El Pacífico, en español

Hace ya cinco siglos del primer avistamiento del Pacífico por Vasco Núñez de Balboa y han pasado más de cien años desde que los españoles perdieron sus últimos territorios en aquel océano al que ellos mismos habían bautizado con el castellano nombre de “Pacífico”. En 1898 se perdieron las islas Filipinas, y un año más tarde las Marianas, las Palau y las Carolinas: eran los últimos vestigios de aquel imperio en el que no se ponía el sol. Pero el Pacífico es todavía hoy un océano lleno de huellas españolas en forma de topónimos que recuerdan el paso de nave-gantes, misioneros y soñadores hispanos por el llamado Lago español.

 

HUELLAS ESPAÑOLAS EN LOS MARES DEL SUR

“En el principio fue el océano”. Así podría comenzar este paseo por la herencia española en el Pacífico a través de algunos de los topónimos que han conseguido perdurar más que la propia presencia hispana. El océano que contempló Vasco Núñez de Balboa en 1513 fue llamado en un primer momento “Mar del sur”, pero el nombre con el que finalmente sería conocido hasta nuestros tiempos se lo puso el navegante Fernando de Magallanes durante su viaje alrededor del mundo aproximadamente en el año 1520. Tras conseguir que sus naves atravesaran las turbulentas aguas del estrecho hoy conocido como de Magallanes (él lo llamó de Todos los Santos), encontró un mar tranquilo al que dio el nombre de “Pacífico”

El otro gran topónimo de origen hispano que ha perdurado hasta nuestros días es el del gran continente del Pacífico: Australia. Su nombre tiene una doble etimología: por un lado deriva del latín “Australis” que quiere decir “tierra del sur” y enlaza con las leyendas medievales de una Terra Australis incógnita que se suponía que tenía que existir en algún lugar del mundo. Por otra parte, Pedro Fernández de Quirós descubrió una isla en el archipiélago de las Nuevas Hébridas (actual Vanuatu) a la que bautizó como Austrialia del Espíritu Santo, uniendo las palabras Austral (sur) y Austria, la dinastía que entonces reinaba en España. Así, simplificado como Australia, se conocerían desde entonces las tierras al sur de Nueva Guinea.

LAS ISLAS DE “MIRA CÓMO VAS”

También encontramos curiosos topónimos castellanos en uno de los archipiélagos de la Micronesia, las islas Carolinas, que formaron parte de nuestro imperio oceánico hasta 1899 en que fueron vendidas a Alemania por el llamado Tratado Germano-Español. Las islas fueron descubiertas por Toribio Alonso de Salazar en el viaje por el océano en el que murió Elcano en 1526, avistando la isla de Taongui, conocida como San Bartolomé o de Gaspar Rico. En 1528 el descubridor Álvaro de Saavedra tomó posesión para la Corona española de la isla de Uluti o de los Reyes, en el actual archipiélago de las Marshall, conocida algún tiempo después como islas de los Garbanzos. El archipiélago fue recibiendo diversos nombres (islas de los Corales, del Rey, de los Jardines, Santo Tomé), e incluso durante algún tiempo como Nuevas Filipinas, o nombres tan curiosos como Mira cómo Vas, pa-ra el atolón Minto, hasta que Francisco de Lezcano las llamó Carolinas, en honor del rey Carlos II de España en 1686, incluyendo en el nombre a las islas Palaos y a las que después serían rebautizadas como islas Gilbert e islas Marshall por los exploradores ingleses del mismo nombre que las visitaron (las primeras en 1788 y en 1799 las segundas). Actualmente las islas Carolinas integran dos países independientes: los Estados Federados de Micronesia y la República de Palaos. En las Carolinas apenas quedan recuerdos de España, más allá de lo anecdótico, como un pueblo en la isla de Yap llamado Madrich. La influencia más duradera ha sido la religión a través de la presencia permanente de misioneros.

 

NOMBRES Y RECUERDOS EN LA POLINESIA FRANCESA

En la actual Polinesia Francesa también podemos rastrear huellas españolas, aunque poco queda más allá de algún nombre y del recuerdo histórico. Fue Ma-gallanes el primer europeo que se supone que llegó a este archipiélago en 1521, concretamente a las Tuamotu, una de las cinco divisiones administrativas de ese territorio, francés ultramarino en la actualidad. A la primera isla que poblaron la llamaron La Conversión de San Pablo pero los franceses de Bougainville cambia-ron el nombre por El Arpa y más tarde el británico Cook por Isla del Arco. Los españoles dieron hermosos nombres a otras islas polinesias: isla Decena por ser la décima isla hallada, Luna Puesta, Peregrina, y Sagitaria, entre otras. También dieron nombre a La Fugitiva, presumiblemente en el archipiélago de la Sociedad. En 1595 el español Álvaro de Mendaña descubrió y bautizó el archipiélago de las Marquesas («Islas Marquesas de Mendoza» en honor al virrey de Perú, García Hur-tado de Mendoza, marqués de Cañete) y en 1606 el portugués Pedro Fernández de Quirós llegó a las Tuamotu. Después vendrían los holandeses, británicos y france-ses, y de los españoles apenas quedó otra cosa que algún topónimo suelto que final-mente se ha perdido al recuperar los lugares sus originales nombres en polinesio.

 

LAS ISLAS SALOMÓN Y MÁS

Donde sí que quedan algunos topónimos originales es en las Islas Salomón (convertidas ahora en país independiente bajo el nombre de Solomon Islands), en la Melanesia. El nombre hace referencia a las míticas minas del rey Salomón, donde supuestamente guardaba los cargamentos que llegaban de Ofir. Los españoles suponían que era de estas islas de donde llegaban las riquezas hasta Perú, a unas ochocientas leguas de distancia, y por ello pusieron especial empeño en encontrar las islas míticas del rey bíblico. Mendaña, junto con Pedro Sarmiento de Gam-boa como piloto, se embarcó en una expedición para encontrarlas en el inmenso océano Pacífico y ciertamente llegó a unas islas (son un total de 990), a las que los españoles fueron poniendo nombres muy variopintos: Florecida, Sesarga, Guadalcanal, Buenavista, San Jorge; San Nicolás; Ramos; Galera, Florida, San Dimas, San Germán, Guadalupe, Arrecifes, San Marcos, Treguada, Tres Marías, Santia-go, San Urbán, San Cristóbal, Santa Catalina, San Jerónimo y Santa Ana. Más al sur, la expedición arribó al archipiélago de Santa Cruz, en cuya isla principal se fundó la primera población española en la bahía denominada Graciosa, refundada once años después por Pedro Fernández de Quirós. De aquellos nombres, muchos han sido sustituidos por otros en inglés o en la lengua local, pero quedan algunos de claro sabor hispano, como Guadalcanal donde la calle principal de su capital (Honiara) se llama Mendaña Avenue, en honor del primer europeo que llegó hasta aquí. O como la isla de Isabel, bautizada así en honor de la esposa de Álvaro de Mendaña, la primera mujer almirante de la historia de España. Es la isla menos visitada por los turistas y por tanto una de las más auténtica.

 

FELIS CUMPLEAÑOS EN LAS ISLAS DE LOS LADRONES

El Pacífico, ya se ha dicho, está salpicado de multitud de nombres (islas, localidades, bahías…) de origen español, más o menos conservados. Como las islas Marianas, que fueron siempre conocidas por el sobrenombre de Islas de los Ladrones, un archipiélago situado al este de Filipinas y al sur de Japón. Su isla más meridional es Guam, donde Magallanes desembarcó en 1521 y tomó posesión del archipiélago con el nombre de Islas de los Ladrones, que se mantuvo hasta que en 1668 España las reclamó, y se estableció en ellas una misión jesuítica que llegó a conseguir la conversión del cacique de aquellas islas. A partir de entonces se las conoce como Marianas, en honor a Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. La presencia española (oficial) acabó en 1899 cuando el presidente del Consejo de Ministros Francisco Silvela se las vendió a Alemania por 25 millones de pesetas. Quienes se animen a viajar a las Marianas podrán escuchar con asombro en sus calles frases como “Buena suette, amigo” (que significa exactamente eso: “buena suerte, amigo”), o “Felis cumpleaños”, “Buenas noches”, “Buenas tàdes”, “adios” o “Felis Nabidat yan Añu Nuebu” (Feliz Navidad y Año Nuevo). También cuentan como nosotros (o casi): “Unu, dos, tres, kuåtro, sinko, sais, siete, ocho, nuebi, dies…” Y es que los españoles dejaron en estas islas sobre todo el idioma, el chamorro, que se continua hablando sobre todo en las Marianas del Norte (Estado Libre Asociado a Estados Unidos), con un gran porcentaje de sus palabras directamente prestadas del español. El chamorro no es un criollo del español porque, aunque un cincuenta por ciento de las palabras proceden de nuestro idioma, la estructura proviene del micronesio. Una curiosidad: el chamorro es uno de los pocos idiomas del mundo, junto con el castellano, que contiene en su alfabeto la letra “ñ”. Se calcula que hay aproximadamente unos 50.000 hablantes de chamorro dispersos en Guam, Saipán, Tinián, Rota, Yap, Ponapé y otras partes de Estados Unidos.

En el remoto archipiélago de Vanuatu (las antiguas Nuevas Hébridas, a unos 1.750 km al este de Australia y 500 km al noreste de Nueva Caledonia), también encontramos rastros españoles. Fue aquí, en la isla del Espíritu Santo, don-de el navegante Pedro Fernández de Quirós llegó en 1606 y creyó haber llegado a la Terra Australis. Por ello la llamó Terra Austrailia del Espíritu Santo y fundó una colonia, Nueva Jerusalén, en la bahía de San Felipe y Santiago, en cuyo puerto de Veracruz (homónimo del mexicano del Caribe) había desembarcado. Entre los nombres de esta época designados por Quirós figuran Virgen María, Los Portales de Belén o Las Lágrimas de San Pedro.

 

ESPAÑOLES EN PAPÚA

Y seguimos por aquellos remotos mares en busca de huellas españolas. En las costas de Papúa encontramos el recuerdo de las expediciones de Saavedra, Grijalva y Alvarado e Íñigo Ortiz de Retes que llegaron a las costas de Papúa inmediatamente después de los portugueses, que las habían explorado desde sus enclaves en el Índico. Los españoles iban buscando las islas de las especias, el Maluco, las actuales islas Molucas, pero dieron con una tierra de hombres blancos y barbudos (los papúes) que dieron nombre a las primeras islas descu-biertas: Barbuda y Gente Blanca. Aquellas islas pronto se conocieron como las islas de los Papúas o los Crespos, por el pelo rizado de sus indígenas, hasta que en 1545, Ortiz de Retes tomó posesión de aquellas tierras y las llamó Nueva Guinea («La gente es tan atezada como la de Guinea y bien dispuesta”, expli-caba en sus cartas). Los primeros nombres españoles como Urays la Grande, la Ballena (Koeroedoe), Barbada, Salida, Mala Gente- se perdieron para siempre. Otros, como Los Volcanes o el grupo de la Magdalena acabaron cambiando a nombres antosajones o alemanes, como las islas Bismarck, entre las que está el archipiélago de las Schouten, en el que figuraba una isla conocida como la Sevi-llana, junto a la Gallega, los Mártires o los Volcanes.

 

PARECE VELA

Quizá el nombre más curioso que los españoles dieron a los territorios insulares que iban descubriendo en sus viajes por los Mares del Sur sea el del islote Parece Vela, así llamado por su parecido con una vela latina vista desde el aire. Probablemente así la vio un vigía desde la cofia del palo mayor de la flota de Legazpi en 1565. Pa-rece Vela hoy es la isla más meridional de Japón y se llama Okinotorishima, que en japonés significa «isla remota de los pájaros». En la actualidad, la isla está en disputa con China por unas previsibles reservas de hidrocarburos en el subsuelo.

También hay rastros españoles en los actuales Kiribati (antiguas Islas Gilbert) y Tuvalu (antes Islas Erice). Tarawa, la isla capital de Kiribati, fue asentamiento español pero no guarda el nombre original. La primera isla que tocó la expedición de Mendaña en su primer viaje explorador tras salir del Callao fue un grupo de islotes del archipiélago de las Ellice (Tuvalu) al que llamó Nombre de Jesús. Otras veces, los nombres eran menos imaginativos y elevados: a una de las islas Gilbert la llamaron Pescado y a otra, Decimocuarta, quizá cansados de buscar nombres para tantas islas.

 

LA COSTA PACÍFICA DEL CONTINENTE AMERICANO

Aún nos quedaría por hablar de muchas otras presencias hispanas en el Pacífico que requerirían un reportaje por sí mismos, como los numerosos topónimos que pueblan las costas del Pacífico de los Estados Unidos y de Canadá (desde Bodega Bay en California, en honor de su descubridor, el español Bodega y Quadra) hasta una curiosa Córdova en las costas de Alaska. El listado de los nombres de origen español sólo en Alaska incluye más de 90 topónimos: la bahía de Torres, la bahía de Quevedo, Blanquizal Island, Cabo de las Lomas, Bocas de Almirante, Ensenada de Torres, Cabo Suspiro, Point Miraballes, Point Providencia, Sombrero Island, Tranquil Point, o Ulloa Channel, entre tantos otros. Son el recuerdo de la esforzada búsqueda del Paso del Noroeste por los marinos españoles, y de su intento de parar la expansión rusa por esta costa, que les llevó hasta Alaska, salpicando a su paso de nombres españoles toda la costa americana del Pacífico Norte.

 

Y, POR ÚLTIMO, LAS FILIPINAS

Por supuesto, habría que evaluar qué queda de España en Filipinas (su nombre proviene de Felipe, el rey de Espa-ña cuando Legazpi las descubrió), pero esto sí que merecería un estudio más detenido, no en vano fueron cuatro los siglos de presencia permanente de los españoles en la que fuera nuestra gran colonia del Pa-cífico. Dado lo excesivo del intento, tan sólo cabe señalar el mantenimien-to del español tanto en la lengua criolla, el chabacano, como en el tagalo donde hay más de 8.000 palabras directamente heredadas del castellano. Y constatar que los topónimos hispanos en Filipinas son infinitos, muchos de ellos ligados a la religión católica, que sí que ha perdurado como herencia hispana. Estos topónimos, junto con el resto de los que salpican el mapa del Pacífico, son el tímido testimonio de que hubo un tiempo, hace ya muchos siglos, en que los españoles soñaron con convertir aquel pacífico océano que habían descubierto desde América, en un “lago español”.

 

 

ISLAS ESPAÑOLAS OLVIDADAS

¿Queda algo de aquel imperio español donde nunca se ponía el sol? Pues aunque parezca increíble, nos quedan cuatro islas en las que nunca se perdió (oficialmente) la soberanía española.

El problema es que son tan solo cuatro islas insignificantes y remotas en la Micronesia: Guedes, Coroa, Pescadores y Ocea.

Como suele pasar, todo se debe a un olvido, explicable dado el tamaño de las islas en cuestión y su nulo interés económico o estratégico. En 1899, España liquidó los restos de su imperio de ultramar vendiendo a los alemanes las últimas posiciones en Oceanía: Carolinas, Marianas y Palaos. Pero nadie se acordó de mencionar estos cuatro atolones, ni en el tratado hispano-estadounidense, firmado en París el 10 de diciembre de 1898, ni en el Tratado germano-español firmado en Madrid el 30 de junio de 1899, en el que se cedieron definitivamente al Imperio alemán los archipiélagos de Carolinas, Palaos y Marianas, excepto la isla de Guam.

Los cuatro islotes quedaron olvidados hasta que en 1948 el historiador Emilio Pastor encontró unos documentos que acreditaban que Guedes, Coroa, Pescadores y Ocea seguían perteneciendo a España. Era la llamada “Micronesia Española”, pero ni siquiera el gobierno de Franco, tan interesado por entonces en recuperar el recuerdo del gran ”imperio donde no se ponía el sol”, mostró interés por el asunto. Así pues, en teoría, estas islas deshabitadas y alejadas de las rutas marítimas siguen siento territorio español. En la realidad, Guedes está administrado por el estado de Indonesia bajo el nombre de Mapia, mientras que Pescadores (Kapingamarangi) y las otras han sido repobladas por pequeñas comunidades de pescadores y pertenecen a los Estados Federados de Micronesia.

Además de las islas principales, quedan en el Pacífico decenas de escollos y atolones coralinos que un día fueron españoles y que hoy no son de nadie. Son “islas Perejil” pero demasiado distantes para que nadie reclame su soberanía.