Francis Carter

Por Marga Martínez

Bibliografía: Boletín SGE Nº17 – Especial Mundo Maya

La geografía era la ciencia de moda en la Gran Bretaña del siglo XVIII, y esto tuvo su reflejo en la publicación de infinidad de obras, sobre el tema, tanto eruditas como de divulgación. Los editores publicaban colecciones que, bajo el título de geografías, ofrecían una recopilación de relatos obtenidos de los libros de viaje de los británicos, que vieron en Europa y en el Mediterráneo el perfecto destino para sus viajes de estudios, lo que se conocía como el “Grand Tour”.

Sin embargo, la península Ibérica no estaba incluida en este circuito cultural y turístico, al menos durante los dos primeros tercios del siglo XVIII. Quedó marginada de tal modo que no llegaban a nuestras tierras viajeros con intención de hacer turismo. En consecuencia, tampoco se publicó nada nuevo sobre España, favoreciendo así el caldo de cultivo de numerosos tópicos y clichés acerca de los españoles. Para los británicos del XVIII España es pobre, despoblada y en plena decadencia; un mero apéndice de los borbones franceses. Sus habitantes son perezosos, orgullosos, dominados por los celos y el deseo de venganza; siempre dormitando al sol de invierno y a la sombra de una iglesia en verano. Su única preocupación es hacer su siesta diaria, asistir a misa y dejar que los franceses lo hagan todo. Daniel Dafoe escribiría un poema satírico en 1701 que refleja esta concepción de los españoles:

“Orgullo, el primer caballero, y Presidente del Infierno, sobre España, su parte y mayor provincia cayó. / El sutil Príncipe creyó conveniente darles las ricas minas de oro de Méjico; y todas las montañas de plata de Perú; / Riqueza que en manos prudentes podría dominar el mundo: / Pero él sabía que su temperamento era este: demasiado perezosos y demasiado altivos para ser ricos. Un pueblo tan orgulloso, tan por encima de su destino, que si reducido a pedir, lo haría con arrogancia. / Malgastan su dinero para que se les llame valientes y, orgullosamente, mueren de hambre porque desprecian el ahorro. / Nunca hubo nación en el Mundo que fuera tan rica y, sin embargo, tan pobre”.

Con el tiempo, durante el siglo XVIII, se fue reforzando el convencimiento de que España no era digna de soportar la fatiga y la dificultad de un viaje. Así por ejemplo, en 1752, Lord Chesterfield escribía a un amigo que cometía la insensatez, o la extravagancia de visitar la península y le advertía del siguiente modo:

“España es seguramente el único país de Europa que ha caído más y más en la barbarie en la proporción en la que otros países se han ido civilizando”. Imagen tan asumida por los británicos que el editor de The polite traveller and British navigator escribía en 1783 que “Nada excepto la necesidad puede inducir a alguien a viajar por España: debe ser idiota si hace el “tour” de este país por mera curiosidad, a menos que pretenda publicar las memorias de la extravagancia de la naturaleza humana”.

Sin embargo, la llegada de las nuevas corrientes románticas que valoraban el exotismo y la diferencia, junto con el hecho de que no se sabía nada sobre España y que las narraciones sobre ella no eran reales, fueron la causa principal de este cambio de actitud durante el último tercio de siglo. España recibe un gran número de viajeros que, precisamente llegan con el ánimo de escribir y publicar sus experiencias. Se desbarataba el concepto de viaje tal y como se había entendido durante el siglo XVIII.

Con el romanticismo, el género literario de los libros de viajes adquiere una importancia y valores nuevos: el viajero se preocupa menos por las instituciones y de la situación social de los países, en favor de los paisajes y del exotismo. Surge un interés por conocer lugares, costumbres y gentes diferentes; cuanto menos civilizado sea el país que se visita, mejor. España y especialmente Andalucía, se convertían, en definitiva, en un objetivo privilegiado para muchos viajeros extranjeros, sobretodo los de habla inglesa. Tanto es así que durante el siglo XIX se forjó “un camino inglés” que desde Gibraltar o Málaga conducía a Granada y a la Alhambra.

FRANCIS CARTER Y SU ESTANCIA EN ESPAÑA

Poco se sabe de Francis Carter, el hijo de un comerciante inglés afincado en el sur de España, que pasó su infancia en Andalucía. Su familia residió durante largas temporadas en nuestro país y siendo aún un niño visitó Madrid y Lisboa; vivió en Vélez, Málaga y después en Sevilla, antes de trasladarse a Gibraltar en 1771 donde alquiló una casa. A la capital hispalense donde residió gran parte de los años 1762, 63 y 64 Carter la considera junto a Valencia y Barcelona como las tres ciudades mejor trazadas de España en lo que a la disposición de las casas se refiere. Le llama la atención la construcción, que considera debe ser muy costosa, de patios y jardines llenos de naranjos y arrayales, y por supuesto las fuentes, “sus habitantes han heredado también de los moros su pasión por las fuentes; no hay casa de importancia en Andalucía que carezca de ellas”. Sevilla, antigua y gran ciudad de Andalucía y algunas veces corte de los reyes de España inspira a Carter, contrastando con su gusto y debilidad por la erudición, de la siguiente manera:

“¡Sevilla de mi alma! // Y qué de cosas,  // dulce a la memoria, // me traes amorosas. // Bizarra, hermosa, // En todo lucida; // ¡cuánto tú me querías, // y estabas de mí querida”

En septiembre de 1772 emprende un viaje a Málaga junto a su familia para pasar allí la primavera y el invierno. Llega a Málaga el 27 de septiembre de 1772, cuando la gente aún se sentaba a la puerta de las casas a tomar el fresco, y deja constancia en uno de sus grabados incluso de la casa en la que residió durante cinco años en esta ciudad. Este viaje y andanzas se detallan en el libro publicado en 1777 con el título original A journey from Gibraltar to Málaga.

Fue coleccionista de monedas y libros españoles y amplió su colección gracias a la generosidad de sus amigos españoles, ya que le facilitaron una buena colección de medallas, libros y documentación necesaria no sólo para escribirViaje de Gibraltar a Málaga sino también para elaborar cuatro años más tarde, The Historical and Critical account of early printed spanish books, que quiso continuar en una historia de la literatura española. Es en Viaje de Gibraltar a Málaga donde con gran ilusión promete escribir un tratado sobre literatura española, ante el deseo de muchos de sus amigos, siempre y cuando la obligación de dar de comer a su único hijo se lo permita. Gracias a esta promesa que Carter formula en el prólogo del libro en el que describe su viaje, sabemos que vivió en la casa de Málaga con su hijo, pero lo que no aclara y da lugar a especulaciones es si también compartió su hogar con una malagueña. Los títulos citados le consagraron y ayudaron a ingresar en la Real Sociedad de Anticuarios de Inglaterra.

Decía el propio Carter, que conoció España desde su infancia y más tarde, de 1753 a 1773, prácticamente toda su vida (excepto cinco años pasados en Francia) transcurrió en Andalucía y reino de Granada, del que dudaba que existiera en el mundo una provincia tan merecedora de atención, por su clima suave y fértil, por su Historia Antigua y por sus dones y bendiciones naturales que contribuyen al placer y bienestar humano. No obstante manifiesta nostalgia de su país natal buscando el consuelo en el estudio de los lugares donde le tocó residir.

El 3 de julio de 1773 corría una agradable brisa y el tiempo era espléndido en Málaga, día en el que una fragata salía del puerto de Málaga con destino a Bristol. Francis Carter abandonaba España, buscando buenos augurios para un feliz viaje y perdiendo de vista la costa malagueña.

EL ANTICUARIO Y EL CANÓNIGO

Francis Carter demuestra en su libro Viaje de Gibraltar a Málaga, 1777 una desbordante erudición al presentar el pasado histórico de los lugares que visita en esta travesía desde Gibraltar a Málaga. Las páginas de su libro son básicamente de contenido naturalista e histórico-arqueológico; las citas de Plinio, Ptolomeo, Antonio o Estrabón son constantes, sueña con el pasado de las ruinas de Carteya, Cilniana, Salduba, Lacippo, Súcubo, Irippo, Acinio, Cártama… con las que topa en su viaje y lo de menos es la atención a lo contemporáneo.

Sin embargo, no se molesta en ocultar un engreimiento y orgullo gratuito, casi infantil, en pasajes del viaje en los que rebate sin lugar a la réplica las teorías de anteriores estudiosos, historiadores o coleccionistas. A este respecto recurre a su excelente y única colección de monedas, de la que también ha dejado constancia en sus grabados.

En las correcciones de Carter a las fuentes de las que bebe, hay un nombre que merece especial mención: Don Cristóbal de Medina Conde. El viajero británico no se deshace en elogios hacia quien fue su guía en Málaga y quien le dio acceso a documentos y antigüedades que poseía en su museo particular; simplemente lo presenta como académico de número de la Real Academia de Bellas Letras de Sevilla y de honor de la de Barcelona, canónigo malagueño de la catedral y diligente anticuario con su propio museo. Sobre los demás hombres ilustres malagueños Carter, sin embargo, no escatima amables palabras: Don Juan Rivera, autor de trabajos históricos exhaustivos y correctos, quien en su museo posee una buena colección de antigüedades; Don Francisco Javier Espinosa, excelente anticuario y arcipreste de Cortes; Don Diego de Mendoza, hermano del marqués de Mondíar, sabio y elegante escritor que vivió en tiempos de Felipe II; el Padre Francisco Cabrera, motivo de honra para Málaga; Luis de Mármol, un hombre sin estudios pero de un genio natural; Macario Fariñas, Pedro Espinosa…

Medina Conde, el autor de Conversaciones históricas malagueñas, fue bastante maltratado por varios investigadores que criticaron sus trabajos en el mejor de los casos ya que en otras ocasiones se aprovecharon de sus estudios silenciando su autoría.

Parece ser que en esta época, existió en Málaga una tertulia literaria, la primera de la que se tienen noticias, en la actual Plaza de la Constitución. Debía de tratarse del lugar idóneo, puesto que cerca de ella se encontraban tanto la Casa del Cabildo, la histórica imprenta de Luis Carrera (el impresor del Ayuntamiento) que daba cobijo a la tertulia, la catedral, el Obispado y el Colegio de San Telmo. En ella se reunían tres aficionados “a los papeles viejos”: dos regidores del Ayuntamiento y un canónigo inquieto. Uno de los regidores era don Joaquín Pizarro y Despital, diputado archivista que desde 1788 se dedicaba a ordenar el archivo de Málaga, tarea en la que le ayudaba don Pedro Fernández de la Rosa, lector de letras antiguas, y el escribiente Antonio Romero. El otro regidor era un militar inválido que después de haber luchado en Gibraltar y Menorca, perdió una pierna a consecuencia de un trabucazo al perseguir a una partida de contrabandistas en Sevilla. Y el tercer tertuliano era un canónigo de avanzada edad, que iba dando a la imprenta un libro titulado Conversaciones históricas malagueñas bajo la firma de un sobrino suyo, don Cecilio García de la Leña, ya que él estaba desautorizado para publicar a causa de un expediente: era don Cristóbal Medina Conde.

Al parecer, el canónigo protagonizó un fuerte escándalo en Granada a causa de unos descubrimientos arqueológicos, a lo que se unió que no podía alcanzar la dignidad eclesiástica deseada en el Cabildo malacitano por no poder garantizar su prueba de sangre. Así que se le “recomendó” que su firma no apareciera en ninguna investigación, cosa que cumplió a favor de su sobrino.

Podemos suponer que las polémicas entre Carter y Medina Conde existieron y fueron bastante descarnadas. De hecho, el canónigo hizo de cicerone del británico por la ciudad, le mostró todo lo que suponía objeto de estudio y guió sus pasos entre septiembre de 1772 y julio del siguiente año. Como ya hemos dicho el anticuario nombra al canónigo básicamente con la intención de discutir sus datos. También Medina Conde le dio réplica, motivado por la soberbia y envidia que le produjo el británico. De tal modo que critica sin compasión en susConversaciones históricas malagueñas las inexactitudes históricas y geográficas de Carter. El canónigo describió al anticuario como sumiso y cortés caballero a quien invitaba a su casa para instruirse, facilitándole el acceso a su biblioteca, papeles y anotaciones de las noticias de Málaga.

LA RUTA HACIA MÁLAGA

“Permanecimos en Gibraltar desde finales de junio de 1771 hasta el 23 de septiembre de 1772, día en que emprendimos viaje a Málaga, donde pensábamos pasar el invierno antes de volver a Inglaterra. Después de cruzar la frontera española, viajamos cinco horas por la costa del Mediterráneo, sobre terrenos áridos durante unas tres leguas; entonces encontramos un río ancho y profundo, que no es vadeable en invierno y, a poca distancia, nos paramos en un cortijo donde nos refrescamos con sandía”.

De este modo comienza Carter su viaje hasta Málaga, una vez atravesada la frontera española, aunque antes de ello hizo una excursión por el Peñón de Gibraltar con una exhaustiva descripción de la provincia, sus ruinas y su historia antigua.

Ya en el inicio de su viaje deja ver cierta vanidad que aflora en muchos pasajes de su ruta. Aprovechando la vista de Tánger desde el Peñón hace un guiño al lector pidiendo un poco de paciencia para dedicar unas palabras referentes a la historia de la ciudad. Tras el recorrido histórico por Tánger y ante la admiración de las flores que nacen en las rocas del Peñón, Carter hace una concesión a las damas que le acompañan en el viaje, dejando ver que les parecía mucho más agradable la admiración del paisaje que las historias de ciudades y batallas, así que, y ante la petición, dedica a sus acompañantes una descripción de la flora del Peñón.

Sentencia Carter que Gibraltar, tras ser cedido a la corona de Inglaterra en 1713, volvió a conseguir su antiguo esplendor y constata la improbabilidad de que vuelva a pasar a manos españolas: “las fortificaciones han sido tan mejoradas y perfeccionadas que, unidas a la fuerza natural del lugar, lo hacen inconquistable; las posibilidades de que vuelva a ser de los españoles son muy remotas, a no ser por traición. Para los moros fue la llave para entrar en España; por eso los ingleses, con toda razón, lo consideran la llave del Estrecho y el asiento del dominio británico en el Mediterráneo”.

Por la costa de Gibraltar y Algeciras, se detiene con una densa y exhaustiva descripción de las ruinas de Carteya. El viajero inglés se recrea en la antigüedad, el gobierno, las monedas y hasta las familias romanas de la ciudad. Recordará varias veces a lo largo de su libro que ha sido el primero en dibujar una vista de la ciudad de Carteya.

Continúa en su recorrido desde la costa de Gibraltar con referencias a cualquier resto histórico que surja en su camino: Barbésula, Barbariana, Cilniana, Salduba, Suel, Lacippo… hasta llegar a La Serranía de Ronda.

Del paisaje de La Serranía de Ronda, o su historia natural, como lo llama Carter, asegura que no cree que jamás pueda ver un paisaje más delicioso. Abrumado por la fertilidad de estas tierras, de sus excelentes aguas, de su aire, de los generosos frutos de sus árboles, se aventura a asegurar que un hombre que fuera abandonado a su suerte, por cualquier causa, en estos bosques podría sobrevivir perfectamente.

A su llegada a Marbella destaca el carácter “poco acogedor” de sus habitantes ya que, sin lugar a dudas para el anticuario, al ser muchos de ellos descendientes de los moros, todavía toman a mal el pésimo trato que recibieron sus antepasados por parte de los españoles, y para dejarlo más claro, recoge el siguiente dicho: “Marbella es bella, pero no entrar en ella”.

A una hora de viaje de Marbella divisa la romántica situación de Ojén, donde desayuna en casa de unos amables vecinos, que a pesar de no conocer a los viajeros, les dedican la máxima hospitalidad posible; hospitalidad que no exige pago por un desayuno que a pesar de no conocer ni “el exótico té, la porcelana pintada y el olor del café” sorprende con lo que hoy día llamaríamos un desayuno mediterráneo: “una rústica mesa, que ofrecía limpias tazas de barro llenas de leche recién ordeñada de la cabra, una cesta de uvas con su textura de terciopelo tan agradable al tacto y un montón de higos todavía brillantes del rocío de aquella mañana”. A Carter le llama la atención que la economía de estos campesinos se base todavía en el trueque, de hecho casi nunca han tocado el dinero, y reflexiona el viajero inglés que seguramente sea esta la causa en la que reside su mayor felicidad.

Desde el puerto de Ojén, “famoso desde hace mucho tiempo por sus bandas de salteadores”, pasando por Monda, por los curativos baños árabes de Carratraca, a los que dedicó una vista, y recorriendo Coín, “excelente lugar para pasar la primavera, incluso el obispo tiene un palacio aquí”, Tolox, Alhaurín, Churriana, Cártama, Alora y Nescania llega a Antequera. En este trayecto no se molesta en edulcorar lo más mínimo las opiniones que le suscitan según qué comportamientos de los campesinos andaluces: desde la brutalidad de un rústico de Cártama al mutilar una estatua romana, hasta la dejadez de los lugareños que no se preocupan en arreglar la calzada llena de baches de Cártama a Málaga, a pesar de que en invierno se hunden de barro hasta la cintura tanto los campesinos como sus animales.

Tras describir el escudo de Antequera, su moneda, la armería árabe del castillo y hacer una relación de hombres ilustres de la ciudad, Carter llega a Málaga con una sensación de tristeza por la visión que les ha brindado el viaje y que se torna en alegría ante la vista de la ciudad malacitana: “La impresión de nuestro viaje no puede ser más desagradable y triste ante la visión melancólica de antiguas ciudades en ruinas, algunas tan destrozadas y deshechas por el tiempo que la búsqueda más afanosa apenas ha podido descubrir los lugares que antiguamente ocuparon (… ) En Málaga es todo lo contrario; aquí la escena es agradablemente uniforme, alegre y próspera a través de todas las épocas, bajo los fenicios, griegos, romanos, godos y árabes.”

EN LA ESPAÑA DE LOS TÓPICOS

No podemos comparar a Francis Carter con aquellos “curiosos impertinentes”, viajeros que encasillaron a los españoles bajo el tópico de ignorantes, perezosos y responsables de la decadencia del imperio que había sido España.

Es en el último tercio del siglo XVIII cuando se va descubriendo que el español es templado en el comer y el beber, aplicado en el trabajo, alegre, acogedor y que incluso sabe hablar con corrección y prudencia. Es más, se ve a la monarquía española como la causa de todos los males del país; es la época en que los ingleses ven en el pueblo español el mito de la lucha por la libertad; pueblo que poco después se levantaría contra el invasor francés.

Como ya hemos señalado antes, Francis Carter en su ruta por tierras andaluzas, no muestra ningún recato en hablar de la brutalidad e ignorancia de los campesinos que no saben apreciar el valor del legado de la antigüedad en sus tierras. Sin embargo hace una clara distinción entre la forma de ser de los españoles de las capitales y los de los pueblos.

Describe a los habitantes de la capital malacitana con la “característica de quienes han olvidado la antigua virtud y sencillez de sus antepasados. Es común entre ellos el gusto por la disipación y las diversiones públicas. Como su comercio es lucrativo y sus economías van a más, cada cual pugna y rivaliza con su vecino en ostentación y despilfarro, esforzándose por alcanzar y mantenerse en una clase social superior a la suya: el mecánico quiere parecerse al tendero; el tendero al comerciante, y los comerciantes a los nobles. (… ) Sin embargo, en los pueblos y ciudades del interior todavía se ven españoles casi en el mismo estado en que los dejaron los romanos.” Y sin embargo, ve en el campesino español un hombre“moderado en el comer, abstemio, sobrio como ninguno, amante de su tierra, obediente y fiel a su rey, el campesino es un soldado excelente”.

Hasta tal punto llega el elogio de Carter, que pone como ejemplo el caso de un criado que tuvo en Sevilla en 1760, y que tras recuperarse de una penosa y larga enfermedad, pidió a su amo inglés que le permitiese peregrinar a Santiago de Compostela para cumplir la promesa que había hecho al santo si salía con bien de ese trance. El criado le prometió estar de vuelta en cinco semanas y ante el estupor de Francis Carter, cumplió su promesa con el lógico asombro del anticuario que sabía que la ciudad gallega estaba a 170 leguas de Sevilla. Exageración o admiración, tal vez, pero lo cierto es que Carter no deja pasar la oportunidad para certificar la integridad de los españoles: “Yo, que he convivido con los españoles durante tantos años, quiero rendir aquí un homenaje a su integridad”.

En cuanto a las costumbres de los españoles, Carter no deja de sorprenderse: unas veces negativamente, como al describir la fiesta de la vendimia en los Montes de Málaga, y otras agradablemente como cuando, por ejemplo, descubre el comportamiento social de los españoles en los que siempre está presente la guitarra.

Para Carter, la fiesta de la vendimia se convierte en el olvido de la consideración y del respeto; en una temporada en la que los españoles aprovechan para celebrar fiestas que rozan el libertinaje. Al inglés le sorprende que el amo de la viña deje su severidad y su capa y se siente en la misma mesa que sus jornaleros; que tanto él como su mujer peleen con los trabajadores tanto en coger el mejor sitio a la mesa como en ser el primero en “meter la cuchara a la sopa”. Claro que lo más escandaloso para el viajero inglés es la retahíla de bromas y comentarios jocosos, animados por las copasque siguen a la comida, y que atañen por igual a amo y trabajadores; lo que no deja de considerar terrible es “lo de provocar de la manera más vulgar y grosera a todos los que pasan por las viñas, mientras cogen la uva; y lo que es aún más notable, siguen utilizando las mismas expresiones (Hijo de la grandísima puta, cabrón, putísima, etc) que el ruedo vendimiador de los tiempos de Horacio.”

De la mujer española Carter destaca el recato y la modestia con los que cautiva el corazón. Le llama poderosamente la atención el velo, que dice es costumbre heredada de los moros, y aunque antes lo llevaban de seda, y durante un siglo, por falta de medios, lo llevaron de lana, poco a poco se fueron fabricando de tafetán negro, batista fina o de muselina transparente. “Este velo encierra todala magia, el atractivo de su belleza”.

La guitarra española también tiene su lugar en las páginas que escribió Francis Carter sobre su estancia en nuestro país. Dice que sus notas se oyen por la noche con las quejas y las historias de amor de los mozos de los pueblos; son las mismas manos que han estado podando viñas todo el día las que arrancan tiernas notas de amor al anochecer. Le llama poderosamente la atención que el comportamiento social de los jóvenes se aprenda en las reuniones nocturnas a las que acuden los jóvenes de ambos sexos para escuchar “un romance histórico, las graciosas seguidillas”o turnándose en el cante de los alegres fandangos.”

También diferencia Carter entre capital y pueblos en lo que al galanteo de los jóvenes se refiere. Mientras que la peor parte se la llevan en las ciudades, es en los pueblos donde los chicos son corteses, afables, atentos y educados, ya que pueden llegar rumores a oídos de las novias que echarían por tierra su buena fama. Es más, Carter aprovecha para comparar y criticar la zafiedad y despreciable egoísmo de los campesinos ingleses: “Los españoles son apasionados de la música y la cultivan desde su infancia. Lanzar el palo con fuerza, montar a caballo con garbo, enfrentarse a un toro bravo, bailar con soltura y elegancia y ser esmerados y aseados en su porte son los únicos encantos que pueden conquistar el corazón de una muchacha española, que no busca dote, herencias ni dinero, sino que espera mitigar las penas y el sudor del trabajo diario compartiéndolo con el compañero que ha elegido.”

A modo de conclusión de su viaje por tierras españolas Francis Carter rinde homenaje a la hospitalidad y generosa acogida de que es objeto el viajero en la España de finales del siglo XVIII, y no solo por parte de las clases altas, sino por parte del clero, campesinos y habitantes de los pueblos por los que pase cualquier viajero. “Mi experiencia personal y la de todos mis compatriotas que han viajado por España confirman esta impresión.” Podemos ver, por lo tanto en el pensamiento de Carter, esa mezcla de admiración y desprecio con la que los ingleses contemplaban una España que, para ellos, siempre había sido misteriosa e incomprensible.

Francis Carter terminaría sus días en su país natal, escribiendo colaboraciones en Gentelmen’s Magazine. Murió en 1783.

Bibliografía

Viaje de Gibraltar a Málaga, 1777. Francis Carter: Servicio de Publicaciones. Diputación Provincial de Málaga.

The true-born Englishman en Selected writings of D. Defoe. D. Defoe. Editado por J. T. Boulton, C. U. P., 1975.

Lord Chesterfield’s letters to his son and others. Lord Chesterfield Londres, Everyman’s Library, 1938, pag. 310.

The polite traveller and British Navigator. J. Fielding. Londres, 1783, pág. 92, vol. II