2-4 de agosto de 2022
Crónica 5
Las condiciones meteorológicas cambian los planes
El martes 2 de agosto estaba en mis planes dedicarlo a descansar, tras el inmenso esfuerzo realizado en el Parinacota el día anterior, y como parte del proceso de aclimatación que había planificado para intentar ascender con garantías la cumbre del Sajama. Sin embargo, los planes pueden cambiar en cuestión de segundos, el momento en que gracias a los avances tecnológicos- meteorológicos vi que el día planeado para intentar la cima, el 5 de agosto, nubes, fuertes vientos de más de 70 Km/h y temperaturas entorno a los -30ºC se adueñarían de los dominios del gigante andino. Los días posteriores serían similares, e incluso peores, con condiciones climatológicas siempre muy desfavorables. Sin embargo, por suerte, la tregua de buen tiempo sigue existiendo entre los días 2 y 4 de agosto, por lo que solo hay una opción posible de poder hacer cima con garantías en los próximos días: iniciar el ascenso al coloso boliviano el 2 de agosto para intentar la cima el 4 de agosto, un día antes al planeado.
El 2 de agosto amanece soleado y con buen tiempo. Desayuno bajo los primeros rayos de sol que alcanzan el pueblo de Sajama, a las 8:30, y preparo a lo largo de la mañana todo el material necesario para ser autosuficiente durante 3-4 días en la montaña. Para poder ascender el imponente Sajama con garantías me acompañará Mario, un guía local muy prestigioso y reconocido, que conoce la montaña como la palma de su mano, dueño del hostal donde me vengo alojando estos días y que fue mi conductor en las ascensiones previas a Acotango y Parinacota. Mi nuevo amigo colombiano, Omar, viendo la buena sintonía entre nosotros y sus excelentes experiencias montañeras en Acotango y Parinacota ha decidido unirse al desafío y ha contratado como guía a Nelson, un chico joven y experimentado. Seremos un grupo de 4personas, que funcionaremos en 2 cordadas, para intentar la cima del techo de Bolivia. Tras comer, sobre las 13:00, Mario nos acerca con el todoterreno a Omar y a mí hasta el inicio de la quebrada que se adentra hacia el campo base del Sajama. Allí dejamos todas las mochilas y equipajes, que serán luego recogidas por 2 mulas que traerá el padre de Mario, Osvaldo, para transportarlas al campo base, mientras nosotros subimos con una pequeña mochila con lo necesario. Mario y Nelson se unirán a nosotros al día siguiente en el campo base.
El bosque más alto del mundo
Iniciamos el trekking hacia la base de la montaña, sobre las 13:30, mientras vamos ascendiendo en solitario por una quebrada entre dos grandes colinas herbosas a ambos lados, por la que discurre un riachuelo y con vistas constantes al frente a la imponente cara oeste del Sajama, que va siendo cada vez más majestuosa conforme nos acercamos al campo base. En total ascenderemos 400 metros de desnivel, hasta los 4.800 metros del campo base y la ruta durará unas 2 horas. El sendero es evidente, y caminamos por terreno cubierto por arena volcánica, vestigio de tiempos impertérritos cuando el Sajama erupcionó y cubrió toda la zona de un manto de ceniza volcánica que hoy día perdura. Por suerte, a día de hoy estamos a salvo, pues el Sajama se considera un volcán extinto. La zona baja de la ruta, entre los 4.400 y los 4.600 metros, está cubierta por multitud de unos árboles denominados queñuas que conforman el bosque más alto del mundo, con árboles de troncos retorcidos que parecen a veces arbustos, más que árboles. Algunas nubes esporádicas empiezan a aparecer en el cielo, lo que hace que el caminar no sea tan caluroso.
Conforme ascendemos encontramos algún que otro esqueleto de burro o camélido circundando el camino, reflejando la dureza del ecosistema. Tras dejar atrás el bosque de queñuales, el terreno se hace progresivamente más árido, apareciendo multitud de arbustos salpicando el entorno y nos sorprendemos cuando un grupo salvaje de vicuñas se cruzan delante de nosotros, observándonos con curiosidad. Lo tomo como una buena señal de bienvenida de la naturaleza a estos dos extraños seres humanos que se adentran en los dominios salvajes del Sajama. Seguimos ascendiendo, caminando pausadamente y disfrutando del entorno dominado por el altivo titán andino, que gobierna con esplendor la región, y hacia el que nos dirigimos atraídos como si de un enorme imán se tratase. Ya cerca del campo base nos alcanza Osvaldo, el padre de Mario, campesino de la región y que viene con 2 mulas que cargan con las mochilas y material que utilizaremos para ascender el Sajama.
Ante el dios andino, el Tata Sajama
Arribamos por fin, sobre las 15:30, al campo base del Sajama, a 4.800 metros. El entorno es superlativo. Sobre nosotros se alza una inmensa pared de roca, hielo y nieve de alrededor de 1.700 metros de altura, que nos recuerda lo pequeños que somos ante la inmensidad de la naturaleza. La pared oeste del Sajama es un muro de proporciones ciclópeas que hipnotiza a quien lo observa y del que me cuesta retirar la mirada. Al observarlo en detalle parece como si alguna fuerza sobrehumana hubiera tratado de arrancarle el corazón a la montaña de un enorme zarpazo que ha dejado en evidencia una gigantesca cicatriz que se dibuja en el centro de la pared, con monumentales abismos verticales rocosos donde apenas se sostiene la nieve que cubre la parte superior del volcán. Sin embargo, siento que ese “dios” andino no logró su objetivo y el corazón de la montaña late con fuerza. Me siento feliz ante su presencia y deseo con todas las ganas del mundo adentrarme en sus pendientes nevadas, trepar por sus aristas rocosas, escalar las partes más empinadas y llorar de alegría desde su cabeza plateada. Pero no adelantemos acontecimientos, pues los caprichos del destino pueden ser inexorables.
No podemos caer rendidos eternamente a los encantos del Tata Sajama, como lo llaman los aimaras, y debemos ponernos manos a la obra. Descargamos las mochilas y material de las mulas, y montamos la tienda de montaña en un terreno llano, cercano a una ladera y a una estructura de piedra a modo de corral con altos muros, que protegen del viento y que hace las labores de lugar de reunión y donde se puede cocinar de una forma más cómoda. Cerca también tenemos un pequeño manantial de aguas cristalinas de donde podemos tomar agua, y que es el nacimiento del riachuelo que discurre por toda la quebrada por la que hemos subido. Al cabo de un tiempo Osvaldo se marcha y nos quedamos solos en el campo base. Por la tarde organizamos las mochilas y el material que hemos traído, labores normales en un campo base, y descansamos. El sol va cayendo y empieza a hacer frío. Nos abrigamos con los imprescindibles plumas e iniciamos las tareas de cocina necesarias para reponer energías. La sopa de espárragos y unos espaguetis con tomate nos sientan de maravilla.
Situación de peligro para los compañeros argentinos
La noche cae cerrada, mientras un manto de estrellas cubre el cielo. De repente, antes de irnos a dormir, vemos dos luces en la arista del Sajama, muy arriba, espaciadas varios cientos de metros. Al principio pensábamos que eran estrellas, pero enseguida confirmamos que son luces de frontales. A estas horas de la noche alguien está tratando de descender de la cima de la montaña. Es muy tarde y la situación denota peligro. En el momento caemos en la cuenta que deben de ser el grupo de argentinos con los que coincidimos días atrás en el hostal. Con impotencia y resignación observamos el drama que se debe estar viviendo allá arriba, con temperaturas extremas y cuerpos muy cercanos al límite. Esperemos que no suceda una desdicha.
El miércoles 3 de agosto, sobre las 8:30, el sol emerge de detrás de la arista noroeste del Sajama. El sol marca los ritmos y hasta que no aparece y calienta el entorno no nos atrevemos a salir de la tienda, pues el frío atenaza los movimientos. Además, he pasado una noche muy mala y apenas he dormido nada. Al mirar a la arista del Sajama no divisamos ninguna luz ni movimiento de personas. Nos preguntamos con preocupación qué habrá sido de los argentinos. Ha amanecido un buen día, desayunamos sin prisas, nos ponemos a preparar las mochilas para la ascensión de hoy al Campo 1 o Campo Alto, a 5.700 metros y recogemos la tienda, que nos subiremos también al siguiente campamento. Yo subiré con una mochila de expedición cargada hasta arriba que me pesa unos 20-25 Kg, pues no concibo subir de otra manera que llevando mi propio material, mientras que Omar contratará a un porteador para que suba su mochila grande y el subirá con una mochila más pequeña, con lo imprescindible para la jornada. Con todo ya preparado esperamos a que lleguen Mario y Nelson, que nos habían comentado que llegarían sobre las 10:00, pero la espera se hace eterna, con mil elucubraciones sobre su tardanza que nos llenan de nervios, hasta que por fin aparecen sobre las 11:30, tan campantes. Les preguntamos que por qué llegan tan tarde, pero nos comentan que nos dijeron que llegarían sobre las 11:30 porque hoy no había excesiva prisa en ascender. Prefiero no discutir y nos terminamos de preparar para ascender.
Cabalgando los filos de la montaña
Sobre las 11:45 iniciamos la ruta de hoy. Atravesamos la inmensa llanura del campo base en dirección hacia el noroeste, hacia la izquierda de la pared que observamos de frente. Al poco tiempo empiezan las constantes cuestas que serán parte inseparable del día de hoy. La primera ladera, bastante arenosa, la solventamos de forma fácil por un sendero evidente que sube en amplios zig- zag, conforme vamos ganando altura de forma considerable. Posteriormente atravesamos una zona de la montaña con mucha roca, ascendiendo de forma progresiva directamente y por buen camino. Paramos al cabo de unas 2 horas en una pequeña zona llana, entre grandes rocas, para reponer energías, sobre los 5.100 metros. Yo, debido al gran peso que llevo, voy el último del grupo detrás de Mario, Nelson y Omar, pero a pesar de la gran carga que soporto me encuentro con fuerza. Retomamos la ascensión y el sendero va ascendiendo poco a poco por la ladera hasta alcanzar la arista noroeste, momento en el cual cabalgamos literalmente entre el filo de las caras norte y oeste de la montaña, yendo a hombros del gigante andino por un camino menos evidente y con mucha roca suelta. A partir de aquí la ascensión se hará mucho más dura. Al echar la vista arriba vemos aún bastante lejos dos grandes moles de roca que cuelgan de la parte superior de la montaña y que parece que van a caerse encima de nosotros en cualquier momento. El Campo 1 aún no se divisa, pero se encuentra en la parte superior-izquierda de la inmensa pared flotante que vemos a nuestra izquierda. Seguimos ascendiendo. Es momento de ir metro a metro, de fijarse solamente en lo que tienes delante y no mirar hacia arriba y ver lo que falta, porque podrías desesperarte.
Así, metódicamente, paso a paso, metro a metro, voy elaborando un ritmo de ascensión en el que me siento cómodo, a pesar de que mi amiga la mochila me recuerda constantemente lo “pesada” que es. Mario, Nelson y Omar van unos metros por delante de mí, cuando al rato llega el porteador, que me adelanta, alcanza a los 3 compañeros y los sobrepasa, cual si fuera un escalador en el Tour de Francia que demarra y deja a todos atrás en busca de la etapa. Es increíble la fortaleza que tienen estas personas, que trabajan porteando material para multitud de expediciones y para los cuales la montaña es su verdadero campo de juegos.
Pequeños ante la inmensidad
La última parte de la ascensión es horrible y se me hace muy pesada. Alcanzamos las 2 grandes paredes verticales que cuelgan de la arista, y nos hacemos pequeños ante la inmensidad de las mismas. Hay que ir con cuidado de que no nos caiga alguna piedra desde arriba, que nos haría añicos al instante. Me quedo rezagado del grupo, mientras seguimos avanzando por un terreno muy poco consistente. El sendero apenas se adivina, y vamos dando un paso adelante y dos atrás, debido a la gran cantidad de piedras sueltas que cubren la pendiente. Los bastones se hacen imprescindibles en este terreno para darnos estabilidad y apoyo a la hora de remontar estas empinadas laderas. En un momento determinado dejo de ver al resto del grupo y me encuentro solo en medio de esta enorme vertiente de la montaña. Me despisto del camino y me adentro en medio de la pendiente, por donde intuyo un sendero, que resulta ser una de las innumerables trochas de bajada, con mucha piedra suelta. Con desesperación trato de ascender como medianamente puedo, sumergido entre miles de piedras sueltas que impiden que uno pueda caminar cómodamente entre este mar de piedras. A mi derecha se alza vertical la gran pared, y a mi izquierda diviso una arista rocosa con nieve. Viendo el panorama me encamino hacia la zona con nieve, donde intuyo que será más fácil progresar. Alcanzo fácilmente la arista nevada, que atravieso sin problemas, y encuentro por fin un pequeño camino que asciende por una arista rocosa. Justo en ese momento me encuentro con Mario que había bajado a ver cómo iba. Juntos subimos los últimos metros hasta alcanzar un pequeño y aéreo collado a 5.700 metros, donde se sitúa el Campo 1, que alberga algunas zonas más o menos llanas donde se pueden colocar varias tiendas. Cuando alcanzo el campamento, sobre las 17:15, el resto de compañeros ya han montado las 2 tiendas que llevamos, en una de ellas dormiremos Omar y yo y en otra Mario y Nelson. A pesar del contratiempo final no me encuentro excesivamente cansado. He ascendido los 900 metros de desnivel del día de hoy en 5 horas y 30 minutos, que no está nada mal teniendo en cuenta el mochilón que cargaba a mis espaldas. En el Campo 1 nos encontramos con los argentinos que nos cuentan que se les hizo muy tarde tras la ascensión al Sajama, estaban muy cansados y tuvieron que vivaquear a 6.100 metros, bajo un intenso frío. Por suerte hoy bajaron sanos y salvos hasta el Campo 1 y no ha habido que lamentar ningún mal mayor. De hecho nos los encontramos recogiendo las tiendas y preparándose para bajar al campo base.
La tarde la pasamos descansando en la tienda, comiendo y bebiendo para reponer energías y preparando la mochila para la jornada de ascensión. Nos vamos lo más pronto que podemos a dormir al saco, pues mañana nos levantaremos a las 00:00, en el día señalado para intentar ascender la cima del Sajama.
Es noche cerrada y suena el despertador a las 00:00 del 4 de agosto. En el reducido espacio de la tienda nos vamos vistiendo lentamente con las distintas capas de prendas térmicas y preparando la mochila. Calentamos agua con el hornillo, nos preparamos un reconfortante mate de coca, y desayunamos cereales con yogur, en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Es un momento medio sagrado, en el que mentalmente pones en una balanza tus dudas y tus miedos, junto con tu garra, empuje y pasión, tratando de averiguar quién pesará más. Obviamente la balanza siempre cae del lado de la determinación, pero a veces tepre guntas por qué no te dedicas a otra actividad con menos sacrificio. Está claro que si fuera ese el caso no seríamos los mismos, porque al fin y al cabo los montañeros o alpinistas ansiamos sin remedio la búsqueda de la libertad y felicidad que nos otorgan las altas cumbres.
Los altos dominios sempiternos del gigante andino
El viento golpea con fuerza la lona de las tiendas, como recordatorio de que no debemos demorarnos más tiempo. Vestidos con nuestro traje de luces particular salimos a la intemperie, al regazo de la montaña. Nos terminamos de colocar el arnés, que será fundamental durante la ascensión para ir seguro y encordado en las partes más peligrosas de la ruta y sobre la 01:45 iniciamos finalmente nuestra aventura vertical, en busca de nuestros sueños. Somos las únicas 4 personas que se adentrarán hoy en los altos dominios sempiternos del gigante andino. Hace frío, pero el movimiento nos hará pronto entrar en calor. Remontamos la ladera que se eleva por encima del Campo 1, por un sendero de arena y roca bastante evidente. Vamos concentrados, como en trance, a buen ritmo, sin prisa, pero sin pausa. Como en todas las ascensiones nocturnas, la luz de la linterna frontal es nuestro nexo de unión con la realidad del terreno, quien nos guía en medio de la oscuridad, nuestra brújula en este inmenso laberinto de arena, rocas, hielo y nieve. Por suerte, la luna está medio llena y su luz también colabora en iluminar el terreno. La ruta sigue por un sencillo sendero de arena y roca durante varios cientos de metros hasta que alcanzamos el borde del glaciar, sobre los 5.900 metros. Paramos a descansar un poco y reponer energías y aprovechamos para dejar los bastones, sacar el piolet, ponernos los crampones, el casco y encordarnos. Nos vamos a adentrar en el glaciar del Sajama y las dificultades empiezan a partir de este momento. Hay que ir muy concentrado para afrontar con las mejores garantías los obstáculos que nos encontraremos. El crujido de los crampones al rasgar la superficie de la nieve es música para mis oídos. Con semejante sinfonía asciendo ligero sobre las primeras pendientes nevadas de la montaña. Ascendemos en 2 cordadas, Mario y yo por un lado y Omar y Nelson por otro. Vamos cercanos y ascendemos con buen ritmo en medio de la noche estrellada. Los primeros coletazos del viento se clavan en nuestros cuerpos y el perene frío ya no nos abandonará en toda la ascensión. Al poco rato afrontamos una de las partes más técnicas y peligrosas de la ascensión, pues la pendiente nevada se inclina cada vez más hasta encontrarnos con un corredor o canaleta bastante empinada que debemos escalar con precaución. Un resbalón podría acabar con nosotros varios miles de metros por debajo, tras el precipicio situado al final de dicho tobogán congelado. No podemos permitirnos ningún error, no es momento de pensar en desdichados futuros alternativos, y hay que concentrarse en ascender de forma segura, clavando el piolet y los crampones sobre la superficie helada y ascender de forma metódica: clavar el piolet, avanzar primero un paso y luego el otro, y así sucesivamente. La huella dejada previamente por otros montañeros facilita la ascensión. Así, poco a poco, vamos escalando la gran pendiente que tendrá unos 100 metros verticales hasta llegar a su parte más alta, donde descansamos en una pequeña repisa rocosa. A continuación, debemos solventar una sección de altas rocas que hay que escalar para encaramarnos a una arista nevada. Con soltura trepamos encaramados al vacío agarrándonos con firmeza a las peñas, mientras la oscuridad de la noche nos impide que seamos plenamente conscientes de los enormes abismos que cuelgan sobre nuestros pies. Lo positivo de la situación es que debemos ir concentrados simplemente en escalar, sin dejarnos vencer por el miedo al vértigo. De esta forma alcanzamos una afilada arista nevada por la que seguimos avanzando con precaución, siempre hacia arriba. El constante viento sigue siendo nuestro compañero infatigable de aventuras, y poco a poco va azotando con fuerza y mermando nuestras fuerzas. Cada vez estamos más altos, sobre los 6.100 metros, pero aún es noche cerrada. Son alrededor de las 5:00 cuando alcanzamos otra de las secciones que más tememos, sobre todo tras la desagradable experiencia en el Parinacota: los dichosos penitentes. Nos adentramos en un bosque de formaciones de hielo y nieve de más de metro y medio de altura por el que se hace verdaderamente horroroso caminar.
¿Abandonar?
Vamos ascendiendo a media ladera, en diagonal, mientras nos ayudamos con el piolet para ir rompiendo la parte superior de los penitentes y facilitar el avance entre semejante laberinto de hielo. Nuestra penitencia la vamos cumpliendo con creces en esta peregrinación en busca de nuestro particular santo grial. A pesar de todo, vamos abriéndonos paso entre la tupida maraña de columnas congeladas hasta que como por arte de magia desaparecen y nos encontramos con una empinada ladera nevada, lisa, sin relieve, donde intuimos la antecima del Sajama al final de la misma. Estamos sobre los 6.250 metros y apenas nos quedan 300 metros para llegar a la cumbre. Justo empieza a amanecer y el frío se hace cada vez más intenso. El ritmo se enlentece y avanzamos paso a paso, mientras el sempiterno viento nos azota cada vez con más fuerza. Gracias a mi chaqueta de plumas de expedición y el buen material térmico que llevo no sufro de excesivo frío, pero el resto de compañeros están ateridos de frío y empiezan a sufrir las inclemencias de las bajas temperaturas. Estaremos fácilmente a -20ºC. Por momentos se pasea entre mis compañeros la posibilidad de abandonar y regresar a la comodidad de las tiendas, pero es solo un soplo ligero e instantáneo que se larga veloz con el viento. Somos personas irreductibles y seguimos ascendiendo. El ascenso por la infinita pendiente lo vamos realizando en zig-zags y se hace eterno. Parece que nunca vamos a llegar arriba y voy bastante cansado. Por suerte el sol empieza a asomar por el filo de la pendiente y su calor nos da nuevas energías. A nuestras espaldas el espectáculo es sublime, con la sombra del Sajama dibujándose con nitidez sobre el inmenso altiplano boliviano.
Paso a paso, metro a metro, nuestros pies nos van llevando a lo más alto hasta que coronamos la infinita pendiente por la que llevamos deambulando como almas en pena durante bastante tiempo. Desde este punto aún nos quedan varios cientos de metros en horizontal hasta alcanzar el punto más alto. Mis ojos empiezan a inundarse de lágrimas porque sé que todo el esfuerzo ha merecido la pena y ya nada impedirá que mis pies hollen el techo de Bolivia. Junto con Mario doy los últimos pasos sobre una inmensa superficie llana, mientras divisamos una pequeña elevación del terreno donde nos aguardan Omar y Nelson desde hace unos 10 minutos. Unos últimos pasos, bajo un constante viento que incomoda el avance, y llegamos a la cima del Sajama, de 6.542 metros. Son las 9:00 y he tardado 7 horas en ascender los casi 850 metros de desnivel. Me siento inmensamente feliz de haber podido ascender la montaña más alta de Bolivia, un escalón más en el nuevo proyecto “Cimas de América”, mediante el cual quiero recorrer mi continente favorito divisando su grandeza desde la cima más alta de cada uno de sus países.
Me abrazo con mis compañeros de cordada y me acuerdo de todas las personas que han estado a mi lado apoyándome incondicionalmente, como toda mi familia y amigos, que me han ido dando ánimos durante todo el devenir de la expedición, que han ido siguiendo a través de las crónicas que iba enviando. Un pedacito de todos mis familiares y amigos yace hoy día en la cima del Sajama. En la cima hace mucho frío, y a pesar de ser un día soleado rachas de viento de 40 Km/h cortan el ambiente dejando una sensación térmica de más de -20ºC.
No nos podemos entretener mucho pues corremos riesgo de congelarnos. Aun así, disfrutamos de las esplendorosas vistas que se divisan desde la inmensa llanura que es la cima del Sajama.
Contemplamos el Acotango, el Parinacota y Pomerape, y el resto de volcanes que rodean la región, así como el colosal altiplano andino boliviano que rodea a todas estas montañas de la cordillera occidental de los Andes. Me siento un majestuoso cóndor oteando el bello paisaje desde lo más alto. Desde la cima del Sajama he cumplido un nuevo sueño, un nuevo objetivo que demuestra que con planificación, paciencia, prudencia, pasión y perseverancia se puede conseguir hacer realidad todo aquello que te propongas. Las montañas son meras excusas para conocer tus límites, para enfrentarte a tus miedos, para lidiar con el fracaso o convivir con el éxito. Desde sus altas cumbres me siento libre y dichoso y siempre anhelo el volver a su regazo.
Sin embargo, nada es eterno y toca descender de la cumbre. La bajada se hizo larga, pero conseguimos deshacer el camino de subida sin problemas aparentes, penitentes aparte, hasta llegar a la seguridad del Campo 1, donde decidimos quedarnos a dormir para descender al día siguiente al pueblo de Sajama. Bajo el estrellado cielo, nuestros ojos se cierran recordando con un dulce sabor de boca la cumbre ascendida.