Avanzamos sobre la serpiente azabache que desgarra el estéril desierto que nos rodea. Ruta caravanera durante siglos, las mercancías siguen fluyendo por este desierto pero los camellos de antaño se han transformado en rugientes mastodontes de acero y caucho rodando sobre esta eterna ruta comercial.
Intentamos llegar a la fortaleza Al Ukhaidir, cerca de la frontera con Arabia Saudita. Un control militar de nuevo nos corta en seco el avance para comprobar nuestra documentación y qué intenciones tenemos. Es muy difícil entenderse con ellos, solo hablan árabe, nos dicen de esperar. Viene un joven suboficial que habla algo de inglés y la comunicación ya se hace fluida. Es muy sonriente, amable y muy entusiasta. Nos explica que habla inglés porque estuvo con las tropas americanas. Nos comunica con pesar que no podemos seguir avanzando, que las malas relaciones con Arabia Saudita hace que todas las fronteras con ese país estén cerradas a los extranjeros. Le explicamos que no vamos a Arabia Saudita, que sólo queremos alcanzar la fortaleza Al Ukhaidir y regresar por este mismo camino.
Al Ukhaidir, centinela del desierto iraquí.
Al Ukhaidir, guerrero por fuera.
Al Ukhaidir, palaciego por dentro.
Habla con su superior y acceden a que hagamos la ida y vuelta a la fortaleza pero… tenemos que llevar escolta. El joven suboficial se ofrece voluntario al instante, aduciendo que al ser el único que habla inglés era el más idóneo para esa misión de escolta. Al oficial le pareció muy correcto y… ¡ya teníamos un estupendo compañero de viaje!
Con una conversación muy animada alcanzamos Al Ukhaidir, fortaleza del s. VIII donde se retiró un sobrino del califa abasí para apartarse de la corrosiva vida política a este remoto puesto militar caravanero.
Babilonia: guerrera, cultural y artística.
Al Ukhaidir palaciego, un fascinante laberinto de salas.
Al Ukhaidir guerrero, erigido para ser invencible
La fortaleza es imponente y formaba parte de un entramado de baluartes estratégicos como parada y refugio de viajeros y caravanas.
Los muros de piedra calcárea, con sus soberbias torres circulares acogían en su interior un palacio de tres pisos con su propia mezquita. La arqueóloga británica Gertrude Bell sentía fascinación por Oriente Medio y a principios del s. XX aprendió árabe, se subió a un camello, y se dedicó a su pasión: la arqueología. Realizó, entre otras muchas importantes excavaciones, la de esta solitaria fortaleza en medio del desierto. La intrépida Gertrude fue una de las responsables de sentar las bases del museo de Bagdad y del futuro de Irak junto a Lawrence de Arabia y Winston Churchill.
¿Cómo no íbamos a intentar visitarlo? Como niños, imaginando mil aventuras, subimos y bajamos por las torres, correteamos por los pasillos solitarios y bordeamos todo el perímetro de este imponente vestigio arqueológico del pasado.
Poderosa y sofisticada.
Un recuerdo inolvidable del Irak califal.