Diario de Uruguay – Desde Uruguay al fin de la Argentina

JORNADA del 28 de noviembre al 3 de enero 2009

-“Nos vemos en Manzanillo”. Los propietarios de la posada “Bella Vista”, en la que me he alojado unos días en San Cristóbal de Polanco, han decidido vender el hotelito que edificaron hace unos años junto al lago para trasladarse a Méjico y dar un cambio a su vida.
La calle principal, que conduce a la salida del pueblo, está cortada. Ambiente festivo. Fin de etapa de una carrera ciclista. Tengo que cubrir unos 60 kms, antes de salir a la carretera nacional  por la que llegaré a Tacuarembó, paso obligado para  acceder al museo de Carlos Gardel. Me pongo en marcha. Al cuarto de hora luces de un vehículo policial que abre pista. Aparco sobre la hierba, saludo a los policías. Me subo al capó y espero. No es el Tour precisamente. Un escapado, que ha logrado dos minutos de ventaja sobre dos perseguidores y cinco sobre el pelotón. Ganará, ya no pueden alcanzarle. En total veinte corredores, tres coches de apoyo y una ambulancia cerrando la carrera. Con esta geografía, por lo menos por lo que visto durante mi estancia en Uruguay, deben ser buenos rodadores y pésimos escaladores. El país es llano. Con algunas ondulaciones, pequeñas colinas.
Tomo un desvío que conduce al Valle Edén, donde, según los uruguayos, nació el, sin duda, mejor cantante de tangos que ha existido. Antes de llegar, 50 metros de puente colgante de madera, cables de acero,  para sobrepasar un riachuelo en tiempo de crecida. No es el caso, pero cruzo el puente para poner un poco de ritmo al día, balanceo asegurado. El museo, inaugurado hace once años, se ubica donde se levantaba una pulpería, a la que acudió en alguna ocasión Carlos Gardel, que vivía a dieciséis kilómetros. Como es fácil comprender, todos estos datos los he extraído de las notas que se muestran en las paredes del edificio. La mayoría, copias de documentos que avalan la teoría de que Gardel era uruguayo, nacido en Tacuarembó. He pasado un buen rato leyendo las páginas enmarcadas. La historia es rocambolesca, con otro Gardel, un hermanastro. No quiero agotaros. A quién le interese el tema, en profundidad, puede acudir a la siguiente páginahttp://sites.google.com/site/eluruguayocarlosgardel/
La verdad es que he pasado un rato muy agradable, paseando por las solitarias salas del museo, escuchando, por supuesto, tangos inolvidables que transportan al visitante al mundo que recrean fotos y objetos que pertenecieron al cantante. Junto al museo, la estación de tren de Valle Edén. Ignoro si está en uso, pero los raíles oxidados, viejos vagones y casas de madera, cerradas, me hacen suponer que hace tiempo que en sus taquillas no se expenden billetes.
Mi próxima parada es en Mercedes, a las orillas del rio Negro, el más caudaloso del país. No hay mucho que ver, la catedral, que está cerrada, la costanera, una amplia avenida, donde se mezclan antiguas casonas con adosados de reciente construcción. En la orilla, pequeños muelles de donde parten barcazas para efectuar paseos por el río, acceso a un isla, por un puente peatonal, con servicios para los posibles campistas que quieran gozar de un entorno bucólico. Llama mi atención un grafiti sobre la viga de un embarcadero. Una declaración de amor, pública, a la vista de todo el mundo, con nombre, apellidos, fecha y hora. Parece que escuche la canción de Carlos Vives, “Fruta Fresca”. Camino del “Castillo del Barón de Mauá”,  encuentro un cartel que anuncia que estoy llegando al edificio más antiguo de Uruguay, “La Calera Real del arroyo Dacá”. Sobre un altozano, un edificio en piedra, con techo de plancha ondulada oxidada. Una capilla, construida por los jesuitas en 1722. En las cercanías cuatro grandes hornos de cal que se enviaba a Buenos Aires. A pocos kilómetros la entrada al parque de Mauá, donde se levanta el “Castillo”. En realidad una gran mansión edificada, a mediados del siglo XIX, por el Vizconde y Barón de Mauá, empresario brasileño. Un singular personaje. Nació en un hogar muy humilde, se enriqueció, vivió en Londres, descansaba cortas temporadas en su “Castillo” de Mercedes, rodeado de 16.000 hectáreas de granja. Llegó a convertirse en uno de los hombres más rico del mundo, murió en la pobreza. Hoy Mauá da nombre a quesos, vino y aceite.
Me ha sorprendido el museo paleontológico del naturalista Alejandro Berro, en unas salas del edificio. Sencillo, bien desarrollado, con algunos fósiles impactantes y un texto final, colofón del desarrollo y desaparición de las especies, explicadas en el museo: “La participación de cada uno de nosotros en una tarea de responsabilidad colectiva es el primer paso hacia una  solución general. El compromiso de preservar la biosfera debe ser asumido por todos los sectores de la población mundial. La única esperanza que le queda al hombre para garantizar su sobrevivencia en un futuro próximo, es proteger los recursos naturales mediante planes de conservación y de explotación racional de los mismos”. Alejandro Berro falleció en 1959.
Llego a Colonia del Sacramento, la primera ciudad europea de lo que hoy es Uruguay.  Un asentamiento portugués, en 1680, motivo de conflictos y enfrentamientos, durante casi un siglo, entre las dos potencias coloniales, Portugal y España. Hoy es una ciudad apacible, como todas las uruguayas, que vive en gran parte del turismo. Menos de cincuenta kilómetros la separan de Buenos Aires. Varios barcos al día cruzan el Rió de la Plata. En uno de ellos embarcaré el Toyota para llegar a Argentina. Como en todas las poblaciones de la costa, los precios de los hoteles son el doble que en los del interior. Su principal atractivo es el casco histórico, que hasta 1968, año en que se inició su restauración era un barrio siniestro, con ruinas y chabolas. Cuatro años más tarde se inauguró lo que, en 1995, fue declarado “Patrimonio Mundial” por la UNESCO.
Doy una vuelta de reconocimiento, encuentro hotel, bien situado e inmediatamente salgo en busca de billete para el “Buquebús” en el que embarcaré tres días más tarde. La empleada que me atiende me dice que si compro el billete por internet me ahorraré un dinerillo. Vuelvo al hotel y compruebo que es imposible encontrar plaza, el día y hora, que quiero. Además tengo que adquirir ida y vuelta, algo que ya me habían advertido en una agencia de viajes de Paysandú, la cuarta ciudad más poblada, en donde pernocté una noche. Regreso al moderno edificio del puerto. Con mi mejor sonrisa comunico a la empleada mi falta de habilidad para conseguir el billete. Mientras empieza a buscar por el ordenador, me cuenta que su hija vive en Palma, que precisamente esta semana viene a visitarla. Conversación distendida, no hay cola detrás de mí. Me entrega el pasaje, logrando que sea sólo de ida, buen precio. Recuerdo las cuatro horas que me llevó el trámite de embarcar el coche en Nuweiba, Egipto, con destino a Aqqaba, Jordania. Gracias, Uruguay. Una vez más gente educada, amable, que te ayuda.
El casco histórico es pequeño, tres horas son suficientes para recorrerlo. Hay zonas exclusivamente peatonales. En algunas calles coches antiguos, con plantas y flores en el interior. En muchas paredes, frondosas buganvillas, rojas, moradas, que destacan sobre blancos muros. En placitas, pasajes, restaurantes, algunos con vista al mar, para saborear deliciosos platos bien cocinados. Saliendo del caso antiguo calles arboladas que protegen del sol. Nos acercamos al verano. Aprovecho para cortarme el cabello. El peluquero me repite algo que ya he escuchado anteriormente. -“Si, es una ciudad tranquila, el país es tranquilo, tal vez demasiado”. Punta del Este es la excepción. Uruguay tiene una superficie, más o menos, equivalente a Andalucía y Castilla la Mancha, juntas, con una población de tres millones y medio de personas.
Vuelvo a pasar la aduana argentina, al descender del barco que me ha transportado desde Colonia de Sacramento a Buenos Aires. Apenas una hora para cruzar el rio de la Plata. Llovizna, apenas hay oleaje. Desparece la costa, entre bruma y agua de color marrón. Los trámites son rápidos. Sonrisas y buenos deseos de que la estancia en el país sea agradable. Encontrar la dirección a la que me dirijo se convierte una vez más en una prueba de paciencia. Busco un aparcamiento seguro para dejar el Toyota. Los pocos que permiten la entrada del coche, por altura, exigen que deje las llaves para poder moverlo. Descarto plan A, paso al B. Obtener pesos, comprar una tarjeta con  número de teléfono argentino, llamar a una antigua amiga que reside cerca de la zona en la que me encuentro, ella resolverá. Procuro molestar lo menos posible, no alterar la vida de las personas que conozco y que me alegra reencontrar, pero en este caso, después de dos horas dando vueltas por calles sin encontrar un espacio libre, creo que está justificado. Como esperaba, a los pocos minutos de haber hablado con ella, desciende de un taxi y, tras un rápido saludo, me guía hasta un aparcamiento en el que puedo dejar el coche durante los días que permanezca en Buenos Aires, sin tener que dejar las llaves. Nos encontramos en la Recoleta, un buen barrio, centro de la zona residencial, con varios jardines, grandes espacios verdes, áreas comerciales y de entretenimiento. Dispongo de dos días, antes de que llegue Elisa, con quien compartiré dos meses y medio de viaje, para ordenar mentalmente el plano de la ciudad, vías de comunicación y seleccionar lugares a visitar.
Han pasado muchos años desde la última vez que estuve en Buenos Aires, 26, pero tengo la sensación que fue hace poco, tal vez porque es la ciudad más europea de todo América, porque no me siento extraño, porque usamos la misma lengua para comunicarnos, porque la gente que encuentro es educada, amable e intenta ayudar, más allá de lo habitual en otros países. Por ejemplo, un kiosquero que me ha visto cargado con maleta, bolsa y ordenador, esperando un taxi, ha salido de su puesto de venta y, durante doce minutos, ha ido de una calle a otra hasta que ha logrado detener un taxi que acababa de desocuparse. Sonrisas y agradecimientos. En pocas horas vuelvo a “situarme” en la ciudad. Avenida 9 de julio, Corrientes, Plaza de Mayo… Acompaño a Loreto al barrio de San Telmo, ahí siguen los tenderetes de la plaza Dorrego. En las calles vecinales, entre edificios restaurados, numerosos anticuarios. Entramos en uno que almacena, entre otros muchos objetos, trajes y complementos de principios del siglo XX. Sedas, plumas, charlestón.  A cien metros, el Museo Penitenciario, un antiguo convento, convertido en cárcel de mujeres. San Telmo fue el primer barrio elegido por la clase alta para construir sus residencias. Lo sustituyó La Recoleta. Ahora sus estrechas calles han recobrado algo de su antiguo encanto. Fachadas limpias, casas restauradas, anticuarios, restaurantes, bares, tiendas de moda. Visita obligada. Creo que puede ser una buena “entrada” para Elisa. Acaba de llegar. Domingo. Inmersión en San Telmo. Mercado, grupos musicales que acompañan a parejas bailando milongas, almuerzo en restaurante tradicional, ensalada de berros, bife de chorizo con papas, panqueque de dulce de leche, todo ello acompañado por un buen tinto de la Rioja argentina.
En los días que hemos permanecido en Buenos Aires hemos recorrido todos aquellos lugares que merecen ser visitados por un turista de corta estadía. Hemos utilizado diversos medios de transporte, taxi, autobús, metro, tren, barco y… hemos caminado mucho. Estos días previos a la entrada del verano nos han ofrecido meteorología variable, frio, calor, lluvia, sol radiante. En Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, sede del Gobierno, nos hemos topado con varias manifestaciones y reclamaciones de los excombatientes de las Malvinas. Hace poco, el 27 de octubre, falleció Néstor Kirchner, anterior presidente, esposo de la actual presidente Cristina Fernández de Kirchner. Este próximo año hay nuevas elecciones presidenciales. Néstor Kirchner controlaba totalmente el poder. No permitió que despuntara ningún aspirante a sucederle. Se ha abierto una caja que estaba herméticamente cerrada. La actual presidente todavía no ha decidido si volverá a presentarse. Uno de los países más ricos de América con grandes desigualdades sociales. Es el octavo país más extenso del mundo, cinco veces y media España, con 41 millones habitantes, de los que 16 viven en el gran Buenos Aires.
A pesar de que tiene fama de haberse convertido en una ciudad peligrosa, no hemos sentido en ningún momento ninguna intranquilidad, aunque hemos visto cómo la policía arrestaba a tres chicos jóvenes que estaban robando ruedas de un coche aparcado cerca del lugar en el que nos hemos alojado. Supongo que, como en muchas ciudades, hay barrios, horarios, que pueden resultar inseguros. La zona turística de Caminito, en La Boca, es un área pequeña, mejorada desde la última vez que la visité, en la que se puede pasear, sin ningún temor, con la cámara fotográfica a la vista. Llegamos hasta allí caminando, por calles con pocos transeúntes. Por supuesto nuestro aspecto es lo más alejado al de un turista rico norteamericano, alemán o japonés.
En los parques cercanos a La Recoleta nos encontramos, al atardecer, con la “Floralis Generica”, una escultura de acero de dieciocho toneladas de peso y 23 metros de altura. Destaca sobre un estanque de agua. Es espectacular, aunque no podemos observar el cierre de sus seis pétalos, al llegar la noche, porque su mecanismo de apertura y cierre automático,  con la salida y puesta de sol, lleva estropeado algún tiempo.
Nos paseamos por el barrio más moderno, Puerto Madero, donde se levantan altos edificios de oficinas y viviendas exclusivas. El viejo puerto se ha convertido en un oasis, céntrico, a salvo del ruidoso, congestionado, tráfico de vehículos. Entre los diques destaca el puente giratorio de la Mujer, de Santiago Calatrava. Uno de los días nos acercamos a Tigre, en el delta del Paraná. Un puerto con tres dársenas, con restaurantes, bares, tiendas de artesanía y la posibilidad de efectuar un breve recorrido, en barco, que permite ver las numerosas viviendas levantadas en las orillas. Supongo que en esta época que está a punto de iniciarse recibirán numerosos veraneantes que huirán del calor sofocante de la gran capital que se encuentra a sólo a 32 kms. bien comunicada por tren o carretera.
Antes de dejar Buenos Aires, nos hemos adentrado en el cementerio de La Recoleta. En sus estrechas calles, panteones, con los ataúdes a la vista, de los próceres bonaerenses. Militares, políticos, banqueros. Esculturas entre mármol y granito. Concentración de visitantes ante la tumba de Eva Perón. Extramuros, frente a la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, terracitas ante un mercadillo artesano que se levanta en la plaza con jardines.
Queremos salir de Buenos Aires a primera hora de la mañana para evitar los atascos circulatorios. Llego a las 6,30 al aparcamiento donde ha permanecido el Toyota. Desagradable sorpresa, me he quedado sin batería. Una luz interior se quedó encendida. Recorro las calles desiertas en busca de unos cables que no encuentro. Hasta las diez, hora en que llega un coche de asistencia y logro arrancar, desayuno, compra de fruta en mercado recién abierto, charla con uno de los propietarios del aparcamiento, un asturiano que lleva más de treinta años en el país. Habla con su socio en Madrid. A otro de los varios lugares de estacionamiento, que tienen en la zona del centro, están llegando los vehículos que participarán este año en el Paris-Dakar. Lograron comprar los últimos solares que quedaban sin edificar. Sus aparcamientos no tienen limitación de altura. Me indica el camino más corto y sencillo para salir de Buenos Aires en dirección norte.  Entre una cosa y otra, nos encontramos en la autovía de salida a las once de la mañana.  Tenemos 1300 kms. por delante, antes de llegar a Puerto Iguazú, en donde podremos ver las famosas cataratas desde el lado argentino. Cuando estamos saliendo logramos ver algunas zonas ocupadas por las precarias viviendas de los más desfavorecidos. Estos últimos días se han producido varios enfrentamientos entre vecinos y ocupantes foráneos de parques públicos. Tiendas de acampada, frágiles cobertizos con planchas metálicas, cartones y plásticos. Tuberías empalmadas a conducciones de agua. En pocas horas la zona abierta de un parque público se convierte en un asentamiento mísero. Por supuesto todo eso ocurre en las afueras, en los barrios periféricos. La policía no ha intervenido. Se excitan los ánimos. Piedras, palos y luego armas de fuego. Han tenido que morir varias personas para que la fuerza pública haya recibido la orden de finalizar el conflicto. Se detiene… temporalmente, ya que subsisten los problemas de vivienda y trabajo para muchas personas que no tienen ingresos asegurados de ningún tipo.
Tardamos dos días en llegar a Puerto Iguazú. Nos alojamos en unas cabañas que se encuentran relativamente cerca de la entrada al Parque Nacional de las Cataratas.
Todos los argentinos con los que he hablado me han asegurado que es mucho mejor verlas desde su país. Ignoro si ellos las han contemplado, como yo, desde el lado brasileño. Creo que Iguazú es un conjunto tan sorprendente, impresionante y espectacular, que necesita verse desde ambos lados. Incluso recomendaría empezar por el lado brasileño, para tener una visión de conjunto, un plano general. Luego, para el plano corto, el detalle, para sentirse rodeado, sobre pasarelas, dentro de los grandes saltos de agua, a escasos metros, hay que acudir al lado argentino. Aquí hay más caminos y posibilidades, incluso es factible llegar en barcaza neumática a motor hasta cerca del lugar donde se vierte una gran cascada. Chaleco salvavidas y ducha total.  Una parada antes de entrar en la zona turbulenta. Acelerón, saltos entre olas, descarga de adrenalina, remojón, unos segundos intensos y vuelta a la zona más tranquila. Un trenecito cubre algunas distancias entre los puntos más alejados. Largas pasarelas sobre brazos del río permiten alcanzar un mirador excepcionalmente situado. Según sople el viento, las nubes de agua caen sobre los visitantes. Afortunadamente la temperatura es elevada, la mojadura se agradece, la ropa empapada se seca en pocos minutos. Es aconsejable proteger la cámara e imprescindible limpiar el objetivo continuamente.
En los paseos por escaleras y pasarelas se cruzan zonas de selva húmeda con diversas especies de flora y fauna. Los lagartos hacen altos en su recorrido y se esconden en la frondosa vegetación cuando ven acercarse algún caminante. Varias placas bien situadas recuerdan a descubridores o personajes singulares que por una u otra causa llegaron hasta aquí. Me sorprende la dedicada a Guillermo Larregui, “El vasco de la carretilla”. Un navarro que en 1935, a los cincuenta años, inició una larga caminata de 3.000 kms. transportando una carretilla, desde los pozos petrolíferos en los que trabajaba, hasta Buenos Aires. Luego siguió viaje hasta Bolivia y distintos puntos de Argentina, hasta completar 20.000 kms, antes de llegar a Iguazú, decidir que ese era el lugar para permanecer, deshacerse de la carretilla, dando por concluido su viaje.
Al abandonar el recinto del parque, compruebo que me he vuelto a quedar sin batería. Esta vez me he dejado las luces de cruce encendidas. Las cinco horas que hemos permanecido cerca de las cataratas han consumido las reservas de las dos baterías, principal y auxiliar. Me acerco a unos taxistas brasileños que esperan a que finalicen la visita los pasajeros que han trasportado. Al conocer mi problema confían en ganar unos dólares extras. Sin el mínimo pudor me dicen que es un problema grave. Que tengo que cambiar la batería. Se ofrecen a llevarme hasta un taller, a unos cuantos kilómetros, en el que podré comprar una nueva. Trayecto, comisión e incluso algún dinerillo adicional por montármela. Sonrío, agradezco el ofrecimiento y les aconsejo que si algún día se encuentran con ese problema bastará que la conecten a otra, arranquen el motor y esperan a que se recargue, que no compren una nueva. Acudo a un guarda del parque. Se acerca con un coche, conecta los cables, arranco, le agradezco la ayuda y me despido de los taxistas al pasar por delante de ellos. Supongo que no volveré a dejarme las luces encendidas, aunque aquí es algo posible, ya que es obligatorio mantenerlas prendidas cuando se circula por carretera. Al no estar habituado, puedo olvidarme apagarlas, al aparcar.
En Puerto Iguazú iniciamos el largo camino hacia el sur que nos llevará hasta Ushuaia, en Tierra del Fuego, la ciudad más meridional del planeta. Aprovechamos para acercarnos a los restos de las misiones jesuíticas que se conservan en Argentina. La primera a la que llegamos, San Ignacio Miní, data de 1696. Es la mejor conservada. Antes de iniciar la visita, entramos en el Centro de Interpretación que muestra maquetas, datos históricos, objetos y explicaciones que ayudan a comprender la importancia, fines, logros, de las reducciones jesuíticas. En un panel leo que “Según la religión guaraní, el Ser Supremo Creador destinó a los guaraníes a la selva y a los blancos a los campos abiertos, y les prohibió a ambos que invadieran los espacios del otro”.
La distribución del espacio era similar en todas las misiones (hablo sobre ellas en el relato 048). Aquí, como las que visité en Paraguay, el gran espacio de la plaza, los restos de la iglesia, destacan sobre los residuos de las otras construcciones. En San Ignacio Miní se conservan algunas piedras esculpidas en lo que fue el frontal de la iglesia, y en un arco cercano a los antiguos claustros. Balaustradas, escaleras, salas, paredes de las antiguas viviendas de los indios, permiten imaginar lo que llegó a ser el conjunto. El billete de entrada permite la visita, durante quince días, a otros dos recintos, relativamente cercanos. En la segunda reducción, Nuestra Señora de Loreto, contemplo una muestra de la devastación y saqueo más brutal que debieron sufrir las Misiones jesuíticas. El espacio original de la misión ha sido recuperado por la naturaleza. Restos de unas letrinas, algunas piedras sostenidas por jaulas metálicas, recuerdo de lo que debieron ser columnas. Una placa identifica el lugar que ocupaba la plaza. Tengo la sensación de que tal devastación fue intencionada, borrar totalmente cualquier vestigio de una utopía que ponía freno a los terratenientes, esclavistas y explotadores de la época. Tal vez esta misión sufrió una mayor destrucción porque en ella se imprimió el primer libro en lengua guaraní. Aquí, entre estos árboles, empezó a funcionar la primera imprenta de Sudamérica.  Ese mismo día alcanzamos la tercera reducción, Santa Ana. Restos de una capilla, plaza, algunas paredes, piedras sueltas, restos de los que fue una extraordinaria canalización de agua, con  máximo aprovechamiento y distribución del recurso hídrico.  Ruinas.
Se acercan las fiestas navideñas. Hemos de cruzar el gran Buenos Aires, dejando atrás los atascos circulatorios que van a crear todos los que huirán de la gran ciudad en busca de destinos playeros. Sin ningún contratiempo, en poco más de una hora, logramos enlazar correctamente las distintas autopistas y pasos elevados que nos conducen al sur, dirección Mar de Plata, principal ciudad vacacional de los porteños, algo así como Benidorm para los madrileños. Nos detenemos únicamente para pasar la noche. Las calles empiezan a llenarse de veraneantes. Estamos impacientes por enlazar con la nacional 3, la carretera que conduce al gran sur, la que finaliza en Ushuaia, a unos 3200 kilómetros. En ocasiones nos desviaremos para acercarnos a varios lugares que ofrecen diversos puntos de interés. Antes salir compro unos cables reforzados de conexión entre baterías. Sé que con esa previsión ya no volveré a necesitarlos, pero tal vez sirvan para ayudar a alguien.
Dejamos la costa para alcanzar Tandil, una ciudad que espera el verano para acoger a los que prefieren la montaña al mar, las excursiones a pie o caballo a los deportes acuáticos. Vemos las distintas posibilidades y nos decidimos por tres singulares  opciones. La primera “El Calvario”. Sobre un cerro se ha reproducido el monte del Gólgota, en el que fue crucificado Jesús. Sus laderas están cubiertas de olivos. Catorce grupos escultóricos, en distintos niveles, señalan los pasos del Vía Crucis. Incluso se ha reproducido la gruta de la Virgen de Lourdes. Son las nueve de la mañana, cielo sin nubes, calor. Este espacio solitario, en determinadas ocasiones, Semana Santa especialmente, se llena de fieles llegados de todo el país. En los pasamanos de las escalerillas que conducen hasta la cruz, bufandas y pañuelos anudados, exvotos de creyentes que han solicitado algún tipo de ayuda. En la base, placas y azulejos, recuerdan las mercedes recibidas. No deja de llamarme la atención una simple, lacónica, concisa, directa frase: “Gracias por darme trabajo. Víctor”. Víctor  no pidió salud, dinero o amor. Pidió trabajo, no regalos. Buscó y encontró.
Desde el Calvario queremos acercarnos a un cerro donde se halla la “Piedra Movediza”. Según el mapa que hemos conseguido parece fácil. Los que se presenta como calles rectilíneas son caminos de tierra entre colinas. Varios cruces sin carteles. Nos cruzamos con un joven que detiene su motocicleta para señalarnos el camino correcto. Empinadas escaleras conducen hasta lo alto de la colina en la que puede contemplarse una copia de la roca original, 300 toneladas de peso, apoyada, en una posición difícilmente estable, sobre una plataforma pétrea. La primera “Movediza” se había mantenido en su lugar desde tiempo inmemorial hasta que en 1912 cayó, partiéndose en tres pedazos, que se conservan al pie del cerro. Hoy ese monumento natural ha sido reemplazado por una copia de cemento. Tal vez ese sea el futuro de “El Centinela”, otra excepcional roca de siete metros de altura, 75 toneladas, base reducida de apoyo, que puede contemplarse en lo alto de otro cerro. Nadie ofrece una explicación lógica del extraño posicionamiento del bloque. Se encuentra en el punto más alto. Parece colocado, no obra de la erosión del viento y agua. ¿Por quién y cuándo?
Siguiendo la nacional tres, nos detenemos en Carmen de Patagones, una antigua ciudad, en las orillas del Rio Negro, portal de la Patagonia argentina. Un paseo por el casco antiguo, con edificios coloniales, a las tres de la tarde, 36º, fuertes pendientes hasta la orilla del río. Calles desiertas. Todo cerrado. Aprovecho para efectuar cambio de aceite. Pasamos el río, para entrar en la ciudad de Viedma, moderna, con un centro de calles comerciales, alrededor de la plaza de la Catedral. Compro unos pantalones que sustituirán a los desgastados tejanos que llevo. Una modista de arreglos se compromete a acortarlos en un par de horas. Por ella nos enteramos que la ciudad ha dejado de ser segura. Vendieron la casa que habían construido, después de haber sido robados en cinco ocasiones. Ahora están en el centro, en una vivienda antigua en la que se sienten más seguros. Nos recomienda que tengamos cuidado. La alarma del coche que se negaba a trabajar a puesto fin a sus vacaciones, vuelve a activarse.
Nuestra próxima parada es para visitar la Península Valdés, un área natural protegida, Patrimonio de la Humanidad. Llegamos hasta Puerto Pirámides, el único enclave con alojamiento en la península. Su superficie, 4000 kms cuadrados es algo mayor que la isla de Mallorca. En su interior, carreteras de ripio y caminos por los que se accede a las 30 estancias ovejeras establecidas. Sus costas fueron reconocidas, en 1520, por la expedición de Magallanes. Puerto Pirámides está protegido del viento por las colinas que la rodean. El punto más alto de la península está a 110 metros sobre el nivel del mar. Grandes planicies, cubiertas de matorrales, entre los pueden verse corderos y guanacos. La mayor atracción de Valdés son los avistamientos de ballena franca austral. Apareamientos y partos se producen a poca distancia de la costa. Empiezan a llegar en mayo y se retiran a principios de diciembre. Una vez más, como ya me ocurrió en Australia, llego fuera de fecha. Nos tendremos que conformar con ver pingüinos, lobos y elefantes de mar, y con algo de suerte orcas y delfines.
La temperatura varía sensiblemente entre el día y la noche, unos veinte grados de diferencia. Dependiendo del viento, cuando desaparece el sol, se extrema la sensación de frío. Por la mañana vemos a algunos bañistas en la playa de Puerto Pirámides, la única de la península apta para nadar. En las tranquilas aguas de la bahía se deslizan dos kayaks en dirección a los altos acantilados cercanos. Es un momento especialmente agradable. No hay viento, luce el sol, silencio, agua transparentes, de azul intenso. Recorremos cerca de 300 kilómetros por pistas de ripio, llegando a los diversos miradores, desde los que contemplamos familias de lobos marinos, macho y hembras, acechadas por grupos de machos jóvenes solitarios que aún no han logrado formar su propio harem. Vemos pasar, cercanas a la orilla, unas orcas. El calor aprieta. Antes de aproximarnos a la caleta Valdés, donde podemos observar los primero pingüinos de Magallanes, un alto en un restaurante, cercano a un mirador, donde encontramos varios grupos de visitantes argentinos y europeos. Mientras comemos unas empanadas, Elisa y yo comentamos que, en España, a veces nos da pereza ir desde Barcelona a la Costa Brava, 80 kms. de autopista, o de Madrid a Toledo, 70 kms, y que aquí no nos ha importado recorrer 2.600 kms, entre ida y vuelta, para ir desde Buenos Aires a las cataratas de Iguazú. Ahora mismo 300 kms por pistas polvorientas para ver pingüinos y lobos marinos.
Es 24 de diciembre. Pasaremos la Nochebuena en Trelew, una ciudad patagónica en la que se afincó una importante comunidad galesa, que convivió con españoles e italianos. Nos alojamos en el hotel clásico, el Touring, que en el día que abrió sus puertas, en 1918, era una obra fastuosa, construida con materiales llegados de Europa. Su propietario, un tal Sr. Pujol, había comprado los restos del hotel Globo que había sufrido un incendio. Estos detalles cobran interés cuando se añade que en el hotel Globo se había alojado la banda de Butch Cassidy,  Sundance Kid y Bunch Wild.
Una vez resuelto el problema de dónde pasar la noche, buscamos un restaurante para celebrar la Nochebuena. Una señora asturiana, que emigró a Argentina hace 60 años, se encarga de reservar mesa para nosotros en uno de los mejores restaurantes de Trelew. Precio del menú especial, bebida no incluida, 24 euros. Ahí coincidimos con varios turistas extranjeros y familias argentinas. Bufé libre de ensaladas y postres. Plato principal: asado de cordero patagónico o salmón, con acompañamientos. Mientras las calles se iluminan con las luces de fuegos artificiales y resuenan los estallidos de los cohetes, en el interior del restaurante brindamos con vino espumoso y nos deseamos los unos a los otros, bienestar y felicidad. Asi se celebra esta festividad en Trelew.
Nos quedamos tres noches en Trelew. Hemos descubierto la habitación reservada a recordar el paso de la banda de atracadores norteamericanos por el antiguo hotel Globo. Tal vez a los más jóvenes no les suenen los nombres de Butch Cassidy y Sundance Kid, pero a los aficionados al cine, que hayan cumplido los cincuenta, seguro que recuerdan “Dos hombres y un destino”, de George Roy Hill, con Robert Redford, Paul Newman,Katharine Ross, interpretando a los protagonistas. En la habitación, entre varios objetos de la época, carteles de búsqueda y captura, fotografías, entre las que destaca la famosa foto “Los cinco de Fort Worth”. LaPinkerton Detective Agency obtuvo una copia y la utilizó para sus carteles de búsqueda.
En este mismo hotel, en las paredes del bar, fotografías de tiempos pasados. Llama la atención una de Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El principito”. También estuvo en este hotel, el 31 de mayo de 1930, por aquel entonces era jefe de tráfico de Aeroposta Argentina. Sus experiencias de aquellos años le inspiraron “Vuelo nocturno”.
A 17 kilómetros de Trelew, se levanta el pueblo de Gaiman, construido por colonos galeses que llegaron a la costa en 1865. Remontando el cauce del río Chubut, encontraron la vega apropiada para establecerse. Conservaron lengua y cultos religiosos. Hoy pueden verse los canales de riego, los edificios antiguos, capillas, escuelas y casas de té. En los carteles explicativos los textos se ofrecen en español, galés e inglés. El paseo a pie lo emprendemos bajo un sol justiciero que nos hace buscar las sombras protectoras de los árboles plantados en las aceras. El casco antiguo del pueblo es pequeño. Seguimos el itinerario que nos ha trazado, sobre un mapa, una joven de la oficina de turismo. Hemos empezado por cruzar un túnel de tren, hoy en desuso. 300 metros, con una zona de total oscuridad. Al salir, ojos entornados para resguardarse de la abrasadora luz de mediodía. Apenas hay gente por las calles. Nos acercamos al parque “El Desafío”, aunque nos han advertido que está cerrado por reciente defunción del propietario-constructor. Nos asomamos a la verja de entrada. Comprendo que el ayuntamiento no dedique esfuerzo ni dinero para conservarlo. En 1998 obtuvo el record Guinnes de mayor parque del mundo con objetos reciclados. Según datos, empleó 80.000 botellas, latas, y contenedores plásticos, empleando 30.000 horas de trabajo. Entre matojos, hierbas salvajes, un dos caballos “tuneado” con latas aplastadas, junto a un cartel en el que puede leerse “Auto antisida”.  Una vez visto todo lo que hay que ver, antigua estación de tren incluida, hoy convertido en Museo Histórico Regional Galés, paso por el puente colgante sobre el rio Chubut, nos premiamos con un té tradicional, en una casa junto al río, que fue visitada en 1995, por Lady Di. Lo habitual, té, sándwiches, tostadas, mantequilla, mermeladas, scones, muffins, diversas porciones de tartas, pastelitos y… la tarta negra galesa, especialidad mantenida en Gaiman.
Regresando a la costa, dejamos la nacional 3 para llegar a Punta Tombo, Nuevamente la pista. Polvo. Un armadillo escapa antes de que pueda acercarme. Cruza por delante de nosotros una mara, liebre patagónica. De vez en cuando, disimuladas entre los matojos, algunas avestruces. La reserva natural se extiende sobre una franja pedregosa que se interna tres kilómetros y medio en el mar. Es la mayor concentración mundial de pingüinos de Magallanes. La cantidad que llega a reunirse en época de cría, cada año, varía en los distintos paneles o folletos que he consultado, entre 500.000 y un millón de ejemplares. Como las cigüeñas, los pingüinos son monógamos. Cada año se reencuentran machos y hembras. Ellos llegan a principios de septiembre, ellas algo más tarde. Las crías, cuidadas y alimentadas por los padres, nacen con un plumón gris oscuro. Aquí podemos ver, a lo largo de un camino señalizado, del que está prohibido salirse, madrigueras, crías, desalojo violento de un aprovechado que ha ocupado una “vivienda” vacía en ausencia de sus moradores, cuidado del plumaje, paseos entre el mar y las zonas residenciales. Realmente están por todas partes. Tres horas han sido suficientes para saturarnos de pingüinos y escuchar sus graznidos –parecen más bien rebuznos-. En algunas zonas de paso, unos puentes de madera permiten el cruce sin problemas de aves y visitantes. Esos puentes, por debajo, están llenos de pingüinos que se resguardan del sol. Es una buena oportunidad de introducirse en el hábitat terráqueo de estos seres. Miles de agujeros, madrigueras, se extienden en todas direcciones. Cuando pasa la época de reproducción machos y hembras se despiden hasta el próximo año. Al llegar el invierno austral, cada uno por su lado, con su grupo, regresa a las costas brasileñas.
Saliendo de Punta Tombo tenemos dos opciones. Regresar a la nacional tres, o seguir por la pista de ripio hasta Camarones, pueblecito costero en el que nació Juan Domingo Perón. La carretera de entrada nos lleva hasta un monumento dedicado al salmón. Un pueblo detenido en el tiempo. Escasas calles con una urbanización cuadriculada. Puerto sin apenas actividad, playa con unos pocos veraneantes bronceándose, buena oferta de pescado recién capturado y aviso de marea roja. Mejor no caer en la tentación y peligro de comer mejillones, almejas, berberechos, ostras o vieiras. Nos alojamos en un hotel que muestra el Indalo, el símbolo de Almería. ¿Cómo ha llegado aquí? Todos los días nos encontramos personas que tienen orígenes españoles, o han vivido en nuestro país, o tienen familiares trabajando en las distintas autonomías. El flujo de ida y vuelta entre Argentina y España sigue activo. Ahora parece que para algunos profesionales que se han quedado sin trabajo en España se han abierto las puertas del país sudamericano. Bienvenida sea la opción si es beneficiosa para todos.
Continuamos en busca de un bosque petrificado cercano a la población de Sacramento. Dejamos la nacional tres y tomamos un atajo de ripio. Mala opción. Parece que han volcado numerosos cantos de río y las apisonadoras no han pasado todavía por encima. Es una pista muy utilizada por los trabajadores de las compañías petrolíferas que explotan la zona. Postes con cables en todas las direcciones. Las bombas extractoras necesitan energía eléctrica para funcionar.  Un camión me adelanta y una piedra impacta en el cristal parabrisas. Esta vez ha sido fuerte, afortunadamente no se ha roto, aunque cuando pueda tendré que cambiarlo. Me quito algunas esquirlas que se han quedado en mi cabello. Chapuza de emergencia. Dos trozo de cinta americana por ambos lados del cristal.  En Sacramento compramos cerezas, riquísimas. Acaba de iniciarse la recolección. Más ripio, polvo, hasta la entrada al “Área Natural Protegida Bosque Petrificado Sarmiento”. El guarda nos muestra el camino señalizado a seguir. No hay ningún otro visitante. Estamos solos. El paisaje es impresionante. Una zona desértica, con algunos cerros de variados colores. El suelo es arenoso-arcilloso. En época de lluvias los caminos deben ser intransitables. Restos de árboles fosilizados están esparcidos a diferentes alturas, en distintos lechos. Algunos parecen haber sido arrastrados por un torrente. Otros se mantienen incrustados en las laderas. Parece que puedan arder, sobre todo los miles de fragmentos esparcidos por toda el área. Semejan teas resinosas, ideales para iniciar una fogata.
En el camino me he detenido un instante para fotografiar una capillita dedicada al “Gauchito Gil”, que despierta gran devoción, como “La Difunta Correa”, entre muchos argentinos. Son dos “santos” populares, no reconocidos por la Iglesia Católica.  Comenté la historia de la segunda en el relato 048. Siempre, en estos casos, hay varías leyendas sobre el personaje.  Resumo lo aceptado por casi todos sus seguidores. Fue perseguido por negarse a luchar contra sus compatriotas. Pasó a la clandestinidad. Robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Fue capturado. Se solicitó su perdón. Se concedió, ya que todos estaban de acuerdo en que era una buena persona. El militar que lo transportaba decidió actuar por su cuenta, lo colgó cabeza abajo. Gauchito Gil le dijo: “Ya sé que me vas a matar, aunque me ha sido concedida la amnistía. Cuando llegues a tu casa encontrarás a tu hijo muy enfermo. El médico te dirá que va a morir. Acuérdate de mí, pídeme que interceda ante Dios y tu hijo sanará”. Le cortaron la cabeza. Cuando su ejecutor regreso a casa comprobó, tal como le había avanzado el ajusticiado, que había matado a un inocente y que su hijo estaba a punto de morir. Oró a Gauchito Gil y su hijo se curó. Transportó una gran cruz hasta el lugar de la ejecución y nació la leyenda. Después muchas más, transmitidas boca a boca por sus fieles.  En todas las carreteras de Argentina, de norte a sur, de este a oeste, pueden verse numerosas capillitas en memoria de la Difunta Correa y el Gauchito Gil, las de este último, destacan por las banderolas rojas que rodean los altarcitos.
Siguiendo siempre hacia el sur, llegamos a la frontera. Ese día, salimos de Argentina para entrar en Chile, cruzar el estrecho de Magallanes, entrar el La Tierra del Fuego, salir de Chile y volver a entrar en territorio argentino. Pacientes tránsitos con agentes que buscan frutas o carne, transporte prohibido. En la zona chilena las pistas son de ripio. Debemos detenernos ante el paso de un gran rebaño de corderos. Por lo que he leído, la lana de estos merinos es de superior calidad. Cuando ya hemos tomado contacto con el asfalto, cuando creemos que vamos a llegar a buena hora para encontrar alojamiento, no me entra la quinta marcha y empiezo a escuchar un ruido inquietante. Me detengo, paro el motor, inspecciono los bajos. No hay pérdida de aceite, el árbol de transmisión gira sin problemas. Veo unas piedras sobre la plancha de protección. Aflojo las sujeciones y expulso las piedras. Por supuesto que no son la causa de que entre la quinta, pero si pueden producir el ruido. Reemprendo la marcha. Estamos a 50 kms de Ushuaia. Hace frío. Son las ocho de la tarde pero el sol se mantiene alto. Continúo a sesenta kms. por hora. Tal como temía, se mantiene el ruido. Una pieza suelta. Llegamos a Ushuaia, en el fin del mundo. Encontramos alojamiento a buen precio en la casa de una familia encantadora. Es el último día del año. Me presento en el concesionario de Toyota. Avisan al jefe de taller que viene desde su casa inmediatamente. Hasta el lunes no pueden hacer nada. Me advierte que disponen de pocos recambios. Qué hará lo que pueda para no interrumpir mi viaje. Bien. Podía haber sido peor. Estoy donde quería llegar. En una casa confortable. El coche en el taller del concesionario. Más vale terminar el año con un problema y empezarlo sin él que al revés. Hasta la temperatura ha subido al empezar el nuevo año. Buenos augurios.
Enviado desde Ushuaia el 3 de Enero 2011
Kilómetros recorridos 135.024