Crónica Primera
El afán de la aventura se esconde en el fondo del alma. La vida es un misterio y poco razonables los motivos que alegan quienes se aventuran en los peligros de las altas montañas.
Este es mi caso, a punto de pasar la frontera entre Nepal y el Tíbet.
Deseo fervientemente intentar llegar a la cima del Qomolangma (Everest) una pasión que surge del fondo del ser. Para mí creo que es un reto y también una deuda.
Con éxito o sin él será una dura y extenuante peregrinación hacia la altura que asfixia y mata, pero que nos permite captar ese espíritu que subyace en las grandes misiones del hombre. Es posible que deba a Dios este camino por haberme ayudado a sobrevivir tantas veces a lo largo de estos fascinantes cincuenta años, en las luchas de la vida vertical, superando con alegría los pasos difíciles que la vida impone.
Es curioso como ahora miles, decenas de miles de personas de la sociedad desarrollada empiezan a querer vivir los grades momentos del peligro y del esfuerzo, quizás buscando esa esencia que los idealistas alemanes pusieron de manifiesto en el pasado siglo XX.
Ayer encontré al doctor Pujante, eminente neurocirujano barcelonés que coincidirá con nosotros en la para mí temida ascensión al Everest (Qomolangma) por la cara norte. Pujante mucho más joven ya escaló el Everest por el Nepal pero quiere repetirlo por el Tíbet sin oxígeno. Mi reto es más modesto. Yo solo quiero volver a lo alto para llenarme de luz y bajar para contarlo. Así pagaré y redimiré mis pecados de orgullo buscando esa bondad fundamental para vivir con dignidad. Ya se lo contaré.