A BORDO DEL POUR QUOI PAS?
“¿De dónde viene, pues, la extraña atracción por estas regiones polares, tan potente, tan tenaz, que después de haber vuelto, se olvidan las fatigas morales y físicas para no soñar más que en volver a ellas?”.
Jean-Baptiste Charcot
Miguel Gutiérrez Garitano
Miguel Gutiérrez Fraile
Jean-Baptiste Charcot fue el más entrañable y quijotesco chalado de entre todos los que emprendieron la exploración polar. Cada fibra de su ser mostraba una imparable pulsión soñadora entreverada con una inquietud de índole casi clínica. El nombre con el que bautizó a varios de sus barcos, Porquoi Pas?, ¿Por qué no? encierra la esencia del espíritu humano, empeñado en romper todas las barreras del universo. Charcot no era un buscador más de fortuna y gloria, sino que representaba la propia esencia de la aventura, entendida esta como concepción poética.
En realidad, su carácter no sorprende tanto cuando se constata que todo en su vida fue desmesura y excepción. Se crió en un hogar – sito en la Avenida del Gallo, junto a la estación de Saint-Lazare, en París-, donde la presencia de personajes famosos era algo casi cotidiano. Vecinos y habituales de este inmueble fueron, sin ir más lejos, Buloz, fundador de la Revista de los dos mundos y Pailleron, autor de comedias como Mundo que deseamos. El padre de familia era Jean-Martin Charcot, un brillantísimo neurólogo, profesor –entre otros- de Sigmund Freud, que modernizó el estudio de las enfermedades mentales y hoy está considerado como uno de los precursores de la Psicopatología. Cuando nació su hijo, el médico contaba con 42 años. Este momento coincidió grosso modo con el advenimiento del pater familias en celebridad científica mundial. Fue catedrático de Neuropatología, miembro de la Academia de Medicina y la Academia de Ciencias, escritor de éxito gracias a obras como Demonios en el arte, etc. Leyendas de la vida cultural como Gambetta, Daudet y Bambille eran habituales de las tertulias que se organizaban periódicamente en su casa. Progenitor y vástago se profesaban un cariño profundo; fue Jean-Martin quien marcó el espíritu viajero del futuro explorador cuando, en parte por trabajo, en parte por placer, le llevó a recorrer mundo; juntos visitaron Gales, Irlanda, Inglaterra, Islandia, Rusia, España, Marruecos, etc., y empeñaban los veranos en la casa de campo que la familia tenía en Neuilly (donde había nacido Jean-Baptiste el 15 de julio 1867), donde les esperaban la madre y la hermana, que detestaban viajar; preferían pasar el tiempo cuidando de una auténtica corte de animales, que, además de los típicos bichos de una granja, incluía dos monos.
Charcot padre se esmeró de veras en que su hijo tuviera una educación de élite. Con esa intención lo matriculó en la Escuela Alsaciana, situada en las cercanías de Luxemburgo, centro de nuevo cuño donde se probaban las últimas tendencias en educación. Rodeado de la flor y nata francesa (con compañeros de la talla de André Gide y André Chevrilon) el joven Charcot vivió su juventud, destacando en los deportes y con resultados más bien modestos en las disciplinas científicas. A finales de la década de 1880, Jean Baptiste le confía a su padre su deseo inamovible de ser marino, lo que provoca una brecha entre padre e hijo; tomando la decisión de Charcot hijo como un capricho pasajero, el padre le obligó a estudiar Medicina, aunque prometió que, “una vez tuviera el título, hicieras lo que le viniera en gana”.
Jean-Martin Charcot falleció debido a un edema pulmonar en 1893, dos años antes de ver a su hijo convertido en médico. Para Jean-Baptiste el deceso supuso un cambio de rumbo. Hasta entonces había vivido la vida de su padre y no la suya. En un primer momento parece conducirse como un médico más y termina una tesis doctoral sobre la poliomielitis. Se convierte en jefe de clínica del hospicio de París y se emplea en el Instituto Pasteur donde colabora en diversas investigaciones en torno al cáncer. No obstante, estas ocupaciones no son más que cortinas de humo. Su corazón latía exclusivamente para el océano. En sus ratos de asueto su mente se enredaba entre las olas, y volaba en compañía de las gaviotas. El mismo año en que murió su padre adquirió su primer gran barco, un velero de 19,50 m. de eslora al que bautizó como Porquoi Pass?. Fue por entonces cuando empezaron las fugas; cada vacación la utilizaba para embarcarse rumbo norte, siempre hacia las brumas septentrionales que para él simbolizaban la quintaesencia de todos los misterios. Recorre en estos días la costa inglesa y holandesa, llega a las islas Feroe, y se inscribe en numerosas regatas, cada vez más largas y penosas.
La primera expedición al Ártico, la lleva a cabo Charcot a la isla de Jan Mayen, -que, a la sazón, era poco conocida en Europa-, a bordo de su nueva goleta: la Rose Marine, de 214 toneladas. Desde 1896, Charcot estaba casado con la nieta de Víctor Hugo, Jeanne Hugo, cuyo padre era Ministro de Marina. Gracias a ello consigue un contrato de la institución para estudiar la isla ártica, informar sobre la vida en los puestos balleneros, además de fraguar un estudio sobre el cáncer en aquellas latitudes. Por ironías de la vida el viaje le supone al médico francés el distanciamiento de su mujer. A pesar de todos los sinsabores, no obstante, el viaje satisface todas sus aspiraciones; al regreso, tiene ocasión, incluso, de conocer Islandia. Después de atracar en el puerto de Akureyri, en compañía del Cónsul de Francia, Doctor Belami, recorre la isla a lomos de pony. Asciende volcanes, visita geyseres, recorre landas, barrancos, morrenas… Su espíritu se anega de esencias nórdicas; Islandia le cautiva, seduce su alma con toda la pureza virgen de sus paisajes. Para entonces Charcot ya había completado su metamorfosis. De médico había pasado a explorador. El científico había abandonado el laboratorio para soñar la realidad, y hacer realidad los sueños.
La época heroica de las exploraciones antárticas
Al inicio de su carrera Charcot solo tenía ojos para las tierras árticas. Sin embargo, esta circunstancia estaba a punto de cambiar, mediatizada por los nuevos vientos, que apuntaban a la Antártida. Al cuarto de siglo que va desde 1895 hasta 1920 se le conoce como “la época heroica de las exploraciones antárticas”; fue el momento de la carrera por conquistar el Polo sur. Nunca antes se dieron gestas tan desgarradoramente humanas, ni se arrostraron sufrimientos semejantes. Fue la era de los Scott, Amundsen, Mawson, Shackleton, Bruce…Y Charcot, porque el médico marino no pudo evitar la tentación de meter a su país en la carrera por la exploración del Sexto continente.
La Antártida se puso de moda en Europa gracias a la expedición belga de 1897-99, comandada por Adrien de Gerlache (en la que participó Frederick Cook como médico). La partida, que viajaba a bordo del buque Bélgica consiguió varios objetivos astronómicos. Además de lograr la mayor aproximación al Polo Sur facturada hasta la fecha, la primera expedición en invernar en el hielo antártico, a lo que se vieron abocados cuando el barco quedó atrapado en el mar de Bellingshausen. A pesar de que cometieron errores de bulto que casi les cuestan la vida, los belgas hicieron valer su viaje como un auténtico éxito científico y geográfico. Lo cierto es que la gesta hizo soñar a miles de occidentales con el infierno blanco del sur.
Tras el viaje del Bélgica se produjo una auténtica carrera por la conquista del Polo Sur. Hacia allí marcharon cuatro expediciones: Scott en el Discovery, Von Drigalsky en el Gauss, Bruce en el Escocia y Otto Nordenskjöld a bordo del Antartic. Este último, que integraba la expedición sueca a las órdenes de Larsen, quedó atrapado en la isla de Cerro Nevado. Larsen, que había marchado a las Malvinas para explorarlas, perdió todo contacto con él, y, cuando intentaba regresar a recoger a su subordinado su barco quedó atrapado. Durante los meses siguientes, no se supo nada sobre Nordenskjóld ni de sus hombres. Así que Europa se convirtió en un hervidero de posibles rescatadores, que, más que traer de vuelta al sueco lo que querían era hacerse un nombre y, convertirse en los primeros en explorar la Antártida y llegar al Polo.
La desaparición de Otto Nordenskjöld supuso un hito en la vida de Charcot. En aquel entonces acababa de construirse un nuevo barco en Saint-Malo: el Français, un moderno y resistente clíper, pensado para rutas polares, de 30 metros de eslora y un peso de 250 toneladas. En cuanto tuvo noticias de la suerte del explorador sueco se puso a organizar una expedición de rescate. Lo que más le costó fue conseguir el dinero necesario. Después de mucho mendigar al Gobierno y diferentes sociedades científicas, todavía estaba muy alejado de los 150.000 francos necesarios. Al final, se hará con ellos gracias a un anuncio en la prensa, una estrategia que también utilizará con éxito Ernest Shackelton. Después su ocupó de la tripulación. Fichó al ingeniero Plenau, el teniente de navío Matha, el alférez de navío Rey, además del guía alpino Dayné.
En un principio iba a compartir el mando con el comandante De Gerlache, protagonista de la hazaña del Bélgica, pero, por razones desconocidas, en última instancia, el belga cambió de opinión y dejó el barco cuando este recaló en Sudamérica. Cuando el buque estaba atracado en Buenos Aires Charcot recibe una noticia que va a cambiar el rumbo de la misión: Nordenskjöld ha sido rescatado por un barco de la Armada argentina. Este hecho, en principio, suponía la suspensión de la expedición francesa; no obstante, su comandante tenía la intención de explorar la costa antártica y llevar a cabo estudios científicos y oceanográficos; para ello embarcó en Argentina a tres nuevos tripulantes: el naturalista Tourquet, el geólogo Gourdon y el marinero Rallier du Baty. El 23 de diciembre de 1903, el Français zarpa rumbo a lo desconocido, hacia el blanco infinito del los hielos eternos.
El plan de Charcot era seguir la ruta belga y certificar aquellos descubrimientos sobre los que todavía pendían dudas, además de reconocer las costas nunca holladas. En marzo, después de reconocer las islas Shetland del Sur, y los archipiélagos de Palmer y Wiencke, el barco recala en la isla Wendel, en una bahía a la que bautizan como Port-Charcot. En este lugar, límite alcanzado por los belgas y cercano a donde se refugió Nordenskjöld, los franceses se disponen a hibernar; construyen barracones, casetas para los perros y caminos, y empiezan el verdadero trabajo científico; los meses que siguen recogen rocas y huevos de pingüino, hacen mapas, facturan estudios climáticos, médicos, etc.
Lo más duro son las excursiones que emprenden en canoa a islas cercanas (isla de Lund), sufriendo temperaturas de hasta 50 º bajo cero. Con todo, pasan el invierno sin demasiados problemas. Solamente Matha ha sufrido problemas de salud, pero en apenas un mes se repone. Además, consiguen reparar el motor del Français, que no para de darles problemas. La única muerte que tienen que lamentar es la de Toby, el cerdo mascota de la expedición, que antes de expirar ha tenido el honor de convertirse en el primer cochino en protagonizar un excursión terrestre por la Antártida.
A pesar de todo, los hombres pasan una navidad apacible, y festejan frente un árbol de cartón construido al efecto, mientras se regalan un banquete a base de pudding y champán. Al fin, el 4 de enero zarpan rumbo norte –dejando en Port-Charcot víveres, útiles y una canoa-, y es entonces cuando adviene un accidente que a punto está de costarles la vida. El 15 de enero, a la vista de la Tierra de Alejandro I, el barco choca contra una roca; el casco se abre en canal y el agua helada entra a raudales. Durante 24 días los hombres luchan desesperadamente en condiciones inhumanas para mantener a flote el Français. Y lo consiguen: el 5 de marzo el navío hace su entrada en la Patagonia en un estado tal que Charcot no duda en venderlo a la Armada Argentina (que lo rebautiza como Austral). Pero la hazaña se ha conseguido. El médico tiene en su poder datos, mapas y estudios de importancia capital. Cuando, al filo del verano, regresa a París, ya es un héroe nacional por mérito propio. Ya lo había avisado a la muerte de su padre, cuando escribió: “He sido el hijo de papá, pero no seré un hijo de papá”. Con estas palabras declaraba su intención de buscar su propio camino alejado de la medicina y del patronazgo de los amigos de su padre. Por fin atravesaba sus propios horizontes. Vivió su propio idilio polar y volvía enamorado de la devastación helada, los pingüinos y los icebergs, a los que comparó con restos flotantes que aparecen como ruinas de una ciudad maravillosa.
Tras su regreso del Polo, Charcot no volvió a ser el mismo hombre. El mar que le cobijaba en sus sueños adoptó el color que detentan las viejas historias. A partir de entonces era mucho más que un ser humano. Se erigió en el rey de los soñadores y motivo de los sueños de otros. Y, al mismo tiempo, quedó atrapado en su propia leyenda para nunca más regresar. Se volvió a casar, esta vez con Meg Clery, la hija de un famoso abogado. Esta vez la novia venía avisada y, como premisa para el desposorio, la joven debió prometer que nunca se interpondría entre el marino y sus viajes.
El 18 de julio de 1908 se produce la botadura del nuevo Porquoi pas? en Saint Malo. La nave –un tres palos de 40 metros de eslora- es de una robustez nunca vista, lo que resulta perfecto de cara al trabajo para el que ha sido diseñada: combatir al hielo. El Quijote de los mares ya tenía su Rocinante. Los franceses navegaban en su imaginación a bordo de aquel navío de formas redondeadas y aquel extraño capitán, moreno como un zíngaro vagabundo que no tenía más objetivo que la ruta en sí misma.
Y así llegó el momento del segundo viaje antártico de Charcot, que dio comienzo el 15 de agosto. Con Gourdon como único tripulante de la expedición anterior y los alféreces de navío Bongrain, Rouch y Godfroy a los mandos de la nave esta enfila hacia lo desconocido, previa parada en Argentina, donde se baja Meg Clery, que había acompañado a su esposo el primer tercio del viaje. Cuando la chica se pierde en tierra firme el deber cae como una losa sobre los hombres, que ya solo piensan en enfrentarse a los hielos perpetuos y la oscuridad eterna propia de la Antártida.
Acorde a lo planeado, el Porquoi pas? reedita la ruta que siguiera el Français. Pasa por el estrecho de Gerlache, la isla de Wienke, Port Lockroy, la isla Wendel y Port Charcot. Después arriba a la isla de Lund, ya en el límite de lo explorado en el viaje anterior. En una pequeña ensenada, a la que apelan como Port Circoncision, el barco se refugia de aquellas aguas dentadas de icebergs. A partir de este punto da comienzo la verdadera expedición, y los hombres empiezan a arrostrar riesgos ciertos y considerables. Charcot, Gourdon y Godfroy emprenden una excursión al pico Tuxen –punto más alto de la isla de Lund- y a punto están de perecer de frío al quedar la barca atrapada en el hielo durante el regreso. A los dos días el barco choca con un arrecife. La tremenda robustez del casco salva la situación, pero la avería es seria y la reparación completa es imposible sin un puerto equipado. Con todo, los expedicionarios exploran cientos de kilómetros de costas desconocidas. Tienen el honor de cartografiar y nombrar la Tierra de Loubet, la Tierra Fallieres, la bahía de Margarita y la isla de Jenny, antes de regresar a Lund a pasar el invierno.
Los meses de oscuridad sobrevienen con dureza inusitada. Las dos bibliotecas del barco, llenas de obras clásicas de autores franceses –Víctor Hugo, Dumas, Verne…- cobran un enorme protagonismo, lo mismo que los tres laboratorios que se ordenan de proa a popa y donde los científicos de la expedición efectúan observaciones y experimentos. Charcot hace todo lo posible porque los hombres permanezcan ocupados. Con todo, los meses se hacen largos como décadas. Las discusiones y tensiones menudean, y el barco, como un punto enano ante la inmensidad blanca, se agosta bajo sendos huracanes que hacen su aparición en marzo y junio. Para entonces, para colmo, hace su aparición el escorbuto, que afecta seriamente al propio comandante y a Godfroy, cuya merma física es considerable.
Con la llegada de la primavera austral, los expedicionarios, extenuados y enfermos, tripulando un buque averiado desde su embestida contra las rocas, abandonan su refugio y regresan para abastecerse de carbón y reparar el barco en la isla Decepcion. Mientras se repone de la enfermedad, Charcot se entera de que Peary ha alcanzado el Polo Norte y Shackelton, tras una ruta terrestre propia de los héroes clásicos, se ha quedado a menos de 200 kilómetros de alcanzar el Polo Sur. Tal vez por ello, en contra de todo lo planeado hasta el momento, decide cambiar de ruta y navegar hacia el este. Así lo hace y en enero descubre una nueva tierra a la que bautiza Tierra Charcot, en honor a su padre. El 18 de enero
bate el récord de longitud alcanzado por el capitán Cook en 1774. La navegación, no obstante, se hace casi imposible, pues los bloques de hielo, de todas las formas y tamaños, se mecen contra el barco, con intenciones torcidas y tortuosas. No es posible continuar. El Comandante lidera un buque fantasma, atestado más de sombras pálidas y contrahechas que de hombres. Al fin Charcot da la orden que todos esperan y llega el regreso soñado hacia la calidez de las tierras templadas. El 11 de febrero la expedición llega a Punta Arenas. Charcot cablegrafía a la Academia de Ciencias. “Habíamos soñado más de la cuenta, hemos hecho lo que hemos podido”. Nunca dejará de hacer ninguna de las dos cosas, ni soñar ni esforzarse al límite de sus fuerzas. Su corazón sabe en el fondo que está perdidamente infectado de la fiebre de los descubridores.
La segunda etapa de las exploraciones de Charcot se lleva a cabo en el Ártico, en torno a Groenlandia. La segunda –tras Australia- isla del mundo en tamaño, las tierras y costas groenlandesas, cubiertas de hielo que asomaba entre fiordos de belleza salvaje, todavía estaban en periodo de estudio. Es en 1925 que el comandante Charcot, a bordo del Porquoi Pas? pone rumbo norte. Las dos sílabas que llevan su nombre suenan en labios de todos los franceses y miles de europeos. Es el héroe latino, que surca el hielo con estilo propio, tan alejado del de los anglosajones. Para Charcot lo importante es la aventura en sí misma, el medio antes que el fin, tal vez por ello fue apodado “polar gentleman” por el propio capitán Scott. Cuando encara su nueva apuesta Ártica, Charcot se acerca a la sesentena. No ha permanecido ocioso los últimos años, sino todo lo contrario. Durante la Primera Guerra Mundial ha comandado un buque cazasubmarinos, el Meg, haciendo de corsario en el seno de la Royal Navy y recibiendo, por su valor, la Cruz de Guerra. También ha efectuado numerosos estudios y mediciones científicas en el Mediterráneo y el canal de La Mancha, gracias, en parte, a una draga geológica de nueva tecnología con la que ha equipado al Porquoi Pas?.
El motivo de su partida hacia el Ártico es la desaparición del explorador Amundsen, del que no se tienen noticias desde que ha emprendido un viaje al polo en avión. No obstante, el pionero noruego es encontrado a mediados de junio. Pero Charcot no está dispuesto a dar media vuelta, sino que se embarca en la búsqueda de la expedición danesa mandada por Bjerring-Petersen, que ha desaparecido mientras exploraba la costa norte de Groenlandia. En concreto, el objetivo de los daneses era el Scoresby Sund, el mayor fiordo de la gran isla, que es una bocana natural tan descomunal como lúgubre y remota. Charcot sale airoso de su nueva apuesta. Con la maestría de un marino experto, sortea el riesgo de los hielos flotantes y entra en el fiordo. En una pequeña bahía, la de Rosevinge, encuentra un barco con la bandera danesa izada. Y en la costa, seis hombres desmadejados, sucios y barbudos le dan la bienvenida. Victoria. Al fin, los exploradores daneses, que no habían podido comunicarse debido a la muerte del jefe y telegrafista, han sido hallados.
No obstante, no desean volver Dinamarca pues, dicen, todavía no han terminado su labor, que consiste en establecer un poblado permanente para esquimales junto a la orilla del gran fiordo. Charcot respeta su voluntad y emprende sus propios estudios y exploraciones en la tierra de Jameson, donde se hace con fósiles que revolucionarán las colecciones de la Academia de Ciencias francesa. De hecho, las muestras tienen tanto éxito tras el regreso a París, que la Academia decide enviar de nuevo a Charcot al mismo lugar para recoger más fósiles y emprender nuevas excursiones y experimentos.
Las instrucciones son muy precisas. Según ellas el Purquoi Pas? debe unirse a un barco danés, el Gustav Holm, cuyo capitán Mikkelsen, tiene orden de regresar a Rosevinge y comprobar si el poblado esquimal ha sido un éxito y sigue en el lugar tal y como espera el gobierno de su nación. Ambos hombres, francés y danés, congenian a la primera, y la navegación resulta un placer hasta que los buques alcanzan de nuevo el gran banco de hielo. Los grandes bloques amenazan a cada momento con aplastar los barcos, y Charcot ofrece una lección de coraje al permanecer 48 horas ininterrumpidas en su puesto de vigía.
En Rosevinge los esquimales salen a recibirles formando una flotilla con sus kayaks, lo que atestigua el éxito de la misión danesa anterior. Los nativos se han acostumbrado a vivir en las cabañas de madera y piedra establecidas por los daneses con ánimo de convertir Groenlandia en territorio civilizado. Como un grupo extraño y heterogéneo ambos grupos, europeos e inuits, conviven en armonía en aquel lejano confín de la Tierra. Sin embargo, la misión de Charcot se retrasa cuando los naturalistas que forman parte de su grupo quedan atrapados por el hielo en la Tierra de Jameson. Tras muchos esfuerzos, consiguen sacarlos de allí, pero el rescate retrasa la partida. Este hecho casi supone el desastre cuando un enorme témpano flotante dificulta la salida de los barcos, obstruyendo la embocadura del Scoresby Sund. Durante horas, Mikkelsen y Charcot gritan órdenes sobre una cubierta repleta de hombres agitados y frenéticos. Pugnan por adelantarse al enorme iceberg, que es como una isla mediana, tratando de alcanzar mar abierto con los barcos indemnes. Cosa que logran y ambos comandantes, pasado el peligro, se miran a los ojos y se estrechan la mano con afecto. Las más sólidas amistades nacen de momentos difíciles, dicen.
Los años que siguen son difíciles para el marino francés que a menudo choca en sus planes y pretensiones con una burocracia y unos mandos (los de la Marina) cuya amenaza teme más que las banquisas de hielo y los osos polares. En 1928 el mar helado se traga a dos exploradores legendarios. El italiano Umberto Nobile desaparece tras sobrevolar en dirigible el Polo Norte. El mítico noruego Roald Amundsen, conquistador del Polo Sur y el paso del noroeste, se pierde en el océano mientras trata de rescatar al italiano a bordo de un hidroavión modelo Latham Oz. Nobile y sus compañeros son rescatados con vida, pero nadie vuelve a ver a Amundsen, lo que no es óbice para que los Gobiernos envíen decenas de barcos al rescate. Entre ellos está el Porquoi Pass?, cuyo comandante no está nada convencido de la aventura. Aun así los franceses pasan semanas en el mar, costeando Groenlandia e Islandia, en una tierra que parece enfrentar una batalla entre el cielo y el océano, que se agreden con rabia acompasada. Charcot reprueba la misión. Cree con razón que la búsqueda es inútil, dadas las dimensiones de la zona a rastrear, y no comprende cómo se puede poner a tantos hombres en riesgo por una causa perdida. Charcot escribe lamentando la pérdida de los jóvenes compañeros de Amundsen, pero del deceso de este, más que probable, dice: “Es una bella muerte. Los viejos deben saber irse a tiempo y como es debido”. Al final, la esperanza se pierde cuando aparece un flotador del Latham a la deriva entre las olas. La misión finaliza. No queda sino la muerte que se mece y bambolea, entre las rachas heladas de un escenario de otro mundo.
Los años van pasando avejentando el cuerpo de Charcot, cuyo espíritu nota las heridas que la vida le ha impuesto. Los padecimientos sufridos en las arduas jornadas de navegación no son nada. Sus dolencias están más relacionadas con la ingratitud, envidia y mezquindad de ciertos militares y políticos que con los kilómetros recorridos. Solamente en la casa familiar de Neuilly el comandante se solaza entre los suyos, en la calma chicha del amor hogareño. Aunque ni siquiera este reducto se ve inmune a la fatalidad. La hija mayor de Charcot ha fallecido fulminada por un ataque cardíaco. El explorador acusa todo esto. Su rostro está surcado de canales y arrugas, su cráneo desnudo como una roca desgastada por el mar y su barba clarea desde hace tiempo a la altura de la barbilla.
A pesar de las selvas burocráticas, Charcot emprende una batalla con la intención de lograr financiación para su siguiente proyecto: establecer una base científica permanente de adscripción francesa en el Scoresby Sund; como excusa, se agarra a la celebración de un evento internacional: la declaración de “Año polar”, que ha llevado a varias naciones europeas a enviar nuevas expediciones al Polo.
Al fin, tras interminables tiras y aflojas, El Porquoi Pas? se hace de nuevo a la mar en julio de 1932; junto a él navega el rompehielos Pólux, encargado de escoltar al tres mástiles al llegar a la banquisa de hielo. Entre la tripulación viajan científicos pertenecientes a todas las ramas del saber. Esta vez Charcot establece en el Scoresby Sund una base que le parece “ridículamente confortable”. Groenlandia estaba ya materialmente preparada para ser estudiada; el siguiente paso se produjo dos años después, cuando, en verano de 1934, Charcot regresa con una nutrida corte de científicos entre los que destaca un joven antropólogo, Paul-Emile Víctor, que luego se convertiría en un explorador casi tan famoso como el propio médico. También viaja en el Porquoi Pas? el futuro premio Nobel Jaques Monod. El viaje hasta el pueblo esquimal de Angmagssalik, meta del equipo científico, se convierte en un arriesgado tango entre hielos a la deriva; por el camino se ven obligados a rescatar a dos tripulaciones, una italiana y otra alemana, cuyos barcos habías encallado. Y, aunque todo sale bien y la misión se convirtió en un éxito, el mar advierte al comandante de que empieza a acabársele la suerte.
En 1936, con los nazis en el horizonte, Europa parece oscurecerse y avanzar de nuevo hacia su propia destrucción. Los tiempos de Charcot, los años del activismo romántico, tocan a su fin para dar paso a una nueva era más chabacana y oscura. Es entonces cuando los dioses del mar deciden reclamar a su hijo más amado; a las 5 de la mañana del 15 de septiembre de 1936 el Porquoi Pas? choca brutalmente contra un arrecife cerca de Reikjavik, en Islandia. A pesar de la enconada lucha de los hombres contra la naturaleza desatada el barco se va a pique rápidamente. Solo se salva el timonel Le Gonidec, cuyos últimos recuerdos son los de un impasible Charcot sobre el puente haciendo cara al destino al modo de los caballeros clásicos: con educación y sin estridencias. El ciclón, finalmente, se llevó al legendario Porquoi Pas y toda su tripulación. Charcot, el caballero polar, el Quijote de los mares, al fin chocó contra su particular molino. Sabemos lo que hubiera dicho de su propio deceso: “Es una buena muerte”.
Sin embargo, no se puede afirmar que la estrella de Charcot se haya apagado, ni que su barco descanse definitivamente en el fondo de los mares. Como insuperable generador de mitos y leyendas, Charcot revive en la ficción de las aventuras de Corto Maltés; también es el padre del capitán Hadock, el marino creado por dibujante Hergé y los viajes de Charcot a Groenlandia inspiraron la aventura de la Isla Misteriosa; no en vano los Karaboudjan, Sirius y Aurora, los barcos que aparecen en la serie de tebeos de Tintín, no son más que proyecciones ficticias del Porquoi Pas?
Del nombre con que, una y otra vez, bautizó a sus barcos, el Comandante comentó: “Expresa a la vez la duda y la voluntad. Yo dudo de mí, pero hago lo que me es posible”. Noble espíritu que ha tenido con los años numerosos seguidores. Como el Comandante Cousteau que nos hizo soñar en su buque, Calipso; o la organización GreenPeace con su Rainbow Warrior I y II; todos beben del vino de Charcot, inventor de la ciencia de la oceanografía.
No podemos ocultar que, de todos los exploradores de este libro, nuestro predilecto es Charcot. Fue la contraposición latina al héroe anglosajón, tan obsesionado por un sentido nacionalista del deber, que primaba el objetivo sin importar el periodo intermedio; los nórdicos ponen el acento a la meta, y no a la carrera, al fin sobre los medios. Para Charcot, como para Quijote, era la aventura en sí misma el único horizonte posible hacia el que emprender el rumbo. La aventura, la ciencia, el espíritu filantrópico y soñador. No le importaban nada los récords; nunca participó en la carrera al Polo, y fue amado y admirado por todos los grandes exploradores de su época. Hoy sonríe desde la inmensidad mientras cruza el Éter sobre un evanescente Porquoi Pas? ¿Por qué no?