Tupac Amaru, el último Rey Inca

Mª del Carmen Martin Rubio es Doctora en Historia de América UCM , Colaboradora de ACEA  miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Profesora Visitante y Honoraria de varias universidades Hispanoamericanas. Sus trabajos constituyen la referencia para el estudio de los postreros gobernantes del imperio del Tahuantinsuyo y han dado lugar a la identificación de la zona donde realmente se encuentra Vilcabamba la Grande o la Vieja, la capital de los ultimos reyes Incas.

MCMR se encuentra en Cusco, Perú, continuando con la localización de las tumbas de los  soberanos vilcabambinos y de sus descendientes. Queremos destacar aquí  un extracto de su trabajo en relación a la trayectoria histórica y el final del ultimo monarca Inca, Túpac Amaru.

Túpac Amaru o Topa Amaro, según la variable ortografía de los siglos XVI y XVII, fue capturado en septiembre de 1572 en las montañas de Vilcabamba (la Grande o la Vieja) por un ejército a cuyo frente se hallaba el general Hurtado de Arbieto, enviado desde el Cusco por el virrey Francisco de Toledo. El último Rey Inca fue ejecutado en la Plaza de Armas de dicha ciudad el 1 de octubre del mismo año provocando enorme amargura entre la población indígena del Perú al ver extinguirse con él su rama dinástica y una gran conmoción en España y Europa de la que salió bastante malparado Francisco de Toledo.

Topa Amaro se convirtió en un personaje legendario. La historia de su vida y muerte se transmitieron de padres a hijos con tanta fuerza, como para que a principios del siglo XVII surgiera el mito de Inkarri, en el cual aparece reencarnado y unido en una imagen mesiánica junto a los poderosos soberanos Pachacutí y Atahualpa: los tres carismáticos personajes, transformados en Inkarri, han de volver para revitalizar las formas de vida peruanas y alcanzar de nuevo el esplendor que antaño tuvo el estado Inca.

Siendo Vilcabamba, la capital del joven reino neoinca, en mayo, junio o julio de 1571 murió de repente el (Rey) Inca Tito Cusi Yupanqui. Su  hermano Topa Amaro se hizo cargo del trono y enseguida se vio abocado a continuar la lucha contra los extranjeros hispanos. Cabe suponer que, si bien la sociedad vilcabambina debía de ser bastante belicosa dado su carácter ofensivo-defensivo, el talante de este Inca se habría forjado bajo el signo de la paz, al haberle sido encomendada la dirección espiritual de su pueblo.

Tales hechos coincidieron con que D. Francisco de Toledo había sido nombrado nuevo gobernante y que había recibido órdenes muy estrictas para que nada más llegar a Perú pusiese fin al reino de Vilcabamba. De ahí que  el Virrey organizase en el Cusco un gran ejército y lo enviase a la selva, bajo las órdenes del general Martín Hurtado de Arbieto. Topa Amaro y sus súbditos defendieron no pudieron contener la avalancha hispana; por lo que, después de haber perdido algunas fortalezas y enclaves urbanos, el 24 de junio cayó en manos de las huestes virreinales la capital, Vilcabamba la Grande.

Viéndose vencido, el Inca quemó la ciudad y se retiró más de cincuenta leguas hacia adentro de la selva. Tras varios días en su búsqueda, fue capturado por el capitán Martín Oñaz de Loyola, junto a algunos de sus generales, en el territorio de los Manaries. Le acompañaba su mujer Guasua Chumbi, su hija y tal vez un hijo recién nacido. El ejército vencedor y los prisioneros entraron en Cusco el 21 de septiembre y rápidamente comenzaron los preparativos para el juicio, condena y finalmente la ejecución de Topa Amaro.

En el siglo XIX, la zona cobró inusitada fuerza en el plano arqueológico y no menos en el campo de la historiografía americanista.  Desde que a mediados del siglo, el norteamericano William Prescott escribió “El Mundo de los Incas” y “Conquista de los Incas”, salieron a la luz gran cantidad de crónicas que reflejaban la historia pasada de este Imperio.  Algunas de estas crónicas fueron compuestas por participantes en los hechos y por personas que habían recogido testimonios orales de los propios protagonistas y de otros testigos. Con respecto a Vilcabamba, una de aquellas crónicas es la titulada: “Descripción de la Provincia de San Francisco de Vilcabamba”,  escrita hacia 1610 por Baltasar de Ocampo

La descripción efectuada por Ocampo brinda datos importantes sobre Topa Amaro, proporcionados al autor por el mercedario Nicolás de los Dichos, testigo presencial de la ejecución del Inca. Según este fraile, el cuerpo del desdichado monarca fue entregado a su hermana y cuñada, la ñusta Cusi Huarcay, quien lo hizo enterrar en la capilla mayor de la catedral del Cuzco. Asimismo cuenta que después se realizaron solemnes funerales por la salvación de su alma, acompañados de misa pontificia, en los que intervinieron todos los religiosos de la ciudad.

Otras crónicas relatan cómo, mientras se celebraban las exequias fúnebres, Toledo mandó que la cabeza del monarca permaneciese expuesta en la picota de la Plaza de Armas, y que la orden  así fue cumplida.

Seguramente, el Virrey juzgó que ese sería un castigo ejemplar para los indígenas sin saber que la religión andina tenía por dioses a sus monarcas; por eso, cada noche la plaza se llenaba de gente que iba a adorarla, a rendirle pleitesía y a dar el último adiós a su Rey muerto. Una de aquellas noches, al pasar por allí el conquistador Mancio Serra de Leguízamo, uno de los primeros conquistadores que entraron en el Cuzco, pudo comprobar el enorme fervor que los nativos sentían por Topa Amaro, aún después de haber fallecido, y le  pareció que tal actitud era idólatra. Bajo esa óptica, acto seguido comunicó a Toledo lo que había presenciado, y éste mandó que, con rapidez y sin ninguna solemnidad, se retirase la cabeza de la picota y se enterrase con el cuerpo que anteriormente había entregado a Cusi Huarcay.

La ñusta, cumpliendo la orden del Virrey, la depositó en la cripta que había hecho construir en el convento de Santo Domingo; sin embargo, la Historia no registró el acontecimiento y sólo conservó la noticia proporcionada por Ocampo.

En Perú se despertó el interés sobre la figura de Topa Amaro hacia 1968, dado que al irrumpir un gobierno nacionalista, los hechos de los Incas pasaron a ponerse de moda. Por aquellos años, el mito de Inkarri se hizo mucho más popular y también el entorno relacionado con Vilcabamba, ciudad que se llevaba buscando desde 1834, cuando el Conde de Sartigni descubrió Choqquequirao. Sin duda, la aparición de esta importante estructura urbana empujó la llegada de exploradores a otros asentamientos como: Vitcos, Ñusta Hispana, Espíritu Pampa o la misma Machu Picchu; y quizás, porque una cosa arrastra a otra, poco tiempo después de desencadenarse el afán por encontrar el reino vilcabambino entre la profunda vegetación de las montañas selváticas, surgió el interés de ubicar la tumba de Topa Amaro y también la necesidad de estudiar mejor su figura y entorno.

Todavía no hace mucho tiempo, arqueólogos del Instituto Nacional de Cultura de Perú, basados en la información aportada por Baltasar de Ocampo, hicieron excavaciones en el altar mayor de la catedral del Cusco, con el fin de encontrar sus restos mortales; mas no pudieron hallarlos porque la información del cronista es errónea sobre este punto, pues como se ha visto, el Inca no fue sepultado en la catedral, sino en la iglesia del Convento de Santo Domingo que albergaba, bajo las entrañas de los ambientes levantados por los frailes en el siglo XVI el milenario templo del Qorikancha (Cercado o Casa de oro en castellano; un templo que según Garcilaso de la Vega, tuvo las paredes completamente cubiertas de oro, desde arriba hasta abajo). Todo parece indicar que hasta entrado el siglo XX las bóvedas mortuorias permanecían intactas.

En 1950 un fuerte terremoto asoló el Cusco y prácticamente dejó destruida la iglesia del convento. Al efectuarse la restauración, los arquitectos y arqueólogos intervinientes no hallaron cuerpos con las singulares características que guardaban los féretros de los monarcas. Posteriormente tampoco han aparecido sus sepulcros en las excavaciones que se realizaron con motivo de aquellas obras, ni en las efectuadas por mí misma hace tres años con el apoyo de Discovery Communications. Ante tales hechos, entre otras hipótesis, cabe preguntarse si los restos mortales de los príncipes vilcabambinos fueron localizados por los trabajadores y al no reconocer su alcurnia, los mezclaron con otros cadáveres, en cuyo caso el esqueleto de Topa Amaro puede ser uno de los numerosos restos humanos que yacen amontonados en las bóvedas mandadas construir por un corregidor en el siglo XVII: en un cajón se conserva un esqueleto grande, como era el monarca, con la cabeza seccionada. O tal vez, las criptas siguen ocultas en las profundidades del Qorikancha.

Este es un misterio más de los muchos que envuelven la legendaria y desdichada figura de Topa Amaro, un Inca amante de la paz a quien, sin embargo, el destino hizo pagar con su vida la libertad que buscaba su pueblo. Hoy es considerado como un temprano precursor de la independencia americana.