Preparando el amazonas
En agosto, el Capitán LópezChicheri y su esposa recorrieron la Amazonía ecuatoriana y peruana, atravesando los Andes desde Quito a Lima, para preparar parte de su proyecto Ruta de Orellana – Amazonas 2000. ésta es su Crónica del viaje a Ecuador.
Un giro repentino y un descenso brusco nos despertó de nuestro letargo tras casi 30 horas de viaje. El puerto de Guayaquil se encontraba a pocas millas por el este, unos “banana boats” fondeados en la bocana del Canal del Morro y la ciudad al fondo entre la calima anunciaban el inminente aterrizaje.
Guayaquil fue fundada por Sebastián de Benalcázar en 1531, siendo Francisco de Orellana quien definitivamente la estableció al pie del cerro de Santa Ana; de ella fue Gobernador y, en nombre de Su Majestad el Emperador Carlos V, la pobló y conquistó. Destruida por los indios Huancavilas en 1541 y reconstruida por Diego de Urbina -un antepasado míotuvo que hacer frente a lo largo de su historia a graves infortunios: piratas, epidemias y pavorosos incendios, como el que la asoló en 1898. Está situada en la margen derecha del Río Guayas y es el puerto más importante de Ecuador, de aspecto cosmopolita y con algunos edificios notables como la Catedral y el palacio de la Gobernación.
Para mí Guayaquil significaba sobre todo el lugar donde iniciaron sus viajes a través del Océano Pacífico aquellos locos y románticos navegantes con sus aparentemente endebles balsas, siendo el más notable de todos el cántabro Vital Alsar, allá por 1966, y que en sus tres expediciones navegó mas de 40.000 kilómetros, equivalente a más de una vuelta al mundo por el ecuador. La balsa es un medio cómodo y seguro de navegar en la mar y también en los grandes ríos. Quería ver la técnica de construcción para ver si era posible construir una en la cabecera del Río Napo. Los astilleros de rivera tienen buenos artesanos y pude obtener valiosa información sobre balsas construidas para diversas expediciones a lo largo de varias décadas, una de ellas muy reciente para un equipo expedicionario norteamericano. Estoy convencido que si el presupuesto lo permite una balsa acompañada por dos canoas hechas de un tronco vaciado sería la forma ideal de descender el Río Amazonas. En precario se podría hacer en una canoa de cedro o balsa hecha a mano por los indígenas del Napo y que según me dijeron sólo cuesta 200 dólares.
Despegamos de Guayaquil con rumbo a Quito sobrevolando el astillero Atarazanas donde se construyó el primer galeón en América. En poco tiempo avistamos Quito, pegada a un cráter de nubes en el centro de colosales montañas que le caen encima y por fin rendida a los pies del volcán Pichincha, que hace unos días despertó a los pacíficos quiteños escupiendo piedras y lava.
Antes de aterrizar nos aconsejan andar calmosos, voz baja y respiración pausada. El mal de altura o soroche produce en algunos mareos y cansancio a pesar de que la ciudad sólo se encuentra a 2860 metros de altitud, el típico mate de coca que te ofrecen al llegar ayuda a combatirlo.
La fundación de Quito data de antes de la conquista española. En 1534 fue la fundación colonial por Sebastián de Benalcázar (más tarde condenado al cadalso pero no ejecutado). Es una bella ciudad con muchos ejemplos de la arquitectura colonial de los siglos XVI y XVII, destacando por su belleza las plazas de San Francisco y Santo Domingo, así como las iglesias del Sagrario y La Compañía. En las plazas y estrechas calles se congregan una multitud de vendedores ambulantes, gentes que deambulan sin rumbo fijo, cuenta cuentos, predicadores y mendigos.
Al atardecer subí al barrio de Guapulo donde vivió Francisco de Orellana, una estatua del descubridor donada por la Junta Extremeña conmemora su gesta, alguien con intención le despojó de su espada. Desde este lugar se contempla una bella panorámica de Quito.
La tierra de Ecuador es quebradiza, frecuentemente se producen sacudidas y la tierra cede. Cuando la lluvia raja las montañas, se desmoronan. ¡Y qué decir del clima en Quito!. En un día se producen las cuatro estaciones: temprano por la mañana, frío; mediodía, primavera o verano; tarde, lluvia y refrescando; noche fría y triste. La indumentaria es un verdadero problema, y si se está fuera todo el día hay que ir bien pertrechado.
Al día siguiente me levante temprano para hacer las visitas protocolarias y entregar los presentes que el Alcalde de La Coruña me dio para Autoridades y Rectores de las Universidades, ser español tiene sus ventajas: me recibieron sin hacerme esperar y con gran amabilidad. Este mismo protocolo se llevó a cabo en Lima y Cuzco. Espero que esta semilla sirva para un futuro hermanamiento de La Coruña con estas ciudades Andinas. El Alcalde de La Coruña quiere unirse a la expedición en la ciudad de Manaus (Brasil) y hermanar ambas ciudades.
El segundo día en Quito lo dediqué a preparar mi viaje al Oriente (Amazonía), siguiendo la ruta de Orellana. Nada mejor para ello que hablar con Simón Bustamante Cárdenas y su hijo Juan Simón, expertos “orientólogos” que han realizado varias veces esta ruta y la navegación del Napo y Amazonas. Esta familia es propietaria y operadora de cuatro hosterías o paradores que se localizan a lo largo de la Ruta de Orellana: en Pifo, pie de monte de la Cordillera Real, a 35 km. de Quito, están “Las Cuevas de álvaro”. Desde aquí partió el Raid ciclístico Quito-Caracas-Manaus; entre Papallacta y Baeza, descenso de la Cordillera, está “Guano Lodge”, un punto de apoyo para el turismo de la naturaleza; en Cosanga, en el Valle de Quijos, antesala del encuentro y separación de los grandes capitanes están las “Cabañas de San Isidro Labrador”, aquí acampó la expedición del Explorers Club Of New York, en 1992, conmemorativa de los 450 años de la epopeya; en San Sebastián del Coca está ubicado el último punto de la cadena, “El Cañón de los Monos”, desde donde se abre la navegación amazónica. Esta familia ha tenido la gentileza de ofrecernos su ayuda y patrocinio, especialmente en lo relativo al asesoramiento y diseño de la mejor opción para el viaje terrestre entre Quito y Puerto Francisco de Orellana (Coca): tienen gran experiencia por haber organizado expediciones similares. Me indicaron que al ser junio el mes de mayores precipitaciones en la Región Amazónica Ecuatoriana, los altos caudales del bajo Napo y Amazonas favorecen la navegación, sin embargo los derrumbes en los taludes de las carreteras y la crecida de los ríos que descienden de los Andes restringen la posibilidad de ciertos recorridos a pie y a caballo. Ponen a nuestra disposición el alojamiento, sin coste, en sus hosterías, para todo el equipo expedicionario, sin incluir la alimentación y movilización que dependen de terceros.
El comienzo del viaje terrestre no pudo ser peor ya que me robaron casi todo el equipo fotográfico en la estación de autobuses. Unos segundos de descuido bastaron a unos expertos malandrines para amargarme el día, no podría fotografiar los Bufeos (delfines de agua dulce) de la laguna del Cuyabeno, me consuelo pensando que aún conservo mi querida y anciana Nikon.
Con todos estos consejos iniciamos el cruce de la Cordillera Real o Central de los Andes, un evento muy característico: la tramontamos a una altura de alrededor de 4000 metros sobre el nivel del mar, pasando de la vertiente del Pacífico a la del Atlántico, entrando inmediatamente a la Región Amazónica y cruzando por el puerto de montaña de Guamaní Viejo. Esto lo hicieron Pizarro y Orellana y lo siguen haciendo expedicionarios de muchos lugares del mundo.
Una parte de esta ruta histórica la hicimos a caballo, por un camino de herradura que aun se utiliza, empleando unas 6 horas desde el campamento en la hostería de pie de monte “Las Cuevas de álvaro” hasta un lugar llamado El Tambo, cerca de Papallacta. Allí nos esperaba un todoterreno. Una vez en el Valle de Quijos acampamos en las cabañas de San Isidro Labrador, situadas en Cosanga, desde allí efectuamos varios reconocimientos histórico-geográficos, y una incursión a pie sobre el río Borja, que nos permitieron medir la magnitud de la hazaña del gran vanguardista Díaz de Pineda, y luego del gobernador de Quito Gonzalo de Pizarro, completada por Orellana, Capitán General de Guayaquil.
Seguimos por la carretera de San Rafael donde pudimos contemplar una bella cascada que cae desde 70 metros, desviándonos hasta alcanzar el volcán del Reventador de 3562 metros de altura, siguiendo hasta la parroquia Gonzalo Pizarro y a pie y en acémilas hasta la zona del río Dashino, alcanzando la desembocadura en el río Coca con el auxilio de canoas para acampar más tarde en el parador del Cañón de los Monos, situado 20 kilómetros. antes de la desembocadura en el Napo. En época de fuertes crecidas, los raudales del río Coca impiden o dificultan peligrosamente la navegación.
Después de un merecido descanso nos dirigimos a la ciudad petrolera de Nueva Loja (Lago Agrio), departamento de Sucumbios, una destartalada ciudad de no más de 20 años de vida pero con una gran actividad. Aquí pasamos la noche antes de dirigirnos a la Reserva Faunística Cuyabeno en plena Amazonía. Por la mañana temprano cargamos las mochilas en el todo terreno y cogimos una carretera bacheada hecha por las compañías petroleras en plena selva, corre paralela al Río Aguarico, nombre que le viene por sus yacimientos de oro lavado por las aguas, también significa atardecer en Huaorani. Pasamos por el territorio de la comunidad Cofanes, Paz y Bien y por fin Tarapoa donde embarcamos con nuestro guía “Diablo”, un indio Siona, en una canoa hecha de un tronco de cedro vaciado con un motor fueraborda. A toda velocidad navegamos por riachuelos estrechos bajo una maraña de selva tupida solo practicable con pequeñas canoas. En algunas cabeceras el cauce se cierra completamente con hierba y maleza. Estos ríos son ricos en pescado y sus orillas están moderadamente pobladas por Quichuas Napos, Cofanes, Shuaras y Sionas así como algunos colonos mestizos. Por los restos arqueológicos hallados es evidente que hubo en este lugar asentamientos humanos importantes ya en el siglo XII. Todos estos ríos son hábitat de caimanes, anacondas y pirañas.
Javier López-Chicheri