Gerald Brenan, el inglés de las Alpujarras

La película ‘Al Sur de Granada’, de Fernando Colomo ha acercado a los españoles la figura del emblemático viajero y escritor británico Gerald Brenan. Pedro  Páramo nos acerca a la figura de Don Geraldo, el más español de los viajeros ingleses  por España, que vivió en Yegen (Granada) y en Málaga durante años y dejó algunas de las mejores páginas escritas por un extranjero sobre otro país.

 

Por Pedro Páramo

Bibliografía: Boletín SGE Nº 14 – Amazonia

Es el único extranjero no hispano que ha dado su nombre a un pasodoble; a los ochenta años todavía comía cocidos y fabadas y mojaba con fruición en el unto y la pringá; es el más español y menos inglés de todos los viajeros ingleses por España; entendió y explicó al mundo como nadie la complejidad de España y de los españoles que él conoció a lo largo de medio siglo, y, en opinión del hispanista Ian Gibson, escribió “uno de los libros más geniales nunca hechos por un extranjero sobre otro país: El laberinto español”, en el que explica las raíces de la guerra civil. Gerald Brenan, con sus obras, destruyó buena parte de los tópicos que sobre España sostenían los europeos de principios del siglo XX; España le ha correspondido con vivos recuerdos. Su memoria se mantiene en monumentos, en edificios y rutas turísticas de Andalucía que llevan su nombre, y también en el pensamiento de muchos españoles que tuvieron el privilegio de tratarle y ser sus amigos. Hasta tal punto llegó la comunión de Gerald Brenan con nuestro país que hay que preguntarse si debe ser catalogado como uno de los viajeros británicos por España, como un huésped hispanizado, absorbido por nuestra cultura, o como uno más de nosotros.

Acerca de la intensidad de su vocación viajera, él mismo nos da la respuesta en el primer capítulo de su obra Memoria personal 1920/1975: “Quiero dejar claro que cuando me instalé en Yegen por primera vez, no había pensado en llegar a ser escritor. Todos mis planes para el futuro estaban relacionados con viajes: cruzar el Sahara, vivir entre los Tuareg o los Bakhtiari de Persia, explorar Guatemala y Ecuador”. “Desde los dieciséis años –explica más adelante–, el deseo de viajar y enfrentarme con el destino en la regiones más remotas e inhóspitas del mundo, lo llevaba ya en el tuétano de los huesos”. Cuando Gerald Brenan escribe su primera obra, Al Sur de Granada, manifiesta su inequívoca intención de hacer un libro de viajes: “Todo lo que pretendo es entretener a quienes les gusta viajar sentados en su sillón preferido y se divierten, en las veladas lluviosas, con lecturas sobre el modo de vivir de las gentes remotas de las aldeas montañosas, en el clima sereno de la zona sur del Mediterráneo”.

Gerald Brenan fue pues un viajero, aunque de corto recorrido como escritor de viajes. Había nacido en Sliema (Malta) el 7 de abril de 1894 y vivió durante su infancia en Suráfrica, Irlanda y la India, antes de que su padre, un oficial del ejército británico, se instalara definitivamente en Gloucestershire. De muchacho, recorrió Francia, Italia y Dalmacia; ya mayor, desde España partió para viajar por Marruecos y el Sahara argelino y luego anduvo por Túnez, Grecia, Turquía y Estados Unidos; pero todos estos lugares ocupan un puñado de páginas de sus escritos. En realidad, su mundo literario apenas se sale de dos provincias españolas: Granada y Málaga.

¿Por qué eligió España? Nuestro país a principios de siglo se contaba entre los más exóticos de Europa. En la brumosa Inglaterra, la influencia Byron y otros viajeros románticos ingleses del siglo XIX habían mitificado el mundo Mediterráneo en la imaginación de los jóvenes con inquietudes literarias. España, Italia, Grecia, los Balcanes eran tierras misteriosas, mestizas, cunas de grandes culturas, encrucijadas de religiones, las fronteras con el misterioso Oriente. En una ocasión Brenan se refiere a España como “el imperio otomano de Occidente”. Sin duda esta imagen legendaria de nuestro país influyó en aquel joven oficial británico, que, licenciado después de haber combatido en la Gran Guerra, se encontraba en la vida civil sin oficio ni beneficio. Sin embargo, con la sinceridad habitual de todos sus escritos, en Al Sur de Granada, nos confiesa que eligió España porque no tenía dinero para llegar más lejos: “Acababan de licenciarme del ejército y buscaba una casa en la que pudiera vivir una temporada, lo más larga posible, con los ahorros de mi paga de oficial”. “El hecho de que eligiese España en vez de Grecia o Italia no fue debido a ningún sentimiento especial hacia ella –explica más adelante–. Casi todo lo que sabía sobre ese país se reducía a que había sido neutral durante la guerra y, por tanto, imaginaba que la vida resultaría allí barata. Para mí esto era esencial, puesto que cuanto más consiguiera que me durara el dinero, más tiempo podría gozar del ocio”.

España le sorprendió a su llegada a Galicia, muy diferente de la que había crecido en su imaginación mientras preparaba su viaje en el verano de 1919. “Mis primeras impresiones tras desembarcar en La Coruña fueron descorazonadoras.”

Un tren mixto que paraba diez minutos en todas las estaciones le condujo hasta Madrid. Castilla deprime al viajero acostumbrado al verdor de la campiña inglesa:“Ni un arbusto, ni un árbol, y las casas, construidas de adobe, eran del mismo color que la tierra. Si toda España iba a ser así, no veía posibilidad de establecerme en ella”. La gente, con la que acabaría indentificándose como ningún otro extranjero y a la que llegaría a admirar, le desilusionó al principio.“Esperaba encontrarme con hombres envueltos en largas capas, con la daga al cinto, y mujeres en posturas goyescas luciendo mantillas y peinetas. Lo que vi fue una raza sombría y paticorta que caminaba presurosa bajo los paraguas o charlaba estrepitosamente hasta las dos de la madrugada. Ni siquiera parecían amistosos”.

Buscaba una casa para alquilar cuando, durante una comida de cucharada y paso atrás en una venta de La Alpujarra, Brenan descubrió de golpe el señorío y algunas de la virtudes de los españoles, que luego tanto elogiaría. Sobre una mesa baja se presentaba una fuente de arroz con bacalao. “No había platos –cuenta–. Los hombres, con el sombrero firmemente encajado en la cabeza, afirmando así su igualdad ante cualquiera, al estilo de los nobles españoles que tenían privilegio ante el rey, fueron eligiendo su porción en la cazuela, y tras invitarme a mí y a todos los demás a hacer lo mismo, hundían en ella su cuchara con gran protocolo y comenzaron a comer. Así continuaron hasta consumir su ración. Entonces cada cual dejaba su cuchara sobre la mesa y, en cuanto terminaban los demás, se levantaba y la lavaba en la tinaja y volvía a meterla en la faja del cinturón de franela roja, donde siempre la llevaba. Por primera vez desde que desembarqué sentí afecto hacia la gente de este país, que sabía combinar de manera tan admirable la simplicidad con los buenos modales”.

Gerald Brenan percibe el duende de España cuando se convierte en Don Geraldo para sus vecinos. “No se puede vivir en una aldea española sin sentirse seducido por su vida. Durante la primera o las dos primeras semanas me miraban con la boca abierta en cualquier lugar donde fuera. Después, de una forma bastante súbita, era recibido con sonrisas y palabras de bienvenida. Llegaban a mi casa, merced a una fina costumbre andaluza, numerosos regalos: huevos, frutas y verduras, y al poco tiempo era invitado a bodas, bautizos y otros acontecimientos familiares. Me sorprendió ver la facilidad con que aceptaban mi presencia entre ellos. De vez en cuando, en aldeas menos aisladas, la gente me había preguntado si estaba buscando oro, pero en Yegen no se interesaron por mis razones de estar allí, y nada me preguntaron”. El escritor Brenan se expresa como un experto en botánica y en geología en las precisas descripciones que hace del paisaje alpujarreño, como un avezado antropólogo cuando explica las creencias, las supersticiones y el origen de las costumbres de La Alpujarra, y como un sagaz observador de la vida cotidiana que bulle a su alrededor.

Con su estilo sobrio y directo muestra instantáneas magistrales de lo que ve y percibe: “Mi aldea era casi autosuficiente. La familias más pobres no comían nada que no se criara en la aldea excepto pescado fresco, que se traía desde la costa a lomo de mula, en viaje nocturno, y bacalao seco. Los tejidos de algodón, la loza y la quincallería venían de las ciudades, pero los aldeanos tejían y teñían sus propios paños de lana, sus mantas de algodón, sus pañuelos de seda. En otras palabras, la economía de una aldea de La Alpujarra no había cambiado gran cosa desde los tiempos medievales”. En ocasiones nos transmite fielmente el embrujo del ambiente que hacer vibrar su sensibilidad: “Los veranos en Yegen eran largos, lentos, monótonos y, aunque no excesivamente calurosos, plenos de una luz implacable. No corría ni un soplo de aire puro de las montañas. Todos los días eran iguales. Sentado en mi sillón de barbero en un rincón de mi hogar, con un libro y una taza de café sobre la mesa, oía descender por el cañón de la chimenea –como si la isla se alzara sobre una isla en medio del cielo– una serie de sonidos lentos y adormecedores: el ladrido de los perros, el rebuzno de los burros, el zumbar de las abejas, el arrullo de las palomas, una voz cantando en la distancia o, a veces, el rasgueo agudo, bruscamente interrumpido, de una guitarra”.

A pesar de que España ya le había entrado en los huesos al escribir el libro en 1957, Al Sur de Granada no deja de ser la obra de un viajero inglés para lectores ingleses. En ocasiones, Gerald Brenan establece comparaciones entre la dos culturas. Cuando habla de las relaciones de los españoles con los animales, por ejemplo, critica las tópicas creencias de sus compatriotas sobre la tradicional crueldad de los españoles y confronta a los pastores y campesinos españoles con los ingleses y el trato que unos y otros dan a sus animales domésticos. Mientras que para los británicos un animal es sólo una fuente de proteínas o algo útil al servicio de su dueño, “en España –afirma Brenan– se puede matar a un animal o emplearlo en el trabajo, pero no se le puede privar de su dignidad de criatura viva sin perder algo de la propia”. En otra ocasión ensalza la diligencia y maestría de los obreros españoles que reforman su casa de Churriana (Málaga) en septiembre de 1935, cuando deja definitivamente Yegen: “Era una gran satisfacción contar con aquellos hombres tan capaces y trabajadores, que llevaban un ritmo bien distinto de los zánganos que yo había visto en Inglaterra”.

En la primavera de 1920, Brenan recibió en su casa de Yegen la visita del escritor Lytton Strachey, Ralph Partridge y la pintora Dora Carrington. Strachey, muy conocido por sus biografías y sus estudios históricos sobre los grandes personajes de la época victoriana, era uno de los miembros más conspicuos del Grupo de Bloomsbury, el elegante barrio londinense en el que se concentraron en las primeras décadas del siglo XX intelectuales inconformistas como el economista John Maynard Keynes, el pintor Duncan Grant y la escritora Virginia Woolf. Ralph Partridge Yegen, 1937. Brenan con su mujer Gamel y Ralph Partridge. había sido compañero de armas de Brenan durante la guerra; Dora Carrington, entonces novia de Partridge, fue el gran amor imposible de Gerald Brenan y “causa de mucha felicidad y mucha tristeza”. Carrington introdujo a Brenan en el Grupo de Bloomsbury y mantuvo su amistad con Brenan hasta su muerte; con la correspondencia entre los dos amantes, hoy en la Universidad de Texas, se podría editar un voluminoso libro de más de mil páginas.

En el otoño de 1915, cuando Carrington tenía 22 años, conoció al hombre que la deslumbró y se convirtió en la pasión dominante de su vida: Lytton Strachey, “un homosexual de 35 años del que no se sabía que hubiera mirado nunca a una mujer”, según retrato de Brenan. Desde el primer encuentro, Carrington se convirtió en la sombra de aquel hombre que la dominó hasta su suicidio, siete semanas después de la muerte de Strachey. La sumisión a su mentor no impidió que Carrigton tuviera varios amantes sucesivos, Ralph Partridge –que llegó a ser su marido– y Brenan entre ellos. Carrington, Ralph y Lytton se presentaron en La Alpujarra tres meses después de que Brenan se afincara en Yegen. El viaje por caminos infernales a lomos de caballerías o en carromato –Lytton Strachey padecía de almorranas–, las incomodidades de una casa de pueblo compartida por hombres y animales, el choque con la brutal cocina de las aldeas españolas y con el omnipresente aceite de oliva sin refinar dejó un mal regusto a todos. Brenan, que no pudo estar ni un instante a solas con Carrington, sentencia: “Fue todo menos una visita tranquila y sin complicaciones”. Cuando tres años más tarde Lytton Strachey se enteró de que Virginia Woolf y su marido Leonard se disponían a visitar a Brenan en su refugio de Yegen les previno con su voz chillona: “aquello es la muerte”. Viginia y Leonard Wolf no hicieron caso a Strachey y viajaron a La Alpujarra con más fortuna en la primavera de 1923.

Debido a su aislamiento en Yegen, Gerald Brenan estudió a los españoles de a pie, a los representantes de las clases populares en su ambiente y apenas tuvo contacto con los intelectuales españoles. “Nunca conocí a Falla –confiesa– y mis dos encuentros con García Lorca fueron tan insignificantes que solamente tengo un vago recuerdo de ellos”. En Memoria personal 1920/1975 aclara un poco más sobre estos encuentros y los motivos de la fragilidad de su memoria en lo que a Lorca se refiere. Fue durante unas Navidades en Granada, en casa de unos banqueros, los Rodríguez Acosta. Probablemente podía haber surgido una amistad entre ellos, pero cuenta Brenan que casi todo su tiempo lo dedicaba a flirtear con una chica americana de Buffalo. Le hubiera gustado quedarse más tiempo en Granada con tan agradable compañía, añade a continuación, “pero cuando se me cayó la suela del zapato y no tenía dinero suficiente para comprarme otro par, decidí que había llegado el momento de marcharse”.

Así, en apenas un párrafo, resume Brenan dos de las preocupaciones de sus primeros años en España: las mujeres y el dinero. Vino a España porque nuestro país le parecía barato y cuando se aisló en lo más remoto de La Alpujarra para que le cundiera más el dinero, descubrió la otra gran carencia de aquel paraíso. En las obras que recogen sus impresiones y vivencias aparecen intermitentemente las referencias a la falta de dinero. Cuando terminó los ahorros de su paga de oficial, vivió de algunos sablazos a su padre hasta que la herencia de una tía abuela le dejó una pensión con la que pudo vivir mucho tiempo. Por no gastar lo que no tenía, viajaba a pie con frecuencia. En una ocasión llegó andando hasta Francia para encontrarse con Carrington. Vivió siempre modestamente, rozando la pobreza en ocasiones. En los últimos años de su vida, en 1984, tuvieron que intervenir los gobiernos español y de Andalucía para sacarlo de una residencia de ancianos de Londres y llevarlo de nuevo bajo el sol del Mediterráneo.

La estrechez provocada por la falta del dinero agravaba la otra obsesión del joven Brenan en España, la de su forzada abstinencia sexual. Sus libros están sembrados de referencias al misterioso universo femenino. En Al Sur de Granada,el escritor expone como nadie las costumbres y usos amorosos de la España rural en aquellos años de la preguerra civil. En sus libros con frecuencia deja de ser un observador imparcial para convertirse en protagonista de galanteos y amoríos. Yegen era un mundo fascinante, un mundo perfecto: …“existía sin embargo un problema sin resolver: las mujeres –confiesa sin rodeos–. En mi aldea no había ninguna que me atrajera, pero cuando bajaba a las ciudades me daba cuenta de su existencia demasiado bien. Aquellas orgullosas muchachas de andares gráciles, de largos cabellos cuidadosamente peinados y de ojos oscuros y soñadores, que se paseaban lentamente, calle arriba y calle abajo, en la suave luz del atardecer, dejando un rastro de perfume detrás, me hacía sentirme terriblemente avergonzado de mi pobreza. Con mi traje de pana mal cortado, obra de un sastre local, y mis alpargatas de suela de esparto, no conseguía atraer ni una sola mirada”.

La película de Fernando Colomo, Al Sur de Granada, sigue con gran fidelidad el relato de Brenan al mostrar el desasosiego del joven inglés ante las chicas españolas de Yegen, la explicable “traición” de su amigo Paco, así como el complicado cortejo de la criada que sería la madre de su hija Miranda, que “por entonces apenas tenía quince años, pero como estaba físicamente bien desarrollada, daba la impresión de ser mayor”. Los pasajes que hacen referencia a esta relación, como muchos otros que tienen que ver con sus aventuras amorosas a lo largo de su vida, son tan crudos y desprovistos de pudor que otro inglés, el hispanista Hugh Thomas, considera Memoria personal 1920/1975 “un modelo de sinceridad e indiscreción”. Las prostitutas y los burdeles son también temas recurrentes en las memorias de Gerald Brenan. Uno de los capítulos de Al Sur de Granada se titula precisamente ‘Almería y sus burdeles’, pero podría haber dedicado algunos otros a los de Madrid o Sevilla. Si algún día alguien pretende hacer un estudio sobre los prostíbulos españoles de comienzos del siglo XX deberá reservar un espacio destacado para recoger los testimonios de Brenan sobre este asunto.

Gerald Brenan residió en Yegen de 1920 a 1924. En 1929, después de una estancia de cinco años en Inglaterra, en los que vivió intensamente su tormentoso romance con Carrington, regresó a La Alpujarra por un año. A este periodo corresponde su fogosa relación con la madre de su hija. En mayo de 1930 volvió a Inglaterra, donde conoció a Gamel Woolsey, una poetisa de Carolina del Sur, por la que se sintió atraído inmediatamente y con la que se casó en abril de 1931. Como ha escrito el periodista español Alfredo Amestoy, que convivió muchas jornadas con Gerald Brenan durante la filmación de un documental producido por Televisión Española y la BBC, “si Gamel su esposa no fue la mujer que más amó, si fue la mujer de su vida”.

En 1934 el matrimonio regresó a Yegen, pero el ambiente de la aldea se había enrarecido durante su ausencia. Las criadas de siempre le planteaban problemas. Amestoy afirma que el escritor inglés tuvo allí más hijos que Miranda. Los Brenan decidieron entonces afincarse en Churriana, en las cercanías de Málaga, a donde se mudaron en octubre de 1935. Con este traslado el escritor termina la narración de su vida en su libro Al Sur de Granada. El relato de las peripecias de Gerald Brenan y su esposa en el pueblo malagueño continúa en su Memoria personal 1920/1975. Poco después de tomar posesión de su nueva casa, recibieron la visita de Bertrand Russell, e hicieron amistad con el pintor Johnny Churchill, un sobrino del que sería primer ministro inglés que vivía en Torremolinos. España sufría las convulsiones que, meses más tarde, desembocarían en la guerra civil.

“La tarde del sábado 18 de julio cogí el autobús de Málaga para hacer algunas compras. Estaba tan acostumbrado a ver caras tensas y sonrisas heladas, llenas de aprensión, que en un principio no noté nada especial en el ambiente. Después me di cuenta de que los policías en la plaza de la constitución parecían más nerviosos de lo normal”: así comienza el relato que Gerald Brenan hace en sus memorias del inicio de la guerra civil en la capital malagueña, a la que dedica el capítulo más largo. Su relato de aquellas dramáticas jornadas tiene la tensión periodística del buen reportero –el Manchester Guardian le nombró su corresponsal por indicación de Bertrand Russell–, sus conocimientos del idioma y de los habitantes de su pueblo le permitieron seguir de forma directa los tremendos acontecimientos que le tocó vivir. Desde la terraza de su casa, cercana al aeródromo, observaba las columnas de humo que se alzaban de las casas incendiadas por los bombardeos de la aviación franquista, y en las miradas de sus vecinos de Churriana descubría el brillo del odio y del deseo de venganza. En sus visitas a Málaga se topaba en las cunetas de la carretera con los cadáveres de los “paseados” como represalia. Su testimonio sobre aquellos primeros días constituye un documento valioso a la hora de hacer valoraciones éticas sobre el comportamiento de los dos bandos en aquella confrontación fratricida. Gamel Woolsey relató las angustias de aquellas jornadas en su libro Málaga en llamas. La guerra civil española fue la piedra de toque que despertó la simpatía de Gerald Brenan por los movimientos libertarios: “Los anarquistas –escribió– son los únicos revolucionarios que no prometen un aumento del nivel de vida. Ofrecen una mejora moral: la propia estimación y la libertad”.

Los Brenan abandonaron España por Gibraltar en septiembre de 1936. Tras una corta estancia en Tánger, en octubre de ese año embarcaron para Inglaterra, donde Brenan se empeñó en contrarrestar la propaganda franquista defendiendo en los periódicos ingleses al gobierno de la República. En 1943 publicó El laberinto español, quizás el ensayo más lúcido que se haya escrito sobre España, los españoles y la guerra civil. El régimen franquista, que nunca perdonó un análisis tan acertado de la rebelión de los militares africanistas, se vengó prohibiendo esta obra hasta la muerte del general Franco. A este libro siguieron La faz actual de España (1950), Historia de la literatura española (1951).

En 1949 Gerald Brenan realizó una visita turística a España y en 1953, el año de la publicación de Al Sur de Granada, consiguió que el gobierno de Franco le concediera el visado para quedarse definitivamente en Málaga. A su regreso descubrió que la persona que había dejado a cargo de su casa de Churriana había alquilado una planta a otro inglés para poder mantenerla abierta y se vio obligado a compartirla con su inquilino. En Churriana murió, en 1968, su esposa, Gamel, que allí tradujo con éxito obras de Galdós al inglés. Ese mismo año, la necesidad de huir de los recuerdos y de la incomodidad de compartir la casa con huésped indeseado impulsaron a Brenan a trasladarse Alhaurín de la Torre, donde terminó sus días el 19 de enero de 1987. Su cuerpo, que él había donado a la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga, permaneció en una tina de formol, agua y glicerina, durante catorce años. Por respeto a su memoria ni los profesores ni los estudiantes quisieron destazarlo en la mesa de disección. “No hubiera sido ni docente ni decente”, explicó entonces el catedrático José María Smith, quien años antes había recibido la donación de Gerald Brenan. El 20 de enero de 2001, su cadáver fue incinerado y luego 1960. Gerald Brenan. sepultado junto al de su esposa Gamel en el cementerio inglés de Málaga, en presencia de su nieto Stephane, hijo de Miranda y de un médico francés.

Brenan resumió así la impresión que sobre España y los españoles había intentado reflejar en sus obras: “Al sur de los Pirineos vive todavía una sociedad que antepone las más profundas necesidades del alma humana a la organización técnica para alcanzar un nivel de vida más alto. Es ésta una tierra en la que ofrecen conjuntamente el sentido de la poesía y el sentido de la realidad”.

Nunca se hizo rico escribiendo sobre España. En Inglaterra es considerado como un escritor menor; pero para los españoles y los hispanistas de todo el mundo es el más grande de los ingleses que han escrito sobre nuestro país. En la actualidad llevan el nombre inglés de Don Geraldo numerosos institutos, escuelas, casas del pueblo y centros culturales de Andalucía. En la falda sur de sierra Nevada, en los montes de La Alpujarra, una ruta turística sigue los hitos marcados por sus pasos. Y en las calles de los barrios populares de Granada y Málaga resuenan intermitentemente los versos del pasodoble que le dedicó el granadino Carlos Cano:

Le voy a dedicar con todo mi corazón un pasodoble a Geral Brenan:

Pasodoble de sol, de clavel reventón, como si un torero fuera
Y que nadie me hable de London…
Y decirle bajito, muy bajito, limón, azulina y hierba buena…
Y la casa encalá y el vino de Albondón y una sillica en la huerta.
Olé y viva Gerald Brenan.