9 de septiembre de 2006

Otra vez a las cinco, comienza un nuevo día con la novedad de carreteras “himaláyicas” de verdad.

Barro, baches, derrumbes, cruces emocionantes con otros camiones, paisajes indescriptibles. Lo que en línea recta es cercano, supone con los  zig-zag y los desniveles algo que se hace inacabable. La velocidad media se acerca a diez kilómetros por hora, y el balanceo es agotador. El menú en ruta es invariable: arroz con vegetales.

Poco a poco, tanto la población como el paisaje, adquieren aspecto nepalí. Al reanudar la marcha se establece una competición: autobús por un lado y corredores de a pie por otro lado, con resultado de empate. Al poco, un tractor con el palier roto bloquea la pista, pero la habilidad de su conductor solventa la avería sin tardanza. Ya de noche y tras pasar un extraño control, el conductor, tras alguna ininteligible consulta, decide que el lodo imposibilita el paso. Nueva noche en el camino, hay en una casa particular. Ya despachado el consiguiente arroz, se oye en la oscuridad la voz de Carlos en off: “alguien dice que esto del Himalaya es una tontería, ¡aquí viene todo el mundo¡”.

Desde que salimos de Katmandú no hemos visto un solo occidental.