Pasajeras a la India

Pilar Tejera, autora del libro “Viajeras de leyenda”, nos muestra una visión del impe­rio británico en la India y de los viajeros victo­rianos que hasta allí llegaron, desde una pers­pectiva diferente: la de las mujeres. La pintora Fanny Parks en Calcuta, la reformista social Mary Carpenter, la esposa del virrey, Harriet Georgina Blackwood, la curtida viajera Anne Catherine Elwood, o la geógrafa y fotógrafa Eliza Scidmore, son sólo algunos de los perfiles femeninos que dejaron su propia visión de la India del siglo XIX en forma de relatos, diarios de viajes, pinturas o fotografías.

Pasajeras a la India

Fueron las mujeres las que hicieron perder el Imperio.

Sir David Lean

La viajera y pintora Fanny Parks escri­bió en una ocasión: “Vagabundean­do con una tienda y un buen guía árabe, uno pue­de ser feliz para siempre en la India”. Ella, como otras muchas viajeras victorianas, tuvo la suerte de conocer y recorrer una de las joyas del imperio británico. Las ciudades como Bombay o Nueva Delhi en su máximo esplendor, la India del ferro­carril cambiando una forma de viajar, las estreme­cedoras revueltas de los cipayos que sembraban el caos por las regiones a las que se extendieron, la India de los mensahib, del café a las cinco y los trajes de muselina llenando los clubes levanta­dos por los ingleses, los románticos paisajes del Rajastán, el boato de los maharajás, la hambruna del pueblo, el calor, la amenaza de epidemias, las historias de intrigas de la Compañía de las Indias Orientales, la política colonial…, todo ello desfila por los relatos dejados por aquellas viajeras vic­torianas para que la historia de la India colonial pueda ser percibida desde otra perspectiva.

 

CASADAS CON EL IMPERIO

Una de las ciudades donde recalaban los barcos ingleses llegados a la India era Madrás. Su historia contiene más o menos los mismos ingredientes que la de las restantes ciudades indias fundadas por los comerciantes de la Compañía de las Indias Orientales. Durante el siglo xviii ingleses y franceses pugnaron por el control de este decisivo puesto buscando gozar del favor de los sultanes de la zona, hasta que los ingleses lograron ganar la partida. Fue a partir de entonces cuando Madrás experimentó una gran transformación anexionando algunas aldeas vecinas hasta convertirse en una de las principales bases navales y en el centro administrativo del imperio británico en la India.

La vida en una ciudad como Madrás a mediados del siglo xix no debía de resul­tar cosa fácil para los funcionarios ingleses, destinados a una colonia donde cada día les resultaba una larga batalla contra el clima y las enfermedades infecciosas y que constituía un territorio de exilio para la mayoría de sus esposas. “Quien haya estado en la India y también en África y en Australia sabe que, debido a alguna peculiaridad de la atmósfera, el calor se siente mucho más en la India”, escribió E. Augusta King.

Tal vez la primera en dejar constancia de cuestiones que pasaron desapercibidas en la época, como las condiciones de vida de la mujer en la India o la costumbre de las viudas de inmolarse, fue Julia Charlotte Maitland: “Hice todo lo posi­ble para entrar en contacto con las mujeres en sus casas, pero me fue imposible. Llamé a sus puertas parcialmente abiertas pero apenas pude atisbar sus ropas blancas y sus profundos ojos oscuros”. Esta inglesa, que llegó con su esposo a Madrás en 1836 y permaneció en la India tres años, tuvo la inteligencia para tamizar los inconvenientes de la experiencia que le tocó vivir y centrarse en to­do lo bueno que la India ofrecía. Aunque bajo su perspectiva británica la India resultaba “primitiva”, sin posibilidad de escapar al yugo de sus creencias, esta viajera contribuyó con su granito de arena a la mejora de las condiciones de la población: logró abrir escuelas para niñas, se erigió en defensora del derecho a la educación de la mujer, enseñó a leer a muchas mujeres indias en su propia re­sidencia y abrió la pri­mera librería públicaen la zona de Rajahmundry, sembrando así las primeras simientes de la educa­ción del pueblo indio.

Julia también plasmó en su obra Letters from Madras, publicada bajo el seu­dónimo “a Lady”, los rituales, el sistema de castas y las ciudades palaciegas. “Hay un bello y viejo fuerte en Bangalore de un sultán musulmán junto a la antigua ciudad nativa rodeada de sólidos muros de barro llamada Pettah. Las damas inglesas se refirieron a él como un lugar horrible al que no debía ir. Así que al día siguiente fui, por supuesto”, escribió. Julia Maitland tam­bién fue crítica con algunas cuestiones como la política colonial británica y su rudeza con la población nativa. Sin duda, a diferencia de otras esposas de funcionarios y diplomáticos, Julia Maitland hizo de la experiencia de la India una cruzada personal. Intentó adaptarse a las costumbres locales, trató de comprender su cultura, de aprender su lengua, y fue esta curiosidad por la vida que la rodeaba lo que le permitió sacar tiempo también para pintar, escribir o recoger numerosas plantas e insectos para el Museo Británico. Julia Maitland, que en 1864 murió de una repentina enfermedad, nos enseña ante todo que viajar y sentirse viva resulta siempre un ejercicio saludable para cualquier adulto, incluida la mujer victoriana.

 

VIAJERAS VICTORIANAS EN CALCUTA

Calcuta era otro punto habitual de recalada para los ingleses destinados a la India. Según Emma Roberts: “La llegada a la ciudad de los palacios desde el río supera todo lo imaginable. Desde el lado oriental del delta del Ganges, presenta en cualquier época del año una amplia superficie de aguas brillantes. Al estar asentada en un país rico en limo, vestido de un eterno verdor, y flanqueada por soberbios edificios, el extranjero siente que el destierro puede ser aliviado gracias a la belleza de escenas como la que presencia, arropado por tan lujoso entorno”.

Capital de la India británica desde 1772, la historia de Calcuta no es sino un re­flejo de la prosperidad de la Compañía británica de las Indias Orientales desde que Job Charnock, uno de sus principales administradores, la fundara en 1690 sobre la aldea de Kalikata. A finales del siglo xvii Calcuta fue nombrada capital de la India británica, del llamado Raj británico, honor que conservó hasta 1911, y lo que había nacido como un enclave comercial más, protegido por un fuerte, fue experimentando notables mejoras. La ciudad se embelleció con diversas obras de saneamiento, una zona residencial a orillas del río Hugli, bellos edifi­cios residenciales y gubernamentales y la pavimentación de las calles, de modo que para cuando llegaron Fanny Parks en 1822 o la trotamundos Ida Pfeiffer en 1848, Calcuta ya ofrecía las comodidades necesarias para que un europeo se sintiera más o menos a gusto.

Para cuando Charlotte Stuart recaló en Calcuta en 1856, año en el que su marido fue nombrado gobernador general de la India, ya se había producido un importante proceso de industrialización en la ciudad. El gobierno británico, de la mano del anterior gobernador, lord Dal­housie, se hallaba inmerso en una serie de inversiones para mejorar las comunicaciones con las obras del fe­rrocarril, la instalación del telégrafo y la apertura de una universidad a la que se sumarían otras dos en Madrás y Bombay. De manera que la India que Charlotte Stuart conoció se hallaba en plena efervescencia de cambios, y también en medio de los brotes de violencia y revueltas entre la población que crearían el caldo de cultivo para el profundo sentimiento independentista del pueblo indio. Así lo plasmó esta aristócrata en las cartas que dirigía a la reina Victoria, de la que fue ayudante de cá­mara durante trece años. Su frágil naturaleza no pudo superar la malaria que contrajo en la India y en 1861, tras morir en los brazos de su esposo, fue ente­rrada en Barrackpore (Bengala), donde su memoria ha perdurado en el nombre de un dulce local, ledikeni, apelativo con el que se referían a ella.

Un puñado de viajeras contribuyó a la mejora de las condiciones de vida en Calcuta y en otras ciudades de la India. Éste fue el caso de Mary Carpenter (1807-1877), famosa por su lucha a favor de las reformas sociales en Inglaterra y dedicada especialmente a la prevención de la delincuencia juvenil y a la mejora de las condiciones en las cárceles. Educada en la escuela fundada por su padre, donde estudió materias poco usuales para una mujer del momento, como el latín, el griego y las matemáticas, luchó toda su vida por la educación de las mu­jeres. En su caso, fue su vocación filantrópica lo que la llevó a viajar a la India en varias ocasiones para estudiar y mejorar la situación de las mujeres. Recorrió Calcuta, Madrás y Bombay, entre otras ciudades, y fundó diversas escuelas para los niños de las clases menos favorecidas y varios reformatorios para jóvenes de­lincuentes. Participó en la inauguración de la Bengal Social Science Association. Su último viaje a la India tuvo lugar en 1875, dos años antes de que muriera, no sin antes haber coronado diversos logros sociales en el país.

 

LA “VIRREINA” HARRIOT GEORGINA BLACKWOOD

Otro ejemplo fue el de Harriet Georgina Blackwood, gran conocedora de Calcuta. A pesar de su rimbombante nombre y su no menos rimbombante cuna, esta inglesa se desenvolvió con bastante soltura por la India, país del que regresó con el valioso botín de sus diarios. Esta dama era ya una curtida viajera cuando llegó al subcontinente asiático. Había viajado a Cana­dá en 1872, donde habían destinado a su esposo como gobernador general y donde se volcó en distintas obras sociales. Luego estuvo en Rusia, donde a su marido lo nombraron embajador, y en el imperio otomano (1881- 1884), donde ella acabó siendo condecorada por su la­bor social, su humanidad y su hospitalidad tanto en San Petersburgo como en Constantinopla.

Harriot Georgina recaló en la India en 1884, al ser nombrado su esposo, lord Dufferin, virrey de aquella vasta colonia. Su predecesor en el cargo, lord Ripon, fue un político brillante, tocado por un aura liberal. Sus constantes reformas de protección del trabajo y libertad de prensa entre otras, así como sus intentos por evitar la discriminación judicial, lo hicieron popular entre la población india, pero acabaron propiciando su cese. En esta compleja atmósfera política aterrizaba lord Dufferin, quien enseguida advirtió que para asegurar el éxito de su gobierno se imponía la nece­sidad de conseguir el apoyo de ambas comunidades, lo que al parecer consiguió durante su mandato.

El primer destino del matrimonio fue Calcuta, donde poco después de llegar se pusieron manos a la obra con algunas reformas sociales. Al tiempo que su esposo atendía los asuntos políticos, Harriet Georgina se las ingenió para fundar la asociación nacional para la ayuda médica a las mujeres indias, conocida como Countess of Dufferin Fund, a la que se entregó en cuerpo y alma. Entre los objetivos de la asociación se incluía el reclutamiento y la formación de doctoras, monjas y enfermeras para mejorar la situación de las mujeres indias en lo refe­rente al tratamiento de enfermedades y al cuidado de los hijos. Con el tiempo la labor de Harriot Georgina desembocó en la creación de varios hospitales y clínicas repartidos por el país, algunos de los cuales perviven hoy con el nombre original, como el Lady Dufferin Hospital.

Durante el mandato de lord Dufferin se fundó el Congreso Nacional Indio y se sentaron las bases de la moderna Armada india mediante la incorporación de oficiales indios al cuerpo del servicio imperial. Además de atender a los comple­jos asuntos de Estado, propulsar reformas de mejora de la ciudad y mantener el equilibrio social en la zona, lord Dufferin sacó tiempo para ayudar a su esposa en sus proyectos altruistas y en 1888 publicó un extenso informe sobre las con­diciones de vida de las clases más pobres en Bengala conocido como el informe Dufferin. En él proponía el establecimiento de consejos centrales y provinciales con la participación de ciudadanos indios. Fruto de aquella iniciativa se creó el Acta de los Consejos Indios de 1892, que dio inicio a la política de elecciones en la India.

Durante un tiempo el matrimonio se estableció en Rawalpindi, en el Punjab, ciudad que tras ser conquistada por los ingleses en 1849 se convirtió en una importante base militar para la Armada británica. Allí, Harriot Georgina fue invitada de excepción de la vida palaciega, lo que reflejó en su obra Our Vice­regal Life in India. Sin duda fue una dama abierta al mundo y a las corrientes reformistas de la época. Fueron los destinos como la India los que socavaron los cimientos de la educación burguesa. Su huella aún perdura en algunos colegios de médicos y enfermeras de la India y en reconocimiento a su labor le fue otor­gada la Cruz de India y la Royal Order of Victoria and Albert. El propio Rud­yard Kipling haría referencia a ella en su obra The Song of theWomen.

 

ENAMORADAS DE LA INDIA

Muchas mujeres vivieron sus mejores y también sus peores momentos en la India. A pesar de sus primeras impresiones, algunas decidieron descubrir lo que el continente ofrecía siguiendo su propio rumbo interior y tendiendo la mano a la realidad que las rodeaba. Marianne Postans fue una de ellas. Esta dama se quedó prendada de la India en cuanto recaló en las costas de Bom­bay: “El escenario que ofrece el puerto de Bombay es considerado con total justicia el más hermoso del mundo, el más sublime de cuantos hay”. Entre 1834 y 1839 estuvo en el destacamento de Kutch, donde la infantería britá­nica fue enviada para apoyar la expansión en la zona. Tuvo tiempo de sobra para comprender que la vida, desde la perspectiva que ofre­cen los destinos remotos, siempre resulta interesante. Así, estudió algunos aspectos de la vida local. Estuvo en lugares como Karachi, Shikarpur, Sukkur, Thatta e Hyderabad y recorrió sus caminos en camello y a caballo, lo que le permitió entrar en contacto con sus gentes y observar su forma de vida. También surcó el río Indo en un vapor y en 1839 publicó dos libros basados en su experiencia en la India: Travels, Tales, and Encounters in Sindh and Baluchistan, en el cual describe estas zonas anexionadas por los británicos, sus costumbres y sus ritos legando un vívido retrato del pueblo indio, y Western India in 1838, en el que recoge un estudio sobre las gentes de Kutch, las mujeres y los harenes. Marianne Postans, que fue ante todo una intelectual, una artista y una observadora ob­jetiva, escribió además en diversos diarios.

VIAJERAS EN TREN

Se ha afirmado en alguna ocasión que la llegada del ferrocarril a la India marcó el fin de una era y el comienzo de otra y que ningún plan de unificación ha lo­grado cohesionar tanto a la India como el tren. Con el transcurso del siglo xix se dotó a la India de una compleja y eficaz red ferroviaria y esto contribuyó al nacimiento de un nuevo tipo de viajero, el turista, que dejó atrás aquellos des­plazamientos a lomos de elefantes, camellos o caballos como el que protagonizó la viajera Emily Eden en su viaje a Simla.

Aparte de las dificultades de los viajes por la India, se planteaba la aún más delicada cuestión del penoso, largo y peligroso viaje desde Europa hasta sus costas, pues las flotas de las diferentes potencias estaban dispuestas a disparar un certero cañonazo a cualquier barco que consideraran intruso en sus rutas comerciales. Se consideraba que el trayecto ponía en riesgo “la frágil naturaleza de la mujer” y desde 1600 hasta principios del siglo xix pocos oficiales de la Compañía de las Indias Orientales tuvieron la suerte de vivir en la India con sus esposas o familiares. Por fortuna, las cosas cambiaron con la inauguración, en 1869, del Canal de Suez, que con sus 160 kilómetros de longitud reducía casi a la mitad la duración del viaje entre Inglaterra y la India. Otro factor que contri­buyó a hacer más llevadera la travesía fue la aparición del barco de vapor.

Antes de que ambos acontecimientos mejoraran las comunicaciones, el único me­dio para acceder a aquella gran colonia era el barco de vela. Sin embargo, siempre hubo viajeros dispuestos a evitar los mareos y las molestias propias de un viaje por mar eligiendo la única vía alternativa: el viaje por tierra. Anne Catherine Elwo­od es considerada la primera mujer que viajó a la India por vía terrestre, atrave­sando Egipto y el mar Rojo. En The First Lady on the Overland Route escribió:“Creo poder afirmar que soy la única mujer que viaja por tierra, o al menos que sigue la ruta que seguí hasta la India, y probablemente el mío fue el primer diario escrito por una inglesa en el desierto de Tebas, rumbo al mar Rojo. Presencié ritos de iniciación a la peregrinación mahometana, festividades hindúes, ascendí las pirámides, penetré en la tumba del rey Sesos-tris, exploré las cuevas de Elefanta,me expuse al Siroco, a los monzones y al calor tropical, navegué en embarcaciones egipcias, árabes e indias. Viajé en palanquín, pernocté en tiendas de adobe, cara­vasares y visité lugares nunca vistos por otras mujeres”.

Esta inglesa, que acompañó a su esposo, el lugarteniente coronel Elwood, a la India en 1825, permaneció allí por espacio de tres años y, como tantas viajeras, volcó sus experiencias en papel: Narrative of a Journey Overland from England, by the Continent of Europe, Egypt, and the Red Sea, to India (1830).

Los peligros e incomodidades de tales viajes no lograron detener el flu­jo de damas decididas a seguir a sus maridos a la India. El choque cultural y emocional que suponía ese destino resultó para muchas una experiencia enriquecedora.“Han transcurrido cinco semanas desde que desembarcamos y parecen cinco años. Tal ha sido el cúmulo de nuevas experiencias vividas en este corto tiempo. ¡El viaje desde Bombay llevó cuatro días! ¡Y tú que consideras doce horas en el tren a Londres algo increíble…!”, escribió en su obra Letters from India lady Anne Wilson, esposa de un miembro del servicio civil en la India, que vivió allí, principalmente en el Pun­jab, entre 1889 y 1909. Esta gran dama también se interesó por la cultura local, la música y las complejas relaciones en­tre los británicos y la población india.

EN PRIMERA LÍNEA DE FUEGO

Hubo viajeras que eligieron el campo de batalla como escenario de sus aficiones y aventuras. Una de ellas fue la suiza Eli­zabeth Butler. Su matrimonio con el mayor William Butler supuso un impor­tante revulsivo en su carrera de pintora al permitirle viajar durante sus campa­ñas militares y plasmar lo que vio tanto en Egipto como en Suráfrica. Otra dama que acompañó a su esposo en las distin­tas campañas que lideró fue Marianne Postans. Casada con el lugarteniente Thomas Postans de la Bombay Native Infantry, lo acompañó en el destacamen­to de Kutch desde 1834 a 1839, donde la infantería británica fue enviada para apoyar la expansión inglesa en la zona.

Existe una imagen que tomó un famoso fotógrafo victoriano llamado Roger Fenton en la que aparece una dama a caballo con un sombrero de ala ancha y un largo y pesado vestido oscuro. Frente a ella un hombre corpulento, con bar­ba y provisto de una larga chaqueta forrada de lana y una gorra de visera, la con­templa como si examinara su postura sobre el corcel. A juzgar por las sombras que proyectan, la imagen debió de tomarse en las horas del mediodía, bajo un sol abrasador y en un paisaje yermo, desprovisto del alivio de cualquier vegeta­ción.

La amazona no es otra que Frances Isabella Duberly (1829-1903), más conocida como la heroína de Crimea, famosa por participar en primera línea de fuego en las diversas campañas comandadas por el hombre que la contempla, su esposo. Descrita por sus contemporáneos como una espléndida amazona, una dama ingeniosa, audaz, llena de vida, locuaz y sociable, Fanny Duberly pertenece a esa saga de damas de costumbres nómadas y de difícil clasificación. No responde a ninguno de los estereotipos tan habituales en las viajeras victo­rianas. Lejos de un afán de conocer mundo, la motivación que impulsó a esta aristócrata inglesa a desplazarse continuamente fue el deseo de no separarse de su esposo, un destacado militar de la época, aunque eso implicara compartir la dura vida de las campañas.

Se estrenó en el combate en 1845, cuando siguió a su marido a Crimea. Partici­pó en las reuniones en que se decidieron estrategias y objetivos militares y fue testigo de excepción de las contiendas, quedándose muchas veces muy cerca de las posiciones enemigas en la que se consideró la primera guerra moderna. A pesar de su peculiar vida aventurera, poco apropiada para una dama victoriana, Fanny Duberly supo ganarse el afecto y el respeto de las tropas y los soldados apreciaron su valor, su dedicación incondicional a su esposo y su capacidad de adaptación a las difíciles condiciones de vida de un regimiento en comba­te. Ya había empezado a gustarle esta vida sembrada de peligros y emoción, cuando en 1856 su esposo fue destinado a la India con el octavo regimiento de los Royal Irish Hussars. Ya estaba curtida en el día a día de un destacamento militar, así que no se lo pensó dos veces y lo acompañó de nuevo. Participó en las campañas durante la revuelta de los cipayos y se mantuvo firme a la hora de acompañar a las tropas en el combate: “Me manchaba el rostro y las manos, me ponía un caftán y un turbante hindú y procuraba mantenerme en guardia”. Su obraCampaigning Experiences in Rajpootana and Central India during the Suppression of the Mutiny, en la que relató sus experiencias durante la campaña emprendida contra los cipayos en la que recorrieron 2.000 millas, fue todo un éxito de ventas en la época.

 

LAS PINTORAS DE LA INDIA

La India y Australia fueron los destinos en los que, por su presencia colonial, los ingleses llevaron a cabo una actividad más vasta y prolongada como pintores via­jeros. Más de sesenta pintores ingleses estuvieron en la India entre 1769 y 1820 y muchos de ellos publicaron a su regreso sus acuarelas y dibujos. En este con­texto pictórico un puñado de damas victorianas salieron también a explorar el mundo cargadas con sus pinceles. Una de las colecciones de pinturas de viajes más famosas de la época fue el resultado del trabajo de la viajera Fanny Parks (1794-1875), que anduvo por la India entre 1822 y 1845.

No se sabe a ciencia cierta quién se enamoró antes, si Fanny Parks de la India o la India de Fanny Parks. Lo que sí se sabe es que fue uno de esos amores sólidos y duraderos. Un amor correspondido, deberíamos decir, pues compar­tieron veinticuatro años de convivencia. A poco de desembarcar en las costas de la India acompañando a su esposo, un escritor contratado por la Compañía de las Indias Orientales, Fanny Parks quedó cautivada por lo que vio. Esta viajera fumadora de cigarros que llegó a dominar el urdu y el indostaní y era una gran aficionada a tocar el sitar, vivió la India conforme al axioma de que la libertad purifica y fortalece el corazón. Habría podido vivir aquella experiencia como cualquier esposa de un funcionario colonial, sin embargo se puso en manos del escenario que la rodeaba y el resto fue cuestión de tiempo. Leer su obra ayuda a imaginar lo que debió de ser la India colonial en todo su apogeo: “Nos dijeron que allí había cerca de once mil personas en el campo, así como elefantes e innu­merables camellos, que, sumados al cuerpo de guardia del gobernador general, la artillería y la infantería, debían de formar una inmensa multitud. Se decía que la marcha de su señoría a lo largo del país le costaba al gobierno setenta mil rupias mensuales”.

Contemplar sus acuarelas equivale a realizar un viaje en el tiempo, pues entre pincelada y pincelada Fanny Parks plasmó sus gentes y costumbres, las montañas de Simla, las calles de Delhi, los encantadores de serpientes, los templos de Benarés y hasta el clavo y la canela de los mer­cados de Allahabad. Su obra conforma un calidoscopio re­bosante de historias en las que revivir las voces, sonidos, palacios y rostros que le inspiraron. El diario de cuanto vio y vivió, recogido en la obra Wandering sofa Pilgrim in Search of the Picturesque, está ilustrado con sus acuarelas y se cierra con el broche de una colección de hermosos

 

EMILY EDEN Y LOS HARENES

La compleja red de intereses económicos o la sofisticada trama de la diplomacia bri­tánica en la India fueron cuestiones pensa­das y protagonizadas por el hombre, pero hubo escenarios reservados exclusivamen­te a la mujer, como fue el caso de los hare­nes o zenanas. Las visitas a estos recintos llegaron a ser un ingrediente habitual en la agenda de las viajeras británicas, aun­que, para ser sinceros, estuvieron siempre presididas por los saludos protocolarios y la ayuda de un intérprete. Una de las que visitó con frecuencia a las princesas indias fue Emily Eden. El espectáculo de las ca­ravanas, las dunas del desierto de Thar, las ruinas palaciegas, las procesiones a orillas del río Indo…, atrajeron a un puñado de europeas, pero la aventura de recorrer el país requería no pocas dosis de arrojo y gran capacidad de adaptación. En su peregrinaje hacia las provincias del norte Emily Eden escribió:

Dentro de cada tienda estaban nuestras camas, donde también metieron nuestro equipaje y las sillas de los camellos. Al cabo de un rato vinieron para decirnos que debíamos volver a sacarlo todo y dejarlo cerca del centinela, ya que nada es­tá a salvo en las tiendas con los dacoits (bandidos de la India). La lona no dejaba de ondear y de noche hacía mucho frío. Aunque dicen que todo el mundo em­pieza odiando las tiendas pero acaba amándolas, debo confesar que me decanto más por una casa.

 

En 1837 recalaba en Calcuta esta otra viajera aficionada también al noble arte de la pintura. Escritora, novelista y pintora, difundió una nueva visión de la India. Los elementos de la escenografía en la que se desarrolla el acto protago­nizado por esta viajera no pueden ser más propios de aquel momento histórico: los intereses británicos en Asia central y Afganistán; un emisario, George Eden, hermano de Emily Eden y gobernador general de la India entre 1836 y 1842; una misión, viajar a Simla para firmar con el maharajá de turno un pacto contra los intereses de Rusia en la zona y como telón de fondo el viaje de Calcuta a Simla, con una comitiva de 15.000 personas que incluían los sirvientes y las tro­pas, además de elefantes, camellos, caballos y mulas.

En medio de aquel escenario podemos imaginar la mirada de Emily Eden, con su diario y sus pinceles, registrando cuanto veía. “Los detalles de un viaje así, pintoresco al mismo tiempo en sus espléndidas multitudes y en su bárbaro esplendor, resultaron divertidos. Se han producido muchos cambios en el modo de viajar por la India y el contraste entre las incomodidades y la grandeza des­aparecerá pronto de los trayectos para no volver a verse en toda su magnitud”, escribió ella. En su caso aquel viaje pasó de ser una mera distracción, un pretex­to pictórico, a ser el reflejo de cómo veía la India. Valles y montañas, desiertos, templos, días de pegajoso sol, aguaceros en el monzón, los paisajes alpinos del norte, mujeres vestidas con vivos colores, hombres, niños, camellos, humildes viviendas…, nada escapó a sus pinceles ni a su pluma, ni siquiera cuando hubo que censurar la política colonial inglesa: “Uno no puede evitar sentir que para nosotros, los horribles ingleses, ha sido llegar y besar el santo, comerciando con todo, sacando provecho de todo, haciendo un expolio con todo”.

A su regresó publicó la obra Up the Country y su colección de acuarelas encua­dernadas con el título Princes and People of India. Fue autora también de dos novelas, The Semi-detached House (1859) y The Semi-attached Couple (1860), consideradas un fiel retrato de la vida en la India a principios del siglo XIX. Observadora de la vida, sin duda el legado pictórico y literario de Emily Eden proyecta una luz sobre la India colonial que para muchos pasó desapercibida.

CON SED DE AVENTURAS

Nina Mazuchelli, al igual que Fanny Bullock Workman o Alexandra Da­vid-Néel, eligió el Himalaya para experimentar la belleza de las alturas. Nacida en Inglaterra en 1832, Elizabeth Sarah Mazuchelli, familiarmente conocida co­mo Nina, vivió cerca de veinte años en la India y fue la primera mujer europea que exploró las estribaciones orientales del Himalaya. En 1858 acompañó a su marido a la India, donde había sido destinado por el gobierno británico como capellán castrense. En 1869 los enviaron a Darjeeling, cerca de la frontera india con Nepal, y durante los siguientes tres años realizaron numerosos viajes por la región del Himalaya. En 1872 el matrimonio realizó una travesía de dos meses por la cordillera acompañado de ochenta sirvientes, cubriendo una distancia de casi 1.000 kilómetros. La expedición se complicó, pues cayeron enfermos a cau­sa de la altitud (llegaron a alcanzar los 6.000 metros), se perdieron y se queda­ron prácticamente sin provisiones. Sin embargo lograron sobrevivir y regresaron a Inglaterra en 1875. Nina Mazuchelli describió sus experiencias viajeras en la obra The Indian Alps and How We Crossed Them, un relato sobre sus dos años de residencia en el Himalaya publicado bajo el seudónimo A Lady Pioneer. Más adelante continuaría sus aventuras montañeras en Euro­pa y las recogería en la obra Magyar Land (1881). Murió en 1914.

ELIZA SCIDMORE, FOTÓGRAFA Y GEÓGRAFA

Escritora, fotógrafa y geógrafa, Eliza Scidmore nació en Wisconsin y ya era una experimentada viajera cuan­do llegó a la India. Había visitado en varias ocasiones Japón con el pretexto de ver a su hermano diplomático, destinado en el Lejano Oriente entre 1884 y 1929. Esta dama de instintos migratorios también se había curtido en las frías regiones de Alaska y había viajado a Java, así como a la remota China, de manera que cuan­do en 1902 recaló en la India la experiencia no le resultó tan chocante como a otras viajeras de la época. Eliza aportó en su obra Winter India una interesante perspectiva del país y del complejo entramado político que mantenía en pie los intereses británicos. A su regreso a los Estados Unidos fue la primera mujer ad­mitida como miembro en la National Geographic Society de Washington.

Incapaz de estar ociosa, siguió deambulando por diversas partes del globo; re­gresaría por ejemplo a Japón durante la guerra ruso-japonesa y continuó escri­biendo novelas y publicando artículos para diversos medios hasta que la muerte la sorprendió a los 72 años. A esta prolífica mujer se deben también los numero­sos cerezos japoneses plantados en Washington. ●

 

Pilar Tejera es creadora de www.mujeresviajeras.com y autora de “Viajeras de leyenda” (Casiopea 2011).