La expedición española en el Cuerno de África

Los exploradores ignorados de las fuentes del Nilo

En la segunda mitad del siglo XIX, la solución del secular enigma de las fuentes del Nilo constituyó una de las mayores aventuras geográficas de todos los tiempos. Para la Historia, esta gesta está asociada a nombres como Livingstone, Burton, Speke, Grant, los esposos Baker, Cameron o Stanley. Sin embargo, ninguno de estos personajes podría haber llevado a cabo sus exploraciones sin la decisiva intervención de guías y hombres de confianza generalmente ignorados como Bombay, Mabruki, Susi o Chuma. No menos clave fue la labor desempeñada por miles de porteadores, guerreros y sirvientes anónimos que formaban parte de las expediciones, sin olvidar el protagonismo de los negreros árabo-swahilis.

Por Ramón Jiménez Fraile

Bibliografía: Boletín 44 – Exploradores

Si tuviéramos que designar al mayor viajero decimonónico del África negra dudaríamos entre David Livingstone, Henry Morton Stanley u otros héroes victorianos como John Hanning Speke o Richard Burton. Sin embargo, ninguno de los exploradores europeos de la época estuvo a la altura de un tal Sidi Mubarak Bombay de quien consta recorrió en el interior de África 9.600 kilómetros. Tan descomunal distancia para aquellos tiempos es el resultado de haber participado como guía y jefe en expediciones de Burton, Speke, Grant, Stanley y Cameron.

Bombay acompañaba a Speke cuando éste llegó al Lago Victoria. Consciente de su valía, Stanley le haría jefe de caravana tras su encuentro con Livingstone. Bombay fue la primera persona que recorrió el Nilo desde el lago Victoria hasta El Cairo y que atravesó África de Este a Oeste, desde Zanzíbar hasta Angola.

Pese a sus indudables méritos, Sidi Mubarak ni siquiera tuvo derecho a un apellido propio ya que “bombay” era el apelativo genérico utilizado por los británicos para designar a los esclavos rescatados de los barcos negreros árabes y trasladados a India para ser educados en orfanatos y centros religiosos antes de ser devueltos a África.

En 1880 había unos tres mil africanos “bombay” en África del Este. El principal promotor de este fenómeno fue Sir Henry Bartle Frere, presidente de la Royal Geographical Society tras haber sido gobernador británico en Bombay. Frere se percató del provecho que los británicos podían sacar de estos individuos que habían conocido en sus propias carnesel drama de la esclavitud y que, una vez de vuelta en África, servían los intereses de Gran Bretaña. En memoria de Sir Henry Bartle Frere fue fundada Frere Town, el primer asentamiento de esclavos africanos libertos en la actual Kenya.

Nuestro “bombay” por excelencia, Sidi Mubarak Bombay, pertenecía a la tribu de los Yao (característica por llevar sus miembros los dientes afilados). Fue hecho prisionero en la actual frontera entre Tanzania y Mozambique y vendido, a cambio de unos cuantos tejidos, hacia los nueve años en el mercado de esclavos de Kilwa, cerca del lago Nyasa. El mercader indio que lo adquirió lo llevó al actual Pakistán donde aprendió el indostaní. A la muerte de su dueño se trasladó como hombre libre a Zanzíbar donde entró al servicio del sultán antes de ser contratado por Burton y Speke, de cuya expedición se convertiría por méritos propios en el principal factótum.

Speke tuvo en gran aprecio a Bombay, entre otras cosas porque era el único africano con el que podía entenderse ya que, a diferencia de Burton, no hablaba árabe ni idiomas africanos.

Los idiomas constituían para los exploradores europeos una barrera a veces tan infranqueable como los accidentes geográficos. Obligados a depender de sus guías, los intercambios con los autóctonos, las más de las veces utilizando varios idiomas cruzados, daban lugar a frecuentes malentendidos.

Un error de interpretación que traería graves consecuencias en los círculos geográficos europeos, ya que alimentó la disputa entre Burton y Speke, se refirió al sentido del río Rusizi, al norte del lago Tanganika. Con el tiempo se sabría que Speke había entendido lo contrario de lo que un traficante de esclavos árabe le dijo a Bombay respecto al sentido del curso de dicho río.

Nos equivocamos al pensar que los guías, soldados y porteadores de los exploradores europeos conocían el terreno o estaban mejor preparados por el mero hecho de ser africanos. En realidad, los únicos que tenían un buen conocimiento del interior de África y que se movían con relativa soltura por rutas que ellos mismos abrían eran los traficantes de esclavos árabo-shawilis, de cuyos servicios no pudieron prescindir los exploradores europeos.

El propio David Livinsgtone, pese a su oposición visceral a la esclavitud y su odio a los negreros, estuvo en numerosas ocasiones a merced de los traficantes de esclavos y de marfil (los primeros debían portar los colmillos de elefante) y hasta llegó a unir sus fuerzas con ellos para no comprometer sus descubrimientos geográficos. En 1867, con objeto de viajar al lago Mweru contrató los servicios de quien acabaría por convertirse en el más poderoso de los negreros árabo-swahilis, el famoso Tippu-Tip quien con el tiempo sería nombrado por Stanley gobernador de uno de las provincias del Congo de Leopoldo II.

La autobiografía que, a finales del siglo XIX, escribió Tippu-Tip en swahili con caracteres árabes (el primer texto en su género), y que fue traducida al alemán por su amigo Heinrich Brode, es una obra de enorme interés al mostrarnos a los célebres exploradores europeos de la región de los Grandes Lagos no desde la imagen idealizada construida en Occidente, sino desde el ángulo de quien fue testigo directo de su vulnerabilidad y dependencia.

Otro personaje crucial que participó de manera decisiva en las expediciones de Speke (de ahí su apodo) y que acabaría por convertirse en uno de los jefes de caravana más exitosos del África oriental fue Mabruki Speke quien, al igual que Bombay, acompañó a Livingstone en varias de sus expediciones. Su breve reseña biográfica haría palidecer a cualquiera de los llamados héroes victorianos.

Además de acompañar a Burton y Speke entre 1857 y 1859, viajó con Speke y Grant al lago Victoria de 1860 a 1863. En 1865 se unió a la expedición del barón Von der Decken en Somalia. Entre 1866 y 1870 estuvo al frente de una goleta en el Océano Índico, y de 1871 a 1872 viajó con Stanley en busca de Livingstone, a quien acompañó hasta su muerte en 1873. En 1874, Mabruki Speke guió al misionero Charles New a Usambara, antes de unirse a la expedición angloamericana de Stanley durante la que murió en la orilla sur del lago Victoria.

Entre los leales e incluso por momentos camaradas del Dr. Livingstone hay que destacar también a Abdullah Susi, liberado cuando era un niño de una caravana de esclavos por el propio Livingstone. Nacido hacia 1856, acompañó durante veinte años al doctor, lo que se considera la relación más larga entre un explorador blanco y un africano.

Susi fue uno de los porteadores de la litera en la que fue trasportado Livingstone durante su última exploración. Fue él quien grabó la estela funeraria en el árbol a cuyo pie fue enterrado el corazón de Livingstone. Pese a ser uno de los que llevó su cadáver y sus pertenencias a Zanzíbar, el cónsul británico se negó a pagarle el pasaje en barco hasta Londres por lo que no estuvo presente en el funeral del Livingstone en 1874, al que asistió un único ayudante africano de Livingstone, Jacob Wainwright, también un “bombay” capaz de hablar y escribir en swahili e inglés.

La familia de Livingstone acabó por lograr que Susi y James Chuma (otro fiel servidor del doctor que dedicó la mitad de sus 32 años de vida a ocho expediciones de europeos) viajaran al Reino Unido donde, gracias a los testimonios de estos dos africanos, se pudo reconstruir la última etapa de la vida del explorador.

De vuelta a África, Susi sería contratado por Stanley, a quien con el tiempo ayudaría en la fundación de Leopoldville, la actual Kinshasha. Entre 1883 y 1891 fue jefe de caravanas para misioneros que pretendían instalarse en el África central.

Otro personaje secundario de gran mérito fue Amoda, nacido hacia 1850 y muerto en 1876. En su corta existencia tuvo ocasión de trabajar para Livingstone y para Stanley, llegando a ser el patrón del barco desmontable “Lady Alice” que circunnavegó el lago Victoria con Stanley a bordo. Refiriéndose a los africanos que voluntariamente le acompañaron en esta y otras aventuras Stanley dijo que sus nombres“deberían escribirse con letras de oro”.

Tim Jeal comenta en su reciente libro “En busca de las fuentes del Nilo” que “fueron pocos los exploradores europeos que expresaron debidamente en sus libros algún reconocimiento por las informaciones geográficas obtenidas de los traficantes de esclavos árabo-swahili o por el papel esencial desempeñado por los africanos que los acompañaron y posibilitaron sus viajes portando las mercancías usadas para comprar comida por el camino y pagar a los jefes por permitirles el paso a través de sus territorios. Los africanos actuaban además como intérpretes, guardianes y guías. Algunos exploradores, sin embargo, sí que les dieron el crédito que se merecían. Livingstone a menudo elogió a sus hombres, a pesar de las deserciones y los robos constantes. Speke se puso de parte de sus porteadores frente a Burton en el curso de una larga disputa sobre supuestos malos tratos, y Stanley a menudo rindió tributo en sus libros a sus hombres.”

Tal vez por sus orígenes humildes, Stanley fue el explorador blanco de la era victoriana que mayor reconocimiento público hizo a sus acompañantes negros. En varias ocasiones dijo sentirse más a gusto en compañía de africanos que de sus congéneres blancos. Incluso escribió un libro (“Mydark companions and their strange stories”) acerca de sus acompañantes negros y sus tradiciones.

Como prueba de reconocimiento hacia sus más fieles colaboradores, Stanley les hizo en numerosas ocasiones fotografías y recogió cuidadosamente sus nombres y sus rasgos de personalidad más característicos. En el Museo de África de Tervuren (Bélgica) se conserva una fotografía de un grupo de africanos tomada por Stanley a la que el explorador ha asociado anotaciones como las siguientes:

 

Chowpereh, miembro de mis expediciones de 1871 a 1884.

Zaidi, salvado de los rápidos.

Sarmini, el detective del campamento.

WadiRehani, el tesorero.

Manwa Sera, capitán en jefe de la caravana.

Kirango, el primero que fue golpeado en Bumbireh.

Wadi Baraka, el humorista de Bumbireh.

Majwara, cuidó de Livingstone en su lecho de muerte.

 Testimonios como éste no sólo rinden justicia hacia el papel desempeñado por los acompañantes africanos de los exploradores, sino que son importantes para la recuperación de la memoria histórica y de la cultura de África.

Con quien Stanley no se mostró particularmente generoso en términos de reconocimiento fue con el palestino Selim que le acompañó en su primer viaje a África. Testigo del mítico encuentro con Livingstone al borde del lago Tanganika, a la vuelta a Europa Stanley optó por dejarle en Oriente Medio. De esta manera se libraba de un testigo que hubiera podido interferir en su relato. En vez de a Selim, Stanley prefirió llevar consigo a Europa al niño Kalulu, un esclavo que había liberado (¿o comprado?) y que hacía las veces de paje. Como si de un exótico espécimen se tratara, Stanley exhibió a Kalulu en los salones europeos y le llevó de vuelta a África en la expedición con la que el galés pretendía completar el trabajo de Livingstone, como así fue. Stanley tuvo que pasar el mal trago de comprobar cómo Kalulu desertó en el interior de África. Atrapado y tras el consiguiente castigo, Kalulu prosiguió la expedición en el transcurso de la cual moriría ahogado en una de las cataratas del río Congo.

El nivel de mortandad era muy elevado tanto entre los exploradores blancos como entre sus aún más desprotegidos acompañantes. “La mayoría de los exploradores –señala Tim Jeal– debían su vida a sus porteadores, que en muchos casos los salvaron más de una vez, pero suponer que esos hombres, en circunstancias distintas, hubieran arrostrado peligros equivalentes por su cuenta con el único fin de llevar a cabo descubrimientos geográficos similares es pura fantasía”.

La disposición a sacrificar su vida por meros descubrimientos geográficos era, en efecto, propia y exclusiva de los europeos que en muchas ocasiones tenían que hacerse pasar por mercaderes para poder justificar ante los africanos su presencia en tan inhóspitos lugares.

Ni siquiera el occidentalizado Sidi Mubarak Bombay fue capaz de entender el entusiasmo de un emocionado Speke cuando llegaron al lago Victoria que según Speke constituía la principal fuente del Nilo. En las cataratas Ripon, Speke pidió a Bombay que, al igual que él, se rapara la cabeza y se bañara al modo de los santones del Ganges que ambos habían tenido ocasión de observar. Un obediente se encogió de hombros y exclamó sin entender la magia del gesto: “Nos contentamos con las cosas más corrientes de la vida”.

Tampoco estaría en condiciones de comprender las alusiones que hizo Speke a Cristóbal Colón cuando Bombay y Baraka, otro de sus fieles guías, le sugirieron que esperara el desenlace de uno de tantos conflictos que tenía lugar en la región de los Grandes Lagos. Speke rechazó el consejo aludiendo a “la perseverancia y el éxito de Colón, quien, pese a la oposición de los marineros, siguió adelante y triunfó”.

La incomprensión, fuente de todo tipo de suspicacias, era también mayúscula cuando los exploradores europeos interrogaban a los jefes de tribus sobre el curso de los ríos o la localización de lagos. Los africanos les replicaban que sólo era agua y no entendían en absoluto el porqué del interés de sus extraños visitantes, a los que, lógicamente, asociaban con la brujería.

Algunos de los más notorios “dark companions” de los exploradores británicos fueron recompensados por la Royal Geographical Society con medallas e incluso con pensiones vitalicias. Menos reconocimiento recibieron los porteadores y guerreros participantes, muchos de ellos con sus familias, en las expediciones de los europeos.

Lejos de ser un fenómeno marginal, las cifras de individuos concernidos por estos desplazamientos dan una idea del impacto que provocaron en la región de los Grandes Lagos. Por ejemplo, la primera y segunda expedición de Stanley arrancaron desde Tabora, en la costa africana frente a Zanzíbar, con más de doscientos porteadores (“wapagazi” en shawili) cada una. Las expediciones de Burton, Speke y Grant también superaban el centenar de miembros.

Livingstone fue siempre partidario de desplazarse con un reducido grupo de acompañantes, lo que no fue el caso de los misioneros llamados “Padres Blancos”, cuya primera caravana de 1878 contó con 460 miembros.

En cuanto a los orígenes de los expedicionarios destaca la variedad, tanto en lo que se refiere a los exploradores como a sus acompañantes. Tomando el pequeño territorio del actual Burundi como muestra, se observa que entre 1858 y 1899 recorrieron el país nueve británicos, un estadounidense, un belga, un suizo, un austriaco, quince “Padres Blancos” franceses y holandeses, y una docena de militares alemanes. Entre los guías y escoltas de estos europeos figuraban, además de los “bombay” a los que nos hemos referido (los negros libertos formados en India), individuos procedentes de Goa (como Valentino Rodrigues y Gaeteno Andrade) y de Beluchistán (provincia de Pakistán).

En lo que se refiere al origen étnico de los porteadores que nutrieron las grandes expediciones, los expertos han podido identificar tres grupos: las poblaciones de habla swahili establecidas en la costa índica (los llamados Wamrima) que estuvieron representadas en todas las caravanas con destino a los Grandes Lagos; los Banyamwezi procedentes del sur y suroeste del lago Victoria muy apreciados por su capacidad de llevar cargas, y las tribus del entorno del lago Nyassa, como los Yao, Makua y Bangindo, objetivo habitual de los traficantes de esclavos.

Un rango particular estaba reservado para los guardias armados (“askaris” en swahili, palabra que proviene de “lashkar”, soldado en persa), reclutados no sólo entre las poblaciones indígenas, sino también entre los miles de individuos originarios de Beluchistán que integraron a mediados del siglo XIX el ejército del sultán de Zanbíbar.

Para todos ellos, la participación en expediciones de europeos constituyó una oportunidad de ascender en la escala social o de empezar una nueva vida en lugares remotos en el caso, muy frecuente, de desertar.

En cuanto a la organización de las caravanas, los exploradores europeos estaban muy lejos de poder imponer sus condiciones ya que se trataba de una actividad controlada por un puñado de árabes y mercaderes indios que supieron exprimir a fondo a los inexperimentados e incautos occidentales. Incluso los salarios de los guardias y los porteadores estaban perfectamente regulados, siendo los intermediarios los que obtenían el mayor beneficio.

Tan sólo los hombres de confianza de los exploradores que asumían las tareas de jefe de caravana (“kirongozi”) llegaban a gozar de un nivel de remuneración respetable. Sidi Mubarak Bombay recibió de Stanley con motivo de la expedición en busca de Livingstone 80 dólares al año, lo que representaba un 40% del salario de un obrero francés de la época.

Más allá de la relación mercantil que los distintos actores de la exploración del “corazón de las tinieblas” establecieron y de los descubrimientos que se llevaron a cabo, resulta de justicia sacar a relucir la labor de estos auténticos exploradores en la sombra que fueron los Bombay, Mabruki, Chuma, Susi y demás héroes ignorados.