Martes, 12 de Enero de 2010 (de nuevo en la civilización)
Entre unas cosas y otras, cuando el Ilyushin despegó eran ya la 4:00. Brillaba el sol como nunca sobre la pista de hielo azulado que nos despedía desde lo alto de la escalerilla. En un curioso gesto, por no despedirnos de tan bello paraje, aguantamos en la puerta del avión hasta que nos hicieron sentar. Para entonces la Antártida ya nos había atrapado y poseído las mentes con sus encantos. Prometimos regresar. El estridente sonido de los motores se agudizó, todo comenzó a vibrar, los barriles de combustible de la bodega comenzaron a sonar por el cambio de la presión, mientras un miembro de la tripulación hacía gestos de normalidad sobre dicho ruido. Poco después el avión despegó del hielo eterno.
Eran altas horas de la madrugada y, pese a las incomodidades del avión, no tuvimos que hacer muchos esfuerzos para perecer de sueño durante el transcurso del vuelo. Cuatro horas y media después, el avión tomaba de nuevo tierra en Punta Arenas. Un autobús nos dejó en el hotel, donde tuvimos que esperar para nuestro ingreso. Después de una horas, degustamos algunos de los mayores y más ansiados placeres: una ducha, ropa limpia y una cama.
Aunque nos hubiera gustado disfrutar de estos placeres durante más tiempo, teníamos una cita pendiente, una promesa por confirmar. Así que sin más, fuimos a la Plaza de Armas. Allí la imponente estatua de bronce del indio Patagón nos aguardaba. Allí fue donde comenzó nuestra aventura 14 días atrás. Como dice la leyenda, tocando el pie de bronce de la estatua, augurarás suerte en tu viaje a la Antártida y de esa manera tendrás la suerte necesaria para regresar. Pues bien, aquí andábamos de nuevo, dos semanas después, tocando nuevamente su pie. Hemos regresado sanos y salvos y lo que es más, victoriosos. Por ello regresamos a confirmar nuestra vuelta y que haya constancia de ello.
La tarde la dedicamos a andar de un lado a otro, recopilar información sobre qué hacer en los próximos días. Punta Arenas no es un lugar con muchos recursos, pero las zonas colindantes guardan cientos de tesoros: Las Torres del Paine, el Perito Moreno, la masificada isla de pingüinos (Isla Magdalena) y un largo etcétera que estamos pensando en intentar descubrir.
Para cuando regresamos nuevamente a nuestro hotel, contemplamos un regalo que, desde hace tiempo, no habíamos reparado en su esencial valor: “la oscuridad”, es de noche y el cielo está oscuro, la estrellas brillan en lo más alto y por fin, aunque tan sólo sea por unas horas, podemos despedirnos del sol que durante tantos días nos ha estado acompañando incansablemente.
Juan y Pablo, disfrutando de tan ansiada oscuridad.
Club Deportivo 7 Cumbres