Lunes, 4 de Enero de 2010 (un descanso por todo lo alto)
Después del agotador día de ayer, toca descansar el cuerpo y la mente. Sin embargo, el viento no para de agitar la tela de la tienda y cuesta conciliar el sueño. Finalmente decidimos ponernos en marcha. Salir de la tienda es una tarea que lleva su tiempo, comenzando por la más que perezosa faena que es salir del abrigo del saco y continuando por la rutinaria tarea de irte poniendo capas de ropa hasta adaptar tu vestimenta a la temperatura exterior, ponerte las botas y todo ello en el más reducido espacio.
Las condiciones del viento y el más que destacado cansancio arrastrado por el día anterior hace evidente que hoy toca día de descanso. Tras salir de la tienda vamos a la carpa comedor a intentar comer un poco y de ahí nuevamente a la tienda a dormitar. Un tema a tener en cuenta en este campamento, así como en los anteriores, es dónde hacer tus necesidades. Toda actividad realizada en la Antártida, está sujeta al Tratado Antártico, el cual obliga a no dejar ningún residuo orgánico en este continente, o contaminar lo menos posible. Por ello, todos los campamentos cuentan con un agujero en la nieve, que es el único lugar donde los expedicionarios pueden orinar. Tras un muro hecho con bloques de hielo se coloca sobre un cubo la bolsa de residuos orgánicos que nos han dado y se depositan las heces, que luego deberemos bajarla hasta el campo base.
En el día de ayer, fuimos varias las expediciones que decidimos ascender al campamento de altura, que apenas dista a una jornada de la ansiada cumbre. Todas las expediciones sufrimos las inclemencias del frío y el fuerte viento y al parecer un par personas pertenecientes a otra expedición, sufren graves congelaciones en los dedos; lo cual nos verifica que la situación del día anterior podía haber sido más peligrosa de lo que finalmente resultó.
Nos encontramos aislados en este campamento. Las condiciones no son buenas para moverse de aquí, así que sin apenas pensarlo, nos resignamos a pasar gran parte del día metidos en la tienda, durmiendo, escuchando música, escribiendo y trasteando con el más mínimo detalle que pueda darnos algo de entretenimiento. Sin embargo, después de tanto sufrimiento encontramos un aliciente que nos devuelve la motivación y el sentido de porqué subimos montañas. Nuestro campamento se encuentra en una repisa y a apenas 20 metros de nuestra tienda encontramos una de las más impresionantes vistas que jamás hayamos podido ver en nuestras vidas.
Entre la mezcla de sonido que desprende nuestras pisadas sobre el crujiente hielo y la brisa del viento, llegamos hasta el pie de la misma terraza. A 800 metros bajo nuestros pies, se puede ver el Low-Camp, insignificante entre todo el valle glaciar por donde ascendimos ayer. Más al fondo, hasta donde nuestra vista alcanza a ver, se vislumbra la infinita, blanca y radiante planicie antártica; con algunos riscos rocosos y enormes glaciares intentando destacar entre el monótono blanco infinito.
El sol nos pega de frente haciendo más agradable la estampa que no nos cansamos de disfrutar, creando a su vez un increíble juego de luces que encarna de magia el lugar en el que nos encontramos. Es entonces cuando de nuevo todo cobra sentido y recuperamos nuevamente el sentimiento por el cual escalamos montañas. Un regalo, como puede ser las vistas que tenemos ante nosotros, sería imposible obtenerlo en otro lugar que no fuera éste. El continente blanco, la Antártida con la que tanto soñamos nos da las razones por las cuales el destino nos hizo venir desde tan lejos.
Juan y Pablo, descubriendo un espejismo real ante nuestros atónitos ojos.