Años de aislamiento sin el roce del mundo de los hombres han hecho de ella lo que es. Y la isla de Madagascar es realmente un mundo aparte. Sus costas empezaron a formarse hace 165 millones de años, cuando se desgajó del macro continente de Gondwana y se quedó a caballo de dos mundos, entre Asia y África, en el Océano Índico. Durante millones de años más evolucionó de manera diferente a los territorios de los que provenía y hace tan solo unos 1600 años que el hombre llegó a ella y a una naturaleza que se había desarrollado sin él, y que hoy en día es, en más de un 80% , endémica.
Curiosamente, y pese a estar a poco más de 400 kilómetros del continente africano, —de la que le separa el Canal de Moazmbique— y a más de 5500 del punto más cercano en el Océano Índico, la isla Siberut, su poblamiento fue realizado por grupos indonesios. Por ello los locales conservan rasgos asiáticos, costumbres típicas del sureste de Asia y una lengua del tronco malayo-polinesio. La llegada del hombre a esta tierra mimada por el clima provocó sin embargo la extinción de varios animales endémicos e irreproducibles, como el lémur gigante, el ave elefante, y unas especies de cerdo hormiguero o hipopótamo pigmeo únicas en el mundo.
Las posteriores migraciones bantúes desde el continente fusionaron las poblaciones africanas con las locales. Hacia el año 1000, los árabes se instalaron en la isla y, a comienzos de la Edad Media, llegaron los comerciantes persas. Hoy en día, a base de mezclas y de fusiones, la isla ofrece un conjunto de 18 etnias y varias religiones que conviven amistosamente con un elevado nivel de sincretismo.
La isla de las especias, el lugar donde nacen la vainilla y la canela, ofrece multitud de paisajes diferentes, como la altiplanicie central, los bosques lluviosos de la Costa este, los manglares, los Tsingy, macizos de caliza formados de miles de años de erosiones, el camino de Baobabs en Menabe o el Canal de Pangalanes en la costa Este. El Sur aporta un paisaje desértico de grandes espacios y el norte, escenarios volcánicos junto a densos bosques tropicales. Nosy Be o Santa María son lagunas de sus más bellas islas, donde aún se respira la herencia colonial portuguesa entre playas paradisíacas, avistamientos de delfines y ballenas y cementerios piratas. Los más apasionados de la fauna encontrarán un colorido abanico de especies propias: ranas de colores imposibles, más de 30 tipos de camaleones y cariñosos lémures nos esperarán en cualquier rincón de la isla, desde Isalo hasta Ankarafantsika, junto a otras singularidades como el geco diurno, la boa de Madagascar o diferentes tipos de tortugas.
Un auténtico viaje por un mundo perdido y recuperado, por millones de años de naturaleza, por dieciséis siglos de historia entre dos continentes y por una riqueza peculiar definida tan solo por el capricho de la geografía.