un trayecto con tan abrumadoras sensaciones. La ruta, algo menos que un sendero, se eleva y desciende cientos de metros, sobre abismos que caen en vertical hacia unas aguas cada vez más violentas. En ocasiones, un par de resbaladizos troncos salvan la inexistencia del sendero: se suceden puentes colgantes altos y bajos, cortos y largos, de cómodo o peligrosísimo acceso. Parece incomprensible que semejante itinerario, conduzca a un valle habitado por varios pueblos.

Y parece incomprensible la resistencia y habilidad de porteadoras y porteadores para sortear tantos y tantos pasos, tan difíciles y tan peligrosos.

Cae la noche al llegar a Amjilosa, y la lluvia retumbará sin cesar sobre nuestras tiendas de campaña hasta que el cansancio nos venza.