1 de agosto de 2022
Crónica 4
En las termas de Manasaya
Tras la ascensión previa al Acotango, al día siguiente, 31 de Julio, pasé un día de descanso para reponer energías del esfuerzo realizado. Y qué mejor tregua entre montañas que relajarme en un baño termal que existe en esta región tan volcánica. Con mi nuevo amigo, Omar, nos vamos andando hacia las termas, que distan 8 Km del hostal, mientras atravesamos el imponente altiplano boliviano rodeado en toda su inmensidad por grandes volcanes. Nos encontramos con grandes rebaños de llamas y alpacas que pastan entre los arbustos del altiplano y con gran sorpresa nos topamos de frente con 3 ñandús, el avestruz americano. Alcanzamos una estancia, una pequeña agrupación de casas de adobe, donde viven los lugareños de la región, y conversamos con Cirilo, un hombre de 80 años, que nos cuenta muchas e interesantes historias de la dura vida en el altiplano. Tras dos horas de agradable paseo alcanzamos las termas de Manasaya, un lugar solitario en medio del altiplano, con unas vistas espectaculares a la pared oeste del Sajama, donde se encuentran unas aguas termales ricas en minerales, que surgen del subsuelo volcánico y alcanzan temperaturas de hasta 50ºC. Allí pasamos unas horas en remojo, disfrutando del baño reparador y de la magia del lugar y de sus gentes, pues compartimos la mañana con varios lugareños con los que conversamos agradablemente. Comimos allí mismo carne de alpaca, que justo acababan de sacrificar, y nos volvimos al hostal en transporte. Por la tarde terminamos de preparar el material, cenamos a las 18:30 y a las 20.00 ya estaba en la cama pues hoy día apenas iba a poder dormir 4 horas.
El Lunes 1 de Agosto empieza justo a las 00:00, pues hay que madrugar bastante para afrontar en el día de hoy la ascensión al bello Parinacota, de 6.319 metros de altura. En la comodidad de la habitación, cual si fuera un ritual, me voy vistiendo con las distintas prendas térmicas que serán mi protección en el salvaje y frío entorno de la montaña. Como primera capa llevo una malla y una camiseta térmica que retendrán el calor interior del cuerpo, sobre la malla llevo un pantalón de goretex cortavientos y sobre la camiseta un forro polar, todo aderezado con una chaqueta de plumas que me dará calor y unas calientes botas de alta montaña.
Afrontando una nueva cumbre, el Parinacota
En el desayuno me junto con Omar que, al igual que en el Acotango, vendrá conmigo a afrontar una nueva cumbre. A la 1:00, bajo un cielo estrellado donde diviso la constelación Cruz del Sur, equivalente a nuestra Osa Menor, salimos en el jeep con Mario, que nos lleva hasta la base del Parinacota. Atravesamos el altiplano bajo una negrura absoluta, sobre caminos de arena que progresivamente van ganando altura en las laderas inferiores de la montaña, en dirección al collado que separa el Parinacota del Pomerape, los dos bellos volcanes de más de 6.000 metros que son una de las más bellas estampas de la región. Por fin, sobre las 2:45 alcanzamos un lugar, a 5.100 metros, al lado de un refugio abandonado, donde el todoterreno no puede seguir subiendo por la gran cantidad de arena que cubre el camino. Es el punto de inicio de la ascensión; desde aquí hasta la cumbre hay 1.219 metros de desnivel.
Empezamos este nuevo desafío a las 3:00, con las linternas frontales siendo nuestro nexo de unión con el terreno. Su haz de luz nos mantiene atados al camino bajo la eterna oscuridad de la noche y nuestro campo de visión apenas son unos metros. El camino inicial discurre por un inmenso arenal donde intuimos las huellas de las personas que se han adentrado previamente en la ruta. Me siento en comunión con la montaña, y estos momentos, a pesar de la negrura de la noche y de ser incapaz de divisar el entorno, tienen una parte de magia que me hechiza irremediablemente. Se te olvidan las pocas horas de sueño y te sientes dichoso por adentrarte en un terreno desconocido, mientras vas tratando de averiguar cuál es el camino que te llevará hasta lo más alto. Así, vamos avanzando con ánimos por el arenal de ceniza volcánica, vestigio de tiempos pretéritos cuando este volcán entró en erupción. Al cabo de un rato la ruta empieza a empinarse y nos sumergimos de lleno en la inmensa pendiente de roca y arena que baja desde la cima. Menos mal que es de noche y no conseguimos divisarla en toda su inmensidad, porque si no quizás uno se plantearía si sería capaz de ascenderla. Ahora remontamos la ladera en zig-zag, que evita que el agotamiento sea mayor y facilita la subida. Omar y yo vamos a buen ritmo, paso a paso, lento, pero contante por un camino evidente que va cortando la pendiente. Somos las dos únicas personas que se han adentrado hoy en busca de los misterios de esta montaña, rumbo a su punto más alto.
Seguimos trepando por la inmensa cuesta, cuando al echar la vista atrás diviso anonadado como el horizonte se tiñe de un bello color rojizo del que emerge solitaria la inmensa mole del Sajama. El amanecer va ganando su eterna lucha a la negrura de la noche y todo alrededor brilla con intensidad. Justo a nuestras espaldas, la imponente cara sur del Pomerape nos regala su tesoro más preciado y me siento feliz cuando los primeros rayos del sol calientan nuestros cuerpos bajo un día soleado y sin apenas viento. Estamos a unos 5.700 metros y llevamos unas 3 horas y media de subida, momento que paramos un instante a reponer energías.
El siguiente tramo es el final de la parte rocosa y nos adentramos ya de lleno en terreno cubierto de nieve, a partir de unos 5.800 metros. En concreto toda la ladera de unos 500 metros de desnivel, que tenemos enfrente nuestra y que llega hasta la cima es un campo cubierto de unas formaciones de hielo y nieve denominadas penitentes, que se forman por la acción del viento y el deshielo. Es un verdadero laberinto de hielo por el que es muy difícil caminar, con penitentes de alturas de hasta medio metro, por el que tienes que avanzar a base de mucho esfuerzo.
Una cumbre que nos pone a prueba
Buscando la ruta menos costosa. Intuyo en este momento que la llegada a la cumbre va a ser muy dura y nos pondrá a prueba. A pesar de la visión nos adentramos con fuerza en el laberinto de penitentes. Es una pendiente inmensa que llega hasta la cima y que parece no tener fin. Ascender por semejante campo de penitentes es una verdadera penitencia y las hermosas vistas a nuestras espaldas del majestuoso Pomerape o del imponente Sajama dominando todo el altiplano boliviano no son suficientes para reconfortar nuestros ánimos. Es momento de saber sufrir y sobreponerse a esta infinita locura disfrazada de hielo y nieve. Los pasos se hacen más lentos y el ritmo, que antes era muy aceptable, se enlentece. Aun así ganamos metro a metro sobre estos horrorosos obstáculos que nos pone la naturaleza. El cansancio empieza a hacer mella y avanzamos ya muy lentamente, cada uno marcando su propio camino. Las horas van pasando como si fueran minutos hasta que alcanzamos los 6.200 metros. Tenemos justo enfrente de nosotros la última pendiente, que se hace eterna y parece que nunca podremos superar. En ese momento Omar me sugiere que abandonemos, que no merece la pena tanto sufrimiento. A mí en ningún momento se me pasa por la cabeza semejante tesitura y le animo a seguir hacia arriba, a no rendirse, pues nos queda poco desnivel y el tiempo es magnífico. Es en estos momentos donde la parte psicológica juega un papel muy importante en la alta montaña, pues adentrarse en el reino de las alturas no es fácil. Omar cede ante mis ánimos y “cabezonería” y continuamos hacia arriba, sabiendo sufrir y sobrepasar momentos duros. La recompensa llegará poco después, cuando como si la montaña nos permitiera hollar sus dominios, los penitentes se espacian, dejan ver el suelo volcánico por el que trepamos con menos esfuerzo y conseguimos coronar la cima del Parinacota. Estamos a 6.319 metros de altura, es la 13:00, y hemos tardado 10 horas en subir. A pesar del inmenso cansancio que recorre mi cuerpo, estoy tremendamente feliz. Me uno con Omar en un cálido abrazo y disfrutamos del entorno. El Parinacota es un volcán, y la cumbre es el punto más alto del borde del inmenso cráter que rodea toda la parte superior de la montaña. Insondables abismos caen a plomo desde el cráter, que recuerda que hace tiempo toneladas de lava surgían desde las entrañas de la tierra. Enfrente nos observa con atención el no menos bello Pomerape, ligeramente inferior al Parinacota, mientras que al otro lado del altiplano, el Sajama nos reclama para futuras aventuras. Es un momento de paz entre tanto esfuerzo, cuyo eco interno resuena en mi mente recordándome por qué me gusta ascender altas montañas.
Nada es eterno y toca descender. La más alta y salvaje cima no ha sido verdaderamente ascendida hasta que uno regresa sano y salvo a la comodidad del mundo civilizado, y esta montaña nos lo iba a demostrar. La bajada se hace larga y la zona de penitentes es igual de sufrida que en la subida. Bajamos lentos entre el horrible laberinto nevado que nos recuerda que aún la montaña nos tiene atrapados en sus dominios. No desfallecemos y seguimos descendiendo mientras el sol nos va acompañando también en su ocaso. Llegamos al final de los penitentes y Omar empieza a bajar por una zona diferente a la que subimos. Le comento que esa ladera no es por donde subimos, pero él me replica totalmente convencido que sí que es la ruta por donde ascendimos. No accede a mis replicas y sigue descendiendo por la ladera en solitario, ya sin penitentes. Viéndole bajar solo me resigno a la situación y le alcanzo, para bajar juntos hacia el collado entre el Pomerape y el Parinacota, que vemos allá abajo en la distancia. Más tarde me confesará que había sufrido alucinaciones y que estaba desorientado en ese momento. Descendemos entre laderas arenosas, haciendo camino en medio de zonas inhóspitas, orientándonos bien en el inmenso entorno, siempre con la vista del collado allá abajo. Mi miedo era que se nos hiciera de noche, pero bajamos rápido y ya atardeciendo alcanzamos el collado, justo la frontera entre Chile y Bolivia, donde nos encontramos con Mario que nos había visto descender por esa zona y había ido a nuestro encuentro. Caminamos por el collado arenoso hasta el todoterreno y regresamos ya de noche cerrada hacia el pueblo de Sajama, al que llegamos a las 21:00. El descanso, tras semejante esfuerzo, sentó de maravilla.