Domingo, 3 de Enero de 2010 (Ascenso al Campo II, High Camp, 3850m)

Es difícil explicar qué motiva a los montañeros a esforzarse duramente, a veces hasta sus límites, para poder ascender por esas moles de roca, hielo y nieve, que son sus soñadas montañas. Hoy ha sido uno de esos días, en los que uno se cuestiona el porqué de la búsqueda de las alturas, donde todas las preguntas tienen sentido, o no; ¡depende de quién las haga!

El día comienza con muy buen tiempo. La Antártida nos sigue brindando su más bella faz. Desayunamos en compañía del resto de expedicionarios y preparamos las mochilas, cargando lo imprescindiblemente necesario para poder pasar unos días en el Campo II. 25Kg serán la sombra que nos acompañe durante el día de hoy. El resto de material lo dejaremos en el Campo I.

Iniciamos la marcha a las 14:30, caminando encordados con Pachi sobre el valle glaciar donde nos encontramos. En apenas 1 hora alcanzamos el punto clave de la ruta. Despegamos del valle y comenzamos el vertiginoso ascenso durante cerca de 1000 metros por una ladera muy empinada que asciende hasta el Campo II. Toda la subida por esta inmensa pala de nieve está equipada con cuerdas fijas a las que nos anclaremos para minimizar riesgos en caso de una caída.

El ascenso lo iniciamos a buen ritmo, incluso adelantando a otras expediciones que habían salido antes. Gradualmente, con ánimo y muy motivados, vamos ganando altura. Avanzas un pie hacia delante, luego el otro pie, elevas el brazo y tensas tu asegurador a la cuerda con un aparato bloqueador. Así sucesivamente, metro a metro, ganando altura, disfrutando del increíble abismo que se abre bajo nuestros pies. Pero al mirar hacia arriba nos dábamos cuenta que aún queda mucho por recorrer.

El tiempo acompaña y de momento no hace mucho frío. A mitad de ladera paramos en una pequeña terraza rocosa que nos brinda un reposo oportuno para descansar del esfuerzo realizado. Allí comemos y nos hidratamos, antes de proseguir la subida. Seguimos avanzando, pero tras ascender varios metros el esfuerzo va cobrándose su precio y el ritmo se enlentece, se aminora, a la vez que la pendiente adquiere una mayor verticalidad. Todo adquiere una nueva dimensión: dejas de ir admirando el entorno que te rodea, dejas de hacer fotos, de grabar en vídeo. Sólo te limitas a ver, bajo las empañadas gafas de sol, el limitado terreno nevado que tienes enfrente de tus pies. Con el cuerpo encorvado vas preguntándote por qué te gusta escalar montañas. Aún así, seguimos hacia arriba anclados a las cuerdas fijas que nos brindan una pizca de seguridad sobre la boca del abismo.

Finalmente, tras una travesía lateral, conseguimos salir de las cuerdas fijas y continuamos el ascenso por una ladera de nieve de menor inclinación. El camino es bastante menos exigente, pero el cansancio acumulado hace que no sea así. Para colmo de nuestros males, al cambiar de pendiente, nos vemos en una zona mucho más expuesta a los fuertes y helados vientos que provienen del collado Shinn.

Ahora queda por recorrer un terreno menos inclinado, pero lo que podría haber sido un mero “paseo” se convierte en todo un suplicio. Las horas acumuladas, junto con el no haber comido ni bebido desde la última parada hacen que Juan se resienta. Apenas puede dar unos pasos, antes de que tenga que parar a respirar varias bocanadas de aire de seguido. Sufre hiperventilaciones que le hacen preocuparse bastante a él y a Pablo, que observa como su amigo se encuentra en una situación complicada. El ritmo se ralentiza, acompasado al paso de Juan. Dado que todo el grupo se encuentra unido a través de la cuerda, el ritmo lo marca el más lento de la cordada, la cual queda expuesta a las inclemencias del tiempo. Pablo también se encuentra cansado y las frecuentes paradas de Juan le acaban por pasar factura. El frío, junto con el viento, hacen que la sensación térmica ronde los -30ºC.

Es hora de preguntarte si tanto cansancio y esfuerzo merece la pena. De si acercarse tanto a tus límites es aconsejable. Para nosotros la respuesta comienza a no estar tan clara, pero aun así seguimos paso adelante.

La ladera parece no tener fin y el campamento parece que nunca va a aparecer por el horizonte. La situación se va complicando a cada paso y la temperatura sigue empeñada en descender ante la impotencia de todo el grupo. Juan apenas es capaz de dar cinco pasos sin tener que parar a recuperar el aliento. La situación empieza a ser crítica, hay que salir de ahí cuanto antes.

Finalmente con mucho esfuerzo, cansancio, y un sinfín de palabras que daría vértigo leer, conseguimos alcanzar el Campo II a 3850 metros de altitud tras 7 horas de duro ascenso. Tras deshacernos de las enormes mochilas, nos abrazamos con fuerza entre nosotros y con Pachi. Hemos llegado demasiado justos y somos conscientes de ello. Sabemos que podría haber ido peor. El frío glacial ventea el campamento y las lágrimas heladas recorren nuestras caras al vernos de nuevo a salvo bajo la “calidez” de la tienda.

Juan y Pablo, extenuados después de un día muy duro en alta montaña.

Club Deportivo 7 Cumbres.

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