Primera travesía
Hace poco más de un año, José Mijares y Hilo Moreno, regresaron a España después de atravesar el Campo de Hielo Norte (CHN). Este es el resumen de su viaje:
La historia de esta travesía se cuajó mucho tiempo antes y en un escenario de lo más surrealista: el bar de Hielo de Cabo Norte. Ahí nos conocimos; José, propietario del negocio junto a Gloria, su novia y yo, trabajando como guía. Enseguida conectamos, y en ese ambiente tan adecuado nos planteamos atravesar uno de los pocos campos de hielo prácticamente vírgenes y desconocidos que existen en la Tierra: el Hielo Continental Norte o Campo de hielo Norte. Un año después ( 15 de noviembre de 2007) estábamos aterrizando en Balmaceda (sur de Chile) con más de ochenta kilos de equipaje por persona y una idea muy clara en la cabeza, la travesía longitudinal norte-sur a este campo de hielo.
El viaje que habíamos diseñado pretendía acceder al hielo por la entrada más septentrional conocida: La Laguna de San Rafael y descender atravesando toda la superficie helada hasta el glaciar Steffen, límite meridional del campo de hielo. Son muy pocas la expediciones que han logrado sus objetivos en esta remota zona. Esta travesía había sido realizada únicamente por cinco expediciones y ninguna de ellas española. Gracias a la ayuda de andinistas chilenos contamos con la ayuda de fotografías satelitales pues los mapas actuales, como si se tratase de antiguas cartas náuticas, manchan este lugar con una pincelada blanca y la leyenda: Sin Visión Estereoscópica.
Enseguida nos dimos cuenta de los motivos por los cuales es tan difícil realizar cualquier hazaña en el CHN que, fundamentalmente, se reducen a dos: El clima y los accesos. El primero de ellos es el típico patagónico, es decir, un infierno. Vientos muy fuertes que pueden desesperar al más templado y lluvia casi constante que, en el momento de detenerse, lo hace para convertirse en nieve. Las nubes bajas en forma de white out (donde las dimensiones se confunden y todo lo que se ve es blanco) hicieron el resto. En cuanto a la aproximación contábamos con la experiencia de José, pues el año anterior había recorrido la zona. Un barco mercante reconvertido para turistas nos desembarcaría en Laguna San Rafael tras día y medio de viaje. Desde ahí tendríamos aproximadamente ocho días según nuestros cálculos, para portear todo el material hasta lo alto del plató, a partir de ahí, esquiaríamos en dirección sur. De la salida del glaciar poco sabíamos. Algo nos habían hablado de unos colonos y de una radio que ellos tienen con la que se puede avisar a un barco para que venga a buscarnos…
Acatamos las condiciones del CHN con humildad y respeto, calados y entumecidos día tras día y con una media de avance a veces ridícula. Aún así lográbamos ir restando siempre algunos kilómetros a nuestro recorrido. Hubo días que logramos recorrer quince kilómetros y otros no más de uno y medio, pero siempre acercándonos más al fin del hielo. La presencia de grietas fue una constante a lo largo de toda la travesía y todo ello con visibilidad nula. Todas las mañanas el acto de encender el hornillo de gasolina para secar nuestras ropas y derretir nieve para desayunar era una bendición que apenas duraba unos minutos. Luego salíamos a trabajar: Desmontar el campamento, cargar la pulka y tirar de ella todas las horas que fuese posible, así día tras día.
En los pocos momentos que las nubes se retiraban el paisaje resultaba sobrecogedor. Nuestro camino de hielo apenas surcado por el hombre y flanqueado por murallas de granito oscuro apenas apreciables en la lontananza, se extendía en dirección Sur hacia un horizonte de hielo. Así transcurrieron los veinticinco días de recorrido por el hielo hasta el punto en que abandonamos el glaciar y, como barco que toca tierra después de una travesía, abandonamos los esquís y caminamos paralelos a la rimaya con rumbo poco definido, era el 13 de diciembre de 2007. Nuestro viaje no había concluido y aún deberíamos llegar a algún lugar civilizado.
Dos días después divisamos una columna de humo elevarse hacia las nubes en mitad del bosque. El lugar coincidía con las coordenadas donde se supone viven los colonos. Cargados como mulas y caminando con nuestras botas plásticas de Telemark entre el fango y los arboles nos presentamos frente a la humilde cabaña. Fuimos recibidos como se recibe a dos marcianos en la selva, pero con hospitalidad y cariño. Aquellas dos personas entrañables nos alimentaron y tras un día de descanso emprendimos en su compañía el camino hacia el lugar donde un barco nos recogería y llevaría de vuelta al núcleo habitado más cercano: Caleta Tortel, un pequeño pueblo de trescientos habitantes situado al borde de la Carretera Austral.